"Atonement".
*Satisfacción por herida o daño causado*
Sí ya sé lo que están pensando y seguramente diciendo ahora mismo *¡tienes muchos proyectos!* y que un título en inglés, para un fic en español, es prácticamente inútil. Sin embargo la palabra atonement y su significado, siempre me gustó. Fan fic solicitado por Jetzy Inicua. Le di un par de meses para que me diera más detalles de lo que quería, pero jamás me contestó. Así que me dio a mí y a mi co autor W, toda la libertad posible. Aunque supongo que lo sujetaré a cambios, si vuelve.
Como estoy preocupada por mi novio y su cirugía de éste lunes (al igual que él, por supuesto), ambos decidimos distraernos escribiendo. Él comenzó su propio fic y colabora conmigo en este. Ni idea qué voy a hacer para acabarlos todos y como soy tan mala diciendo que no...
En fin que Atonement es un dramione y no será el típico Hermione de Gryffindor que se enamora de Draco. Decidí poner a Hermione en Ravenclaw que siempre fue mi segunda opción, de no quedar sorteada en Gry. Sólo por añadirle un poco de variedad y dinamismo. (Sí. ¿Verdad que sueno a que sé mucho de lo que hablo, pero que en verdad no sé absolutamente nada?).
Bueno no sé qué más debo agregar, así que vamos a lo que nos ataña.
Summary: Dramione, Hermione en Ravenclaw. Severus y Minerva mantienen un romance en secreto, desde hace mucho tiempo y una pequeña niña es fruto de ello, Hermione Granger. En medio de la guerra, ambos se ven obligados a entregarla a la vida muggle para protegerla. Sin embargo no pasará mucho, antes de que vuelvan a encontrarse en Hogwarts nuevamente y en medio del caos por el retorno de Voldemort.
Disclaimer: La idea le pertenece a Jetzy Inicua y yo sólo hice algunas modificaciones, escribo éste fic a su pedido. Los personajes que reconozcas, pertenecen a JK Rowling y a Harry Potter. No pretendo obtener nada con mi trabajo, solamente comentarios. No busco recibir dinero alguno con éste fic.
La idea de que Minerva sea la madre de Hermione, tiene mucho sentido pues Harry en el libro llega hasta a compararlas a ambas. Me gusta...
La súper nota de autor, disculpen.
Prólogo.
La tormenta más fuerte que se había visto durante años. Truenos y relámpagos, además de una intensa lluvia que había dejado a varias casas de la calle sin luz, al caer un rayo sobre uno de los postes principales. El tejado tenía un par de goteras y era el único ruido audible en una antigua casa al final de la calle. En total oscuridad y en medio de la pequeña cocina, una bruja alta y pálida, permanecía de pie tras un hombre sentado en su vieja mesa de comedor. No dijo ni una sola palabra al llegar, sirviéndose un poco de té que ya estaba frío, en una pequeña taza sobre la mesa. No podía decir que estaba allí con certeza o que tal vez era una ilusión que se había imaginado en medio de la desesperación del momento, puesto que no hacía ruido alguno. De vez en cuando, los rayos de la tormenta iluminaban la habitación en cuestión y lo podía ver de a momentos, mientras la poca luz dibujaba extrañas sombras en su pálidos y angulares rasgos, haciéndolo lucir en verdad amenazante. Su rostro no tenía expresión alguna mientras sorbía el té y miraba la pared frente a él, prácticamente sin moverse siquiera. Lo último que escuchó fue el "cling" de su taza al chocar suavemente con el plato, sinónimo de que ya había acabado.
- Estoy segura de que las luces no tardarán en volver. Seguramente que el daño al cableado, no fue tan grande. - se atrevió a decir, por un momento dubitativa si debía siquiera entablar una conversación. El hombre frente a ella, en la oscuridad, no dijo nada y por un momento temió que se hubiese puesto de pie desde hacía mucho y se encontrara ahora, tras ella para asustarla de alguna forma. Sonrió sarcásticamente al recordar de quién estaba hablando. ¿Por qué lo haría?
- ¿Cómo está ella, Rolanda?
Escuhó su sedosa voz por fin y el sonido de sus pies, mientras se levantaba de la silla. En medio de un relámpago pudo ver cómo su túnica danzaba tras él mientras se movía. Susurró un suave lumos y la poca luz de su varita le dijo todo lo que necesitaba saber y la oscuridad le negaba. Pese a que su máscara de frialdad seguía siendo evidente, le parecía poder detectar pánico en sus ojos, desesperación y la comisura de sus labios mostraban la lucha entre la rectitud y la pérdida de cordura.
- Nada ha cambiado desde el primer día en el que llegó. No ha comido y tampoco ha podido dormir. Alastor buscó a un sanador, ésta mañana. Él no lo sabe y por más que insiste, ella no ha querido hablar con nadie. Está realmente preocupado, tuvo un poco de fiebre e insiste en obligarla. Pero no creo que sea la fuerza bruta, lo que ella necesita. Ha estado haciéndome incómodas preguntas, ya que ella continúa murmurando cuando logra dormir. A veces despierta gritando y con severos ataques de pánico. No es normal, no es su comportamiento habitual y por supuesto que genera sospechas. Cuánto más podrá soportarlo hasta desfallecer en definitiva.
No contestó y miró en dirección al piso superior. Colocó una de sus manos en los barandales de la escalera de madera y uno de sus pies hizo un incómodo rechinido que muy pronto quedó opacado por el ruido de la fuerte tormenta. Comenzó a subir las escaleras cuidadosamente y preguntándose qué esperaba realmente y si era capaz de lidiar con todo lo que estaba por suceder tras aquella puerta de caoba vieja, que se alzaba de forma acusadora frente a él. "Te tardaste demasiado y ya no hay nada que puedas hacer." Su mano giró el pomo suavemente y echó un pequeño vistazo a su alrededor. Todo estaba oscuro, aunque los relámpagos proporcionaban una buena pero corta vista, del inmueble.
Un par de goteras y la mayor de ellas parecía caer justamente sobre la silla de visitas junto a la cama. Dejó escapar un siseo de incomodidad y continuó su recorrido visual alrededor de la habitación. Dos ventanas que las gotas de lluvia azotaban y le hicieron preguntarse de pronto si alguna sería lo suficientemente fuerte como para romper el cristal. Libros viejos en una biblioteca y un par de flores en un viejo macetero que parecía descuidado. Papeles que no tenía el tiempo de leer y aunque la visión le resultaba un poco sosa y anticuada, su atención se centró totalmente en la cama y en la mujer que allí estaba. Prácticamente veía poco bajo la luz de su varita, pero podía reconocer su largo cabello negro y su pijama tartán, bajo las cobijas. Tomó la silla y apartándola de la gotera, no tardó en secar el agua con su varita y sentarse junto a ella. Sabía que no dormía y se imaginó por un momento, que ya había previsto que estaba en la habitación.
Pero y cómo. Tampoco trataba con Sybill Trelawney y sabía muy bien que ella no era de creer en el tercer ojo y en previsualizar el destino con antelación. Adivinación no había sido una materia que ninguno hubiera cursado en sus épocas como estudiantes. Jamás, sin embargo, habría podido prever que el destino se torcería de la forma en que lo había hecho.
Seguramente tenía la misma pesadilla que él y por la cuál, no conciliaba el sueño ni aunque quisiera. Sentía un terrible dolor por ella que no era capaz de explicar y por más que estiraba su mano para intentar tocarla, la culpa era un terrible peso muerto que la regresaba de vuelta y a hacerle compañía a su otra mano sobre sus muslos, por acción de la gravedad.
La mujer en la cama le daba la espalda y se movía, incómoda, como si atravesara un gran dolor. Conocía esa sensación bastante bien y se imaginó que se trataba de una pesadilla. Por un momento se preguntó si debía despertarla o simplemente esperar.
No sabía cómo enfrentarlo pero él insistía que era lo mejor para su integridad física y realmente no tenían muchas opciones, ante las terribles circunstancias en las que vivían en ese momento. Un cruel hombre que se autoproclamaba el rey del mundo, amenazaba con asesinar a cualquiera que quisiera oponerse a sus leyes y reglas, sin tomar en cuenta si se trataba de hombres, mujeres, ancianos o niños. Vivían ocultos todo el tiempo y de vez en cuando no lograban verse entre amigos y familias, durante largos meses.
Realmente deseaba que hubiese otra solución, pero ya no quedaba mucho tiempo y su vida estaba en peligro. Apenas tenía un par de meses y merecía vivir, sin tener en verdad la culpa de nada de lo que estaba sucediendo en el mundo al que había ido a parar. Secó un par de lágrimas con el dorso de su mano libre, mientras sostenía a la pequeña infante y trataba de cubrirla muy bien con su capa de viaje, al caer una fría y tan desagradable lluvia como sus lágrimas ante la despedida. Un hombre ligeramente más alto que ella, no tardó en rodearla con sus brazos mientras ella sollozaba en silencio acariciando el pequeño rostro de una bebé, con un par de sus dedos.
Minerva McGonagall aún era una joven mujer de unos 45 años de edad, quizá con los típicos deseos de cualquier muggle. Ser madre, formar una familia. Tenía un largo cabello negro y brillante como el ébano, ojos verdes y un rostro pálido y perfilado. Pero su hija parecía haber heredado algo totalmente diferente. Parecerse a sus antepasados seguramente, con un hermoso y rizado cabello y unos brillantes ojos color caramelo. Sus pequeños labios rosados y su piel que le daba un gracioso aspecto de estar sonrojada todo el tiempo. La verdad, era totalmente diferente a sus padres y muy bella.
- Es mejor para ella, estará más segura aquí.
- Y qué pasará si nadie viene a recogerla. Si Voldemort logra llegar aquí primero. Qué pasará si alguien la adopta y jamás volvemos a verla.
El hombre junto a ella, besó su frente con delicadeza y sostuvo su rostro con ambas manos. Miró fijamente a sus ojos verdes, secando sus lágrimas y los rastros de la lluvia con sus pulgares. Acarició su cabello largo el cuál se encontraba húmedo gracias a la lluvia que caía sobre ellos, sonriendo dulcemente. Un dulce gesto que sólo ella tenía la oportunidad de ver.
- A no ser que se trate de una cruel jugarreta del destino, creo que nuestra hija será tan especial como tú y como yo. No importa quién termine adoptándola, estoy seguro de que muy pronto volverá a nosotros.
- Y qué pasará si no nos cree, si no quiere saber nada de nosotros. Prácticamente la estamos dejando sin ningún tipo de información con el que pueda relacionarse con sus padres.
- No hay nada que podamos hacer, será mejor que crezca sin saber sobre este mundo. Si el señor tenebroso cae, tendrá un futuro mucho mejor y para ese entonces quizá podamos volver a verla.
- Cómo sabremos qué niña, de todas esas que se inscriban en la escuela, es nuestra querida hija. Los bebés siempre cambian con el tiempo...
- No pensaba dejarla en éste orfanato y no seguir sus pasos. Bueno, quizá sea más fácil para ti que tienes una forma animaga que pasaría muy desapercibida por los muggles. Podrías seguirla como gato y quizá disfrutar su infancia, aunque sea desde lejos.
Asintió aún entre lágrimas, inspirando fuertemente y llenándose de valor para colocar a la pequeña infante en una también pequeña canasta. Besó dos de sus dedos y con ellos acarició los sonrojados labios de la bebé, que lloraba ante los fuertes relámpagos en la lluvia. Severus acarició su pequeña y perfilada nariz, idéntica a la de su madre, mientras sacaba su varita y hacía aparecer un pergamino con un par de palabras que Minerva se había encargado de dictarle.
"Hija.
Cuando leas esta carta, queremos que sepas que no te abandonamos porque así lo quisiéramos. No tuvimos otra opción, creímos que estarías más segura si estabas lejos de nosotros y en un hogar en el que pudieran cuidarte, mientras el peligro pasara. Sé que suena terrible y probablemente termines odiándonos por ello, pero pronto tendrás edad para entender por qué lo hicimos y quizá algún día puedas perdonarnos. Quiero que sepas que tu padre y yo te amamos y que esperamos que muy pronto podamos volver a reunirnos. Te extrañaremos con todo el corazón.
Nos duele mucho tener que dejarte. Pórtate bien y sé siempre una buena niña.
Con mucho amor...
Mamá y papá.
PD: Quizá cuando seas mayor, extrañas cosas pasen a tu alrededor. No te asustes, es muy normal."
Colocó la carta junto a las mantas y la bebé, mientras Minerva McGonagall la arrullaba ante la lluvia que amenazaba con ponerse peor.
- Tranquila cariño, es sólo lluvia. No puede hacerte daño. - susurró inclinada en unas viejas escaleras de madera, iluminada apenas por una débil luz amarillenta y frente a una ya mohosa puerta de roble de la que colgaba una campanilla dorada. - por favor no temas, todo estará bien.
Se puso en pie lentamente y miró al hombre tras ella, con un gesto de súplica. Rogaba que dijera que podía haber otra opción, otra solución, pero él permaneció impasible en su lugar.
- Severus... no puedo hacerlo. ¡Es mi hija, no puedo abandonarla! ¡Jamás podré volver a verla! Cómo podré sobreponerme a esto. ¿Cómo podré vivir sin ella?
- También me he hecho la misma pregunta un sinfín de veces, pero no hay algo más que podamos hacer. Prefiero perderla que verla morir y a tan corta edad. - Minerva observó sus ojos negros brillar bajo la lluvia, con un par de lágrimas también. O tal vez veía mal a causa del temporal.
- Espero que pronto sea adoptada por una familia que la haga feliz. Tan feliz como yo quise que fuese en mis brazos.
- Yo también lo espero.
Esa pesadilla otra vez, gritó en la cama y en medio de la oscuridad. Llovía nuevamente y siempre que escuchaba las gotas caer, entraba en pánico con sólo recordar ese fatídico momento de su vida.
- Para... detente ahora mismo. - escuchó una sedosa voz tras ella y se dio la vuelta muy lentamente. - La Minerva que conozco, no entraría en pánico tan fácilmente o se rendiría sin luchar.
- La Minerva que conocías, Severus, ya no existe. - dijo en voz baja y tratando de sofocar un sollozo con poco éxito. - perdí a mi hija, ¿qué más quieres que haga?
- No está perdida, sabemos exactamente dónde está. - alzó la mirada para observar a Rolanda con una bandeja con más té y un par de galletas. Alzó una de sus manos frente a una vieja vela y al iluminarse la habitación, dejó escapar un gemido de sorpresa.
Definitivamente ya no era la misma mujer de antes. Sus ojos se encontraban tristes y apagados, enormes ojeras y manchas de lágrimas que continuaba derramando a lo que parecía sin fin. Abandonó la silla y con un hondo suspiro, se sentó junto a ella en la cama. Prácticamente habían pasado semanas desde la última vez que la había visto y la diferencia era grande y obviamente, muy notable. A ella le gustaba sonreír pero según Rolanda, ya tenía meses con una expresión severa entre ceja y ceja. Los pequeños hoyuelos en sus mejillas al sonreír, ya no se veían siquiera. Permanecía en silencio y con sus verdes ojos sin expresión alguna, posados sobre los de él.
- Lo lamento. - dijo en el instante que la rodeaba con sus brazos. Su piel se sintió cálida ante su frío y húmedo tacto bajo la lluvia. - Creo que tienes un poco de fiebre, Minerva. - Rolanda asintió de inmediato y escuchó sus apresurados pasos en dirección a la cocina. - ¿Acaso eso quieres? ¿Morir de inanición y enferma? Escuché que Moody acordó una cita para que un sanador te viera. ¿Quieres que llegue tan lejos?
- Perdí a mi hija. - balbuceó, pero escuchó bastante bien pese a los truenos y la lluvia. - tengo todo el derecho de sentir dolor.
- Yo también. - le recalcó con calma. - pero no tienes derecho de hacerme sentir que puedo perderla y perderte a ti también.
Se separó de su regazo y negó con la cabeza, sonriendo sarcásticamente y por un momento, Snape adoptó una expresión de confusión.
- Es tú culpa. Tú te les uniste, yo no.
No dijo nada mientras Rolanda Hooch regresaba a la habitación, sosteniendo otra bandeja con lo que parecía ser la cena y medicinas. El aroma de pociones baratas llegó hasta su nariz. Perfección era lo que él podía preparar, pero no había tiempo para aumentarse el ego.
- Por qué no vuelves al ministerio... - preguntó Snape mientras Minerva miraba la bandeja con cara de pocos amigos. - Mientras estemos en plena guerra, Albus Dumbledore no podrá enseñar en Hogwarts.
- No gracias, ya no volveré a trabajar para ellos y mucho menos ahora que Cornelius Fudge y sus absurdas políticas intervencionistas, están a cargo. A Albus le prometí toda mi lealtad y mi tiempo. Y es lo que voy a hacer. - en sus ojos podía notar su gran desprecio por el ministerio de magia que antes tanto había adorado, así que decidió no insistir.
- Rookwood y los demás, pronto van a volver. El señor tenebroso...
- Por mí no te preocupes, no pienso salir de aquí. Ni Rookwood, ni Avery... mejor que ni siquiera lo intenten. Puedo matarlos si quisiera.
Podía sí... pero jamás lo haría a no ser que fuera absolutamente necesario.
- En cuanto el peligro cese, estoy seguro de que podrás ver a nuestra hija. Una vez que...
- ¿Qué, Severus? ¿Una vez que Quien tú Sabes, caiga? ¿Y cuándo, según tú, eso ocurrirá? ¿Cuando sea tan vieja como yo?
- Demonios, Minerva...- masculló. - Tienes que recordarme cada uno de mis errores.
Pero es que jamás podría olvidarlo ni aunque qusiera. Haber perdido a su hija, la perseguiría para siempre y en los confines de sus más temibles pesadillas. Si ella sufría semejante tortura, pues él también.
