Todo lo cannon que se puede escribir sobre Marvel.
Ya sabéis, nada es mío porque si no no habría retirado las mayas pegadas de ningún traje al pasar los ochenta.
Capítulo 1
Condado de Westchester, 6 de Febrero de 1973
Lo había prometido. Raven se había salvado y él había hecho una promesa. Suspiró y dejó caer la última botella. Hank habría estado encantado de hacer todo aquello, pero Charles sentía que tenía que deshacerse él mismo de parte del desastre, sólo de las botellas, de lo que él pudiera encargarse.
La silla de ruedas chocó contra el mueble de la salita cuando dio marcha a atrás; Charles sacudió la cabeza, frunció las cejas y volvió a ponerse en marcha. No merecía la pena enfadarse. Las cosas eran así ahora, y él parecía feliz incluso en aquél futuro apocalíptico, al menos, consigo mismo.
— Buenos días, profesor.
El saludo de Hank le llegó inesperado desde la puerta y Charles fue consciente de cuánto había logrado tranquilizarse para que los pensamientos del todavía dormido muchacho no hubieran irrumpido como gritos en su mente.
— Ummm… —dudó desde la puerta— ¿necesita… ayuda?
— No, Hank, no te preocupes. He llamado a un servicio de limpieza —le dijo con despreocupación—, vendrán en un par de horas. Nosotros nos iremos a un hotel a Nueva York… creo que tenemos que poner algunas cosas en orden y empezar a hacer algunos arreglos ¿verdad?
La sonrisa, con un brillo de la esperanza y el carisma del antiguo Charles y un poco de la tristeza conocedora que acompañaba siempre al nuevo, fue para Hank un río claro y fresco en mitad del más cálido de los desiertos.
Contestó con una sonrisa todavía más grande.
Mansión X, 8 de Marzo de 1973
Las primeras conexiones a Cerebro fueron lentas y pesadas. Sin la adrenalina y la necesidad de encontrar a Raven, Charles se dio cuenta de que necesitaba afinar sus aptitudes y volver a colaborar con todos aquellos sentimientos: la puerta volvía a estar abierta a todas las emociones, pero todavía era pequeña y dolorosa y entraban por ella precipitadamente. A veces se sentía exactamente así, como si una puerta de doble hoja se hubiera abierto en su sien y todas aquellas figuras astrales quisieran entrar gritando y corriendo por ella. Obligarlas a ser ordenadas y a permitir el paso sólo a las que él eligiera era un trabajo que debería volver a aprender a hacer y a perfeccionar.
Pero lo haría, porque había hecho una promesa: Scott, Tormenta, Ángel, Jane… los nombres, sus voces, sus caras y algunos recuerdos casi nítidos del anciano Profesor Xavier habían quedado grabados en su cabeza. Los encontraría, y encontraría a Lobezno donde fuera que Erick lo hubiera lanzado.
Con esa determinación, Charles tomaba una taza de té caliente y oloroso frente a la ventana de su estudio. Se había afeitado y se había recortado un poco el pelo, casi tan arreglado como cuando se había doctorado en Oxford, años atrás. Lo justo para volver a quererse un poco a sí mismo y para no caer en la mentira de que todo había vuelto a quedar igual.
Con un movimiento lánguido, dejó la taza sobre su plato y tomó el New York Times. Leía el periódico todas las mañanas después de forzarse a utilizar a Cerebro durante las últimas horas de vigilia, cuando las mentes estaban más calmadas y tranquilas y él se sentía menos invadido.
Bronx, 7 de Marzo, 9:30 PM
Un ajuste de cuentas o una travesura adolescente ha causado un peligroso accidente en los arreglos de las vías del tren a su paso sobre el Río Bronx. La grúa que efectúa las labores de remodelación zozobró sobre sí misma cuando las obras ya estaban detenidas y se desplomó sobre un grupo de jóvenes y personas sin hogar que pasaban la noche junto al río, bebiendo ilegalmente en las zonas públicas. No se lamentan heridos.
Se desconocen las causas del desmorone de la grúa, que ha quedado inservible, partido su brazo en dos mitades que presentan signos de abrasión, pero ha sido detenido uno de los jóvenes que allí se encontraba. La policía no ha querido desvelar los motivos y sospechas de su encarcelamiento, pero se presume un accidente durante una disputa o una apuesta realizada bajo los efectos del alcohol.
Charles observó la noticia unos segundos con el ceño fruncido y los ojos claros fijos en las letras de tinta. Había algo allí que le gritaba por atención, pero no era capaz de verlo. La palabra "abrasión" destacaba sobre las demás y la vista iba directamente a ella.
De pronto, se hizo la luz. Acababa de encontrar al joven Scott Summers.
Mansión X, 27 de Marzo de 1973
Dos meses.
Habían pasado dos meses exactos desde la firma del Tratado de Paz en París y Charles ya había cumplido parte de su promesa. Sabía que, en el fondo, era una promesa de por vida: hasta el año 2023 cuando Logan volviera para pedirle cuentas. No obstante, haber encontrado ya a Scott y a Ororo le confería una tranquilidad y una sensación de victoria que ni siquiera sus dolores físicos podrían paliar. Intuía que para acercarse a Jane y a Warren faltaba tiempo aún, eran demasiado jóvenes y todavía no era su momento.
De todas maneras, la escuela había comenzado a funcionar. No sabía exactamente los pormenores de sus actos en su otro futuro, pero estaba bastante seguro de que no todo había transcurrido de aquél modo.
Además del fiel Hank, el serio y joven Scott y de la traviesa Ororo, la Escuela para Jóvenes Talentos de Charles Xavier contaba con algunos otros habitantes: Alex había regresado con ellos cuando Charles fue capaz de hacerse espacio en sus pensamientos oscuros y desgarrados, era el único superviviente, además de Raven y de Erick, de la antigua Hermandad de los Mutantes; también contaban con Elisabeth Merrytown, casi de la edad de Ororo, con uñas de gato en las manos y en los pies y unas incipientes orejas felinas bajo el espeso cabello; y con Chris Bradley, un divertido adolescente con electroquinesis.
— ¡Profesor! ¡Profesor! —oyó gritar en medio del llanto a Elisabeth antes de verla correr girando la esquina de la terraza— ¡Profesor, dígale que pare!— con las manos en los ojos, la niña se colocó junto a él y presionó su frente contra el hombro del profesor.
Corriendo por la misma esquina, apareció Alex, con las cejas fruncidas y sus pómulos marcados por la mala alimentación de los meses anteriores.
— Te dejaré en paz en cuanto me lo devuelvas, niñata — le espetó al acercarse, tendiendo la mano a la espera de algo.
— ¡Pero no es justo! ¿Por qué yo no puedo verlo? —se quejó la niña, mirándolo con enfado.
— ¡Porque es mío y nadie tiene permiso para entrar en mi habitación!
— ¡Pero todo el mundo lo ha visto menos yo!
— ¿Que todo el mundo…? —musitó Alex, dejando caer la mano y blanco como el papel.
Tratando de ser paciente, Charles puso los ojos en blanco y apoyó la sien en su mano izquierda. Respetaba profundamente los pensamientos de los demás, especialmente de los chicos a su cargo, pero no tenía cuerpo aquella tarde para aguantar los problemas de convivencia entre la consentida Lisa y el huraño y picajoso Alex.
Las imágenes aparecieron rápidas en su mente: Elisabeth cuchicheando con Ororo junto a la puerta del muchacho, risas cómplices y Ororo corriendo a abrazarse a Alex cuando este salió. Elisabeth entrando a hurtadillas en la habitación cuando Ororo y Alex desaparecían por el pasillo, un registro rápido de cajones en la habitación vacía y ordenada, y, finalmente, el premio: una llave pequeña y estupenda para la caja de latón que había sobre la mesita de noche. El Profesor vio a Elisabeth saltando diestramente por la ventana y llegando junto a las puertas de cristal de la sala, con tan mala suerte de hacerlo justo cuando Ororo y Alex salían al exterior.
— Ella no tiene la caja —le dijo a Alex. El chico seguía blanco y sus palabras, en lugar de tranquilizarlo, sólo parecieron asustarlo profundamente—. Se la tiró a Ororo cuando echaron a correr. Elisabeth, dale la llave a Alex, por favor.
Charles intentaba darle liderazgo a sus órdenes, pero sabía que la mayor parte del tiempo seguía pareciendo un poco jocoso y que sus palabras a veces desentonaban con el aire serio que creía que debía transmitir.
Con un golpe azorado de la punta del zapato contra el suelo, Elisabeth asintió y le tendió la llave que había guardado en el bolsillo de su chaqueta, pero Alex no la cogió.
— ¿Quién más lo ha visto? —espetó con un gallo en la voz.
Elisabeth apartó un momento la vista, tal vez buscando a Ororo, y tardó en musitar:
— Vimos a Hank arreglándola en el laboratorio… ¡sólo queremos saber qué hay dentro!
— ¿A… A Hank? —musitó, espantado.
Charles se sostuvo nuevamente la frente con la mano, pero sin intención ninguna de entrometerse en nada. No quería saber qué nuevo problema se iba a crear entre Alex y Hank, y sabía que de todas maneras le salpicaría.
— Elisabeth, pídele perdón a Alex por meterte en su intimidad y Ororo y tú vais a escribir unas reflexiones de quinientas palabras cada una sobre por qué no debisteis hacerlo —le dijo, tomando la llave de su mano y esperando a que la niña se disculpara y se fuera.
Alex seguía inmóvil ante él, blanco como una pared y con un leve temblor en las manos.
— P-profesor, yo… —comenzó a decir, pero Charles levantó la mano y le pidió silencio.
— No sé lo que guardas ahí, Alex, es algo tuyo, privado. Pero te pido que por favor no pierdas los nervios cuando enfrentes a Hank. No tengo ni idea de por qué se le ha ocurrido si quiera hacer algo así… —dijo, frunciendo el ceño—, pero lo más probable es que haya algún tipo de explicación y que su delito de verdad haya sido no haberte avisado. No lo estoy disculpando, pero os pido paz cuando arregléis esto.
Increíblemente, Alex asintió y se dio formalmente la vuelta, retomando sus pasos y caminando con lentitud temblorosa.
Suspirando agradecido, Charles cogió aire y levantó la cabeza hasta dejarla reposar sobre el respaldo de la silla de ruedas. Estaba un poco mareado y la brisa fresca de la tarde de marzo parecía ayudar un poco. Al menos se sentía menos oprimido y parecía respirar mejor. ¿Quién habría imaginado que detener las inyecciones iba a causarle un estado de mono meses después?
Él mismo habría pensado que la abstinencia de alcohol -que había seguido rigurosamente- sería la causante de algún posible problema cuando dejara su melancólica vida de los últimos dos años atrás, pero las aparentemente inofensivas inyecciones de Hank habían guardado un as en la manga todo aquél tiempo. Le habían permitido andar a cambio de sus poderes, de su esencia, y aún así todavía le cobraban intereses. Los mareos, la debilidad y algunos vómitos habían empezado a manifestarse a principio de la semana pasada, casi medio mes atrás, y un estudio de Hank, un poco incongruente pero válido, habían señalado pequeñas alteraciones en la sangre, restos de un ADN que no era propiamente el del Profesor, vestigios de lo que había sido al modificarlo para recuperar la movilidad.
No supo cuanto tiempo estuvo allí, pero en algún momento fue nuevamente consciente de donde estaba y de que le castañeaban los dientes. Ya no había sol, pero todavía había cierta claridad y Charles se espabiló rápidamente. Dirigió con cierta frustración la silla hasta las puertas de la terraza, tratando de no pensar en que al aparato le daba igual la prisa que él tuviera, nunca podría correr con aquello, por mucho frío que hiciera.
Sacando de un plumazo los pensamientos oscuros, Charles abrió las puertas de cristal correderas y entró en su despacho. El calor de la calefacción y el olor de algún guiso especiado y con mucha zanahoria le llenaron el pecho con una mezcla de afecto, añoranza y cariño que se ganó una sonrisa. Siguió dirigiendo la silla a lo largo de la Mansión, girando las esquinas que cada vez le era más fácil tomar y alcanzando finalmente la reestructurada cocina.
— Buenas noches, chicos —saludó.
— ¡Íbamos a ir ahora a por usted, Profesor! —exclamó Ororo, mirándolo de pié en un taburete— ¡Alex ha hecho un postre que huele muy bien!
Curioso, Charles repasó con la vista a los chicos que ya estaban allí. Scott estaba terminando de poner los vasos a la pequeña mesa de la cocina, donde parecía que iban a cenar, llevando las gafas que Hank había diseñado para él y sus rayos gamma, Elisabeth y Ororo miraban espesantes el horno caliente junto a Chris y Alex y Hank se mantenían a la mayor distancia posible entre ellos, uno concentrado en remover el guiso y el otro sentado en su lugar, jugueteando con un cubierto y esquivando cualquier mirada.
— Si esto sigue así vamos a tener que mandarte a Francia, Alex, un talento como el tuyo no debe desperdiciarse —le alabó, con cierta risa.
El muchacho gruñó algo y les ladró que se apartaran para llevar la olla al centro de la mesa. Con el semblante enfadado, sirvió los platos de todos y escuchó con paciencia las exigencias de Lisa sobre cuantas patatas quería.
— ¡Oh, Alex! Realmente está delicioso —exclamó el Profesor, con total verdad—. No esperaba que supiera la mitad de bien que huele, pero… —dejó la frase ahí y volvió a llevarse la cuchara a la boca.
Durante unos minutos, todos comieron en silencio. El guiso estaba delicioso y la mayoría habían tenido un día agotador. Scott, animado por Charles, había decidido hacer las pruebas de acceso a la Universidad… con una recomendación del Profesor, casi cualquiera abriría sus puertas para él, incluso las suficientemente cercanas como para asistir a clase y volver a la Mansión para cenar.
Alex seguía enfrascado en el control de sus poderes, que había sufrido un retroceso tras las persecuciones de Bolívar Trask y la muerte de Ángel y Banshee, y había pasado la mañana entera en el nuevo gimnasio de la Mansión, liberando la tensión para las prácticas con el traje de Hank por la tarde; y después había estado persiguiendo a Ororo y a Elisabeth, por supuesto.
Hank también había tenido un día cansado, estaba desarrollando algún tipo de transporte que les permitiera mayor autonomía que el jet, que no necesitara una larga pista de aterrizaje y permiso para utilizarla… algo similar al avión que ya había diseñado para la CIA, pero que consumiera menos. Sobre eso, Chris había sido de gran ayuda, con su capacidad para crear y no sólo reconducir la energía eléctrica, estaba siendo el conejillo de indias de Hank mientras trataba de aprender a controlar los dolores de cabeza que los campos eléctricos le creaban.
Sí, todos habían tenido un día duro, incluso Charles, que con su malestar apenas conseguía mantenerse tres o cuatro horas sin tener que luchar contra las voces que se precipitaban en su cabeza, por muy tranquilo que estuviera.
— Me alegro de verle comer así, Profesor —le dijo Scott mientras veía como se volvía a servir—, hace por lo menos cuatro días que no lo veía terminarse un plato.
Hubo un breve corrillo de asentimientos y Charles los miró a todos con sorpresa y el ceño fruncido.
— Creo recordar que Hank y tú os encargasteis de la cocina toda la semana pasada… puede que eso explique mis platos a medio comer —le respondió con los ojos entrecerrados.
El chico pareció entender y apartó la vista, volviendo a centrarse en su plato humeante. Alex posó la cuchara y dio por terminada su cena, sin tratar de hacer ningún comentario hiriente contra Hank, que también se había visto envuelto en la provocación del Profesor.
— Alex ¿qué hay de postre? —preguntó Ororo, asomándose sobre la silla de Charles.
— Cuando todos hayan acabado, lo sacará y lo verás… —le contestó sin ganas.
Sorprendido, Charles pensó en que era la segunda vez que Alex rechazaba entrar en conflicto en tan sólo unos segundos. La respuesta no había sido amable, pero se alejaba de acusación como "algo sólo para niños buenos" o "para ti, que eres una ladrona, sólo cola de rata" que ya había oído antes. No fue el único en percatarse, porque Scott también lo miró fijamente.
Alex y Scott habían desarrollado una extraña relación en aquél último mes. No eran demasiado cercanos, pero repentinamente, alguno tenía un gesto de alta complicidad, como darse el objeto que el otro necesitaba antes de haberlo pedido o súbitamente saber algún extravagante gusto del contrario. Charles tenía una sospecha bastante fundada de lo que podía causar aquello, porque los dos chicos compartían una variante del mismo poder, pero ninguno había dado muestras de reconocerse, ni siquiera en las breves intervenciones en sus mentes que el Profesor había hecho.
— Oh… traed los platos aquí —les exigió Chris cansado de la impaciencia de las niñas, que no habían dejado de quejarse y preguntar mientras Charles se perdía en sus observaciones—. Yo os daré un cacho de postre, a ver si os atragantáis con él, pesadas.
Con una manopla abrió el horno y un olor dulce y sabroso aplastó el aroma de la carne y de las hierbas. Las niñas exclamaron emocionadas y se relamieron mirando por encima del respaldo de las sillas cómo Chris sacaba la bandeja.
Charles estaba también de espaldas al horno, pero el olor lo atravesó como una lanza y le cerró la garganta. Era amargo y se quedaba pegado en la parte de arriba de la nariz. Asqueado, torció el rostro mirando al suelo.
— ¿Profesor…? —Frente a él, Hank se dio inmediatamente cuenta de su mala cara.
— Ese olor… —murmuró, tirando de la palanca de la silla hacia atrás y alejándose de la mesa.
— ¡Tiene la cara verde!
— ¡Va a vomitar!
Las niñas a su lado exclamaron y se llevaron las manos a la boca, pero Charles no les prestó atención, sintiendo que decían la verdad. Con una disculpa apresurada, salió de la cocina y buscó huir del olor del chocolate. Un poco mejor, tras girar la esquina del pasillo y boquear en busca de aire que se llevara las arcadas, Charles maldijo en voz baja:
— Maldita abstinencia…
Mansión X, 1 de Junio de 1973
— Hank —llamó, tratando de mantener totalmente la calma en el laboratorio— ¿tú entiendes… entiendes el disparate que estás diciendo?
Blanco como el papel y mostrándose casi más asustado de lo que Charles se sentía, el chico asintió al tiempo que su piel tomaba un leve color azulado y la barba empezaba a despuntar.
— He hecho la prueba nueve veces, Profesor —le susurró, tartamudeando—. Todas han dado…
— Hank —repitió con voz clara—, eso no es posible.
El chico, que seguía azulado, se pasó los dedos por el pelo, nervioso.
— Profesor, es posible que hasta ahora no haya sabido de esta mutación que…
— Mis poderes son mentales —le espetó, echándose hacia delante en la silla—, totalmente mentales. Nada físico. ¡Nada! Ni siquiera telequinesis, Hank. Mentales.
— P-pero…
— ¡Mentales Hank! —le gritó, tirándose hacia atrás—. Totalmente mentales…
El chico se mantuvo en silencio un momento, mientras Charles miraba la pared de la izquierda sin ver nada, sin pensar en nada, porque si pensaba en la locura que Hank estaba diciendo, se daría cuenta de que no era una locura y esa posibilidad se abriría como una grieta en una presa.
— P-pero… —volvió a empezar el chico, tartamudeando más que antes— s-si no fueran sólo mentales… ¿usted podría…? ¿hay posibilidades de que…? S-sería hace c-como… cuatro meses, c-cinco meses… por ahí… tal vez…
Las palabras de Hank fueron como una losa de plomo frío que calló sobre Charles y se adhirió a cada pliegue de su piel. Con voz helada, defensivo, le dijo:
— ¿Me estás preguntando si hace cuatro meses eché un polvo, Hank?
Había sido amargo y chulesco en sus palabras y, tal vez por eso, el tímido Hank fue capaz de hacerle frente.
— En realidad me refiero si hace cuatro meses tuvo relaciones sexuales como pasivo de un hombre, Profesor.
Charles notó cómo se le habría lentamente la boca, pero fue incapaz de cerrarla durante unos segundos, mientras miraba a Hank con los ojos casi desorbitados. Repentinamente, notó el fuerte calor del rubor en las mejillas y fue capaz de boquear. Cerró con fuerza la boca por fin e hizo girar la silla, huyendo del laboratorio, pero Hank fue más rápido y, haciendo otra cosa que Charles jamás habría esperado, cogió los mangos de la silla y lo detuvo, girándola de nuevo hacia él.
— ¡L-lo siento, Profesor, pero t-tiene que ser sincero! ¿Entiende lo que está pasando? P-podría ser peligroso para usted, podría… no sé. Tenemos que hacerle una ecografía y tiene que ser sincero conmigo —le dijo, con una nota aguda de desesperación que hacía mucho que Charles no le oía.
Nervioso, casi incapaz de reaccionar, Charle enterró la cabeza entre las manos y asintió. Ambos se quedaron en silencio unos instantes, tratando de aceptar lo que llevaban casi una semana negando.
— Entonces… ¿fue Logan? —preguntó al final Hank, con un hilo de voz.
Confundido y atribulado, Charles negó con la cabeza. Oyó al muchacho gemir, perdiendo la última esperanza de que aquello no estuviera tomando el curso que creía.
— V-vale… pero… pero hubo un… hubo otro p… hay otro progenitor ¿no?
Incapaz de mirarlo, Charles volvió a asentir.
— P-pues bien, de momento d-da igual quien sea y… y si no lo necesitamos para alguna p-prueba o algo no importa su nombre ni nada. Ya sabemos todo lo que necesitamos, y es que hubo carga genética predispuesta a crear vida. Es lo que importa.
Charles asintió, sintiéndose nuevamente mareado.
— Tenemos que conseguir una máquina de ecografías y… y cuando sepamos más veremos cómo evoluciona todo esto y…
— El Charles futuro nunca me dijo nada de esto, no pude ver nada de esto, ni en él ni en Logan —le interrumpió con un murmullo.
Hank se quedó otra vez en silencio, mirándolo desde la altura de sus piernas en pie, sólo pudiendo ver su espeso cabello ondulado y la curva de su nuca expuesta.
— En el otro futuro, u-usted y Erick no se… no se vieron en mucho tiempo…
Decir su nombre fue difícil para Hank, pero escucharlo fue como un golpe para Charles. La realidad llegó a los dos.
— Eso debe ser, sí… —admitió, largo rato después, mientras los dos se mantenían quieto—. Eso debe ser…
Mansión X, 26 de Junio de 1973
Elisabeth se había marchado aquella misma mañana con sus padres. El periodo escolar había terminado y ella era la única con una familia estable que deseaba pasar al menos unas semanas con su hijo mutante. Charles, y el resto de la casa, sabían que Elisabeth no saldría a la calle en las cuatro semanas que iba a pasar con su familia, pues las orejas se habían hecho visibles del todo y una cola incipiente había aparecido en su baja espalda, pero podría aprovechar aquellas semanas para ser mimada y consentida y sentir el cariño de una familia real.
Nunca, en ningún caso, Charle había querido que ninguno de aquellos chicos pensara en él como en un padre. Él era su profesor, su albacea de ser necesario, su tutor, su mentor, pero nunca un padre. Las relaciones con los padres eran distintas, la lealtad se diluía entre los acuerdos, el respeto se entrelazaba con el cariño y los sentimientos giraban en torno un amor inexplicable e incuestionable. Charles quería que los chicos fueran libres, que siguieran su doctrina de convivencia por convicción, tal vez por lealtad a él, pero nunca por una deuda.
Con Alex y Hank, que lo habían visto empezar todo aquello, había sido relativamente fácil, aunque intuía que los dos lo sentían tan cercano como a un hermano mayor y excéntrico, sobretodo Hank, que había desarrollado una lealtad y un cariño por él que sólo podían ser fruto de la propia bondad del chico, que había visto en él algo mejor de lo que realmente era. Chris, por otra parte, había convivido con sus padres demasiado tiempo como para albergar sentimiento así hacia él -o hacia cualquiera-, había llenado el espacio de padre tiempo atrás y no necesitaba anclarse a otra figura. Por ello, le preocupaba la relación que podía terminar desarrollando tanto con Scott como con Ororo.
Scott era casi un adulto, tenía diecisiete años, pero había estado solo todo el tiempo que recordaba y había sufrido a manos de un médico casi lo que Erick en su día. Charles no quería dejarlo lamerse sus heridas solo, ni mucho menos, pero tampoco quería que un día el chico se viera forzado a quedarse a su lado pensando en que, como a un padre, le debía amor y lealtad. Charles quería que fuera libre, pues no le debía nada.
Por otra parte, Ororo era pequeña todavía, tan sólo doce años, y había crecido en las calles robando carteras. Sería tan fácil para ella verlo como un padre: cuidaba de ellos, mediaba en sus discusiones, impartía cierta disciplina y era considerado el juez y responsable último de todo lo que pasaba; cualquier niño lo confundiría con un padre. Pero Charles no podía ser el padre de todos, porque entonces dejaría de ser el Profesor de muchos y tendría que admitir bajo su ala a cuanto alumno llegase… y todo sería un desastre. Los niños lo querrían y lo odiarían con la pasión que da la familiaridad, algunos se alejarían de sus propios padres, no mutantes, y con el tiempo, algunos se forzarían a sí mismos a complacerlo y a seguir sus ideas, llevando en contra de su propia voluntad, y otros le traicionarían y se irían, posiblemente buscando a Erick, que podría darles lo que ellos anhelaban.
Perdido en sus pensamientos, Charles tardó en darse cuenta de que se oían voces desde la terraza a través de la cristalera de su despacho.
— No es de tu incumbencia, bestia… —decía Alex con desprecio.
— ¡Claro que sí! No puedes irte sin más… hay peligros fuera de esta Mansión y aquí puedes ayudar a hacer cosas buenas…
— ¿Evitar que te comas a las niñas cuando te descontroles? —preguntó con voz amarga.
Hubo un breve silencio y Charles estuvo tentado a salir por la puerta y detener la discusión. Alex era gratuitamente hiriente con Hank, el Profesor sabía, porque sin poder evitarlo había llegado a él, que Alex se sentía incómodo e intimidado por la presencia de Hank, pero eso no excusaba su continuo desdén.
— O que nosotros evitemos que frías a media ciudad la siguiente vez que te pongas nervioso.
Sorprendido por la contestación, Charles se alegró de no haber intervenido antes.
— Vaya, vaya… pero si el monstruito tiene garras… —le dijo Alex, burlón.
A continuación, la sombra de Alex pasó frente a las ventanas y dejó a Hank atrás, todavía oculto por la pared de piedra.
No muy preocupado, porque no había notado verdadera intención de marcharse por parte de Alex en un escrutinio rápido de su mente, el Profesor respiró hondo y se llevó la mano izquierda a la barriga, por encima de su jersey antiguo y desgastado de la Universidad de Harvard.
La máquina de ecografías había llegado una semana atrás, pero había sido casi innecesaria. Charles había notado las ondas cerebrales el día 13 de Junio y cualquier duda que todavía pudieran albergar Hank o él había desaparecido. Un feto se desarrollaba dentro de Charles y por lo que podía sentir parecía totalmente humano.
Las ondas llegaban a él como un sonido bajo y grave, continuo e incesante. Charles podía aislarse de él con pasmosa facilidad, como si pudiera acostumbrarse y dejar de oírlo, pero si prestaba atención, volvía a captarlo con facilidad y apreciar los matices y los cambios que había en él. Junto con las hondas, había llegado la absoluta certeza de que Charles quería tenerlo y de que había llegado su momento para ser padre. Tan absurdo como sonaba para una persona como él y en su situación, tan cierto como era.
También habían traído las primeras y últimas lágrimas que Charles tenía intención de derramar por Erick desde entonces. No tenía intención de permitirle destrozarlo otra vez de aquella manera. Le había roto una vez el corazón y eso le había costado el control sobre su poder, le había roto una segunda vez el corazón y había dejado tras de sí un niño que nunca conocería. Charles había ganado, no le daría una victoria por no saber asimilar la suya propia. Disfrutaría de todo aquello sin preguntarse jamás cómo podría haber sido de otra manera.
Aquella revelación, ocurrida después de una llantina solitaria en la cama de su habitación, mientras se abrazaba a sí mismo y trataba de olvidar que ni siquiera podía atraer las piernas hacia sí, como deseaba hacer, terminó llenándolo de una paz y una luz tranquila que le acompañarían el resto de su vida.
Los chicos de la casa lo llamarían "ese momento" y Hank "la aceptación", pero para Charles siempre sería el instante en el que maduró de golpe lo que, en otro futuro, probablemente tardó año o, también, su punto de "serenidad", totalmente alejado de la ira.
Ororo: es el nombre real de Tormenta, por cierto.
Chris Bradley: lo conoceréis si habéis visto Los Orígenes de Lobezno, es el mutante que controla la electricidad, le llaman Bolt.
Alex y Scott: el mundo de x-men (el mundo de Marvel, en realidad) se desarrolla en distintos planos de forma paralela, aunque a veces interfieren unos y otros, pero todos tienen una secuencia lógica -aunque no respete las leyes de la física-. Alex y Scott son hermanos y Alex no muere en todos los universos, por eso me he tomado la libertad de hacer que en este tampoco. Por cierto, al igual que en el fic, ellos en principio no lo saben porque Scott no recuerda su pasado después de que experimentaran con él en el orfanato del que se escapó antes de llegar a Nueva York y que Charles lo llevara con él.
