Saludos a todos:
Antes de comenzar, quiero dedicar esta historia a maestro jedi, quien tuvo el coraje que a muchos nos falta y publicó la primera historia de esta serie en español en este sitio. Gracias amigo por dar el ejemplo y más con esa muestra de talento (en serio, hay que ser muy talentoso para captar el interés de tantos con pocas palabras, admirable).
Y sin nada más que añadir, los invito a la lectura. Bienvenidos.
x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x-x
–Sucede que hay días en los que desearía no ser yo.
Yo también, ¿no te jode?
Tal vez fuera el paciente más joven de mi carrera. Tampoco es que tuviera una carrera muy larga, pero…
De su boca salieron esas palabras. Cualquier otro lo habría pensado, por algo acudía a mí. Por algo se recostaba en el diván. Pero de ahí a decirlo…
También en eso era un pionero.
Usualmente, los chicos de su edad acuden a tipos como yo en compañía de sus padres. Usualmente, los chicos de su edad tienen el peor concepto de tipos como yo. Y sin embargo, ahí estaba. Sin sus padres y sin prejuicios. O era muy maduro o los disimulaba muy bien o la desesperación superaba cualquier cosa, incluyendo prejuicios.
A simple vista, un chico corriente. Intentaba domar el cabello claro, pero una pequeña parte de la nuca se resistía al peinado. Jeans y remera. Zapatillas. Como cualquiera. Yo mismo habría vestido así si no me hubiera preocupado por mostrar una imagen profesional. No debía de tener más de quince años… menos tal vez, pero el agotamiento presente en sus facciones me desorientaba. Incluso al dejarse caer sobre el diván, percibí en él cierto alivio.
–Eso se puede interpretar de muchas formas… eh…
–Lincoln.
–Gracias –y mejor colocarlo en la cima de la página de la libreta dedicada a él–. Eso es más común de lo que crees, debes convencerme por qué tu caso podría alejarse de cualquier otro.
–Bueno… jamás pensé que tendría que hacer esto.
–Como muchos.
–No me gusta quejarme, doctor, es sólo que…
–Quejarse es un derecho universal, impide que explotemos de formas peores cuando la presión nos sobrepasa.
–Bien… tal vez no le parezca un problema…
–Deja que sea yo quien lo decida, ¿sí? Desahógate.
Dejó escapar un suspiro mayúsculo. Tomaría su tiempo. Tal vez fuera la única sesión. Dudaba que dispusiera de fondos para pagar otra o que consiguiera el dinero suficiente de sus padres sin que estos sospecharan en algún momento en qué podía usarlo. Por no mencionar que mi situación distaba de ser la ideal como para siquiera plantearme ofrecerse sesiones de cortesía.
–Soy el hermano… soy el hermano de en medio.
–Es algo común, continúa.
–Convivo en una misma casa con mis padres y mis hermanas.
–Puedo imaginarlo.
–Somos once hermanos en total.
Qué bueno que no bebía nada en ese momento. Lo habría escupido. O como mínimo, lo habría tragado mal. En su lugar, di forma a una línea recta que cruzaba la página de punta a punta. El hermano de en medio. Con sus padres y sus hermanas… eso quería decir…
–Podrías…
–Tengo cinco hermanas mayores y cinco hermanas menores.
Ya comenzaba a hacerse luz en las tinieblas. ¿Qué eran sus padres? ¿Religiosos ultra conservadores o adictos al Viagra? Apostaba una mano a que no veían televisión y se comunicaban por carta. Por otro lado, el chico parecía adecuarse al siglo en curso. Tal vez sólo… tenían un pasatiempo muy peculiar. Tal vez sólo eran adictos al ensayo y error.
–Todos juntos.
–Sí.
–En la misma casa.
–Sí.
–Vaya –por no decir algo peor. Parecía la realidad de mis abuelos. Y casi sentía que estaba siendo generoso con esa impresión. Pero el pobre chico no tenía la culpa de que sus padres tuvieran semejante afición… eso o debían de cambiar de marca de preservativos y pastillas–. Y si estás aquí y me cuentas esto…
–Ya no sé qué hacer, doctor.
–Veamos… háblame de tu día a día.
–Por las mañanas, si no estoy atento, soy el último en ocupar el cuarto de baño –y no sé por qué en ese momento aquel me pareció el menor de una salva de hipotéticos problemas. Quiero decir, convivir con una mujer podía ser un problema, pero diez…– Las comidas familiares suelen ser una pesadilla, los desayunos… afortunadamente, estoy en una escuela diferente, no las veo allí –para que veas la escuela como un oasis es que la situación en tu casa es un verdadero desastre… en el mejor de los casos–. Si quiero ver televisión, es una pelea… si quiero estar tranquilo en mi habitación, a una de ellas… o a dos… o a tres… en ese preciso momento deciden que la actividad de turno debe implicar un desastre… ¿Y cree que alguna se molesta en tocar antes de entrar? –Al menos tenía su habitación–. Para todos los estándares, soy demasiado pequeño para ciertas cosas, pero muy maduro para otras –el típico problema del hijo de en medio e incluso, de la mayoría de los adolescentes, pero en este caso llevado al extremo–. Sólo estoy tranquilo fuera de casa, con mi amigo… en la escuela… en cualquier sitio fuera de casa…
–Bueno… pero eso no significa…
–¡Se entrometen en todo! –Aquel exabrupto dejo una nueva raya en la página–. Una vez no me dejaron salir de casa y me agobiaron con cuidados únicamente porque me corté el dedo con una hoja de papel –qué bueno que no bebía nada, me habría atragantado a causa de la risa que luchaba por contener–. Y si tengo problemas con un bravucón… bueno, no ocurre a menudo, pero no puedo permitir que se enteren, lo toman como algo personal…
–Bueno, ¿qué esperabas? Siendo tus hermanas…
–¿Cómo se sentiría usted que diez chicas lo defendieran de un bravucón? ¡Cuando una de ellas apenas tiene un año!
Tuve que callar. De inmediato acudió a mí la palabra humillación. Por algún extraño motivo, ésta parecía pequeña. Incluso tras apuntarla en la libreta junto con otras tantas.
–No me malentienda, no es que yo… es sólo… –otro suspiro mayúsculo. Debía de tener buenos pulmones–. A veces sólo quiero paz o en última instancia… en última instancia… quisiera poder hablar… decir algo sin sentir… sin sentir que pierdo el tiempo…
–Explícate.
–Mis padres tienden a pensar que cuanto digo es una exageración, por no mencionar que la mayor parte del tiempo… no es como que pasen demasiado en casa –claro que no, con tanta gente dudaba que pudieran practicar allí su deporte favorito con tranquilidad… mierda, qué decía–. Mi hermana mayor está más preocupada de su móvil y su novio de lo que pasa alrededor –no sabía si tenía utilidad, pero me pareció oportuno tomar nota de aquello–. Mi segunda hermana mayor… cielos… siendo generoso… digamos que tiene la cabeza muy en las nubes –siendo generosos… ya me preguntaba cómo sería siendo del todo honesto–. Mi tercera hermana mayor, cuando está inspirada, enciende los amplificadores y sus solo de guitarra amenazan con dejarme sordo –eso explicaba que gritara de cuando en cuando–. Mi cuarta hermana mayor hace chistes de todo –se tomaba la vida muy en serio diría yo–. Mi quinta hermana mayor es fanática de los deportes… de todos los deportes menos del ajedrez –y si tanto le afectaba, no podía decirse de ella que fuera una tacita de leche entre cuatro paredes–. Mi primera hermana menor… por ella el sol se apagara y todo fuera tinieblas –rebosante de optimismo la muchacha–. Las gemelas… bien, son diferentes, pero no sé cómo se las ingenian para estar de acuerdo a la hora de desmadrarlo todo –oportunos acuerdos diría cualquiera–. Tengo una hermana menor genio que ganó un Nobel y considera que no estoy a la altura de su fantástico intelecto –y que fuera mayor parecía hacerlo más humillante–. Y la bebé… bueno, ella es sólo la bebé… de momento –otro suspiro mayúsculo, pero no parecía ser el punto final–. A veces siento… que mis cinco hermanas menores sólo me ven a mí como un hermano mayor… en ciertos casos… por no decir que… a veces siento que mis hermanas mayores se olvidan que lo son… porque estoy al medio, claro, ¿tiene idea de todo el trabajo que me llevo? Cuando hubo un apagón… ¿Quién tuvo que hacer algo? ¡Y por eso me perdí mi programa favorito! ¡El último capítulo!
Ahora sí, el último suspiro. Después de eso, el chico permaneció mirando el techo mientras yo descansaba de la frenética carrera por tomar apuntes. A esas alturas, ambos nos hallábamos de cualquier manera sobre nuestros asientos. Lástima que el chico decidiera que era momento de retomar el hilo de su monólogo, obligándome a cambiar tan rápido de postura que mucho me habría extrañado que todos mis huesos siguieran en su sitio.
–No me malentienda, quiero a mi familia, a todas y a cada una de mis hermanas, pero… hay días en los que desearía ser yo –y dudaba que alguien con un mínimo de sentido común deseara tomar su lugar–. Hay días en que envidio a mi mejor amigo, es hijo único… y no tardo en preguntarme en qué estoy pensando, pero… a veces esto es más fuerte que yo, porque… sólo quiero… sólo quiero vivir en paz.
Como todos, pero el chico lo tenía particularmente difícil. Me pregunté cuánto había tardado en decidir que necesitaba decir todo eso. Por no decir cuánto tardaría yo en darle una respuesta. Y esperaba desde lo profundo de mi alma que no me viera como el último recurso… como la solución definitiva, ¿qué solución podía ofrecerle? Todas empezaban con una huida y terminaban con suicidio, pero no podía ofrecerle semejantes escapes, ¿quién carajos iba a pagar la cuenta entonces?
–Bien… tienes una encantadora familia, muchacho –y creía que estaba de broma a juzgar por la miradita que me dirigió–. Que no te extrañe que cualquier hijo único querría estar en tu lugar –yo lo era y ya pensaba en darle gracias a Dios por dejarme así–. Habrán días en los que desees no ser tú, a todos nos pasa, incluso nos puede parecer una mierda, pero… lo mejor que puedes hacer esos días es recordar que nadie sería mejor que tú siendo tú –por no decir que tal vez fuera único en lo que resultara ser bueno–. En todas las familias se tejen desmadres, muchacho, tal vez… tal vez la tuya gane cualquier campeonato de los mismos, pero… si has vivido hasta esta edad en semejante ambiente… y has madurado bastante por lo que veo… no veo por qué no puedas sentirte orgulloso de tus logros.
–¿Usted cree? –Tenía efecto, el chico parecía tomarse muy en serio algo que no tenía idea de dónde carajos había salido.
–Has resistido bien hasta ahora.
–Pero… he venido a consultar a un psicólogo, eso…
–Eso es más común de lo que crees –más que las familias numerosas en nuestros días, pero no tenía por qué saberlo–. Es normal que te fastidie tu familia, hablamos de convivir a diario con seres diferentes… ¿Crees que sería diferente si fueran menos personas? Sería lo mismo… incluso podría ser peor, qué sabes tú.
–Vaya –era tan obvio desde mi punto de vista que me costaba creer que para el chico constituyera toda una novedad–. Pero… qué debería…
–Tienes edad suficiente para pasar tiempo fuera de casa, tal vez deberías no pensar tan a menudo en ella como tu único refugio –en realidad, no debía de ser así, pero dadas las condiciones, no quedaban demasiadas alternativas–. A veces… a veces lo mejor que puedes hacer es no darle demasiada importancia a ciertas cosas, más considerando que la mayoría dispone de una salida alternativa.
–¡Cielos, doctor! Tiene sentido –me alegraba que le viera el sentido a esa mierda de consejo, casi me hacía sentir culpable.
–Y a la hora de verdad… muy hermanos serán todos, pero siguen siendo hermanas y tú… bueno, eres un chico, eso debería jugar a tu favor, ¿no? Para así… ya sabes, mantener una distancia que en cualquier caso, se justificaría con la diferencia no sólo de edad, también…
–¡Es cierto! ¡Sigo siendo un chico y por lo tanto, yo soy mi propio bando!
–Además… bueno, tienes a tu amigo, tan solo en esta cruzada no te hayas, ¿cierto? –Qué extraño me resultaba apreciar en el muchacho tal entusiasmo cuando yo mismo luchaba por sacar a flote las palabras y creerlas–. Encuentra excusas para mantenerte apartado… no con brusquedad… actividades no faltarán y créeme, es lo normal.
–Tiene razón doctor, es hora de que empiece a vivir –dichas por él esas palabras y provisto de semejante entusiasmo, casi sentí miedo, más al verlo de pie–. Se lo agradezco de verdad, me ha ayudado mucho.
–Agradécemelo pagando como se debe, ¿no?
Pero quizá ya tenía eso en mente antes de soltar mis honorarios y salir corriendo. Dinero reunido a duras penas. Casi me planteé devolvérselo, pero a esas alturas, el chico ya debía de estar lejos. Sí podía decirse a su favor que era muy resistente. Tanto tiempo sin acudir al psicólogo… tampoco es que yo fuera tan necesario en la vida de nadie, pero… tanto tiempo sin acudir… con semejante familia, mantenía la cordura en su sitio. Casi sentí admiración por él. Mejor admirarlo que compadecerlo, eso sólo lo destruiría.
Porque un chico con diez hermanas metiches de todas las edades… que armaran circo, maroma y teatro porque el chico se había cortado el dedo con papel…
Sonreí con tristeza. Cuándo ese muchacho se enamorara… pobre de su novia.
