Harry Potter pertenece a la ingeniosa, increíble y talentosa J. . Yo solo tomo prestado los apasionados personajes Draco Malfoy y Hermione Granger, para hacerles pasar situaciones.

Ojos que no ven, Hermione que no siente.

1. Donde pan comes, migas quedan

Detalles. Eran simple y curiosos detalles, probablemente coincidencias, lo que le hacían pensar sobre el tema a Hermione. Eran pequeños acontecimientos a lo largo de la semana, elementos que no deberían de estar allí, faltos de explicación alguna.

Detalles que no tenían ni pies ni cabeza, como el clavel rojo que recibía todos sus cumpleaños, el cual reposaba delante de su asiento en la mesa de Gryffindor del Gran Comedor y que nadie sabía de quien o de donde provenía.

Sucesos, como buscar durante horas el libro de 1001 Maneras de Anular Pociones Mortales en las estanterías de la Biblioteca, sin éxito alguno, para el trabajo mandado por el profesor Snape. Después de que la desesperación hiciera mella en la Prefecta al no encontrarlo, pasó por su mesa enfadada con la intención de consultar a la señora Prince, cuando algo la detuvo. Algo muy parecido al libro que estaba buscando.

Caminó dirección a su mesa y observó el libro de tapas oscuras perfectamente dispuesto en su mesa de estudio. Aquella alejada del pasillo, en una esquina al fondo de la estancia, donde siempre se sentaba Hermione, y nadie la podía observar. Se fijó en el libro, mientras se sentaba en la silla. Pareciera como si algo, -o alguien- lo hubiese depositado allí para ella.

Acontecimientos realmente extraños, como aquel día de vuelo en cuarto año, cuando Harry, Ron y ella habían decidido –más bien la habían obligado- caminar hacia el campo de Quidditch para coger las escobas, volar un rato y alejarse de los problemas que suponía el Torneo de los Tres Magos. Alzaron el vuelo, los dos chicos con evidente experiencia, al contrario que la única chica del grupo.

A Hermione nunca se le había dado bien volar en escoba, era algo que desde hacía poco, era racionalmente imposible para ella. Por lo que se sujetó bien al palo de la escoba, cerró los ojos y dio un saltito para comenzar el temido y arriesgado vuelo. Mientras Ron se reía animadamente y subía hacia los postes del campo, Harry volaba velozmente por toda la cancha, desahogándose de toda la presión. Por lo que no se dieron cuenta, cuando una fuerte ráfaga de viento, hizo desequilibrar la pequeña estabilidad de Hermione, haciendo que esta volcara y se soltara de la escoba, cayendo rápidamente hacia lo que sería su muerte.

Llegaron justo a tiempo al suelo del campo, para advertir como su amiga se sostenía de pie, intacta, como si la hubieran depositado suavemente allí, salvándola.

- Muchas gracias, chicos. Estoy bien, estoy bien. Menos mal que habéis lanzado ese hechizo, sino…- se apresuró a decir Hermione nada más ver como Ron y Harry se bajaban de las escobas con cara de preocupación.

Se obligó a formar una pequeña sonrisa, a pesar de que sentía su sangre helada, los dedos entumecidos y las piernas tambaleantes. Notaba todavía el miedo en el cuerpo. No pudo agarrarse bien a la escoba cuando esa ráfaga de aire la azotó y la hizo resbalar. Mientras caía, no pudo pensar en nada, tan solo notar como la fuerza de la gravedad, la llevaba a una muerte segura. Pero entonces noto el hechizo impactar contra su cuerpo, y notar como cada vez la velocidad de la caída se reducía. Notó como el conjuro levitante la envolvió, hasta que apoyó delicadamente los pies en el césped, evitándole un golpe tremendo.

-Si..si nosotros no llevamos las varitas encima Hermione- comentó Ron con visible preocupación mientras la sostenía del brazo, asegurándose que estaba bien.- Yo al menos no, ¿Tú Harry?

Harry negó con la cabeza, bastante extrañado, mientras caminaba hacia el lado libre de Hermione, para certificar el también de que su amiga estaba en buenas condiciones y que no tuviera ningún rasguño o contusión.

-¿Qué? Pero…pero si yo tampoco llevo la varita encima- aseguró Hermione tartamudeando. Sentía la lengua seca, mientras miraba a su alrededor, intentando pillar desprevenido a cualquiera que hubiese lanzado el hechizo.

No descubrió a nadie. Las gradas estaban completamente vacías, al igual que el campo de Quidditch, a excepción de ellos tres.


Extrañas anomalías le habían estado ocurriendo durante todos esos años, y ahora, que Hermione estaba sentada en una de las sillas de la torre de los Premios Anuales terminando de escribir una redacción de Aritmancia, recordó con extraña calidez, cuando empezó todo. Alrededor del segundo año, cuando aquella serpiente de Vincet Crabbe, incansable súbdito de Malfoy, la rompió su preciada pluma de faisán, que hacía poco sus padres le habían regalado por Navidades. Intentó contener sus lágrimas mientras con un giro de varita, petrificaba a Crabbe, ganándose los vitoreos de Gryffindor, las miradas de odio de Slytherin, en especial la de Malfoy, y un castigo por parte de McGonagall.

La tremenda sorpresa ocurrió al día siguiente, cuando se encontró en asiento de Transformaciones, una pluma exactamente igual a la de sus padres, intacta, sin ningún rasguño. No había ninguna nota, ni papel explicándole nada. Tan solo esa pluma nueva.

Hermione sonrió rememorando ese momento, a la vez que se estiraba después de terminar la redacción. No sabia quien estaba detrás de todos esos regalos, ni de todas las veces que la había salvado. Ignoraba si era chico o chica, si era un amigo o una broma de mal gusto que había durado años. Desconocía si, tal vez, se estaba volviendo loca, y todo era culpa de su imaginación.

Solo estaba segura, que sea quien fuere, la estaba, por así decirlo, cuidando.

Sus pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos, al abrirse la puerta de la sala de los Premios Anuales, dejando pasar a Malfoy acompañado de una chica Hufflepuff.

Se estaban besando, más bien devorando, sin ningún decoro. Habían entrado precipitadamente, golpeando la puerta con fuerza, caminando a trompicones hasta que la chica alta y rubia acorraló al Slytherin, subiéndose desesperadamente encima de él.

Hermione rodó los ojos al ver como éste comenzaba a subir sus largas manos por debajo de la cortísima falda de aquella chica desesperada.

Menudo espectáculo, pensó Hermione, mientras se levantaba de la silla, haciéndola chirriar con un sonido agudo. Recogió lentamente sus libros, los pergaminos y el tintero, metiéndolo cuidadosamente en su bolsa.

-Ah, no sabía que ésta estaba aquí. Pensaba que estaría en la esquina oscura de la biblioteca- río chillonamente la rubia oxigenada.

Hermione intentó no bufar, ni soltar una risa irónica al pensar en lo ciertamente patético del comentario. Se limitó colocar la silla en su sitio, hacerse un moño suelto, recoger su cartera e irse dignamente hacia las escaleras que conducían a las habitaciones de los Pemios Anuales, el de Malfoy y el de ella.

Notó como pasaban ampliamente de ella, y retomaban los besuqueos y mordiscos justo después del patético comentario de la chica Hufflepuff, y Hermione no pudo evitar mostrar una mueca de asco. No tenían ningún pudor. Con lo fácil que sería que subieran un par de escalones, se encerraran en la habitación e hicieran allí sus cosas, sin incordiar a los demás o a ella.

Pero no, cada vez que el insípido Malfoy se traía a una de esas pobres chicas, era justamente Hermione, la que debía irse, o a su cuarto, o fuera de la sala. Ellos jamás se iban, Malfoy nunca daba su mano a torcer. Y para ahorrarse tal asquerosa representación, Hermione se veía con la obligación de huir. Jamás les miraba, nunca les decía un comentario, se conformaba con irse y hacer como si no estuvieran allí.

No obstante, y a pesar de las circunstancias y su yo interior que la gritaba que no lo hiciera, no pudo remediar observar a Malfoy mientras salía de allí. Este seguía besando a la chica babosa, pero tenía sus ojos grises bien abiertos y la miraban a ella. A Hermione. No parpadeaba, tan sólo la observaba fijamente, mientras ella subía las escaleras.

Hermione le dirigió una última mirada frunciendo el ceño y se apresuró a esconderse en su habitación de aquella mirada grisácea.


Se estaba muriendo de hambre. Cogió su almohada y se la puso en la cara, estrujándola con las manos. Sentía a su estómago rugir, hambriento por algo de comida. Hermione apartó la almohada de su rostro con enfado y se levantó de la cama.

Llevaba desde el desayuno sin probar bocado. Había tenido un día increíblemente estresante. Llegó tarde al desayuno y sólo pudo llegar a alcanzar una tostada para luego irse a Herbología. Entre la reunión mensual de prefectos que organizaba la profesora McGonagall ese día, y la cantidad de proyectos y trabajos que tenía que entregar la semana que viene, se olvidó por completo de almorzar. Y por supuesto el querido destino quiso que, mientras finalizaba el pergamino en la Torre, apareciera el hurón y su nuevo juguete, haciendo que ella se encerrara por propia voluntad en su cuarto y no bajara en todas esas horas a cenar al Gran Comedor.

Dio una patada enrabietada a la pata de su escritorio y cuando miro el reloj de la estantería, intentó no tirarse de los pelos.

La una de la madrugada. Hacía ya dos horas que Hogwarts dormía, y ella no lo conseguiría aunque quisiera. Así que, haciendo caso a los reclamos de su barriga, cogió la tunica de Hogwarts para así ocultar su pijama, y abrió la puerta de su cuarto cuidadosamente, para no despertar a los dos alumnos en celo- o más bien para que no oyeran que se disponía a salir.-

Bajó las escaleras silenciosamente, e iba abrir ya la puerta de salida hacia los pasillos de Hogwarts dirección a las cocinas, cuando advirtió algo.

Un delicioso bocadillo sobre una bandeja, junto a una manzana y dos grandes vasos de agua y zumo, yacían sobre la mesa de estudio donde hacia unas horas estaba ella sentada.

Vaciló unos instantes, pero el hambre es muy inteligente y vence al raciocinio, así que se acercó al platillo dispuesta a cogerlo y comérselo en su habitación. Que aprendiera Malfoy, o su nueva novia, que dejar las cosas por ahí es de mala educación.

Además, se convenció Hermione, se lo debían. Que mínimo, el estúpido de Malfoy no era dueño de la torre, y ella no estaba obligada por ese hecho a encerrarse en su cuarto y pasar hambre.

Entrecerró los ojos cogiendo la bandeja, convenciéndose que la próxima vez, nadie la movería de su sala, cuando un papelito debajo de la bandeja salió volando hacia el suelo.

Hermione curiosa se agachó aun agarrando la comida y su fuente de supervivencia, y cogió el papelito desdoblándolo enseñando una segura y fina caligrafía.

Lo que leyó le dejó primero sorprendida, luego enfadada, para acto seguido acabar muy extrañada.

'Por muy Sangresucia que seas, no debes de pasar hambre.'

Dejó escapar una risita sarcástica después de subir las escaleras, encerrarse en su habitación y comerse gustosa toda la comida, hasta dejar la bandeja completamente limpia. Antes de irse a dormir y apagar la lamparita, leyó de nuevo la nota, para después arrugarla y tirarlo a la papelera.

Se durmió a la media hora, después de comprender porque sentía de repente escalofríos y un gran nudo en la garganta.

No sabía porque, pero el suceso de la bandeja, le había recordado extrañamente a otros que había vivido.


Espero que os haya gustado, para cualquier cosa, quejas, comentarios, criticas o preguntas, tomates, limones o peras, no dudéis en dejarme un Review.

Para tener a un Draco Malfoy que te mire y observe mientras besa a otra, imaginándose que eres tú, dale a Go.

Os quiere, Hypatiia.