Luego de la guerra, una paz desesperanzada.
—Harry—Le llamó ella, suavemente. Él pareció no escucharla, sólo miraba a través de la ventana hacia un punto indefinido en el cielo. Hermione pensó que era una noche hermosa, las estrellas brillaban con una intensidad casi irreal en el manto nocturno. Pero la tristeza que envolvía como un aura a su mejor amigo, contrastaba con la tranquilidad que inspiraba el lugar—Harry, ¿te sucede algo?, me preocupe al verte salir de la sala común a esta hora. Si un profesor te encontrara...¿Harry, me estás escuchando?.
Él no contesto. Sólo volteó su cabeza y la miró con un gesto inexpresivo en su rostro durante unos instantes. Hermione pudo notar que sus ojos habían cambiado desde que derrotó a Voldemort. Parecía más maduro, más sabio. Y eso le resultaba un poco aterrador.
—No te preocupes, Hermione—Le dijo por fin. Aunque su voz sonó un tanto forzada.
—Te advierto que debes mejorar tus aptitudes dramáticas si pretendes engañarme. ¿Estás pensando en "ellos", cierto?.
Se sentó a su lado junto a una de las ventanas de las torres de astronomía. Allí, en el mismo lugar en que la vida de Albus Dumbledore había concluido. No hacía más de cinco meses desde la última batalla en Hogwarts, y Harry nunca hablaba de las muertes con las que cargaba como una cruz.
Hermione lo sabía. Lo conocía demasiado bien. Después de todo su mejor amigo nunca fue muy expresivo, él era de esa clase de personas que prefería esconder el dolor tras una máscara de indiferencia. Que optaba por no revivir recuerdos dolorosos para evitar hundirse en ellos. Y lo entendía.
—Entiendo si no quieres hablar de ello porque es difícil pero sabes que no es tu culpa. Fred, Lupin, Tonks...incluso Dumbledore y Sirius, todos eligieron seguirte, pero murieron buscando forjar un futuro mejor para el mundo mágico.
—No es eso—Murmuró Harry, de forma sombría, dando a entender que no quería continuar con la conversación.
—Entonces...¿qué es?—Comentó ella, escéptica, haciendo gala de su asombrosa capacidad para ser agobiante. Muchas veces no podía evitar sentirse como su madre. Pero realmente deseaba protegerlo de todo aquello que le hacía daño. Luego de todo lo que él había tenido que sufrir, merecía ser feliz. Hermione quería verlo feliz.
—Nada, Hermione, aunque todo es aún muy reciente. Sé que no fue mi culpa, que ellos pelearon por su propia elección, que sus muertes no fueron en vano pero eso no les sirve de consuelo a los señores Weasley, ni a Teddy. Si tú vieras a Ginny cuando menciono a Fred...
Hermione asintió, pensando en Ron. El pelirrojo no era el mismo desde la muerte de Fred. Su risa se había apagado y también sus ojos. A veces parecía ser sólo la sombra de lo que fue alguna vez.
—Es muy doloroso para ella, Harry, pero lo superará. Cuando se disipe un poco la pena, logrará entenderlo—Él no le contestó.
Luego de la guerra, muchas cosas habían cambiado. Estaban en un tiempo de reconstruir, de superar, de resistir. Porque una lucha vencida no sólo significaba la gloria, también arrastraba con ella una estela interminable de muertes injustas, de familias destruidas y de sueños rotos.
Sueños rotos. Como los de Fred y George. Como los de Lupin y Tonks. Como los suyos. Ella tomó la mano de Harry con suavidad, y él la miró con agradecimiento mudo en sus ojos. Eran los mejores amigos, y ambos se sentían de alguna manera excluidos del dolor de los Weasley. Pero después de todo, se tenían el uno al otro, como tantas veces. Como esos días en cuarto año cuando nadie creía en Harry, como esos días de soledad en el campamento cuando Ron los había abandonado.
Como en esos días cuando Hermione se dio cuenta de que algo estaba cambiando en su interior. Como en esos días en los que fue consiente de que Harry era casi indispensable en su vida. Cuando comprendió que entre ellos no hacían falta palabras.
Algo estaba naciendo, sin duda, entre ellos. Algo que no debía estar ahí. Un sentimiento incorrecto.
Los primeros rayos del sol teñían el horizonte de una tenue tonalidad naranja, anunciando el comienzo de un nuevo día. En la lejanía de ese mismo cielo color amanecer, donde se dibujaban oscuras, las siluetas de algunos pájaros, se perdía la mirada de Hermione. Todo despertaba en Hogwarts, menos ella, que había sido incapaz de entregarse a los brazos de Morfeo en toda la noche.
Desde la conversación con Harry, su mente bullía de dudas y de preguntas sin respuesta. Ese mundo al que ella perteneció tiempo atrás, ya no existía. Se sentía como extraviada en su propio hogar. Se sentía perdida entre todos aquellos a quienes tanto amaba.
En ese momento, sólo Harry podía comprenderla, porque ambos en ese momento cargaban sobre sus hombros el dolor de los demás. El peso de los sueños rotos de toda una familia.
De alguna manera, Hermione se sentía en la obligación de devolverle a Ron su sonrisa despreocupaba. Aunque a veces pensaba que sería una tarea imposible de cumplir en su totalidad.
Hermione sabia que a Harry le ocurría lo mismo con Ginny. La impotencia de él al no poder ayudarla era palpable cada vez que la miraba. Y la bruja más inteligente de Hogwarts sólo sufría más al verlo sufrir. Ellos funcionaban así, unidos por un lazo de emociones reciprocas
Ambos tenían una misma meta: Devolverle la felicidad a esos dos pelirrojos que tanto significaban en sus vidas. A aquellos dos que habían ido hasta el limite por proteger a Harry cuando lo necesito, a pesar de que pudiera costarles su propia familia.
Sentada en su cama, cubriéndose con el cobertor del frío matinal y mirando hacía el sol del amanecer, Hermione pensó que lo único que dejaba la victoria tras una guerra, era una paz desesperanzada. Una realidad irreconocible.
Y también fue consiente por unos instantes de que estaba más unida a Harry que nunca. Incluso, hasta se sorprendió de que eso fuera posible. Todo había cambiado pero ellos también.
—Hermione—Una voz conocida interrumpió sus pensamientos—¿Qué haces despierta tan temprano?
Ella le sonrió a su mejor amiga que la miraba soñolienta desde la cama contigua. Y un sentimiento de culpa casi infundado la embargó en ese momento pero...¿por qué?.
—Sólo pensaba en cosas sin importancia, Ginny, sigue durmiendo sin percatarte de mí— Hermione lograba entender a la perfección que es lo que a Harry le atraía de la menor de los Weasley. Aparte de la belleza natural de la que era dueña, irradiaba ese tipo de fuerza que da valentía. Aunque estuviera rota por dentro, y las ojeras se dibujaran bajo sus ojos como testigos de las largas noches de insomnio, aquella pelirroja no lloraba.
Hermione la admiraba de verdad.
—Hermione, déjame decirte algo, y por favor no lo tomes a mal pero...no me gusta que me mires de esa forma. Como si me tuvieras lastima. Harry y tú se han estado comportando de una forma demasiado sobre protectora. Detesto que me estén tratando como una muñequita de porcelana, capaz de romperse en cualquier momento.
—Lo siento, no es mi intención que te sientas así—Contestó un poco azorada por la forma abrupta en que Ginny le había comentado eso—Pero creo que Harry sólo quiere lo mejor para ti.
—Entiendo que se preocupen pero nosotros, Ron y yo, necesitamos un tiempo para sanar, Hermione. Y creo que tú y que Harry también lo necesitan.
Se preguntó internamente si Ginny tendría razón pero no lograba encontrar ninguna herida que doliera. Excepto, la imposibilidad de devolverle a Ron esa sonrisa que había perdido.
Horas después, Hermione se encontraba en la biblioteca, leyendo un poco sobre la guerra entre los trolls y los gigantes para historia de la magia. Tenía un pila enorme de deberes que tenía que entregar en los días siguientes, y no quería atrasarse con nada.
También cargaba con la responsabilidad de hacer la tarea de Ron. Últimamente le hacía esa clase de favores de buena gana, sin reprocharle por su pereza ni por su falta de voluntad ante los estudios. Con tal de hacerle la vida un poco más fácil, ella estaba dispuesta a sacrificar su tiempo.
¿Quién podría decir que la guerra no la había cambiado un poco a ella también?
Miró por la ventana hacia el jardín de Hogwarts. Últimamente, esa costumbre extraña de admirar los paisajes cuando buscaba un poco de distracción, se estaba volviendo muy frecuente. Un dolor agudo, casi imperceptible, oprimió su pecho al ver dos personas disfrutando del límpido día invernal, bajo un frondoso árbol. Los amantes que se abrazaban con una ternura digna de Romeo y Julieta, no podían ser otros más que Harry y Ginny. El color fuego del cabello de su mejor amiga era inconfundible.
¿Qué significaba esa sensación que minutos antes la había embargado? . ¿Esa tristeza fugaz...ese vacio que latió por un segundo y luego murió?
Lo pensó por unos instantes. Luego rememoró que la noche anterior y esa mañana, había notado que su relación con Harry no era la misma. Pero ¿qué podría tener eso que ver?
Todo y nada. Se explicó. Extrañaba al viejo Ron, era eso y el saber que desde su primer beso del día de la batalla final, seguían sólo como amigos le afectaba. Seguramente se sentía un poco envidiosa de la felicidad de sus amigos.
Para no seguir dándole más vueltas al asunto, sólo siguió estudiando.
