Disclaimer: no soy jotaká. El universo de Harry Potter le pertenece a ella, así que no os molestéis en demandarme. Eso sí, la trama es mía. ¡Sexy Sirius! ¡A leer!
El despacho de Slughorn está atestado de alumnos, todos ellos miembros del célebre Club de las Eminencias. La enérgica música invade la espaciosa estancia, apoderándose de los jóvenes, que bailotean alzando los brazos con movimientos rítmicos, dejándose llevar como locos por el rock.
Sirius se deja arrastrar por el bullicio hasta la mesa principal, abarrotada de un sinnúmero de bebidas y tentempiés. Atrapa una cerveza de mantequilla y se la bebe en un abrir y cerrar de ojos. Inmediatamente, devuelve la botella vacía a la mesa y empieza a mover la cabeza al compás de la música.
Y ahí mismo, alcanza a distinguirla en mitad del gentío, a lo lejos. La habría reconocido en cualquier parte. Savannah baila balanceando suavemente los hombros y contoneando las caderas. De vez en cuando sacude la cabeza, seducida por el ritmo, haciendo volar su cabellera de color arena. Entonces, un chico se le acerca y la toma por el brazo, arrastrándola fuera de la improvisada pista de baile. La joven ha acudido como acompañante del imbécil de Caleb Alder, ese latoso guaperas de Ravenclaw. Y Sirius tensa la mandíbula, todavía con la mirada gris fija en ellos. Estira el cuello para no perderlos de vista y alcanza a distinguir cómo abandonan el despacho.
Intenta abrirse camino entre la muchedumbre, que brinca y salta con los brazos en alto y una sonrisa eufórica en los labios. Inesperadamente, unos brazos surgen de la nada y se cuelgan de su cuello, en un abrazo férreo. La voz de la muchacha suena sugerente cuando le habla al oído:
–Te estaba buscando. ¿No te aburre ya esta dichosa fiestecita? ¿Qué te parece si nos vamos de aquí? solos tú y yo –Roxanne Holland, una de sus tantas conquistas.
Sirius deshace el abrazo de la chica con sus manos, decidido. Y la planta allí, insolentemente, mientras emprende el camino hacia la salida.
Cierra la puerta del despacho de Slughorn tras él con un sonoro portazo, anunciando su presencia.
–¡Eh, Alder! ¿Qué ocurre? –cuestiona Sirius con sequedad.
El aludido se da la vuelta. El brazo de la muchacha descansa sobre sus hombros y él la mantiene firmemente sujeta por la cintura. Sirius tarda unos instantes en comprender lo que sucede. Observa detenidamente a la castaña, cuyas piernas permanecen flexionadas y ríe de manera estruendosa con la cabeza inclinada hacia atrás. Y Sirius cae en la cuenta de que, si Alder la soltara, la joven se desplomaría sobre el suelo. Parece incapaz de mantenerse en pie por sí misma.
–Que está inflada ¿acaso no lo ves? –responde Caleb, cargante–. No me extraña nada que vaya de culo en Pociones. Voy a llevarla hasta su cuarto.
Y ante esa declaración a Sirius se le encienden todas las alarmas. Y su rostro se endurece. Avanza hasta situarse frente a ellos, aferra con determinación el brazo de Savannah y se lo echa sobre sus fuertes hombros. Alder lo observa con una mirada cargada de fastidio.
–Ya me encargo yo –aclara Sirius, mirándolo a través de los mechones del flequillo que caen sobre sus ojos.
Y sin decir nada más, lo deja allí, abandonado, como ha hecho con Holland momentos antes.
El joven Black alza a la muchacha en brazos y se dirige hacia la Torre de Gryffindor. Pero ella patalea al aire con fuerza, intentando zafarse de él.
–¿Qué crees que estás haciendo, Black? ¡Allí hay una fiesta! –las palabras se le traban en los labios y el notable olor a alcohol inunda las fosas nasales de Sirius.
–Exacto. Una fiesta a la que no vas a volver ¿qué te parece?
–Suéltame, Black –exige Savannah, propinándole insistentes golpes en el trabajado pecho y sin dejar de mover las piernas frenéticamente.
Sirius, que a duras penas puede contener los golpes de la chica, opta por devolverla al suelo. Está convencido de que no llegará demasiado lejos ella sola. Y efectivamente. Savannah, al verse liberada por fin, echa a andar en dirección opuesta. Sin embargo, los mortíferos tacones le juegan una mala pasada y cae de bruces sobre el frío mármol. Ostia monumental. Han muerto quinientas neuronas como mínimo. Sirius, que se ha cruzado de brazos, la observa atentamente sin poder contener una risita socarrona. Se aproxima a ella con lentitud, con ambas manos entrelazadas sobre la nuca, en actitud despreocupada. Y se inclina junto a ella para mirarla a los ojos, verdes.
–Creo que alguien me ha zancadilleado –afirma ella plenamente convencida, mirando a su alrededor intentando descubrir al responsable.
–Ya, seguro. A este paso llegarás a la fiesta el día que Quejicus descubra la existencia del champú –se mofa él.
Ella lo mira, confundida. Intenta incorporarse y ponerse en pie, pero los bruscos movimientos provocan que su estómago se contraiga violentamente y las náuseas se apoderan de ella. La cabeza le da vueltas, y se sorprende al observar que las paredes, a su alrededor, bailan descontroladamente. Cierra los ojos un breve instante y enseguida nota que el suelo desaparece bajo ella.
Los firmes brazos del Merodeador han vuelto a cargar con ella. Savannah, presa de un repentino agotamiento, se deja llevar sin oponer resistencia. Rodea el cuello de Sirius con sus brazos y apoya la cabeza sobro su hombro. Nota el cálido aliento del muchacho sobre su cabello. Y la calma.
Sirius permanece callado todo el trayecto, únicamente despega los labios para pronunciar la contraseña frente al retrato de la Señora Gorda. Cruza el hueco y sube las escaleras que conducen hasta su cuarto.
El dormitorio se encuentra completamente vacío. Mejor. No le apetece en absoluto tener que dar explicaciones a nadie. A través de las alargadas ventanas Sirius observa el cielo, completamente encapotado, y el incesante aguacero que azota los terrenos de Hogwarts. Nota que la joven, que ha caído dormida, se agita brevemente entre sus brazos. La habitación permanece en penumbra, pero Sirius no se molesta lo más mínimo en encender las luces. Se conoce el cuarto casi tan bien como el extenso repertorio de tangas de Roxanne. Se aproxima hasta su cama y deposita a la joven sobre las mantas con delicadeza.
Inesperadamente, el joven Black percibe un sutil cosquilleo en la nuca; da la impresión de que alguien lo observa. Alza la cabeza y se topa directamente con los grandes ojos de Savannah, que lo contemplan fijamente a través de sus sedosas pestañas. La fugaz luz de un relámpago pinta destellos plateados sobre su semblante.
La joven Harley sonríe de manera provocativa dejando al descubierto unos dientes cuadrados perfectamente alineados. Aferra las solapas de la túnica de Sirius y tira de él con fuerza, consiguiendo que el chico pierda el equilibrio por un instante y se precipite sobre ella. Él logra posicionar sus fuertes brazos sobre el colchón a tiempo de amortiguar su caída y, de este modo, evita aplastar a la castaña. Sirius es consciente de que la respiración de la chica se ha acelerado notablemente. Savannah arrima su cuerpo al de él. Siente la cremallera de la bragueta de Sirius contra su propia entrepierna.
Y la repentina actitud que ha adoptado la castaña pilla totalmente desprevenido al más irresistible de los Merodeadores. No se siente intimidado por la chica, en absoluto. Simplemente, encuentra realmente extraño el comportamiento de Harley. Ambos pertenecen a la misma casa y cursan su último año en el colegio, pero Savannah jamás ha dado indicios de sentirse atraída por él. Jamás le ha lanzado ningún tipo de indirecta –y Sirius es un verdadero experto en indirectas- ni se le ha insinuado.
–Eh, venga, estate quieta ¿quieres?
–Vamos, Black ¿acaso no es esto lo que quieres? –cuestiona ella, liberando un botón de la túnica con sus dedos–. Sexo sin ningún tipo de compromiso ni ataduras.
El Merodeador trata por todos los medios mantener la compostura, pero resulta francamente complicado. Sabe que Savannah no es consciente de lo que hace o dice en esos instantes y no está dispuesto a cometer una locura. No quiere tener que arrepentirse de nada.
Ella, por su parte, continúa con su juego de seducción. La chica se desenvuelve con extremada desvergüenza, dejándose arrastrar por los efectos del alcohol.
Sirius se siente verdaderamente incómodo. Siempre es él quien posee el control absoluto de la situación, quien besa, quien acaricia, mientras ellas se dejan llevar. Le gusta sentir las reacciones de las chicas, oír sus jadeos, bajo él. Y Sirius no piensa tolerar que ella lo engatuse de esa manera. De modo que, haciendo un esfuerzo sobrehumano, consigue ignorar la presión que nota más allá de su ombligo, provocada por la acumulación de sangre, y se reincorpora de inmediato.
Aferra el brazo de la chica, la levanta de la cama con cierta brusquedad, y la arrastra hasta el cuarto de baño. Savannah emite un quejido ahogado debido al estrujón al que está siendo sometido su brazo. Sirius se da cuenta y afloja el agarre, liberándola momentáneamente.
Sin embargo, el moreno eleva a Savannah por los aires y la introduce en la bañera. Orienta el termómetro de la ducha hacia el color azul y el agua surge de la alcachofa, empapándola de arriba a abajo. La castaña, desprevenida y aturdida, grita con los ojos como platos. El agua está tan fría que le cuesta respirar. Intenta rebelarse contra el agarre del Merodeador, pero le resulta prácticamente imposible.
–¿Qué coño estás haciendo, imbécil? ¡Déjame salir ahora mismo! –exclama con desesperación, arañando fieramente los antebrazos de él–. ¡Para de una vez!
–Va, no te revuelvas tanto sinó no puedo bañarte en condiciones. Sé buena y compórtate –y suelta una estruendosa carcajada cuando ella se agita con impaciencia ante su comentario.
–¡Suéltame, Black! ¡He dicho que me dejes salir!
Pero Sirius no permite que Savannah abandone la bañera. Continúa regando a la muchacha, poniéndola como una sopa. El torrente de agua resbala por su larga melena castaña, ahora sutilmente oscurecida, hasta los pies descalzos. El agua helada es el mejor remedio para aliviar la borrachera. Y dicen que también es recomendable para calmar el calentón. De modo que Black ni se lo piensa dos veces. Dirige la alcachofa hacia sí mismo un segundo y se rocía ligeramente. Luego cierra el grifo.
Coge una toalla del pequeño armario que hay bajo el lavamanos y se la entrega a Savannah.
–Sécate bien o te resfriarás.
Ella obedece sin encararse con el muchacho. Sirius, por su parte, se desprende de la molesta túnica, que cae sobre el suelo con un ruido sordo, completamente chorreando. Se desabotona la camisa negra –que pronto corre la misma suerte que la túnica- y deja al descubierto un torso moreno y perfectamente trabajado. Le da la espalda a la castaña y sale del baño con su toalla sobre los hombros. Al cabo de unos segundos, vuelve con algo arrugado entre sus manos.
Savannah, ya más sosegada, no puede evitar contemplar atentamente el tórax desnudo del moreno. Los pectorales fuertes, compactos, casi como el diamante. Los abdominales perfectamente delineados, como la más refinada escultura de mármol. El David de Hogwarts. Las astutas gotas de agua resbalan por sus hombros hasta perderse en el borde de los pantalones.
Y las mejillas de Savannah se colorean al instante. Desvía la mirada rápidamente, cohibida.
El Merodeador se da cuenta y sonríe de medio lado. Le arroja el pijama a la chica y le da de lleno en la cara. El vestido de color crema que viste está tan empapado que ya se ha formado un pequeño charco sus pies. La tela se ciñe a su cuerpo dejando entrever un sostén de estampados florales.
–Póntelo. No lo he usado, todavía está por estrenar –dice Sirius con calma, mirándola con atención–. Aunque es posible que te quede algo grande.
–No es necesario todo esto –rebate ella–. Tengo ropa en mi cuarto ¿sabes?
–No lo pongo en duda. Pero te recomiendo que te pongas éste pijama concretamente porque te quedarás aquí esta noche. Aunque, bueno, si prefieres dormir con el vestido mojado es problema tuyo. Por cierto, la puerta de la habitación está cerrada –y le guiña el ojo con picardía.
Harley lo mira con el entrecejo fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho, esperando una explicación.
–Te conozco, nena, y sé que regresarás a la dichosa fiestecita en cuanto me dé la espalda –añade él, mientras la chica tantea su vestido–. No pierdas el tiempo buscando tu varita. Tranquila, no pongas esa cara, está a buen recaudo –Sirius se apoya en el marco de la puerta, relajado–. Pero si te has enchochado e insistes en volver a tu dormitorio, la ventana de este cuarto está a tu entera disposición: úsala si quieres.
Y se carcajea ruidosamente ante el desconcierto de la muchacha, que lo mira con los ojos entrecerrados.
Sirius sale del baño para que Savannah pueda cambiarse tranquilamente. Un rayo surca el cielo negro e ilumina fugazmente la habitación. Se deshace de los pantalones húmedos, quedándose en ropa interior, se descalza y se introduce entre las cálidas sábanas de su cama. Corre los doseles escarlata.
Tras unos minutos, el atractivo joven oye abrirse la puerta del baño. Percibe unos suaves pasos que, silenciosos, se detienen frente al borde de su cama. Y su voz.
–Sirius –susurra la muchacha. Resulta insólito escuchar su nombre en los labios de ella. Suena bien–. ¿Estás durmiendo?
–Sí.
Ella no contesta inmediatamente. Quizá se sienta abrumada por la sequedad con la que ha respondido. Sirius observa la silueta de Savannah dibujada sobre los doseles. Y la voz de la castaña suena inquieta cuando pregunta:
–¿Me dejas dormir contigo?
Sirius se extraña.
–¿Tienes miedo? Bah, no te preocupes. Pueden parecer monstruosas al principio, pero, aunque parezca mentira, las descomunales pelusas que hay bajo la cama de Peter todavía no se han comido a nadie –comenta él con socarronería y ríe entre dientes. Luego, añade matizando cada una de las palabras–: Que yo sepa, claro.
Un trueno sacude el castillo con violencia.
–Por favor –insiste la joven Harley con impaciencia. Y su voz suena casi como una súplica.
Sirius descorre las cortinas. Ahí, de pie, frente a él, se encuentra la muchacha, con las manos sobre sus oídos. Lleva puesto el jersey del pijama, que le llega casi hasta las rodillas. Sin embargo, ha decidido prescindir de la parte inferior; seguramente le quedaría demasiado holgada. Y Sirius cree atisbar un matiz de angustia y temor en sus ojos verdes.
Con un simple gesto de cabeza la invita a introducirse entre las mantas con él. Ella lo hace con cierta timidez. Se tumba junto al moreno, encarándolo. Observando sus brillantes iris plomizos. Y esboza una modesta sonrisa. Sirius corresponde al gesto de la chica, tratando de aliviarla y calmarla. Le acaricia el pelo con extremada lentitud. Ella se estremece. El joven aguarda a que se relaje lo suficiente. Y lo consigue con facilidad.
–¿Qué ocurre? –inquiere él, sinceramente angustiado, tratando de averiguar la razón de su miedo.
–Truenos –responde ella simplemente. Y se acurruca junto a él.
–¿Y te asustas de eso? Los truenos los provoca Merlín cuando arrastra los muebles para cambiarlos de sitio, ¿no lo sabías?
Y ambos estallan en sonoras carcajadas.
¡Ya! ¿Qué os ha parecido? Uff, ¡cómo me gusta el sinvergüenza de Sirius Black, por favor! Es sencillamente irresistible, ¿no creéis?
En principio estaba planeado que esto fuera sólo un OneShot, pero creo que tiene bastantes papeletas para terminar convitiéndose en un conjunto de viñetas sobre Sirius y Savannah.
See you soon!
Danna.
