Hinata era intocable. Con sus ojos que parecían diamantes que te atrapaban en ella. El problema es que sólo brillaban cuando veían el amor.
Sasuke era intocable. Parecía brillar más que el sol y su presencia te corrompía, de tal manera que te deshacía.
La Hyuuga era una buena esposa y una buena madre. Bolt y Himawari eran para ella los mayores regalos que le había hecho la vida, junto a Naruto. Aún recordaba el primer beso, su boda, la primera noche juntos… Lo recordaba todo con tanto anhelo que le escocían los ojos. Su marido era la personalidad más importante de la villa y como tal estaba muy ocupado. No quería parecer despechada pero el día a día había destruido la pasión que se tenían.
El Uchiha era un marido extraño. Apenas paraba en casa y si lo hacía su prioridad era Sarada. Aunque en su mente existía el perdón, los habitantes de Konoha eran muy rencorosos. Sakura había tratado de paliar su dolor con todo el amor que sentía por él, pero le abrumaba y en cierta manera parecía su madre, no su mujer.
Bolt y Sarada estaban jugando en la azotea de la mansión del Hokage con unos kunais. Él tenía seis años y a ella le faltaba poco para cumplirlos. Himawari estaba sentada sobre una manta en el suelo junto a su madre y a Sakura.
Naruto trabajaba en esos momentos y habían decidido tener una tarde tranquila. Al menos así fue hasta que de la nada apareció Sasuke en la barandilla de la azotea. Su familia corrió a abrazarle.
Hinata no pudo evitar mirarle. Siempre tan serio y cruzado de brazos. Sin embargo, ella veía que era un hombre cariñoso y siempre le había suscitado una curiosidad que no podía casi contener en su eterno estado de aburrimiento.
Sasuke le devolvió el saludo que la mujer de su mejor amigo acababa de realizar con la mano desde lejos. Parecía sumida en sus pensamientos hasta que Himawari la reclamó.
Queriendo o sin querer esa noche cuando el resto de sus familias estaban durmiendo se buscaron. Se encontraron. Se bebieron el uno al otro, como en un sueño en el que cada estrella del firmamento les susurraba el nombre de cada uno.
¿Decir que estaban juntos? ¿Que eran para el otro su pequeño pedazo de cielo? Jamás. Ellos eran fuego, luz, calor… Pero nunca serían nada más que eso.
Hinata era intocable, pero sus ojos siempre lograban atraparle.
Sasuke era intocable, pero siempre lograba deshacerla en mil pedazos.
