Leon Kennedy se despertó agitado y jadeando, con la frente perlada por gotas de sudor. Sentía su corazón latir desesperado, su pecho subía y bajaba más rápido de lo usual. Se incorporó y quedó sentado sobre el borde de la cama, dándole la espalda a la chica que dormía plácidamente a su lado.

Había soñado la misma pesadilla de siempre, la cual lo atormentaba y acechaba constantemente durante las noches, al cerrar los ojos. Los sucesos acontecidos en España renacían de la oscuridad en la que se encontraba inmerso y se reproducían como una película dentro de su cabeza. Los misteriosos pobladores de esa pequeña comunidad lo seguían inscansablemente por un bosque repleto de árboles que se alzaban hacia el cielo en invierno, sin vida, sin hojas que le rodearan. Cuando lo alcanzaban lo descuartizaban salvajemente. Él pedía ayuda a gritos pero nadie lo escuchaba, pues sus gritos eran enmudecidos por los gruñidos feroces de aquella gente con piel grasácea. Era impotente en esos momentos. También una que otra vez soñaba con Umbrella y su desquiciado logo tan sencillo pero que le causaba terror el hecho de tan sólo verlo.

Una sensación de escalofrío le recorrió el cuerpo y de repente no pudo evitar sentirse desprotegido al ver más allá de la ventana. El cielo se encontraba completamente oscuro y ninguna estrella surcaba por él. Las luces de neón del logo de una pizzería atacaban sus ojos, amenazándolo con dejarlo ciego en algún momento. Dio un gran suspiro y miró por encima de su hombro. Una lisa cabellera de color rojo sangre se asomaba por las sábanas. El brazo pálido de Claire Redfield estaba recargado sobre la almohada afelpada de color blanco.

Recordó también el momento en el que ambos se encontraron en Raccoon city y lo mucho que se sentía agradecido con el "destino" por haber puesto a esa mujer frente a él aun en esas horribles circunstancias. La recordó pequeña y aparentemente frágil, cuando tenían unos diez y ocho años, más o menos. Y ahora estaba ahí. Junto a ella después de quince años. Rebuscó entre los bolsillos de su pantalón una cajita forrada de terciopelo. La tomo entre sus manos y la abrió, contemplando el anillo con el enorme diamante incrustado que brillaba como una de las estrellas que ya no veía en el cielo.

Estaba planeando pedirle matrimonio a Claire Redfield mañana por la mañana. Con ayuda de Helena Harper, Jill Valentine y por supuesto, Chris Redfield había organizado una cena romántica en las afueras de la ciudad, en un lugar al que muy pocos tenían acceso, sólo los personajes más importantes podían acudir allí. Y con las influencias de Harper en el gobierno y la enorme pensión que la B.S.A.A les proporcionaba a Redfield y Valentine habían logrado obtener una noche en "El Gran Espada".

A pesar de su edad, se sentía nervioso como cuando tenía diez y ocho y tenía a Claire a su lado. Demonios... qué patético era al sentirse como un adolescente enamorado. Sonrío. Aunque se sentía un completo fracasado no podía negar que extrañaba esa sensación, ese deje de "adrenalina" antes de hacer algo importante que cambiaría su vida por completo.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de una ventana abriéndose en la primer planta, se aseguró de que Claire siguiera dormida y abrió la puerta sútilmente para que no chillara y caminó por el amplio pasillo qur llevaba a la planta baja.

Una silueta femenina se posaba frente a la ventana con las manos puestas en la cintura, la tenue luz de la luna pudo revelar los rasgos asiaticos que poseía la mujer.

-Ada... -pronunció con dificultad.

A pesar de la oscuridad el joven Kennedy pudo notar la sonrisa cínica de Ada Wong. Comenzó a caminar moviendo las caderas a los lados, quedando así cerca del semblante sorprendido de Leon Scott. Sus alientos chocaban entre sí, y Ada observó detenidamente los orbes azules de su ex-compañero.

-¿Qué haces aquí?

-Vine a visitarte -dijo con esa típica voz seductora, la cual endulzaba el ambiente frío que había entre ambos.

-Vete -Leon se dio la vuelta para regresar a su habitación para intentar dormir mientras abrazaba a su prometida.

-Leon -sólo hacía falta pronunciar su nombre como sólo ella sabía hacerlo para aferrarlo a su lugar-. Te extraño.

Tragó saluva con dificultad y giró levemente su rostro hacia ella. Su rostro pálido como porcelana despertó en él sentimientos que creía olvidados y enterrados en su pasado... junto con esa mujer que ahora estaba frente a él, diciéndole que le extrañaba.

-Voy a casarme.

-No puedes, Leon, tu y yo...

-¿Nos amamos? -inquirió con ironía mientras se acercaba a ella- Desapareciste hace cinco años, me dejaste como un idiota varado en medio de la carretera y ahora vienes a decirme que amas ¿Qué es lo buscas, Ada? -pronunció su nombre con indiferencia y para ella fue como recibir un golpe en el rostro, dolía.

-Perdóname, Leon... -acarició sus labios con los de él.

Leon permaneció quieto como una estatua ante la acción de la chica asiatica que una vez robó su corazón. Extrañaba besarla y tocar su rostro suave como terciopelo mientras lo hacía, extrañaba su voz por las mañanas, sus manos rozar su cuerpo...

Se alejó de ella bruscamente. Todos esos recuerdos habían quedado enterrados en un lugar muy oscuro de su mente, no iba a volver a caer en los juegos de Wong.

-No, Ada. Ya no soy ese muchacho estúpido que manejaste a tu antojo.

-Jamás te mentí, Leon.

Se encogió de hombros.

-Eso no lo sé.

Ada en sus fallidos intentos por hacer que Leon se rindiera a sus pies, optó por acariciar su rostro con ternura, como solía hacerlo antes... pero luego se arrepintió ¿Por qué le estaba rogando a Kennedy? Era él quien tenía que arrastrarse a sus pies, no ella.

Asintió derrotada y se dirigió a la ventana para salir.

-Tú no me puedes olvidar -sonrió cínica-, no lo hiciste y no lo harás.

Y desapareció entre los edificios de la ciudad; Leon se acercó, no para verla alejarse, sino para cerrar la ventana.

-¿Leon? -escuchó una voz dulce y ligeramente aguda que le llamaba desde las escaleras.

Se giró y vio a Claire Redfield de pie sobre uno de los peldaños.

-¿No puedes dormir?

-Sólo vine a tomar aire... -mintió- Vamos a dormir, cariño -se acercó a ella y le dedicó un tierno beso en los labios-. Mañana será un gran día.