LA RECONSTRUCCIÓN

Este es un fic acerca de la reconstrucción de Hogwarts. Lo más seguro es que encuentren MUCHAS cosas fuera del canon, pero espero que eso y los "horrores" de dedo no les impidan seguir leyendo.

El OMNIPRESENTE Disclaimer: El presente trabajo se basa en caracteres creados originalmente por J. K. Rowling, quien ha cedido algunos derechos a ciertas personas /empresas entre las que afortunada o desafortunadamente no me encuentro. No recibo ningún beneficio económico por trabajar en esto. Pero puedes recompensarme con un comentario (review).

1 Siesta en el Expresso de Hogwarts.

Muggles. Lleno de muggles despreocupados. Gente que jamás en su sosa vida vería una varita chispeante de odio apuntándoles al pecho. Y entonces, sólo durante un breve instante, deseó ser uno de ellos. Una irónica sonrisa de medio lado acompañó su siguiente pensamiento. "La Guerra te cambió más de lo que quisieras, ¿verdad, Draco?" La pregunta era retórica. Pero después de su corta estancia en Azkaban, se había acostumbrado a hablar consigo mismo. Tratando de distraerse miró a su alrededor. Todo estaba tan igual. Sólo él había cambiado.

Se dirigió con paso rápido hacia la pared de ladrillos y se encontró en el vacío andén 9 y ¾. Había llegado temprano a propósito para evadir encuentros que, como mínimo, serían incómodos y como máximo… bueno, no en vano llevaba su chaleco de piel de dragón reforzada. Llegó al último vagón dispuesto a encerrarse en alguno de los últimos compartimientos. Se sorprendió al ver que el compartimiento de enfrente ya estaba ocupado y con las cortinillas echadas. Tenía un par de ideas acerca de quienes podían ocuparlo y por lo mismo se apresuró a meter su baúl junto a la jaula de su nueva lechuza negra. Se sintió tan aliviado al cerrar la puerta y las cortinas tras él que sólo se dejó caer sobre el asiento, tratando de relajarse. Pero su tranquilidad duró poco, ya que casi de inmediato recordó que para estar más seguro debía cerrar también las cortinas de la ventanilla. Se levantó y entonces descubrió algo que su prisa por encerrarse le había hecho pasar por alto: un bulto oscuro recargado sobre la ventanilla. El sol que entraba no le dejaba ver bien de que se trataba, así que se acercó y su sorpresa aumentó con cada paso: se trataba de otro pasajero, un desconocido con toda la desastrosa facha de un hijo de muggles… indigente. Su sorpresa se convirtió en un sentimiento entremezclado de ira y desconcierto. "¿Cómo rayos no te diste cuenta de que ya estaba ocupado, Draco?" Maldijo su suerte por lo bajo y evaluó las opciones.

"No. 1 Buscar otro compartimiento"."Draco, ¿no oyes las voces en el pasillo? La huida YA NO es opción."

"Ok, si no hay más opciones, yo voto por quedarse y tratar de no espantar al pequeño muggle"

"Moción aceptada".

Y de nuevo, la voz en su cabeza le puso los pies en la tierra. "¿Huir de qué? ¿De un desconocido con toda la apariencia de un indefenso hijo de muggles? ¡Además, está dormido! Por otro lado, te conviene, porque lo más seguro es que no tenga ni la más remota idea de la Guerra ni de que tu anduviste metido hasta el cuello en ella" Draco reflexionó por un momento y concluyó que la Guerra lo había dejado paranoico. Lo único que debía hacer era mantener una prudente distancia y no bajar la guardia. Con este propósito en mente, se atrincheró en el extremo opuesto del compartimiento donde permaneció un buen rato sin dejar de observar al extraño. Vestía pantalones y sudadera de un color gris indefinido, y se cubría la cara con uno de esos ridículos sombreritos muggles con visera. Su cabello oscuro, sobresalía en mechones picudos e irregulares Concluyó que debía tratarse de un estudiante de primer año, debido a su estatura y la forma en que vestía. Luego comenzó a observar su equipaje, conformado por dos grandes cestas de mimbre y un baúl tallado donde se podía leer un nombre "Jill M." Era gracioso que sus apellidos tuvieran la misma inicial.

Un maullido ronco atrajo su atención. Un gato siamés de grandes ojos azules se hallaba sentado a su lado, mirándolo interrogante. Draco estaba indeciso entre patearlo o petrificarlo para que dejara de molestar, cuando otro maullido, esta vez proveniente del equipaje de su compañero de compartimiento lo hizo voltear. Era un gato blanco, de ojos verdes, que se estiraba como si acabara de despertar. No pudo evitar pensar que dos gatos petrificados eran mejor que dos gatos fastidiosos, y casi sin pensar, alzó la varita. Estaba a punto de pronunciar el hechizo, cuando se le ocurrió que gritar "Petrificus totalus" podía despertar al presunto dueño de los gatos, así que decidió hacerlo de forma no verbal. Dicho y hecho. Sólo que no funcionó. Los gatos seguían tan campantes, mirándolo como si de un momento a otro fueran a echarse a reír. Intentó de nuevo, concentrándose con furia en el hechizo, y el resultado fue el mismo: nulo. Entonces, el gato siamés comenzó a acercarse a él y Draco se corrió en el asiento. El gato blanco lo vigilaba de cerca, pero sin trepar al asiento.

Unos momentos después, Draco se hallaba acorralado entre la ventanilla y ambos gatos, sentado justo frente al desconocido hijo de muggles que no parecía percatarse de nada. La mente de Draco trabajaba a mil por hora, tratando de comprender como y por qué ninguno de los hechizos verbales o no verbales que había intentado afectaba a los gatos. Decidió guardar su varita, ya que había probado ser tan útil como un pedazo de gis blando. En cuanto se relajó, los gatos hicieron lo propio. Y entonces, el tren arrancó.

Como si se tratara de una señal que estaban esperando, ambos gatos treparon al asiento de enfrente y soltaron un fuerte maullido que sorprendió a Draco. Con una rapidez pasmosa, el desconocido sacó de Merlín sabe dónde una delgada flauta y comenzó a tocar. Y antes de que Draco pudiera siquiera hilar un pensamiento coherente, se quedó dormido.

Cuando despertó, lo primero que notó era que el tren estaba inmóvil, y lo segundo, que ya había anochecido. Escuchó voces y pasos apresurados y finalmente comprendió que habían llegado a Hogwarts ¡y él ni siquiera se había puesto el uniforme! Con la velocidad de un rayo se vistió, y al asomarse al pasillo se dio cuenta de que no era el único que parecía haber tomado una larga siesta en el Expresso. Mientras esperaba a que por fin se vaciara el vagón para poder bajar sin ser visto, dejó que sus pensamientos divagaran. Recordó vagamente que había soñado con dos gatos fastidiosos. Y finalmente salió del compartimiento.