Caleidoscopio
Sus ojos eran el caleidoscopio de su alma.
Descargo de responsabilidad: Skip Beat!, ni sus personajes me pertenecen, repito, no me pertenecen.
Esta historia es un regalo de cumpleaños para Kikitapatia
¡Feliz cumpleaños!
...
Sus manos se deslizaron suavemente sobre su espalda, desabotonando cuidadosa y habilidosamente las decenas de diminutos botones perlados del vestido. Solo podía ver su espalda, pero podía sentir el leve temblor de ella cada vez que sus dedos rozaban la piel que iba quedando desnuda. Desabrochó el último botón; el vestido no cayó, él sabía que ella lo estaría sosteniendo.
Aún con ella dándole la espalda, deslizó sus brazos sobre su estrecha cintura y escondió su rostro en el hueco en el que se fundían su cuello y su hombro. La sintió relajarse entre sus brazos y depositó un beso delicado en el costado de su cuello.
—Te amo —susurró contra su piel, su aliento acariciándola con la delicadeza y la suavidad de una pluma mecida por el viento.
—Kuon, —respiró ella en un susurro y tomando sus manos se liberó de su abrazo para quedar frente a él.
No necesitaba que ella se lo dijera, no necesitaba que ella le dijera que lo amaba. Lo sabía.
Se dejó envolver y embrujar por sus ojos. Se perdió en las profundidades de su inmensidad. Sus ojos, esos que eran un universo de formas, colores, reflejos y sombras. Tan claros como la miel y que siempre dicen más que lo que mil palabras de amor podrán, unos ojos que hablan, unos ojos que pueden ver a través de su alma. Ojos vibrantes que todo lo miran con asombro y alegría como colibríes danzando entre las flores en una mañana de primavera. Esos mismos ojos que cuando con furia miraban, no tenían nada que envidiarle al cielo cubierto por arreboles. Los mismos ojos que por duras palabras dichas y amargos engaños se opacaron, invocando sombras y oscuridad como las que traen las noches de tormenta.
Aunque también estaban esos, los primeros que conoció, los brillantes, no como la luz del sol, no como la miel que cae del panal, sino brillantes como la superficie de un lago en la que han dejado caer una piedra. Mucho menos podía olvidar aquellos que por el cansancio, la derrota y la frustración se convertían en soles adormilados.
Pero sus ojos también habían reflejado los suyos, los falsos y los verdaderos, y en una mezcla de miel, café y verde vio reflejado su propio amor, su soledad, su miedo, sus luchas e inseguridades. Y finalmente un día se encontró viendo más que un par de ojos. Se encontró con el infinito de formas, colores y superficies que reflejaban los sentimientos y deseos de su corazón.
—¿Kuon? —sintió su mano contra su mejilla.
Él tomó su mano y sonrió jugando con los anillos en su dedo y delicadamente unió sus labios con los suyos en un beso cálido. Cuando se separaron, sus ojos se abrieron lentamente despertando con su sonrisa. La mano que sujetaba su vestido dejándolo caer.
Esa noche se dejaron abrazar por la pasión, entregándose con amor y sin reservas a los brazos del otro, fundiéndose como un solo ser, una sola alma, un solo corazón. Esa noche descubrió un nuevo matiz en sus ojos, uno que se sostenía como brasas en una hoguera a la compañía de un buen vino: ardientes y embriagantes.
