Disclaimer: Los personajes de Supernatural no me pertenecen, y yo solo los uso en mi plan de entristecer el mundo.


Siempre supo que eso pararía, y quizá, sólo quizá, estaría listo para eso. No sería la primera vez que cometía un error de tal grado. Y no sería la primera vez que Dean se lo perdonaba. Había días en los que estaba seguro de que no le alcanzaría el tiempo del universo para comprenderlo. La sangre manchaba sus manos, la camisa, y quizá, sólo quizá, una parte de él que no había llegado a tocar.

–Dean... –Susurró, y se sintió egoísta, porque no era él quien estaba muriendo, más no había nada más que hacer.

–Cas.

El Winchester estiró la mano hacia su rostro, como si quisiera acariciarlo, más se detuvo milímetros antes de eso. Como si no se atreviera. Como si no le dieran las fuerzas para hacerlo. Una lágrima corrió por su mejilla, y quizá, sólo quizá, Dean logró verla.

–Los ángeles no lloran. –Le dijo entonces, y Castiel sintió como si una parte de él muriera, y fuera remplazada por agonía y dolor. Por un mundo donde Dean Winchester no manejaba el Impala.

–No tienen motivos para hacerlo.

No como él los tenía. Porque el hombre que amaba se desangraba en sus brazos, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Y porque quizá, sólo quizá, podría haberlo evitado.

–¿Tu si? –Preguntó Dean, y su voz parecía extinguirse.

–Te tengo a ti.

Dean hizo una mueca que simulaba una sonrisa y pensó que era suficiente. Que no moriría sólo. Que, Cas estaba a su lado. Los brazos del ángel lo rodeaban, podía sentir la sangre drenase de su cuerpo. Para cuando intentó articular palabra, no pudo.

–Todo estará bien –Dijo Cas, y sabía que mentía. Esta primero en la lista del infierno. –, iré a por ti... –continuo, mientras los párpados de Dean se cerraban. Sabía que el ángel, su ángel, no podía hacer eso. Que solo el viejo Castiel podría hacerlo. Ese viejo Castiel que no sentía nada, que no quería nada. No podía morir sabiendo eso.

– Dean, yo...

Tosió, entonces, y la sangre manchó la gabardina. Cas pareció entender que no quería que hablara, así que lo miró a los ojos. Había hecho eso tantas veces que le pareció sorprendente como los sentía esa vez. Se perdió en los ojos azules que quizá, y sólo quizá, en algún momento fueron de Jimmy Novak. Quería creer que eran los del amor de su vida, que se iluminaban un poco por la tristeza. Nunca supo que sus propios ojos parecieron brillar antes de apagarse completamente.

–Adiós, Dean.

Adiós, Cas, pensó, y quizá, solo quizá, fue escuchado.