-¿Y? ¿Cómo lo pasaste? –me preguntas que cómo lo pasé yo, y aunque sé que te interesa saberlo, también sé que no es lo único que quieres saber. Detrás de tu pregunta se esconde otra, que no te atreves a expresar en voz alta pero que ambos sabemos que está ahí, porque lo está, tus ojos no preguntan lo mismo que tus palabras, y no te imaginas lo mucho que desearía que eso no fuera así.
-Bien, no es muy posible pasarlo mal cuando tienes a Sirius Black y a James Potter como amigos –James Potter, ése es el asunto. Menciono su nombre y tus ojos se iluminan, brillan enamorados aunque te empeñes en negarlo. James Potter y nada más te importa, el resto del mundo se vuelve invisible y sólo existen tus dudas, tu indecisión, tu eterno amor. Giras en torno a él. Así como él también gira en torno tuyo. Ése es el mayor de los problemas, si él no te amara tanto, o si a mí no me doliera tanto hacerle esto, todo sería al menos un poco menos difícil. Jamás fácil, pero no así de duro.
-Bien –me imitas burlonamente, como haces siempre que mis respuestas no satisfacen a tus preguntas. -¡Qué comunicación, por Dios! Si tan bien lo pasaron, no creo que no haya nada interesante de contar.
-¿Cosas interesantes? No mucho. Ya sabes, lo mismo de siempre. Beber un poco, comer otro tanto, ver cómo Sirius intenta coquetear con cuanta falda se le pasa por delante. No, definitivamente, nada interesante –quería que, al menos esta vez, te costara un poco obtener lo que quieres. ¿Venganza, podrás pensar? Pero, ¿venganza de qué? Eres culpable de ser como eres, de hacerme sentir como siento, pero no, no es venganza. Yo lo llamaría masoquismo, masoquismo puro. Quiero que me preguntes directamente por él, escuchar de tus propios labios que es él quien te importa, que lo que él hizo es lo que tú quieres escuchar. Y, en el fondo, quiero que lo aceptes, que corras a sus brazos y seas feliz, porque te lo mereces, ambos lo merecen. Masoquismo, ¿no te digo yo?
Sonríes, tratando, por todos los medios, que no note que hay más, que lo que te cuento no te satisface. Lo intentas, pero nunca has podido ocultarme nada, tus ojos hablan mucho más de lo que crees, mucho más de lo que te gustaría. Lo intentas pero, en el fondo, eres conciente de que ya lo sé, de que, en realidad, no hay nada que ocultar porque no hay secretos. Nunca los ha habido entre nosotros.
Mentira, sí hay secretos. Es más que simple amistad lo que yo siento por ti y tú no tienes ni idea. No sabes que muero por dentro cada vez que James me habla de ti, cada vez que te sugiero darle una oportunidad. No lo sabes y es mejor que no lo sepas. Porque no tengo esperanzas, no tengo oportunidad alguna, y no quiero tenerlas tampoco. Sólo quiero verte feliz, y sé que con James lo serás enormemente.
Te paras de la butaca en la que estabas sentada y te diriges hacia tu habitación con una mueca de decepción en tu rostro que no cuesta nada identificar.
-No pasó nada –te digo cuando ya has puesto un pie en el primer escalón de la escalera con forma de caracol. Te das vuelta, mirándome extrañada, sin encontrarle sentido a lo que acabo de decir. –James no hizo nada hoy. Se dedicó a beber y a hablar de ti.
No te sorprendes, pero sonríes. Esa sonrisa que intenta decir que no te importa, que ya estás aburrida de la misma situación, pero no lo consigue. Esa sonrisa que es todo tu amor y toda tu esperanza, puestos en tan solo unas cuantas palabras. Y siento que muero una vez más, porque esa sonrisa dice todo lo que nunca has dicho con palabras, todo lo que te empeñas en negar, pero que en el fondo eres conciente de que no podrás seguir soportándolo por mucho tiempo más.
