Madrugada
"En mi existencia ya no existe la felicidad o el sufrimiento.
Todo pasa. Esa es la única verdad en toda mi vida…"
—Osamu Dazai. Indigno de ser humano.
Si algo tenía por seguro, era que las cosas no podían ser sencillas entre ellos dos. Aun así lo intentaban. La extraña rutina que se habían impuesto era el ejemplo más evidente.
Las noches de jueves compartidas, noches que al comenzar a pintarse daban la impresión de ser largas a causa de sus venenosos comentarios, de esa necedad de agredirse el uno al otro; terminaban por esfumarse cual agua entre sus dedos cuando finalmente el cansancio los vencía y sólo les quedaba la opción de lamerse las heridas que ellos mismos se habían infligido.
Chuuya podría quejarse sin reparos, vociferando a todo pulmón, incomodando a los vecinos a causa de sus gritos y la risa escandalosa de Dazai. Sin embargo, bastaba un minuto de silencio y un poco de atención, para percatarse que alrededor de las dos de la mañana la derrota se posaba sobre el otro difuminando casi por completo su sonrisa burlona.
Desde niños, Dazai siempre le había parecido de lágrima fácil.
La mano del más alto se posó sobre su flequillo, logrando que el cabello le cubriera por completo los ojos.
—Quita esa cara, te harás viejo pronto —La advertencia de Dazai sólo logró arrancarle un bufido de molestia, misma que se alimentó cuando escuchó la risilla que anunciaba que el objetivo del castaño se había cumplido.
Con un brusco movimiento, Chuuya apartó la mano de su antiguo compañero.
—¿Y tú qué? Ya tienes arrugas alrededor de la boca.
—Son huellas de mi felicidad —Mentira.
Parecía que Dazai era incapaz de conducirse con verdad incluso en esos momentos que compartían a escondidas de miradas indiscretas y que se difuminaban por completo con la llegada del nuevo día. Hipócrita, no tenía otra forma de llamarlo.
—¿Nunca te cansas? —La expresión que se dibujó en el rostro de Dazai le dio a entender que, como en pocas ocasiones, lo había tomado por sorpresa. Chuuya dibujó sobre el aire la sonrisa ajena—. De "eso" —Escupió la palabra, pronunciándola con recelo—. ¿No es cansado?
La misma expresión que cuestionara, sólo se amplió más.
—No sé de qué hablas.
La seguridad que cargaba la respuesta de Dazai le dejó un hueco en el estómago. Una mezcla de desagrado y culpa que no lograba explicarse del todo.
—Me das asco —Fue lo único capaz de responder. Su comentario sólo acentuó el gesto ajeno que tanto despreciaba.
Dazai se tomó su tiempo, al parecer regodeándose de haberlo sacado de sus casillas en menos de diez minutos; cual gato perezoso se estiró en la cama antes de buscar abrazarlo. Chuuya sintió los vellos de su cuerpo erizarse, Dazai siempre se encontraba demasiado frío.
—Eso no es novedad —contestó finalmente, al tiempo que lo acercaba más a su cuerpo.
—Ya casi debo irme.
—Chuuya…
—Tengo trabajo mañana, necesito dormir.
—Chuuya —El gimoteo con el que pronunciaba su nombre, alargando las vocales, era fastidioso.
El pelirrojo tuvo que poner algo de espacio entre los dos para dirigirle una mirada severa. No podía cumplir todos los caprichos del castaño. Iba a negarse por última ocasión cuando Dazai dejó escapar un repentino jadeo al tiempo que su rostro se iluminaba, desviando la mirada hasta el techo de la pequeña habitación.
—¿Oyes eso? —Chuuya parpadeó confundido, guardando silencio sólo para escuchar con atención, notando hasta entonces aquel sutil pero constante repiqueteo—. Está lloviendo. No te puedes ir si está lloviendo.
—Maldito bastardo.
—Anda, anda… —Dazai buscó calmarlo—. Duerme, yo te despierto.
La frustración lo hizo bufar molesto, sólo para buscar pronto darle la espalda, oportunidad que el otro tomó para amoldarse contra su cuerpo, las piernas enredadas, la mano de Chuuya buscando los dedos ajenos para sujetarlos entre los propios.
Como si dormir resultara tan fácil en esas condiciones.
Como si el corazón no amenazara con escapársele a causa de la angustia acumulada.
—Ya te lo dije, voy a quedarme.
Chuuya tragó saliva, incómodo con la idea de ser tan transparente.
El silencio se instaló en el cuarto y los ojos de Chuuya se posaron sobre el reloj en la mesilla de noche que marcaba las tres con quince de la madrugada. Entonces pudo sentirlo, el cuerpo de Dazai relajarse, la respiración pesada contra sus cabellos, la fuerza con la cual lo sujetaba.
No había que pensarlo mucho, por supuesto que llevar la felicidad a cuestas era cansado.
Pero Dazai y la verdad estarían siempre en conflicto.
