¡Hola, hola! Finalmente, después de un mes de planificación y esfuerzo, traigo este fic para una persona muy especial. No se trata de un longfic, más bien será "cortito", de tres o cuatro capítulos, aún no estoy segura, depende de cómo vaya desarrollándose la trama, pero aviso que serán capítulos extensos.
Encontrareis referencias a cuentos como La Blancanieves, Rapunzel, La Cenicienta y La Bella y la Bestia. Y por supuesto, referencias al mundo de Shingeki. Yo lo llamaría un cuento de hadas un poco oscuro. Hay un poco de angst, pero sobretodo me centraré en la evolución de los personajes, respeté las personalidades del canon, evitando lo posible el OoC. Es un fic diferente pero realmente espero que sea de vuestro agrado.
Lia, mi princesa, este es mi pequeño regalo (otro más), para ti. Creo que con este fic te estoy dando lo mejor de mí, reescribí la escena de la torre tres veces, estuve dos noches escuchando canciones en busca de inspiración para el título, hice la portada como diez veces para quedar satisfecha... Como te decía, casi me cuesta la salud mental, pero no, estoy bien cuerda y muy feliz por darte este primer capítulo después de un mes debatiendo entre las dos, de preguntas y charlas acerca de los personajes y el argumento. Aunque nos conocemos desde hace poco, todo empezó con mi review, ¿recuerdas? Tus mensajes llenos de amor me hicieron ver que eras una persona maravillosa, y que juntas eramos muy intensas. Me preguntaste qué hiciste para merecer este fic y el anterior, bueno, es mi forma de darte las gracias por todo el apoyo y cariño que me das incondicionalmente. Lia, aquí tienes lo que te prometí.
Shingeki no Kyojin no me pertenece.
Advertencias: Riren.
El hombre ha nacido libre y por doquiera se encuentra sujeto con cadenas —Jean-Jacques Rousseau.
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—¡La maldición de Ymir ha caído sobre este niño!
—Es un niño maldito.
—¡Por favor, dejadme partir! ¡Cuidaré yo sola a mis hijos!
—La niña puede quedarse, pero el niño debe morir.
—¡No! ¡Os lo suplico! ¡Es mi hijo!
—Carla, el consejo ha tomado la decisión. Ya sabes cuántas desgracias nos han traído niños como ese. El bebé será arrojado por el acantilado.
—¡NO! ¡POR FAVOR!
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Dos orbes dorados se abrieron súbitamente en mitad de la noche. Sin mover un solo músculo, la silueta recostada contra el muro de piedra escaneó el entorno en el que se hallaba, buscando esas voces que murmuraban a sus espaldas su condena, imperturbables, carentes de emoción; frías como el hielo.
La ira, surgida de ese sueño que se repetía todas las noches, se apaciguó considerablemente al constatar que se encontraba solo en aquel lugar, comprendiendo que había vuelto a ser víctima de su propio recuerdo: el día de su nacimiento.
Sus orbes cambiaron paulatinamente de tonalidad, ya no eran dorados; ahora eran verdes como dos gemas.
Soltando un suspiro, se preguntó cuántas veces reviviría esa pesadilla. A pesar de ser un recién nacido, tenía grabadas en su memoria las voces de esas personas que acordaron unánimemente deshacerse de él como si fuera un recipiente vacío: sin alma ni corazón. Pero lamentablemente para ellos, sobrevivió y con quince años, tenía muy claro cuál era su objetivo: regresar a su hogar de origen y mostrarles que, en efecto, él era un niño maldito que cobraría venganza por ese acto de crueldad. No podía evitarlo, desde el momento en que nació ya echó en falta el amor, todo eran miradas de odio y menosprecio.
Él era Eren Jaeger, un muchacho que, en ocasiones, adoptaba la forma de una criatura de quince metros de altura con fuerza suficiente para arrasar una aldea entera y atemorizar a la gente con sus rugidos feroces.
Cada 100 años, un niño nacía con ese poder descomunal. Popularmente conocido como "la maldición de la diosa Ymir".
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El canto de los pajarillos, excesivamente agudo y melodioso, era el primer sonido con el que despertaba. Soltando un gruñido, Eren maldijo esos cánticos que ensordecían sus oídos. Las diminutas criaturas daban saltitos en el alfeizar de la ventana, entonando sus canciones, alegres por el amanecer de un nuevo día. El chico que yacía en la cama de dosel se revolvía en un vano intento por aplacar ese ruido atronador. Había pasado mala noche y no estaba con ánimos para tolerar la bienvenida de los animalitos del bosque. Descorriendo las cortinas carmesí, parpadeó cegado por la luz que se filtraba a través de los barrotes de la ventana. Los pajaritos dieron brincos de alegría cuando el dueño de la torre, aquel muchacho de no más de quince años, se levantó de la cama.
—¡Fuera de aquí! —aventó Eren iracundo.
Espantó a los pájaros, agitando el brazo para ahuyentarlos de la ventana. Desplegando sus alas, los pajaritos se alejaron disgustados por esa actitud tan hosca.
Recargándose contra el muro de piedra, Eren se frotó los ojos adormecido. No dormir bien por las noches causaba que se levantara irritado y susceptible a cualquier cosa. Quizás tuviera algo que ver con su otra mitad: la bestia que dormía en su interior. ¿Acaso se le contagió el instinto animal? Convivir con dos mitades, dos seres que coexistían desde el momento en que nació fue casi como un castigo divino. Antaño, en sus tiempos de mozo en el monasterio, —adoptado por los sacerdotes—, luchaba internamente contra la bestia que buscaba desesperada salir de ese cuerpo humano, semejante a una prisión. Dominar su instinto le acarreó un sin fin de calamidades, mas evitó un gran desastre.
Pero a su vez, fue lo bastante astuto para sacar provecho de esta maldición. A los pies de la cama, esparcidos por doquier, estaban los presentes que los aldeanos le obsequiaban a diario entre profundas reverencias y súplicas que abogaban por su indulgencia. Su mayor temor era ser devorados por la bestia que yacía en el interior de ese muchacho.
Los jefes de la aldea eran los únicos con el valor suficiente para llevar a cabo esa tarea. El chico rara vez se hacía ver, muy pocos habían sido los que tuvieron la "desgracia" de verlo en carne y hueso, y todos ellos coincidían en su descripción: unos ojos grandes que destellaban puro salvajismo, y una sonrisa sádica que helaba la sangre de todo aquel osara desafiarle.
Y pese al terror que inspiraba su aspecto humano, nadie en su sano juicio quería ser testigo de su transformación en una bestia despiadada sin conciencia ni raciocinio.
Examinando los distintos regalos, se dijo que pronto no tendría espacio para todos ellos. Meses atrás, le habían obsequiado con una túnica negra que le llegaba a los pies, pero se rehusó a ponerse eso. ¡Ni que fuera una bruja malvada como las de los cuentos!
Su ropa era sencilla: una camisa de manga larga, unos pantalones ajustados, botas y una capa que traía siempre puesta.
Entre otros presentes, había un pequeño cofre, una capa hecha con piel de ciervo, una flauta tallada en madera, un broche con forma de mariposa…
Nada que le llamase la atención.
Sin embargo, un caballito de madera sobresalió de entre los distintos presentes. Eren frunció el entrecejo, ¿quién le había regalado eso? Cogiendo el caballito, lo miró por diferentes ángulos; no tenía nada de especial… o eso creía. En la base que servía de soporte había escrito un mensaje; por los trazos irregulares y forzados, supuso que habían utilizado un cuchillo para rasgar la madera. Decía lo siguiente:
Para el señor monstruo. Porfavor no nos comas.
Algo se removió en el estómago de Eren. Casi podía escuchar la voz del niño o la niña en su cabeza mientras leía esas palabras. Por un momento, abandonó su faceta malvada y sin poder evitarlo, se sintió el ser más despreciable de la tierra. De nuevo, le acometió ese sentimiento que llevaba arrastrando consigo desde hacía años: la soledad.
Acechado por la melancolía, recurrió desesperado a su único "compañero": un espejo que hablaba. Un objeto supuestamente maligno —cosa que Eren ponía en duda—, custodiado por los sacerdotes que lo adoptaron de pequeño. Lo robó al saber de su existencia.
Encima del tocador, hecho de bronce, el espejo tenía forma ovalada y terminaba en un mango para poder sujetarlo. El reverso estaba decorado con ralladuras, producto de los años y años que fue pasando de mano en mano.
No dependía exclusivamente de él, pues sus conversaciones solían ser breves y concisas. Le informaba acerca del exterior y sus habitantes, pero en general, si Eren no le llamaba, no acudía a su encuentro.
"¿Cómo de aburrida puede ser la vida de un espejo?" —pensó Eren.
—Peor que la mía seguro que no —se respondió en voz alta.
Consciente del curso que habían tomado sus pensamientos, negó repetidas veces con la cabeza.
Las grietas de su blindado corazón se hicieron más visibles, y evitando a toda costa romperse, tomó el espejo para interactuar con él.
—¿Alguna novedad? —preguntó, sabiendo de antemano la respuesta. Nunca ocurría nada interesante por los alrededores.
El cristal que reflejaba su rostro juvenil fue envuelto por una neblina oscura que poco a poco dejó entrever la imagen de un rostro tétrico y espeluznante; ni siquiera se asemejaba a una cara. Sus ojos eran dos cuencas vacías y su boca una abertura transformada en mueca.
—Los aldeanos empiezan a temer que los presentes no sean suficientes para satisfacerte. Uno de los jefes quiere enviar un sacrificio.
—¿¡Sacrificio!?
—Así es. Dice que, si ofrecen un sacrificio humano cada mes, sus vidas estarán a salvo.
Eren no daba crédito a lo que oía. ¿Tan desesperados estaban? ¿Cómo eran capaces de ofrecer la vida de otra persona a cambio de la suya? Él no tenía ninguna intención de devorar a nadie. No era un monstruo… pero él les había hecho creer lo contrario. Todo ese asunto empezaba a descontrolarse.
¿Qué haría cuando se presentara ante él un aldeano inocente temblando de pies a cabeza?
O quizás se estaba precipitando. Nadie en su sano juicio aprobaría esa descabellada propuesta… ¿verdad?
—¿Qué opinan los aldeanos? —preguntó, temeroso.
—Esta noche se celebrará la asamblea que lo decidirá.
Eren rezó para que entraran en razón. En tres años no les había dado motivo para cometer tal acto de crueldad: procuró siempre mostrarse clemente ante ellos.
—Genial —expresó con hastío.
Sin embargo, el espejo le avisó de otra noticia, igual o más inesperada que la primera.
—Un forastero se dirige hacia la torre.
—¿Qué? ¿Quién es? Muéstramelo —exigió.
La neblina apareció borrando el rostro de esa entidad y mostró un desconocido abriéndose paso entre los matorrales y buscando algo con la mirada. Efectivamente, no era un aldeano de Shiganshina. Sus ropas delataban que pertenecía a un alto estatus social, y por su expresión indiferente, no parecía tener idea de que ahí habitaba una bestia.
El forastero se detuvo junto a la torre. La contempló largo rato, quizás debatiéndose entre husmear por dentro o seguir su camino. Tras deliberar unos minutos, el sujeto empezó a trepar por la torre. Eren no cabía en si del asombro, nadie tenía el coraje como para trepar por la torre y presentarse ante él como si tal cosa.
La torre carecía de entrada. No tenía puertas, y las únicas aberturas eran la ventana que se situaba en lo alto del todo, lugar donde dormía, y un hueco de medio metro situado a varios pies por encima del suelo.
¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Cuáles eran las intenciones de ese hombre? ¿Debía fingir ser una bestia?
—Ese hombre… ¿Es peligroso? —le preguntó al espejo, paseando en círculos por el dormitorio.
El rostro hizo una mueca.
—Quien sabe.
Eren le miró enojado. Cuando más lo necesitaba, más inservible era. Arrojó el espejo contra el colchón de la cama. No tenía más remedio que esperar de brazos cruzados su llegada.
Estaba un poco nervioso ante la expectativa de un encuentro con otro ser humano. Casi no había tenido contacto con el exterior. Impaciente, aguardó de pie, preguntándose qué tipo de hombre sería ese forastero.
En menos de un minuto, se escucharon los pasos retumbar desde fuera. Finalmente, apareció una figura por el arco ojival que flanqueaba el dormitorio de las escaleras.
A través del espejo no pudo apreciarlo bien, mas ahora que les separaban pocos metros, se percató de que era más mayor que él. Vestía una camisa blanca junto a un chaleco sin mangas de color ocre, unos pantalones anchos y unas botas negras que le llegaban por debajo de las rodillas: ropa sencilla pero elegante.
Su corte de pelo recto era poco usual, pero le confería un aspecto más… ¿galán?
Era indudablemente atractivo.
Sacudiendo esos pensamientos, Eren procedió a saludarle.
—N-No eres… No eres bienvenido aquí —dijo en una postura defensiva pese a su tartamudeo. Se trataba de un extraño, y lo más apropiado sería no confiarse.
El aludido no mostró señales de haberlo escuchado. Seguía buscando algo que no encontraba. Finalmente, se dignó a mirar al chico que tenía delante.
—¿Dónde está la bestia? —preguntó gravemente. Sus pasos eran seguros, adentrándose en la alcoba sin miedo.
"¿Ha venido a por mí? ¿Le habrán enviado para matarme?"
—¿Por qué…? ¿Por qué quieres saberlo?
—Me dijeron que en esta torre vivía una bestia terrorífica y… sentí curiosidad —contestó con simpleza.
Eren parpadeó incrédulo.
—¿Viniste hasta aquí solo por… curiosidad?
—¿Es que no me oíste la primera vez? —replicó en tono hosco.
Le costaba creer que existiera alguien así, no parecía estar mintiendo. Su porte era recto y serio, pero su rostro se veía relajado y despreocupado. Eren sintió una mezcla de respeto e interés por él. Se debatía en decirle la verdad o mantener su identidad en secreto, pero el hombre se le adelantó.
—¿No serás por casualidad la bestia de la que tanto hablan los aldeanos? —inquirió con una ceja alzada.
Viéndose entre la espada y la pared, Eren barajó las dos posibilidades: mentirle —él no sabía mentir—, o afirmar que, en efecto, él era la bestia. Acorralado como estaba, decidió ser sincero.
—Así es.
Intentó no parecer acobardado, sino más bien desafiante. No estuvo seguro de conseguirlo.
—Qué decepción —dijo este, dando media vuelta para irse.
—¡Eh! ¿A dónde crees que vas? —exigió saber. En sus ojos hubo un destello dorado.
De espaldas a él, el hombre volteó el rostro.
—Esperaba encontrar algo más que un mocoso.
—¿Qué has dicho? —dijo arrastrando las palabras—. ¡Repítelo si te atreves!
—¿Es que acaso eres idiota? ¿Hay que repetirte las cosas dos veces para que las entiendas?
Los puños de las manos le temblaban. No soportaba esa actitud arrogante e insolente.
—No tengo ni idea de quién eres, pero te arrepentirás de haber dicho eso.
Eren nunca fue dado a la estrategia, y pudo comprobarse cuando se arrojó contra ese hombre sin apenas pensárselo dos veces. Este reaccionó, sorprendido por el ataque, pero enseguida pudo manejar al mocoso sin mucha dificultad. Esquivándolo con gran agilidad, se posicionó rápidamente detrás suyo y agarrándole el brazo derecho, lo inmovilizó por detrás de la espalda. Seguidamente le propinó una patada, doblándole las rodillas y cayendo encima de él como un peso muerto.
Bocabajo en el suelo, Eren se revolvió y pataleó.
—¡Suéltame, maldito!
—Patético —murmuró estrujando su brazo.
—¡Aah! ¡Duele!
—¿Qué pasa? ¿No eres una bestia temible? Demuéstralo.
Eren estaba rojo, y no solo de ira, empezaba a faltarle el aire. El cuerpo de ese hombre le aplastaba las costillas y cada vez se le hacía más difícil respirar. Tampoco podía moverse, viéndose totalmente indefenso. El brazo le dolía y juró que, si seguía resistiéndose, se le cortaría la circulación.
—¡Bastardo! ¡No puedo transformarme dentro de la torre! ¡Se derrumbaría y quedaríamos aplastados por las rocas! —confesó desesperado.
—Oh… Qué lástima.
—¡Suelta! ¡Me romperás el brazo!
El hombre aflojó el agarre y se quitó de encima, consciente de que ese mocoso no suponía un verdadero peligro para él.
Eren, en cambio, le lanzó una mirada de profundo odio mientras recuperaba el ritmo de su respiración. Desde el suelo debió verse lamentable, jamás había sufrido tal humillación. Frotándose el brazo, se levantó manteniendo una cierta distancia.
—¿En verdad puedes convertirte en una bestia?
—Sí… y créeme que podría devorarte —añadió en un intento por asustarle.
Fracasando estrepitosamente, la amenaza simplemente rebotó contra él, sin producir ningún efecto.
—No pareces peligroso —opinó.
—Eso es… ¡Eso es porque no me has visto en mi otra forma! —replicó acalorado. Por alguna razón, se sentía imponente ante ese hombre.
—Oh… ¿Y en tu otra forma te dedicas a devorar hombres? —inquirió en tono burlón.
Las mejillas del muchacho se encendieron, abrumado por la facilidad con que había sido descubierto. Él nunca había devorado a nadie… ¡pero eso no le impediría cumplir su venganza!
—Tú no sabes de lo que puedo ser capaz.
—Solo eres un mocoso —afirmó de forma tajante.
—¡Cállate! ¡No sabes nada sobre mí! —exclamó Eren furioso.
El hombre no le contradijo, se limitó a observarle detenidamente, casi sin pestañear. Después de lo que pareció una eternidad —intercambiando miradas en absoluto silencio—, el desconocido decidió que ya era hora de irse; allí no había nada que hacer. La emoción por la expectativa de encontrar a una bestia sedienta de sangre, cayó en picado al encontrarse con un mocoso que no parecía capaz ni de matar a una mosca.
Sin despedirse, se dio la vuelta, y pasó por debajo del arco ojival.
—¡Eh! ¡Espera! ¡Todavía no sé quién eres!
Volteándose por última vez, dio a conocer su nombre.
—Levi.
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Horas después de su marcha, Eren echado bocarriba sobre la cama, no podía quitarse de la cabeza a ese hombre. Su encuentro fue tan insólito, tan extraño… ¿Realmente había ocurrido? ¿Realmente había mantenido una conversación con un extraño? Le costaba hacerse a la idea, y es que en tres años había vivido prácticamente huyendo del contacto humano. Era confuso, no entendía el comportamiento de este tal Levi. ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de conocerlo en persona? ¿No le advirtieron de lo peligroso que era adentrarse en la torre?
"¿Y si en verdad no existe? ¿Y si lo he imaginado todo? ¿Me estaré volviendo loco?" —pensó alarmado.
Su salud mental era lo primero, y por fortuna, conocía un método para comprobar si todo fue producto de su alocada mente o fue tan real como su maldición.
Cogiendo el espejo, dijo:
—Muéstrame a Levi en estos momentos.
El conocido rostro sin ojos hizo una mueca, como si le hubiera interrumpido el sueño o tuviera otras cosas mejores qué hacer.
—¡Vamos! —apremió el muchacho.
El remolino de neblina disipó aquel rostro lúgubre y, en su lugar, apareció Levi recostado de espaldas al pie de un árbol. La expresión estoica ahora era reemplazada por un rostro sereno que dormitaba profundamente. Reconoció el entorno, no estaba lejos de allí.
Respiró aliviado: su cabeza andaba bien cuerda. Pero por razones que no alcanzaba a comprender, continuó observando a Levi. Le sorprendía lo elegante que podía verse incluso dormido: su flequillo caía con gracia por su frente, ocultándole los ojos, su boca cerrada con esos finos labios, una nariz recta y unas facciones perfectamente delineadas.
Sin ser consciente, lo contempló embelesado. Era la primera vez que una persona le causaba esa sensación; tampoco es que hubiera conocido a mucha, pero, aun así, no era un hombre corriente. Tras cavilar un buen rato, solamente encontró un único adjetivo para definirlo: misterioso.
Cuánto más tiempo pasaba observándolo, más curiosidad tenía por descubrir quién era. Era la primera vez que oía el nombre de Levi, y dado que era un forastero y él nunca había explorado otras tierras, era imposible saber de quién se trataba. El espejo podía resolver su duda en cuestión de segundos, pero no le atraía la idea. Prefería que Levi se lo dijera en persona.
Fue algo muy chocante. Prácticamente estaba admitiendo que quería volver a hablar con él. No entendía a qué obedecía esa necesidad, no recibió un trato especialmente amable de su parte e incluso le había llamado mocoso. Frustrado, dejó el espejo a un lado y cruzó las manos por detrás de la cabeza. Le estaba tomando demasiada importancia, seguramente en unas horas se olvidaría de Levi y todo regresaría a la normalidad.
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Ya era la tercera noche que Eren se escabullía de la torre para espiar a Levi entre los árboles. Se movía por el bosque sigilosamente, atento para no pisar ninguna rama que delatara su presencia. Por algún motivo, Levi permanecía en esa zona, como si se hubiera instalado indefinidamente. Por el día, merodeaba por Shiganshina sin un objetivo en concreto, simplemente caminaba y observaba a la gente. Por la noche, dormía a la intemperie.
A Eren le gustaba verle dormir. No se acercaba más de lo necesario, quizás por respeto, temor o vergüenza. Podría decirse que lo "admiraba" desde la distancia… A unos cinco metros aproximadamente.
Estaba escondido detrás de un árbol cuyo tronco era tres veces más ancho que él, casi se había convertido en una rutina espiarle cuando caía la noche. Sin embargo, Levi era muy perspicaz y desde el primer momento advirtió que alguien le observaba entre las sombras. Podía ser un enemigo —pese a que no le había dado tiempo a enemistarse con nadie—, pero enseguida constató que lejos de resultar una amenaza, era ni más ni menos que el chico de la torre.
La primera vez no hizo nada. Tenía sueño y quería descansar, aunque se mantuvo alerta por si el chico se acercaba. La segunda noche lo avistó exactamente en el mismo lugar que el día anterior, y de nuevo, se la pasó observándole en silencio. La tercera noche ya fue demasiado.
—¿Es que no sabes invertir tu tiempo en algo más productivo? —preguntó Levi en voz alta.
Eren dio un brinco desde donde estaba. El corazón empezó a latirle muy deprisa; había sido descubierto. Mirando hacia atrás, se planteó salir corriendo y encerrarse en su torre, pero entendió que, si lo hacía, sería algo muy patético. Reuniendo todo su valor, salió de su escondite y avanzó con pasos vacilantes hacia Levi. Este no se movió, de brazos cruzados y sentado en el suelo reclinado contra un árbol, examinaba al chico que parecía tímido y acobardado por verse cara a cara con él otra vez.
—¿Quién eres? —inquirió Eren con voz débil.
Levi desvió la mirada.
—Ya te dije mi nombre.
—No… Me refiero a… quién eres en realidad. ¿De dónde procedes? —detuvo sus pasos cuando les separaban medio metro—. ¿Qué haces aquí?
—¿Por qué tendría que responderte? —respondió Levi fríamente—. No sé quién eres, para mí sigues siendo un desconocido.
A Eren le dolió oír eso. Por muy desconocido que fuera, Levi era la primera persona en hablar con él después de tres años de soledad. Poniéndose de rodillas, quedó más o menos a la altura de Levi.
—Me llamo Eren Jaeger, o al menos así me llamaron los sacerdotes que me adoptaron —dijo emocionado por tener la oportunidad de presentarse ante alguien—, solían decirme que mi nombre significa Santo Cazador. Un poco extraño, ¿no?
Levi alzó una ceja, curioso por ese arrebato de confianza.
—… Tengo quince años, y a veces puedo convertirme en bestia, pero eso ya lo sabes —comentó como si ese hecho fuera de lo más común—. Y me parece que ya está. ¿Lo he hecho bien?
Levi le miró fijamente.
—¿Por qué me cuentas eso?
—¿Eh? Pues… —el chico lo meditó unos instantes—. Creo que porque eres la primera persona que no me tiene miedo.
Quizás fuera esa la razón por la que se sentía atraído por su persona, pese a su carácter poco amigable y distante.
Eren esperó alguna respuesta de su parte, pero este no dijo nada. El silencio los rodeó durante unos minutos, solo se oyó el ulular de un búho solitario.
—Mi madre me contaba una leyenda cuando era pequeño —dijo Levi, su tono de voz ya no era tan hosco—. Según decía, cada cien años, los habitantes de Paradis eran maldecidos con el alumbramiento de un niño que en su interior albergaba una bestia llamada "titán". Entonces… la leyenda es cierta.
—Sí —corroboró Eren—. Yo soy uno de ellos.
—¿Qué pasó? Si creciste con los sacerdotes, quiere decir que te abandonaron —dedujo.
—Me lanzaron desde un precipicio pocas horas después de nacer —explicó mientras las facciones de su rostro adquirían un matiz grotesco. En sus ojos se apreciaban destellos dorados.
Levi frunció el ceño. No esperaba oír algo tan impactante; su madre nunca le contó esa parte.
—Y aun así… sobreviviste.
Alzando el puño a la altura del rostro, sus ojos se tiñeron de un dorado que resplandeció como el oro.
—Los encontraré y exterminaré con mi poder todos y cada uno de los que sentenciaron mi vida. Esa es mi misión.
Por primera vez desde que lo conoció, Levi se mostró interesado en él.
—Oh, no está mal —opinó, el brillo de esos ojos le cautivaba—. Pero, dime, ¿tienes idea de dónde vive esa gente? Paradis no aparece en los mapas, nadie conoce su ubicación.
—Eso no es problema —se apresuró a decir Eren—. El espejo me lo dirá.
—¿El espejo?
—Sí, un espejo que habla. —Dicho en voz alta, sus palabras sonaron un tanto cómicas.
—¿Un espejo parlante? —se mofó Levi.
—¡No estoy loco! ¡Es la verdad! Lo custodiaban los sacerdotes en el monasterio.
Levi no insistió, supuso que si existían niños que se convertían en titán, también habría espejos que hablaban. Pensándolo detenidamente, él se había escapado para ver mundo y explorar nuevas tierras, si Paradis realmente existía, sería el primer hombre en pisar ese territorio. No cabía duda de que era mucho más emocionante que sus clases de baile.
—Te acompañaré —anunció, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Eh? ¡¿Quieres acompañarme?! —exclamó Eren, asombrado.
Levi asintió.
Eren quiso dar saltos de alegría, pero algo lo detuvo a tiempo.
—Sabes los motivos que me impulsan a ir a Paradis, y… aun así, ¿quieres ir conmigo?
—Mañana al amanecer te espero en la posada de Las Dos Rosas —informó sin andarse con rodeos.
—¡¿Ma…?! ¡¿Mañana?! —repitió Eren.
—¿Tienes algo mejor que hacer? —preguntó Levi, sabiendo de antemano la respuesta.
—No, p-pero…
—Oh, ¿acaso tienes miedo?
—¿Miedo? ¿Yo? —repitió Eren, indignado—. Yo no tengo miedo.
Levi alzó una ceja, interrogante. Eren guardó silencio. Una lucha mental estaba teniendo lugar en su mente: por un lado, no se había planteado ni por un segundo, marcharse de aquel lugar de un día para otro y mucho menos para ir a cumplir su venganza. Pero, por otro lado, es lo que siempre había deseado y ahora que ya controlaba su poder, esperar no tenía sentido. Cuánto más se retrasara, más tiempo les dejaba con vida.
Bien, decidido. Iría a Paradis y les mostraría lo terrorífico que podía llegar a ser convertido en bestia, titán o lo que fuera.
Aceptó reunirse con Levi al alba en Las Dos Rosas. Y con la ayuda del espejo, encontraría esos bastardos y les haría pagar por su crimen.
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Farlan Church buscaba a su hermano desaparecido desde hacía un mes. Sin embargo, lo más correcto sería decir que se escapó, abandonando a su familia sin ninguna razón aparente. Los gritos de Kuchel todavía retumbaban en sus oídos, obligándole a ir tras él después soltar una serie de insultos dirigidos a su hijo.
No era un secreto que Levi desatendía sus obligaciones como príncipe, ignoraba las órdenes de su madre, no asistía a los banquetes, le faltaba el respeto al consorte de su madre… El único con el que parecía llevarse bien, era Farlan, su hermanastro. No le llamaba "escoria" o "cerdo" como a la mayoría, lo cual era buena señal.
No obstante, la súbita marcha de uno de los herederos causó conmoción, alarma e indignación. Kuchel se paseó por el palacio amonestando a los criados, ahogando sus lamentos con las damas de compañía, y rompiendo piezas de valor incalculable.
—¡Ingrato! ¡Traidor! ¡Egoísta! ¡Desagradecido!
Esos eran solo algunos de los insultos que Kuchel profirió hasta que finalmente cayó derrotada, alegando que su hijo la mataría del disgusto tarde o temprano. Pero lo peor estaba aún por llegar: dentro de una semana se celebraba el baile real, cuya asistencia era obligatoria para todas las doncellas casaderas. El objetivo principal era que tanto Levi como Farlan encontrasen una mujer con la que desposarse.
Pero en vista de que Levi se había dado a la fuga, estaba más que claro que él no quería casarse con nadie. No asistir a un evento de tal magnitud conllevaba una deshonra muy grande, y la única solución para salvar el pellejo era encontrarlo y traerlo de vuelta lo antes posible.
Farlan había pasado la noche en una posada, llamada El Unicornio, cerca de Shiganshina. Se despertó antes del amanecer, y reprendió su búsqueda, pero…
—¡¿Cómo voy a encontrar al tarado de mi hermano si ni siquiera sé dónde estoy?! —gritó en medio de la espesura.
Él, quien nunca había puesto un pie fuera de palacio, estaba completamente desorientado. El mapa que llevaba encima no le servía de nada, y desde hacía rato que no sabía si iba recto o en sentido contrario. De modo que decidió guiarse por su intuición. Siguió caminando sin tener idea de a dónde se dirigía, pero, ¿qué importaba? La intuición le guiaría hasta su hermano. Y convencido de que así sería, prosiguió su camino por el bosque.
Aquello tampoco estaba tan mal, pensó Farlan, escuchando el cantar de los pájaros. No se veía peligroso y aunque los árboles frondosos no dejaran ver más allá, se respiraba una sosegada tranquilidad.
Después de varios tumbos, de tropezar con las raíces que sobresalían de la tierra, y espantar los insectos que zumbaban cerca de su oído, consiguió salir de ese bosque. Había un caminito que descendía ladera abajo, así que tomó esa dirección. El paraje, desprovisto de árboles, se extendía hasta la cordillera que separaba Trost de Stohess.
Trost era el territorio más grande, atesorando el gran palacio real —lugar del que procedía—, y la aldea Shiganshina. Todo lo demás eran valles y montañas, a excepción de algunas granjas y hogares.
Bajada la pendiente, el terreno era llano y sin desniveles. No muy lejos de donde estaba, se alzaba una posada, Farlan tenía entendido que ahí se daba cobijo a los viajeros a cambio de dinero. Si su intuición le había guiado hasta ese lugar, debía chequear esa posada. Si no estaba allí, él mismo se daría un descanso; empezaba a arrepentirse de su elección por ir a pie. Su caballo era más veloz que sus piernas.
Lo primero que pasó por su cabeza al entrar en la posada fue que se había equivocado de sitio. Aquello era un antro habitado por seres espeluznantes que posaban sus miradas en él como si fuera carnada. El sonido de una campanita le alertó, descendiendo la vista, vio sobrecogido una cabra que intentaba pasar entre sus piernas.
—¡Cierra la puerta que se escapa Zeke! —bramó el tabernero.
Inmediatamente, Farlan cerró la puerta de la posada. La cabra permaneció unos instantes desorientada, luego volvió sobre sus pasos y baló reclamando por su leche. Nadie le hizo caso. Uno de los camareros se acercó al nuevo con una sonrisa; iba un poco borracho.
—¡Bfienfenido a las Duooos Rosas! —exclamó, mostrando dos de sus dedos—. S-Soy Hjanness… ¡Encantado!
Farlan se lo quedó mirando estupefacto.
—Ho…Hola.
La cabra seguía balando, irritando al tabernero.
—¿Una cerrvezaa? —preguntó el tal Hannes.
—¡ISABEL! —gritó el tabernero harto del animal—. ¡Dale la leche a Zeke a ver si se calla!
Una chica menuda, pelirroja y con coletas se volteó hacia la barra. Farlan quedó prendado al instante.
—Señor, Zeke derramó la leche del cuenco —respondió acobardada.
—¡Maldita cabra! ¡Pues que la beba del suelo!
—Zeke solo trrae problemass —dijo Hannes, rascándose la nuca—. Querííamos venderla, pero nadie da un duro por ella.
Farlan no supo qué decir. Nunca se había enfrentado a una situación semejante. La cabra balaba, el tabernero gritaba, Hannes apestaba a alcohol… Mas su atención se desviaba hacia esa hermosa chica que servía las mesas. Era joven, incluso más que él. Vestía cuatro trapos harapientos y en su rostro se distinguían manchas de… ¿ceniza? Su pelo estaba envuelto en un pañuelo aparentemente blanco, pero muy sucio.
¿Qué hacía una chica como ella trabajando en ese antro de mala muerte?
—Vamoos, vfamoos, póngase cómodo —le invitó Hannes, acompañándole hasta una mesa de madera resquebrajada—. Cerrvezaa, ¿dijiste?
—¿Eh? No… Yo no…
—¡Isabel, una cervezaa para el chicoo!
—¡Recibido! —Limpiando una de las mesas vacías con un paño húmedo, Isabel se quitó el sudor de la frente con el dorsal de la mano.
Farlan fue incapaz de protestar por la cerveza que no había pedido.
—Qué casuualidad, eres el segundo chico que pisa esta pocilgaa. —Señaló un cliente que bebía de espaldas a ellos, sentado en una banqueta enfrente la barra—. Ese de ahí llegó hace poco. La mayoría son borruachos o gente con malas pulgas.
El cliente al que mencionaba le resultaba muy familiar. Entrecerrando los ojos, lo escrutó con la mirada aun con la escasa luz interior. Cuando lo reconoció, pegó tal salto que hizo retroceder a Hannes asustado.
—¡LEVI!
El aludido volteó el rostro, pero no detonó ninguna emoción al reconocer a su hermanastro. Farlan fue hacia él con cara de pocos amigos.
—Con que estabas aquí —dijo con el ceño fruncido—. Tu madre volviéndose loca, y tú bebiendo como si nada.
—¿Qué haces aquí?
—Supongo que cumplir el papel de hermano responsable. —Tomó asiento en una banqueta que había justo al lado—. Armaste un buen escándalo cuando te fuiste.
La chica, Isabel, se le acercó con una jarra de cerveza en la mano.
—Aquí tienes.
Farlan aceptó la jarra y balbuceó un "gracias" en voz baja. Isabel le sonrió y siguió con su trabajo. Sujetándola por el asa, bebió un trago. Nunca había probado la cerveza.
—No sé de qué os sorprendisteis —comentó Levi—. Nunca di a entender que me gustara esa vida.
—Es algo aburrida, pero tienes todas las comodidades que puedas imaginar. Los protocolos a seguir son tediosos, pero por lo demás, no tienes que mover un dedo.
—A eso me refiero. No quiero ser príncipe.
—¿Y qué harás? —inquirió Farlan, bebiendo otro trago. De reojo, vio cómo Isabel limpiaba la leche derramada mientras intentaba alejar la cabra del estropicio—. Si renuncias a tu nombre, no serás nadie.
—Hay vida más allá de palacio.
—No estoy seguro que sea para ti esta vida —apuntó con severidad.
A Levi le importaba bien poco lo que opinara su hermanastro. En realidad, no le importaba la opinión de nadie. De los dos, Farlan siempre fue el hijo predilecto: educado, obediente, encantador, respetuoso… Alabado y querido por todos, dotado de una gracia distintiva y una belleza digna de la realeza. En cambio, Levi era la oveja negra: mal encarado, gruñón, bravucón, rebelde… Eran como el día y la noche, pero a pesar de sus notables diferencias, su relación siempre fue cordial y hasta podría decirse amistosa.
—Ocúpate de tus asuntos —replicó en un tono que no dejaba lugar a la objeción.
Farlan no se rindió. No iba a ser fácil hacerle cambiar de opinión, Levi era muy terco, pero tenía que haber algo que le hiciera recapacitar sobre sus acciones. Mientras cavilaba en silencio, observaba el arduo trabajo de esa jovencita
—¿Y el baile? ¿No piensas asistir? —preguntó como medida desesperada.
—No me hables del baile, odio los bailes —respondió despectivamente.
—¡Si nunca has asistido a uno! —exclamó Farlan entre indignado y divertido—. De pequeño te escondiste debajo de la caldera en el armario de la cocina para no asistir al baile que organizó tu madre. Nanaba se pegó un buen susto cuando te encontró allí horas después. En otra ocasión, robaste las invitaciones y las quemaste, y también cuando contrataste a unos ladrones para que asaltaran el palacio. —Riéndose a carcajadas, necesitó de unos minutos para recomponerse—. Eso último estuvo muy bueno.
Levi hizo el amago de una sonrisa.
—Fue mi plan más brillante.
—Sí —coincidió Farlan—. Se suspendió el baile y a tu madre casi le da un ataque.
—Lo segundo no fue planeado.
Su hermanastro negó repetidas veces con una sonrisa en los labios.
—Me pregunto por qué aún no te ha desheredado. Te lo has ganado a pulso.
Levi se encogió de hombros. Kuchel era una mujer estricta y con mucho carácter. Sabía poner firmes a todo el personal de palacio y llevaba los asuntos administrativos con mano dura. Se había ganado el apodo de "La Reina de Hierro" y todos le tenían un alto respeto. Nadie ponía en tela de juicio sus decisiones y gracias a su impecable liderazgo, Trost gozaba de un gran bienestar, tanto social como económico.
Pero únicamente su círculo más cercano tenía conocimiento de su mayor debilidad… su hijo Levi. No podía ignorarse el hecho de que también era madre, y su temor más grande era perder a su único hijo. Desheredarlo, desterrarlo, expulsarlo de palacio… Le era impensable llevar a cabo cualquiera de esas opciones, porque por encima de su estatus y sus títulos, Levi era su hijo.
—Mira, no voy a decirte lo que tienes que hacer —empezó Farlan llegando a una conclusión—. Pero si te vas, no podrás volver. Y creo que al menos, tu madre merece una explicación. Acompáñame al baile, aunque no elijas ninguna mujer con la que desposarte. Hablas con Kuchel y te despides de ella como es debido. ¿Qué te parece?
Los dos hermanos se miraron. Levi consideró esa propuesta. Ir al baile, dejar las cosas claras con su madre y marcharse definitivamente. Si tenía que despedirse de alguien, esa era su madre. Los demás nada.
—Está bien. Asistiré a ese estúpido baile solo para poder irme tranquilo —accedió finalmente. Farlan asintió, satisfecho con su elección—. Pero antes tengo que ir a un sitio. Espérame hasta que regrese.
—¿A dónde? —preguntó, desconcertado.
—¡Cuidado, la cabra! —gritó Isabel.
Se produjo un estrépito. Levi y Farlan voltearon sus cabezas para presenciar cómo Isabel y otro chico, Eren, se encontraban tirados en el suelo. Las bebidas, listas para servir, desparramadas por el suelo y Zeke huyendo asustado.
Eren se frotó el hombro y miró a la chica que tenía delante.
—¿Te has hecho daño? —preguntó, poniéndose en pie.
Isabel negó con la cabeza mientras se apresuraba a recoger los pedazos de cristal rotos.
—¡Estúpida! ¡Mira lo que has hecho! —bramó el tabernero saliendo de detrás de la barra.
—Lo… Lo siento —se disculpó.
—¡¿Cómo se puede ser tan torpe?! ¡¿Es que quieres que te eche a la calle?!
El tabernero alzó la mano. Farlan, que vio venir sus intenciones, se levantó y veloz como un rayo, lo detuvo a tiempo, agarrándole por la muñeca.
—¡Ya es suficiente!
—No fue culpa suya —la defendió Eren.
—¡Fuee la condenada cabrra! —intervino Hannes—. Ya dije que trraía problemas.
Todos los clientes —los pocos que había—, tenían sus ojos puestos en ellos. El tabernero los miró a todos con odio. Se deshizo del agarre de Farlan bruscamente y luego dirigió su atención a Isabel.
—¡Límpialo enseguida!
Esta asintió sin osar levantar la cabeza. Farlan se arrodilló a su lado y la ayudó a recoger los cristales. Eren, quien no despegaba su vista del tabernero, apretó los puños. Dio un paso adelante, sin estar dispuesto a tolerar esa actitud, pero una voz lo detuvo.
—Eren.
Los destellos dorados de sus ojos desaparecieron al oír esa voz. Levi se acercaba a él con su habitual expresión estoica y sin emoción. Eren relajó sus impulsos.
—Llegas tarde. —Fue lo primero que le dijo.
—Perdona. Nunca he salido de viaje y no sabía qué llevarme.
Isabel y Farlan terminaron de recoger los cristales. Esta tenía las mejillas enrojecidas, avergonzada por su torpeza.
—Gracias —murmuró, tímida.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí.
Farlan no pareció muy convencido, pero se apartó para dejarle pasar. Con la cabeza agachada, Isabel no quiso mirar a nadie. Hannes amonestaba la cabra que no entendía nada de lo sucedido. Levi se dijo que ya era hora de partir.
—Vamos, Eren.
—¿Eh? S-Sí, vamos —dijo vacilante.
—¡Un momento! —los interrumpió Farlan—. ¿A dónde irás?
Levi suspiró, cansado.
—Tú solo espérame. Volveré en unos días.
—¡El baile es dentro de una semana! —protestó su hermano.
—¿Qué baile? —preguntó Eren.
—¡El baile real!
—¿Baile real?
—Farlan, cállate —espetó Levi.
—Te vas con un amigo de aventuras, ¿es eso? —aventuró Farlan.
—Sí, exacto. Y ahora sé un buen hermano y espérame a que regrese.
Eren, asombrado por esa revelación, contempló a Farlan con el ceño fruncido. ¿Ese era su hermano?, se preguntó. No se parecían en nada. ¿Y dé que baile hablaban?
—¿Y qué hago hasta entonces? —preguntó, enojado al no obtener una respuesta.
Levi le sonrió descaradamente.
—Siempre puedes ayudar a una damisela en apuros.
Los tres miraron a Isabel, que, en aquel momento, era reconfortada por Hannes.
—Solo estaba siendo amable. —Ni él mismo se creyó su propia mentira.
Levi se ahorró comentar. Le hizo un gesto de mano a Eren.
—Vamos, ya hemos perdido bastante tiempo aquí.
Ambos salieron de la posada, dejando atrás a Farlan, quien gritó:
—¡Eres el peor hermano del mundo!
Levi le dijo adiós con la mano, sin molestarse en voltearse. Una vez fuera, Eren se mostró contrariado.
—No me dijiste que tuvieras un hermano.
—No preguntaste —replicó, rodando los ojos.
Eren no estuvo de acuerdo con eso, pero aparcó el tema. Estaba ansioso por enseñarle el espejo y ver su reacción. Algo le decía que los objetos mágicos no eran muy comunes entre la gente, y él tenía en sus manos uno de ellos. Liberándose del peso del saco que llevaba sobre su hombro, lo puso en el suelo y aflojando la cuerda, lo abrió. Extrajo el espejo de dentro.
—Él nos dirá qué dirección tomar.
Levi se limitó a mirar. Hasta que no lo viera con sus propios ojos, no lo creería. Esperó impaciente, pero el espejo siguió igual.
—¡Vamos! ¡Aparece! ¡Te necesito!
El espejó no habló, ni dio un salto, ni nada extraordinario. Levi miró de reojo a Eren, dudoso.
—Este maldito ahora no quiere salir —dijo, furioso.
—Estará durmiendo —bromeó Levi.
Eren profirió un grito, exasperado.
—¡Sal de una vez! ¡Necesito que nos muestres donde está ubicado Paradis! ¡No me hagas parecer como un demente!
Levi se dio la vuelta, preguntándose qué camino tomar. Si mal no recordaba, el norte era la región menos explorada por las altas montañas y el clima gélido. Adentrarse podía conllevar riesgos, como encuentros con animales salvajes o enfermar por las bajas temperaturas. La ropa que llevaban puesta no les protegería de la nieve. Si se decidían por esa ruta, antes tenían que equiparse debidamente. Pero si resultaba que Paradis no se encontraba en el norte, ¿en qué otra parte podía estar?
Eren seguía murmurándole al espejo.
¿Y si iban primero al sur? Era poco probable que allí hubiera algo sin descubrir, pero siempre cabía la posibilidad de… El mar… ¡Una isla!
—¡Está en una isla! —exclamó Eren.
Levi lo miró, asombrado. Acercándose a él, observó lo que el espejo mostraba en esos instantes: una isla pequeña, rodeada de niebla.
—¿Eso es Paradis? ¿Estás seguro? —preguntó.
—Sí, el espejo nunca miente —confirmó Eren—. No le gustas, por eso no quería salir.
—Ni siquiera me conoce.
—Es un ente extraño. Sabe muchas cosas y muestra todos los rincones del mundo.
—¿Quién lo creó? —quiso saber, curioso. El espejo mostró más de ese paraje, y comprobaron que esa isla no estaba lejos de su tierra.
—No lo sé. Yo lo encontré en el monasterio, pero a juzgar por su aspecto, tiene ya muchos años.
Mostrada Paradis, el cristal del espejo se nubló y desapareció la visión de la isla. Eren guardó el espejo en el saco de nuevo, y tensado el nudo, se lo llevó al hombro.
—Necesitaremos un barco —dijo. Cayó en la cuenta de que no tenía dinero para pagar un viaje en alta mar—. ¿Cómo lo haremos? No traemos dinero.
—Yo puedo pagarlo.
—¿De verdad?
Levi asintió. En su cabeza calculaba si una semana sería tiempo suficiente de ir y regresar para el baile. Iba justo de tiempo, pero la isla no estaba lejos, y probablemente sucedería lo que tanto se temía. Miró a Eren que ahora parecía más nervioso al conocer la ubicación exacta de la isla.
Era solo un mocoso.
Sin embargo, no podía evitar pensar que ese sería su primer viaje y reconocía estar algo entusiasmado.
Juntos, partieron hacia el sur. Levi calmado, Eren inquieto. Con el fin de calmar sus nervios, le preguntó acerca del baile que mencionó su hermano en la posada.
—Dijo baile real… ¿Acaso te han invitado?
—Te lo explicaré por el camino.
—Oh, bien.
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