Disclaimer: nada me pertenece (porque todo es de George Martin) y no gano ni un solo céntimo escribiendo.

Esta historia participa en el reto "El frío y duro Norte" del foro Alas Negras, Palabras Negras.

Palabras: 411.

Capítulo I: Alysane.

—¿Quién crees que va a encender tu fuego, hermanita? —Repliqué en tono desdeñoso. Mi hermana estaba cansada, pero frunció el ceño y volvió a coger el hacha. Cuando me di por satisfecha, los tacos de leña se amontonaban a sus pies sin ton ni son.

Ese día, Alysane aprendió que no hay criados en la Isla del Oso. A madre le gustaba así, no soportaba la idea de que fuésemos damas sureñas, tan bonitas y amables como ineptas; ella desea que seamos tan duras como el Norte, aunque eso suponga ser demasiado ásperas para nuestra condición. ¿Quién decide lo que está bien y lo que no para nosotras, de todas formas?

Creo que fue el año en el que un oso despedazó a nuestro padre. Cazaba solo. En su opinión, el resto de los hombres eran demasiado torpes para atrapar un simple conejo, así que los despidió blandiendo violentamente un pellejo de vino. Estaba tan borracho que ni oyó al oso, un animal colosal que separó su cabeza del resto del cuerpo de un solo zarpazo. Resultó tan increíblemente irónico que madre se echó a reír cuando se lo contaron.

—Dacey.

Ladeé la cabeza y observé en la dirección que mi hermana señalaba. «Greyjoy —pensé. Era una denominación por defecto—. Piratas.» Entonces me resultaba todo muy divertido.

—Cállate —indiqué— y aprende.

Había visto a Galbart Nieve hacerlo decenas de veces. Cuando las velas negras jugaban a mimetizarse con el oleaje, un grito de alarma cuarteaba el aire. ¡A las armas! Yo no era la mejor disparando con arco, pero ese día quería dármelas de fiera hermana mayor, de mujer del Norte.

—¿No avisamos a madre?

—Todavía no —sonreí—. Ya somos mayores para estas cosas. Tienes doce años, Aly, este es tu segundo invierno.

Asintió con convicción y me tendió las flechas. Pensé dos segundos lo que estaba a punto de hacer. Dos segundos y luego lo hice. Recuerdo perfectamente la cara admirada de Alysane, la brea y la antorcha y el fuego como un fulgor rompiendo la oscuridad de la noche, en la punta de la flecha.

La primera se perdió antes de llegar a su destino y la segunda se clavó en el casco, pero el viento la apagó. La tercera prendió las velas negras del barcoluengo, las chispas saltaron en todas direcciones y los gritos los arrastraba el viento. Aly me miró con éxtasis y extrañeza, como si no se esperase algo tan ocurrente por mi parte.