Takumi tenía una apariencia embriagadora, como el perfecto cóctel que se saborea sin llevarse a la boca. Ébano y hueso perfilaban su cara, haciendo su mirada pura, escondiendo el vacío que encerraba.

Como todo famoso, tenía un no sé qué para las cámaras, lo adoraban y estas sacaban sin esfuerzo su mejor cara. Era casi un ritual verlo saludar desde su pedestal en las salas, orgulloso a la par que cercano, cálido. Pero, cuando no había flash ni carrete, dejaba su sonrisa en el perchero y las manos correr a sus anchas por cinturas de mujeres objeto. Un "te llamaré" bastaba para ilusionar a las pobres muchachas y, ellas, se abrían encantadas. Quizás pensaran que eran especiales entre muchas o, siendo más ambiciosas, que serían la definitiva. La se quedaría con el corazón de la bestia y la domesticaría. Pero a Takumi no se le podía cambiar. Y cuando te dabas cuenta venía la resaca. Las consecuencias de creerte, pobre ingenua, que algo tan dulce no emborrachaba.

Nana se dio cuenta de ello. Aun así, no pudo escapar de sus garras. La bestia la eligió como presa y, una vez se hubo desahogado, salió por la puerta.