LA IMAGEN DE LA PORTADA NO ME PERTENECE (yo solo la modifiqué un poquitín).


LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN, LOS UTILIZO PARA ESCRIBIR SOBRE ELLOS SIN NINGÚN FIN O MOTIVO DE LUCRO.


Aclaraciones al final.

¡Ojalá les guste!


La vida útil de un demonio

Capítulo 1


Observó a su hermano tratando de dotar a los pequeños dedos de sus manos con una agilidad improbable. Aoba tenía proporciones algo más infantiles que las de un chico común de ocho años, y la poca finura que poseía se reflejaba en sus trabajos manuales. Era malo para trazos, cualquier actividad que tuviera que ver con hacer una línea recta resultaba todo un reto. Y justo estaba resultando un reto acomodar las flores correctamente en el alambre para terminar la pulsera. Había estado trabajando en ella casi desde el alba y pronto llegaría la hora del almuerzo, porque, si bien no era muy diestro sí estaba dotado ―Shiroba debía reconocerlo― de una voluntad testaruda. A pesar de sus carencias solía hacerlo todo mejor que cualquier otro niño de su edad, gozaba de una dulzura que los otros no solían tener.

Con pasos rítmicos se acercó hasta él, detallando el trabajo del contrario una vez estuvo de pie, a su lado. Aoba seguro que notó su presencia, pero estaba tan entusiasmado en la pequeña armazón de su presente que ni siquiera volteó a verlo.

―¿Es para ese chico, Koujaku? ―preguntó Shiroba, con el tono de voz pausado que lo caracterizaba.

Las mejillas del otro se encendieron levemente; con un tono agudo, por completo distinto al de su acompañante, contestó:

―No… es para mamá. ―Infló las mejillas, como si él mismo esperara ser descubierto.

―Mentiroso, es para Koujaku.

―¡No soy mentiroso! ¡Shiroba es mentiroso!

El mentado sonrió: era una pequeña bomba de emociones, resultaba sumamente fácil hacerlo reír o enojarse.

―Pero si yo no he dicho ninguna mentira. No he dicho, por ejemplo, que a Koujaku le vaya a gustar tu presente.

Su hermano menor abrió mucho los ojos, mientras apretaba sus puñitos.

―Claro que le va a gustar ―susurró, al tiempo en que miraba el objeto entre manos, buscando convencerse a sí mismo.

―¿Entonces sí es para él? ―Shiroba mostró una sonrisa maliciosa, y el rostro de su hermano se enrojeció como si la temperatura hubiera aumentado el triple.

Una corriente de viento especialmente fuerte movió el pasto sobre el que estaban parados. Muchos metros alrededor del radio de su casa estaban cubiertos por hierba, y más adelante se encontraba bosque; unos caminos eran más peligrosos que otros si uno no sabía por dónde andar. Shiroba pensó en eso un instante, después escuchó el llanto a gritos de su hermano.

Intentó tranquilizarlo, aun así, antes de que pudiera pensar en algo la voz autoritaria de su madre se escuchó detrás de ellos. Reconocía el tono a la perfección, ella podía ser muy dulce cuando se lo proponía, y a pesar de eso atemorizar un poco cuando no. Alguna ocasión había pensado en cómo alguien sin el scrap podía controlar a otros con sus palabras.

―¿Y ahora qué pasa?

―Shiroba me está molestando ―se quejó Aoba, sorbiéndose la nariz, limpiándose las lágrimas que serían reemplazadas por otras unos segundos después.

―Shiroba, deja eso. Ya tienes diecisiete años, ¿no te parece que deberías apoyar a tu hermano en lugar de molestarlo? ―interrogó su madre, como si estuviera más bien dictando una sentencia.

El hijo mayor solo chistó, enojado.

―Tendrás que limpiar el refugio antes de la cena. Piensa en tus acciones mientras lo haces.

El de cabello blanco no contestó de nuevo, pero se encargó de lanzar una mirada afilada a la espalda de su madre mientras esta se alejaba, cargando en sus brazos al de cabellos azules, quien se aseguró de sacarle la lengua antes de entrar a la casa.

«Maldito mocoso», resonó el pensamiento en su cabeza, al tiempo en que mordía la uña de su pulgar derecho. No podía quejarse porque sabía que había sido su culpa, y sin embargo tampoco pudo evitarlo, sencillamente era un impulso: el ir e incordiar a quien pareciera un blanco.

No pensó más en ello y avanzó hasta el refugio. Sus padres trabajaban con plantas, estudiaban venenos y buscaban curas para el alcance de la región en la que vivían. Existían rumores de que después del mar había lugares enormes, donde no eran plantas sino cemento y metal cubriéndolo todo, pero nadie sabía si era cierto. Él tampoco, había crecido en un alrededor boscoso, por tanto era la única realidad que conocía. A pesar de eso, por las noches pensaba en que no quería morir también ahí, e imaginaba cómo serían esos más allá de los que hablaban los foráneos. Repasaba el cómo sería alejarse del sitio y traspasar cualquier límite que antes lo hubiera hecho dar un paso atrás.

Lejos de quienes quería, para que nunca llegaran a ver lo que se sentía capaz de hacer…

Meneó su cabeza de un lado a otro, suspirando pausadamente, preguntándose a sí mismo por la causa de pensares tan extraños. No era que odiara a su familia, los amaba mucho, haría cualquier cosa por ellos, hasta por el pequeño y su siempre víctima Aoba; sin embargo, por otro lado lo asaltaban emociones que aún sin razón de ser no podían simplemente ser ignoradas.

Comenzó a limpiar los envases y las repisas del refugio, sin prestar verdadera atención a la tarea tan delicada que llevaba a cabo. Se había acostumbrado a mantener una actitud meticulosa cada que entraba a ese sitio, por eso sus padres solo le pedían ayuda a él, y dejaban que sus otros hijos se encargaran de tareas menos complejas, aunque más fatigosas. Aunque, a decir verdad, Shiroba siempre había sido un niño fino, lo evidenciaba hasta en el mínimo hacer, sus manos no poseían ese temblor común que toda persona posee, y sus dedos eran largos, perfectos para moldear y trazar.

Él miró sus manos, más blancas que cualquier otra en la familia, y detalló por un instante las líneas de su palma, que apenas y se notaban al prestar mucha atención. Hubiera continuado haciéndolo de no ser porque un ruido imprevisto lo alteró.

―Sly… ¿qué haces aquí? Sabes que no puedes entrar ―regañó, tratando de ocultar de reciente sorpresa―. Ya sé, vienes a burlarte de mí porque madre me fastidió de nuevo ―dijo, con un tono rasposo. Sly solía ser sobreprotector con su último hermano, Aoba, y festejaba cada que terminaban reprendiéndolo a él por jugarle una broma.

―¿Qué?... No, no es eso ―comentó el otro.

Shiroba notó entonces que parecía alterado; apretaba la tela de su pantalón con fuerza, moviendo también los ojos de un lado a otro, como si esperara que algo apareciera de pronto. Trató de pensar qué podría haberlo colocado de tal humor, pero desistió y lo preguntó directamente.

―Yo, es que ―balbuceó su hermano menor. Tenía quince ―dos años menor que él―, no obstante, con aquel nerviosismo encima se veía casi tan niño como Aoba, con quien de por sí ya compartía demasiadas similitudes.

Shiroba dejó el frasco que tenía en las manos para dar unos cuantos pasos rápidos y ubicarse a unos centímetros del contrario. Lo tomó de los hombros y usando su desarrollada habilidad ordenó:

Cálmate.

Sly abrió mucho los ojos, para luego entrecerrarlos, como adormilado. Pestañeó un par de veces antes de quitárselo de encima.

―Oye, no uses tu scrap en mí, sabes lo que dice papá.

―Es tu culpa, pareces un cachorro perdido. ¿Qué te ha pasado? ¿Con quién te peleaste esta vez?

Como si esas palabras le hubieran devuelto la memoria la ansiedad apresó el rostro de su hermano, nuevamente.

―No, no es nada de eso. ―Pareció querer decir algo más, sin embargo, lo tomó de la mano derecha para jalonearlo hasta la salida, diciendo: ―Ven, si solo te lo digo no me lo creerías.

Shiroba abrió mucho los ojos, manteniendo cierta actitud reacia los primeros pasos, luego su caminar se alivianó y comenzó a seguir a su hermano por voluntad propia. Cada vez sus pisadas eran más rápidas y se vio a sí mismo corriendo una carrera emocionante, con un final que realmente anhelaba conocer. Para poner a Sly tan nervioso algo bueno debía ser, algo nuevo en ese sitio donde nunca había nada nuevo.

En honor a la verdad, lo que Shiroba vio luego de esconderse entre los arbustos, como su hermano le ordenó, fue mucho más que algo nuevo. Sus labios se entreabrieron, y por unos segundos contuvo la respiración: toda su atención debía estar concentrada en aquello. Una figura resaltaba al lado del lago, las puntas de los pies descalzos eran alcanzadas por el agua de la fuente, y todo el cuerpo estaba cubierto de heridas. No parecía nada profundo, solo cortes superficiales que pintaban de carmín cada tanto de piel; aun así, la posición incómoda en que se encontraba y la falta de signos de vida (al menos desde la distancia donde lo espiaban) no dejaba claro si aquella persona había pasado a ser un cadáver.

―¿Crees que esté muerto? ―susurró Sly, estirando mucho el cuello―. ¿Viste esas cosas que le salen de la cabeza? Son como orejas azules. ¿Habías visto a alguien con eso?

―Claro que no, idiota ―insultó, tratando de parecer relajado, aunque era algo que también había llamado su atención.

Sly no se exaltó por el insulto, permaneció concentrado en la figura tendida a unos cuantos metros. Su hermano, por el contrario, no soportó más la espera y se levantó, para ir al encuentro con el desconocido.

―¡Eh! ¡Shiroba! ¿Qué diablos haces? ¡Vuelve aquí, maldita sea! ―Pero mientras más gritaba más se acercaba junto con su acompañante al tercero.

Sly cerró la boca y se mantuvo a un metro de distancia del individuo, en cuanto su hermano llegó hasta este. Se colocó de cuclillas, acercando una de sus manos muy blancas, usando el índice para palpar con suavidad uno de los mechones azulados que adornaban el cabello del herido. Quiso tocar también esas orejas que le nacían de la cabeza, pero un impulso lo hizo levantarse y moverse hacia atrás para evitar el ataque de cinco garras dispuestas a destazarlo.

Shiroba se tambaleó un momento, recuperó el control justo para evitar el siguiente ataque, el cual no llegó a más, pues el otro volvió a caer, esta vez de rodillas contra el suelo. Lo miraba con unos ojos refulgentes, los colmillos en su boca se mostraban como los de un furioso lobo, además de que esas orejas tan inusuales permanecían erguidas en posición de defensa.

―No te quiero hacer nada malo, así que cálmate ―habló Shiroba, colocando una mano frente a su cuerpo al decirlo.

El desconocido gruñó como respuesta, no parecía tener fuerza para algo más.

―Maldita sea, Shiroba, no lo enojes más ―advirtió Sly, quien parecía más exaltado que el mismo desconocido―. Salgamos de aquí ―aconsejó, tratando de acercarse al brazo de su hermano, presintiendo que aquel monstruo se levantaría y cortaría el suyo con esas enormes garras.

―No, déjame, solo está alterado, nos tienes tanto miedo como nosotros a él… como tú a él me refiero. Gallina.

Sly apretó los labios: Shiroba sabía cuánto le dolía que atacaran su orgullo.

―¿Y qué diablos vas a hacer?

El tercero gruñó. Buscaba levantarse de nuevo, pero apenas lograba mantener el equilibrio apoyando una de sus garras en el suelo; con la otra apretaba su costado, como si escondiera algo en este.

―Debe de estar herido ―susurró Shiroba.

―Sus heridas no podrían importarme menos.

Algo parecido a un ladrido emergió de la garganta de aquel hombre, quien, a ojos de Sly, de seguro deseaba devorárselo de un solo bocado.

―Creo que mejor nos vamos ―concluyó el de cabello celeste. No le interesaba que Shiroba se burlara después de su falta de hombría, en ese momento solo quería salir del alcance de esos ojos tan penetrantes.

―Espera, si se enojó significa que entendió lo que dijiste. ―Shiroba dio un paso adelante, y la atención del desconocido volvió a posarse en él―. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? No voy a hacerte daño.

Extendió su mano, brindándola para que se levantara. Lo hizo con lentitud, buscando no alterar al contrario, quien permaneció erguido todo el tiempo y rehuyó volteando la cabeza cuando las puntas de los dedos blancos rozaron su barbilla. Aunque sus labios permanecieron quietos por un instante volvieron a proferir sonidos molestos, y antes de que Sly advirtiera a su hermano la zarpa del desconocido volvió a levantarse en su dirección. Shiroba trató de escapar, pero la otra garra lo tomó del brazo mientras las filosas puntas se hundieron en la piel de su pecho. Tres cortes sangrantes oscilaron pronto en su piel, manchando su traje blanco de rojo, dibujando una rosa de sangre.

Cayó de espaldas y sobre él se posicionó su atacante, mostrando sus colmillos a solo unos centímetros de la piel de su mejilla derecha, pues la izquierda había quedado aplastada contra el suelo. Con el rabillo del ojo observó el rostro de Sly presa del temor, parecía querer moverse, pero el miedo de que el ruido alterara a aquel hombre lo mantenía clavado en su sitio.

El pecho le ardía, pero algo distinto al dolor bullía en su estómago: estaba furioso.

¡TE ESTOY DICIENDO QUE TE CALMES, MALDITA SEA!

Como si él también estuviera dotado con garras, apretó las mejillas con su mano izquierda, forzando al otro a abrir la dentadura hasta que las paredes de su boca se encontraran con el agarre de los dedos. Los ojos de la bestia ahora parecían cohibidos, después se tornaron borrosos, hasta que sus párpados se entrecerraron.

El peso sobre él desapareció, Sly había arrojado al otro hacia un lado, aprovechando aquel momento a favor que el scrap de su hermano les había brindado. Pateó un costado del hombre, y escuchó cómo este soltó un gemido ahogado.

―¡¿Cómo te atreves a lastimar a mi familia, maldita bestia?!

―¡Cálmate, Sly! Cálmate ―gritó, chistando luego al recordar las heridas en su pecho.

―¡¿Cómo quieres que me calme?! ¡Mira lo que te ha hecho! ―casi gritó, arrodillándose para mirar la gravedad de las heridas.

Las manos muy blancas del otro cubrieron la zona con los ropajes.

―No lo ha hecho a propósito. Son solo rasguños. ―Ocultó una mueca de dolor al levantarse, y como si no hubiera aprendido la lección se acercó al tercero.

Este permanecía consciente, a pesar de que apenas podía enfocar la vista. Sly tragó saliva, preocupado porque su hermano mayor fuera tan imbécil, y reprochándose el haberlo llevado hasta ese tipo.

―¿Tienes la mente más clara ahora? ―interrogó Shiroba.

Los ojos contrarios se veían mucho más calmos, y el rubor en sus mejillas le daba a entender que se sentía avergonzado por su actuar, así que acercó de nuevo su palma derecha, acariciando con cuidado el cabello ―nunca había sentido un pelo tan suave, ni siquiera el de Aoba―, para luego palpar sus orejas.

―Se va a enojar de nuevo ―dijo Sly, algo celoso.

―No es mal chico.

―¿Y tú cómo lo sabes?

―Porque lo veo en sus ojos.

Sus miradas se encontraron como si aquella frase hubiera sido un presagio. Shiroba creyó descifrar de nuevo cierta congoja en la expresión, y ello lo motivó a sonreír con calma.

―Tranquilo, no estoy enojado, te ayudaré con tus heridas.

―Creo que será mejor llamar a papá ―dijo Sly, no muy convencido aún de que debieran ayudar a alguien que había herido a su hermano.

―Espera ―lo detuvo. Repasó un momento sus ideas y concluyó que, a pesar de que podrían esconder un secreto, sería imposible evadir las preguntas sobre las heridas y la ropa destrozada―. Tienes razón, es mejor llamarlo, pero primero lo llevaremos a la casona vieja que está cerca, no podemos dejarlo a la intemperie y papá querrá curarme antes que cualquier cosa, lo conoces.

―Yo no creo que… ―Sly se mordió los labios, la mirada suplicante de su hermano no era algo que observara con demasiada frecuencia―. Maldito manipulador ―refunfuñó, levantando el cuerpo del otro, quien lograba mantener cierto equilibrio apoyándose en su hombro, a pesar de que sus párpados permanecían caídos.

―Te recompensaré, lo prometo ―agradeció su hermano, ayudando también, soportando el ardor de las líneas en carne viva.

Suspiró, caminando a paso lento, detallando el rostro del hombre que antes parecía tan perturbado. Sin embargo, más que furia había logrado ver en aquellos ojos un temor puro, el miedo de que cualquiera que se acercara quisiera hacerle daño. Sabía que no era de las cercanías y eso lo entusiasmaba, anhelaba poder conversar con él, y acariciar de nuevo sus cabellos azules.

Entonces, Shiroba se descubrió a sí mismo sonriendo entusiasmado, como no recordaba haberlo hecho en varios años.


Iop!

Este, bueno, como empezar. Hace años que no publicaba en esta página, y hace tiempo que no escribía un fanfic. Ya, yo sé que eso no les importa XD, pero perdonen si se notó mucho mientras leían.

Este fic constará de tres o cuatro capítulos, la pareja principal es RenxShiroba, algo inusual pero prometo que muy bella. Puede que contengan algunas escenas fuertes, aunque de seguro habrá un lemon (porque traigo ganas de escribirlo, de todas maneras).

Y bueno, eso es todo, ojalá les haya gustado y me lo hagan saber.

Saludos y gracias por pasarse :D

Pd: Perdón por las faltas, prometo editarlo luego ―