Notas: ¡Oficialmente de vacaciones y con todos los ramos aprobados! Así que vengo con un three-shot de regalo. Comenzaré a actualizar mis fics, así que estaré pendiente de sus peticiones. Suena harto el cap de Supermassive Black Hole...
Advertencia: Muerte de un personaje. Otros dos están a duras penas soportando esto.
Disclaimer: Hidekaz Himaruya
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Mira hacia el cielo gris, es frío y oscuro. Anuncia tormenta.
Sus pies están sobre la húmeda arena, pero se curvan y comienzan a dar paso directo al mar, que lo aguarda con paciencia.
Los pantalones arremangados comienzan a impregnarse de las olas, el marrón claro comienza a oscurecerse, la piel se vuelve de gallina a cada lametazo de la gélida agua.
Pero no importa.
Sigue adentrándose, las manos líquidas le acarician. El agua cada vez más arriba le abraza, saludándolo.
Bienvenido.
Cada vez más profundo.
Sus ojos no paran de ver al cielo.
¿Acaso él podrá verlo desde allá arriba?
Perdóname, por favor, perdóname, perdóname.
La oscuridad dibuja las curvas de su cuello, trazando los músculos, acentuando las venas de su piel bronceada. Está cubierto por sombras desde su cuello, la espalda que se esconde del cielo hasta sus ojos y su alma.
Envuelto en un huracán.
Está dejando de sentir la arena en sus pies, su cuerpo adormeciéndose. Sigue buscándolo entre las nubes grises y negras. Lo necesita. Necesita ver una última vez su sonrisa tranquilizadora, su porte amable, la luz cariñosa de sus ojos.
Su pecho está hueco, hace días le sacaron de cuajo un pedazo y los jirones de carne cuelgan. Ya no sangra, pero le duele. Es ese dolor que lo tienes todo el tiempo, y que no desaparece, que es apenas y soportable pero que que convive contigo permanentemente, sin descanso.
Es el dolor de perder a un ser querido.
Esta vida es un infierno.
Él mismo es el culpable.
Todavía es capaz de escuchar el ruido de la máquina en medio del quirófano. El cuerpo abierto. Los gritos pidiendo el desfibrilador.
Los ojos opacos de su hermano.
―…ed. ¡Alfred! ― Gira lentamente, encontrándose con Arthur quien corre directo hacia él. Sus ojos verdes destacaban entre todo ese gris.
― Oh, Arthur.
― ¡Qué tienes en la mente como para meterte al mar! ¡Va a haber tormenta, tarado! ― Le grita cuando llega a su lado. Alfred parece ni siquiera sentir que se congelaba.
― Te vas a resfriar ― Le dijo. Arthur bufó.
― ¡Eso mismo va para ti! ¿Qué se te pasó por la cabeza como para…?
Alfred fija su mirada a una esquina mojada de la camisa de Arthur.
― Me pregunto que estaría haciendo Matthew si estuviera en estos momentos con vida ― Interrumpe suavemente. Arthur cambia su expresión al instante.
Alfred solo siente un tirón y unos brazos tibios alrededor de él. Esconde su cabeza en el cuello pálido y suave del contrario, su mejilla acaricia la piel siempre fría del mayor y los párpados se cierran para no llorar.
― ¿Qué dices Arthur? ¿Crees que Mattie me perdonaría?
La mano del inglés se posó sobre el cabello miel, acariciándolo. Algo que jamás hubiera hecho antes.
― Oh, Alfred… Shh, shh… ― Los ojos azules de Alfred antes brillaban tanto como el cielo de verano, pero ahora eran tan pálidos y tristes como la cúpula que los cubría.
― Su sangre. Tenía su corazón en mis manos…
Arthur en un ataque desesperado solo lo abraza más fuerte. Tenía el horrible presentimiento de que si no lo hacía, la cordura y vida de Alfred se le iría como arena de entre los dedos.
Y no era capaz de soportar otra muerte más.
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"TORMENTA"
I
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La comida que aguardaba en la mesa de la habitación era como un cuadro de naturaleza muerta. Todo parecía sin vida por este lugar. Era una sensación gris y contagiosa. Como una epidemia.
Arthur al lado de la puerta se quita la camisa. Los pasos del norteamericano se detuvieron a su lado, robóticamente.
Esto era demasiado ajeno e impersonal. Se podía cortar el aire, incluso el silencio llegaba a ser demasiado ruidoso. Y eran gritos.
― Date un baño y cámbiate de ropa ― Necesitaba romper esta tensión. Alfred obedece sin decir palabra, cual niño. La espalda trabajada que se dejaba traslucir por la camisa mojada desapareció por una puerta.
Había sido capaz de sacarlo del mar. El inglés le tenía un miedo inmenso al agua desde que se ahogó cuando niño, sin embargo era mayor el pánico de ver a Alfred en medio de esas aguas traicioneras, dirigiéndose a la profundidad. Y verlo matarse era la última de sus intenciones.
Ahora los dos estaban empapados y llenos de arena, pero agradece el no haberse encontrado con algún trabajador del hotel. No tenía ánimos de dar explicaciones o bien, inventar algo creíble.
Arthur se deja caer en un sillón justo cuando comienza a escucharse el correr del agua caliente. Apoya su rostro en sus índices y pulgares. Estaba estresado, sintiendo que esto se le escapaba de las manos. Si perdía nuevamente de vista a Alfred, tenía el miedo de que se le ocurriera hacer una locura más grande.
Estaba consciente que la situación era negra y que el dolor de Alfred era demasiado. Lo peor, es que todo era entendible. Lo más frustrante, es que parecía que nada lo podía aliviar.
Había intercedido con los altos mandos del hospital para obligar a que Alfred tomara unas pseudo-vacaciones y se mantuviera lo más lejos posible del recinto por un tiempo. Y había pedido unos días sin goce de sueldo con tal de acompañarlo.
Miró el folleto turístico de Seychelles. Fue lo primero que se le ocurrió. Irse muy lejos. No sabe si hizo lo correcto.
Alfred en casa de sus padres, tras el funeral de Matthew, solo se alzó de hombros, pareciendo no ser realmente consciente de la proposición que le había hecho segundos atrás.
En la actualidad, deambulaba como alma en pena por la isla. Arthur había hecho todo tipo de artimañas para distraerlo, sin éxito.
Era frustrante la sensación de estar obligado a sacarlo de esa burbuja de miseria a sin saber cómo. Más aún, teniendo que suprimir al máximo su propia congoja.
Arthur era médico, encontraba la respuesta como fuese con tal de salvar la vida del paciente. Siempre, incluso si perdía sueño mientras rebuscaba entre libros y papers, lo conseguía. Sin embargo, no estaba siendo capaz de poder sanar el alma de su mejor amigo. Este tratamiento no estaba en libros.
Era una situación terrible.
Sabía que la intervención a la que estaría expuesto Matthew era de alto riesgo. Todos lo sabían. Matthew mismo fue el que insistió a Alfred de hacerla.
Un trasplante de corazón.
"―Es lo único que me permitirá hacer la vida como si fuera vida, estoy harto de no poder dar dos pasos sin sentirme como me debilito hasta no poder estar de pie ― Dijo frente a ellos. Arthur era internista. Alfred cirujano. Ambos se miraron fijamente, en silencio.
― ¿Sabes que en tu estado, la operación es realmente complicada, no? ― Se aventuró a decir Arthur. Matthew sonrió suavemente.
― ¿Sabes que mi vida no es vida, no? ― Respondió Matthew con amabilidad ― Estoy agradecido de ustedes y de su preocupación, he tenido a mi alrededor gente maravillosa y realmente… realmente quisiera compartir con ellas como se debe y no como lo estoy haciendo. No le temo a la muerte, Alfred, Arthur, no le temo porque ustedes me enseñaron que es el amor. Si me tengo que ir, lo haré porque dios lo quiere pero no hay nada en la vida que haya querido y que no hubiera hecho.
― Eres un tonto, hermano ― Alfred exhaló largamente, restregando su rostro, tratando de adquirir valor.
Arthur sabía que había aceptado a hacer la operación."
Si hubiera insistido más ¿Habría cambiado algo? ¿Habría sido mejor no hacer la operación, a expensas de la felicidad de Matthew pero con la seguridad de mantenerlo con vida?
Otra pregunta peor.
¿Lo que le hubiera quedado de vida habría sido realmente vida? ¿Y cuánto era lo que iba a durar sin trasplante? Matthew tenía una cardiopatía congénita que había sido manejable con fármacos hasta cierto punto y hace unos meses, los químicos estaban dejándole de surtir efecto, además de generarle adversos.
Siendo sinceros, sabía que Matthew no estaba equivocado.
Y sabía también que nadie tenía la culpa de que se fuera en la operación. La dosis de isoflurano fue correcta, la de fentanilo y droperidol… la operación estaba siendo generada con un detalle minucioso y se había buscado con lupa al mejor donante para el chico.
Arthur también se siente triste porque Matthew murió. Era uno de sus amigos más queridos y uno de los mejores apoyos que algún humano podía conocer. Reconoce que a pesar de eso, su tristeza no es nada comparada con la de Alfred, quien fue uno de los cirujanos que estaba en la operación.
Su pecho sube y baja lentamente, tratando de apretar todas las piezas de su mente, mantenerse fuerte y aprontarse en dar una nueva batalla para sostener a Alfred.
Unos pasos mojados se escucharon por el lugar, el inglés alza la cabeza y puede a ver a Alfred aparecer por el pasillo. Señaló el baño.
― Puedes ocuparlo si quieres ― Y luego ese idiota se escaparía y terminaría en la punta de un volcán, haciendo un piquero para tirarse.
Arthur negó y dibujó una sonrisa ínfima.
― Estoy bien así, ven, vamos a comer antes de que se enfríe ― Señaló la comida. Alfred alzó una ceja.
― Esta comida es helada.
Arthur se sintió estúpido.
― Cierto. Bueno, come igual.
― Pero estoy solo con toalla ― Señaló su pelvis, cubierta por la tela. Arthur se ruboriza y frunce el ceño.
― ¡Da igual, ponte ropa entonces y vienes!
El americano da una risa corta y seca, dándose vuelta.
Arthur se apretó la sien, maldiciendo como un pirata.
Llovía a cántaros.
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La cena había sido mortalmente silenciosa, pero Arthur decidió no presionar a Alfred. Lo importante es que estaba comiendo y se comportaba más o menos normal. Incluso casi estuvo a punto de molestarlo por estar desnudo de la cintura hacia arriba.
A pesar de que Arthur detestaba que le tomaran el pelo, no le hubiera molestado si Alfred lo hacía en esos momentos.
El dormitorio tenía dos camas, paralelas y casi pegadas a la pared.
― Hay que descansar ¿Quieres ir mañana a ver los monos?
― ¿Qué clase de panorama es ese? ― Alfred gira a verle, entre la curiosidad y el cansancio. Arthur se estaba sintiendo cada vez más y más estúpido.
― Estaba en el folleto que nos pasaron, incluso los monos se acercan tanto que uno les puede dar comida.
― ¿Si? ― Arthur odió esa pregunta de cortesía ― Me da igual, si quieres vamos.
Y levanta la colcha y se mete en ella.
Arthur se quedó de pie en medio de la habitación por unos segundos, suspira profundo.
Se quita los pantalones y se pone un pijama corto.
Sigue lloviendo. Arthur desea con todas sus fuerzas que para mañana se detuviese, porque o si no, no sabría qué hacer con Alfred.
Apaga la luz y se mete en su cama.
Sus ojos verdes pegados en el techo.
Alfred no hace ruido. El inglés sabe que seguía despierto, no le podía engañar.
Alfred miraba a la pared, sin pestañear.
― Buenas noches Alfred, trata de dormir por favor.
No hubo respuesta.
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Dios escuchó las plegarias de Arthur y en el amanecer aparecían unas pocas nubes blancas en el firmamento. Sonríe, mirando el paisaje afuera de las persianas. El cielo azul se abre perfecto y alegre, decorado por unas palmeras llenas de pájaros.
La ventana estaba justo al lado de la cama de Alfred, sin embargo había procurado no hacer ruido cuando se había acercado a mirar, deseando que durmiese lo que más pueda.
Era entendible el grito que da cuando nota los ojos azules sobre él.
― ¡A-Alfred!
― ¿Qué te pasa que te despiertas tan temprano? ― El inglés vuelve a tener su pose compuesta.
― Sencillamente no tenía más sueño. Voy a pedir el desayuno ― Y se da media vuelta.
Alfred no despegó su mirada de él en ningún momento.
Arthur estaba muy diligente y amable. Amable dentro de los parámetros Kirkland. Alfred sentía que Arthur se estaba presentando a él como un apoyo, un perro, un lazarillo. Y era sorprendente, sabiendo del carácter difícil y complejo del inglés.
¿Qué aspecto tendría como para que Arthur haya sido capaz de hacer todo esto por él?
Es tanto el esfuerzo que hace Arthur, que Alfred desearía corresponderle aquella amabilidad pero sencillamente no puede. Todo le duele demasiado. Preferiría estar en su habitación, encerrado sin ver a nadie. Sufrir en paz.
― Te pedí un desayuno extra grande ― Arthur entra, quedándose apoyado en el marco de la puerta.
Alfred asiente, aunque lo que menos tiene es hambre.
El mutismo y la máscara inexpresiva tenían fecha de expiración.
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El pueblo es vida y color. La gente pareciera danzar a cada paso que dan y los rostros morenos tienen dibujadas unas sonrisas eternas.
Arthur es una persona que le gusta la soledad y la tranquilidad, por eso no es de extrañar que termine abrumado con toda la energía a su alrededor. Lo hace por Alfred, a ver si acaso es posible que toda esa alegría desbordante lo salpique aunque sea un poco.
Lo mira caminar.
Está tan gris y opaco, con un aura de oscuridad que dan ganas de llorar.
Arthur se muerde los labios. La pena es grande, lo sabe, él mismo sufre. Podría hacer muchas cosas como método de enfrentamiento a la tragedia, llorar, fingir que nada ha pasado, deprimirse.
Es médico, vive todos los días la muerte de la gente que lo rodea.
En su interior algo le dice que la única opción correcta ha sido mantenerse fuerte por él y por Alfred, o si no el americano se hundirá en un pozo oscuro del cual nadie lo podrá sacar.
Alfred es una masa de emociones profundas, a pesar de que le gusta fingir que vive la vida de la forma más superficial y frívola posible. Es una coraza. Alfred no es capaz de sobrellevar el sufrimiento ajeno, le duele demasiado, como un peso demasiado grande que no es capaz de sostener y lo tira al piso.
Había elegido de todas las especialidades médicas la cirugía cardiotorácica por dos razones, Arthur lo sabía a pesar de que Alfred jamás se lo dijera: Primero, porque le gustaban las visitas cuando la operación resultó un éxito, con las manos pálidas y frías del paciente que le agradecían una y otra vez. Contribuir a la felicidad. Alfred se abruma con la tristeza y los rostros oscuros. Necesita iluminarlos, salvarlos, acogerlos. Segundo, porque Alfred era un estúpido ególatra que le encantaba la adrenalina y el poder de sentirse importante, imprescindible para salvar la vida de otra persona.
Arthur sabe que es un asqueroso narcisista autorreferente que necesitaba de la admiración de otros para reforzar su sentimiento de existencia y de utilidad. Sin embargo, a pesar de eso, era alguien de gran corazón, que jamás pondría en riesgo a alguien solo porque sí, ni que buscaría dañar a alguien por ningún motivo. Buscaba la aprobación de otros por la inseguridad que ocultaba muy, muy en el fondo y que ni el mismo Alfred sabía que existía.
Alfred era un niño en cuerpo de un adulto. Un niño al que le cuesta manejar su corazón.
Y por amor a su hermano, obedeció la última orden, destrozándose en el camino cuando falló.
Arthur sabe que Alfred hizo más de lo que estaba a su alcance para mantenerlo con vida, pero Matthew era un caso prácticamente perdido desde el principio.
Así que por eso mismo, están ahora aquí, en Seychelles, en busca de unos pulgosos monos, en medio de las coloridas calles, con tal de que Alfred esté algo mejor. Porque de toda la gente que lo conoce, Arthur es el único capaz, además de Matthew, de darle pelea al carácter complejo de Alfred, tomarlo de las inmensidades de la depresión y el odio a sí mismo, sacándolo de las profundidades.
― Mira ― Arthur le señala. Unas mujeres con vestidos de intensos colores sostenían unas igual de coloridas aves.
Los ojos azules de Alfred se fijaron por unos segundos en ese punto, haciendo que dibuje una sonrisa falsa y que parecía hecha de yeso.
― ¡Imagina que vamos por las calles de New Jersey con esos bichos! Seremos la sensación ― Arthur finge no darse cuenta que mentía descaradamente y le sigue el juego.
― Podemos darle uno a tu madre, que le encanta ser el centro de atención cuando sale con sus amigas.
― Y comprarle unos cuantos vestidos, esa mujer se volvería loca.
En medio de la gente, Arthur se sentía asfixiado, mucho ruido. Muchas risas. Mucho miedo. Alfred seguía recto, sin rumbo fijo, sus pasos iban en automático.
Arthur le dio la mano, haciendo que el otro se detuviese.
― Los monos están allá ― Señaló un letrero húmedo y viejo que indicaba una escalinata, selva adentro.
El calor de la mano de Arthur, que resultó como una chispa de calor, desapareció cuando fue soltada. Arthur se adelanta y Alfred lo sigue.
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Los monos saltaban sobre Alfred y manoseaban sus lentes, otro más pequeño estaba tironeando ese mechoncito anti-gravedad y otro, más osado, le tocaba el trasero casi como si fuera un tambor.
Arthur quien pagaba en esos momentos por unas bolsitas de comida, observaba con cierta risa y pena como el americano era manoseado por los pequeños simios que saltaban desde los árboles a jugar.
― Parece que les resulta interesante su amigo ― Dijo el vendedor en un mal pronunciado inglés. Arthur asiente.
― Comprenden que es uno de ellos, un simio cualquiera.
Alfred da un grito cuando un mono le muerde una nalga y Arthur no pudo evitar dar una carcajada. El chico lo mira ofendido.
― ¡Me mordió el trasero! ¡Me mordió el trasero y tú te ríes! ¡Me siento profanado por un mono! ― Arthur siente que los papeles se invierten y que en verdad él tendría que estarse quejando y Alfred riéndose de él. Le da una bolsita con fruta, sin quitar esa felina sonrisa suya.
― Tienen hambre, pero tranquilo que no comen humanos… menos violan a uno ― Alfred recibe su bolsita y los monos se acercaron, mirando las frutas con avidez.
El americano rodó los ojos.
― No comerán ingleses porque se intoxicarían, pero no sé con americanos.
―… ¿No será algo referente a mi comida, o si?
Por un momento, por un mísero momento, parecía volver a la normalidad. Algo. Una pizca.
Se sienta y los monos le siguen, fijos en los trozos de fruta. Arthur estaba de pie frente a él, aguardando. Con un aire de torpeza, solo atina a dejar sus brazos estirados al lado de su cuerpo, mirando las reacciones de Alfred.
Y la oscuridad de Alfred volvió cuando se quedaron demasiado en silencio.
Soledad.
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― ¡Dos ampollas de atropina!
Unas manos deslizándose por su campo de visión.
― ¡La norepinefrina no hace efecto!
Todo está perdiendo color.
― ¡El desfibrilador por la mierda, cárguenlo ahora!
Se vuelve borroso.
La sangre está dejando de correr por las sabanillas del pabellón.
― ¡Dopamina, ahora!
El músculo está quieto, enfermo, gastado. No se inmuta ante las descargas.
― ¡Carguen!
Nada.
Nada.
Desesperación.
― ¡No reacciona!
― ¡Carguen!
Sin reacción.
Hasta que las sabanillas caen al piso y el cuerpo abierto se endereza.
Matthew se quita la cinta adhesiva de los ojos.
― ¿Alfred estoy muerto?
Su cuello está salpicado de rojo inerte.
― ¡No, te vamos a salvar!
El hermano menor sonríe.
― Estoy muerto. Muerto.
― ¡No!
― Muerto.
El americano despierta tras un espasmo.
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Es el roce de sábanas y el colchón crujir. Ese ruido despierta a Arthur.
Abre sus ojos, dándose cuenta que están en plena oscuridad, y sólo la luna entra por las persianas abiertas, mostrando la cama contraria con un bulto en una esquina.
―… ¿Alfred? ― Recibe silencio.
Es él. Puede diferenciar la silueta de su nariz, y una parte de ese mechón rebelde.
Está despierto, despierto y encogido.
― Soñé con él.
Arthur sabe que esa es una alarma de peligro.
Se levanta.
Alfred solo escucha el susurro de unas sábanas deslizándose y luego el calor rodeando sus brazos. En otro momento habría actuado distinto, pero ahora sólo deja caer su cabeza en el hombro suave de Arthur, del mismo modo que lo hizo cuando estaba en medio del mar.
El dolor lo estaba matando. Lo estaba volviendo loco.
El instinto de Arthur le dijo que Alfred estaba a punto de romperse como un vidrio con muchas trizaduras. Y que hoy, hoy más que cualquier otro día, era el peligro más grande.
De rodillas, abrazándolo, le acaricia la espalda, sin saber cómo será capaz de que salga de esto, Arthur se maldice, sintiéndose incapaz de decir las correctas palabras de consuelo.
Sólo queda abrazarlo más fuerte. Tratar de que con el contacto, sean capaz de fusionarse y poder transferir parte de su dolor, para hacerlo todo más soportable. Cargar con ambos.
Arthur sabe que todo está muy mal, cuando siente los brazos de Alfred asfixiándolo, en un abrazo férreo, y las lágrimas cubren su hombro desnudo.
― ¡Asesiné a mi hermano! ¡Sabía que la operación no funcionaría y la acepté igual! ― Grita en su oído, casi rompiéndole el tímpano. Era un gemido desgarrador, de sufrimiento contagioso. La congoja y la angustia era tan fuerte como una enfermedad. La peor enfermedad. Dolorosa, permanente y cruel. Arthur lo toma de la nuca, atrayéndolo más a su hombro, ahogando los sollozos.
Estuvo así por horas.
En la salida del sol, amainó su tormenta y Alfred se quedó dormido. Dormía abrazado a Arthur, quién apenas y había sido capaz de respirar en todo este tiempo. Los dedos de Alfred estaban marcados en la espalda blanca y con pecas del inglés.
Arthur con ojeras moradas, siente que la realidad le está pegando más fuerte que nunca y no sabe cómo soportarlo.
Unas pocas lágrimas caen de sus ojos, humedeciendo el cabello miel de Alfred. Tiene que ser fuerte, lo sabe. Lo sabe, está plenamente seguro. Pero no sabe qué hacer. Las fuerzas se le están acabando.
Matthew… ¿Qué harías si los descubrieras así?
En el cielo, mirándolos. ¿Lloras por ellos, como ellos lloran por ti?
¿Podrás perdonar sus errores?
― Necesito fuerzas ― Susurra, con las gotas recorriendo silenciosamente sus mejillas.
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Notas: Los nombres de medicamentos de la operación son un anestesico general y una combinación neuroleptoanalgésica. Igual estoy segura que deben haber unos mejores para pacientes de la condición de Matthew, pero no soy tan genial para saber :B
Los otros son un anticolinérgico y dos adrenérgico, se usan para el corazón :3
¿Sería mala idea si vengo con un one-shot ArgChi o PeChi?
