-¿Acaso tengo que repetirlo?

La muchacha salió rápidamente de su ensimismamiento y se giró para mirar a su interlocutora. Su mirada, que irradiaba hostilidad y locura, le perforó.

-Últimamente estás aún más tonta que de costumbre -dejó de leer el antiguo pergamino que sostenía y se acercó con aire amenazante a ella-. Más te vale espabilar de una vez. Te he dicho: ve a buscar el gallo, ya es el momento.

-S-Sí, señora -retrocedió varios pasos-. Lo siento…

Sin esperar a obtener una respuesta -o un grito, mejor dicho- echó a correr hasta la entrada de la casa. Recorrió rápidamente el camino que llevaba hasta el gallinero, como había hecho otras tantas veces, y buscó al ave. El animal no tardó mucho en aparecer entre el montón, era el más llamativo y hermoso de todos, y ella sentía sincera lástima por saber lo que le deparaba. Aun así, se consolaba diciéndose que aquello podría ser peor.

Al menos esta vez no era un ser humano.

Negándose a recordar esos momentos perturbadores, de los que había tenido que formar parte más veces de las que a ella le gustaría admitir, continuó con el encargo centrándose en lo que debería hacer luego.

-Aquí está -anunció una vez hubo vuelto donde la anciana.

-Ponlo en el centro del pentagrama -señaló un dibujo en el suelo del sótano-. Y enciérralo en una jaula, torpe, no queremos que salga corriendo e interrumpa todo.

Hizo rápidamente lo que se le pedía, resoplando para sus adentros. Aunque se hubiese adelantado a la orden, de todas formas seguiría siendo una inútil que no sabe nada de magia a los ojos de la bruja.

Una vez tuvo todo listo, se apartó hasta el fondo de la estancia, tratando de hacer el menor ruido posible.

Había presenciado rituales así muchas veces en su vida, y este en concreto se realizaba para maldecir a una persona próspera y poderosa, haciéndola caer en la más terrible miseria: una que le afectaría al alma, consumiendo a la víctima en un caos interno. Por eso el sacrificio era un gallo, símbolo de orgullo y señorío; este tenía que ser criado desde su nacimiento de una forma específica. Pero aquello no terminaba ahí, no era tan simple como eso, claro está, sino cualquiera con un poco de control sobre la magia podría hacerlo y arruinar a sus enemigos; requería de muchos otros procedimientos de los cuales la chica no se había tomado la molestia de memorizar pues, como todo en aquella casa, le parecían de lo más horrible y cruel.

Pensó en el pobre hombre que sufriría aquel maleficio: ni más ni menos que el señor feudal de las tierras en las que ambas vivían. Por lo poco que Sakura podía saber del exterior, era un lord justo y misericordioso, y sabía mantener el orden en su feudo. Tan bien cumplía su rol, que interfería con las malvadas ambiciones de la anciana que la muchacha tenía a unos metros, pues como en cualquier otra parte del reino, la práctica de magia negra era castigada con la muerte, y poco faltaba para que la bruja estuviera contra la espada y la pared.

Como sea, ella no tenía muchas opciones para elegir hacer lo correcto: si interfería en el ritual la bruja no dudaría ni un segundo en asesinarla de la peor forma que se le ocurriera; y si no estuviera haciendo aquel maleficio, la bruja sería tarde o temprano encontrada y ejecutada públicamente junto a ella que, pese a que estaba allí contra su voluntad, era su cómplice.

Si ella hubiera sido una muchacha común y corriente, aquel espectáculo sería a sus ojos una vieja bruja diciendo un montón de palabras extrañas y moviéndose de manera casi cómica, pero ella no lo era. Podía sentir las corrientes de magia fluir a su alrededor, pero era una magia muy… turbia, que le hacía sentir escalofríos. Tener tal punto de sensibilidad quería decir que era perfectamente capaz de realizar hasta los conjuros más complejos, pero se negaba. Había pasado toda su vida rodeada de aquello, y no hacía más que causarle repulsión, hasta miedo.

No, definitivamente ella jamás formaría parte de ese oscuro mundo. A sus diecisiete años, vio mucha gente sufrir producto de la brujería, y no podría vivir tranquila sabiendo que ella es la causante de eso.

Aunque… pensándolo bien, ya era, irremediablemente, parte de ese mundo.

Siguió contemplando el ritual, esta vez con una terrible sensación de tristeza y culpabilidad retorciéndole las entrañas.