Nunca había pasado tanto miedo en su vida.
Y eso no era difícil, puesto que el castaño (desde que tenía memoria, al menos) había sido un niño bastante asustadizo. Su aspecto fuerte y imponente gracias a su altura y constitución se iba un poco al traste cuando todo lo relacionado con el terror o el miedo visceral le daba una bofetada en la cara como uno de esos golpes de viento frío que le hacen estremecer a uno, poniéndole los pelos de punta. Ese frío infernal que traía malos presagios y que siempre era lo que notaban los protagonistas junto antes de que algo malo les ocurriese en esas películas que tanto odiaba Makoto, pero que por alguna razón a Haru no le importaba ver si incluían algo relacionado con agua, como un pozo. Dios, a la gente le encantaban los pozos y los niños dentro de ellos.
Pero aquella vez era diferente. Era como si él mismo estuviera dentro de esa película.
Parecía extraño; porque del mismo modo sabía que no era real y de hecho, tenía que no estar ocurriendo de verdad. Aunque lo parecía tanto (y el dolor era tan intenso), que temía que toda su vida hasta ese punto hubiera sido simplemente un bonito sueño del que se acababa de despertar para encontrarse a sí mismo tendido en el suelo, ensangrentado, y no escuchando absolutamente nada, salvo gritos de dolor.
Gritos que no eran suyos.
Y entonces (¿Entonces? ¿Había soñado esto tiempo atrás?) ahí estaba, delante de él. Al abrir los ojos pudo discernir el rostro lleno de lágrimas de alguien que tenía que recordar por encima de todas las cosas. Pero ¿Por qué? Estaba ahí, inmóvil, tembloroso, viéndole… no era como si se fuese a esfumar en un humo plateado ¿O sí? Un momento. Algo no estaba bien. Algo no estaba yendo como se suponía que tenía que ir. La desesperación estaba haciendo que la cabeza le diese vueltas. Y mientras, algo le repetía constantemente:
"Recuérdalo, ahora es tu última oportunidad. Promételo"¿Cómo? "Pase lo que pase. Recuérdalo".
Dolía, había sangre, todo estaba borroso. Olía a muerte, en el ambiente y en él, y eso le aterraba. Sin embargo, lo que más miedo le daba es que todo estuviese en calma, como en el ojo de un huracán; como si todo a su alrededor estuviera devastado y fuese cuestión de tiempo que él acabase destrozado también. Y de nuevo, el dolor crecía cada vez más al ver esas lágrimas que se deslizaban en la silueta difusa. No obstante, no procedía de la herida que tenía en el pecho. No. La camisa blanca que parecía haber llevado ya no era más que un trapo sucio con una enorme mancha roja, húmeda y caliente, pero no le dolía en ese punto en el que se había resquebrajado la tela al hundírsele algo en el pecho. Era… ¿Raro? Dolía mucho mas dentro, en sus entrañas, como si algo se las devorase, furioso por el dolor de las lágrimas de la silueta y sus alaridos angustiados.
Ella o, ¿él? dijo algo que no entendió. Al menos sí supo que había dicho una cosa, una importante, ese algo volvió a decírselo. Justo después, todo se volvió negro y sus ojos se abrieron de verdad de vuelta en el mundo de los vivos, en el mundo real, o en el mundo que Makoto esperaba que fuese real.
Su cuerpo fue activado como por un mecanismo por resorte y se levantó agitado, con el rostro y el cuello cubiertos por una fina película de sudor frío. No tardó en notar como una gota empezaba a descender por su frente, donde también se le había pegado un poco el pelo. Miró a su alrededor, asegurándose de que estaba en su cama y que solo había sido una horrible (muy horrible) pesadilla. Todo estaba en su sitio, pero tenía una sensación horrible en el pecho, subiéndole y bajándole con la respiración acelerada como si se le fuese a salir el corazón por la boca. Estuvo varios minutos ahí sentado, en medio de la noche, de la nada, solo escuchando su pulso nervioso, y aún así, eso (eso) no desaprecia.
La horrible sensación de estar dejando algo atrás, en el olvido. De que se le estuviera escapando de sus manos algo de vital importancia, como agua deslizándose por sus dedos. Y por su cabeza solo paso una sola cosa; otra sensación. Una familiar y triste, que le recordaba mucho a alguien.
—¿Rin?
—Makoto.
—¿Uh?, ¿sí, Haru?
—Te pasa algo.
Ni siquiera se molestó en preguntar algo como eso. Lo había dicho directo, tajante y sin esperar réplicas de "no te preocupes" por parte del castaño, al menos eso era lo que decía su mirada. Makoto en seguida supo que le había pillado, pero no era de extrañar viniendo de él. Después de todo no solo él era quien sabía leer a su amigo, Haruka sabía también hacerlo, aunque pocas veces le hiciese falta o tuviese que decir algo. Sin embargo esa vez era demasiado evidente, y cuando se trataba de algún problema lo suficientemente importante para que Makoto pareciese así de ausente, entonces tenía que saberlo y asegurarse de que estuviese bien.
—¿Por qué lo dices?
—Estamos a mitad de camino y todavía no has dicho nada. —El moreno mencionó esta vez sin mirarlo, mientras la suave brisa le despeinaba ligeramente. En el largo viaje hacia la escuela, antes de la bifurcación, siempre soplaba bastante aire, y era agradable porque se podía oler el salitre del mar no muy lejos de allí.
Ese lapso de tiempo en el que casi paseaban hacia el edificio era especial después de todo, porque siempre se llenaba de las palabras casuales de Makoto. Lo sentía familiar. Era como si tuviese que ser de esa forma.
—Uhm, bueno. Creo que no me ha sentado bien el desayuno.
No obtuvo respuesta inmediata. A Haru le pareció la excusa más pobre que le había dado en años. Sin embargo, no necesitaba presionarle, no a él, y de todas formas ese no era su estilo. Ya había tenido algunas "conversaciones profundas" como las llamaba su mejor amigo, en el que le había repetido que si tenía que hablar de algo, podía decírselo. Y al final, Makoto se sentía ligeramente culpable de no comunicar esas pequeñas cosas, porque sabía que el chico de ojos azules tenía razón al fin del cabo. En realidad, Haruka se preocupaba mucho por él y al recordarlo, el castaño sonrió un poco.
—En realidad, he pasado mala noche otra vez. —Murmuró al final, desviando su vista de nuevo a la calzada, bajando un poco la voz.
—¿Otra vez? —Su mejor amigo solo asintió, con un gesto para nada agradable. Volvió a haber un pequeño silencio entre ambos.— ¿Has vuelto a tener ese sueño?
—Sí.—Y más que fastidio o cansancio en su tono, había miedo.— Realmente, sigo sin saber que significa. Apareció de repente una noche, y desde entonces son pocas en las que no lo tengo. Es… extraño. ¿Sabes? Se que te dije que no sería nada, pensaba que fue por esas películas de terror que vimos con Nagisa y los demás hace dos semanas. Pensé que era lo más lógico, pero… No es eso.
Por supuesto que no era eso, nadie tenía incesablemente un sueño, (y más esa clase de sueño en específico) sin razón aparente. Puede que no significase nada, pero una razón para tenerlo por lo menos sí había. El castaño estaba seguro de ello.
—Sueño que muero una y otra vez. Al menos, creo que soy yo. —Inconscientemente se llevó una mano al pecho, justo en la zona en la que siempre acababa herido.— Porque no conozco nada a mi alrededor, no se donde estoy, ni que ocurre, ni porque hay alguien delante de mí, llorando. Al principio pensé que era alguien que venía a ayudarme. —Y esa vez no hubo un pero, sin embargo Haru sabía que la cosa no acaba ahí.— …Luego comprendí que la persona que lloraba era la misma que me había atravesado el pecho.
Hacía unos días, Makoto le había descrito perfectamente la escena, tan gráfica que casi le entró un escalofrío al recordarla. Un hombre que le ensartaba una espada en el pecho, sobresaliendo parte de ésta por la espalda y llenándolo todo de sangre. Era normal verle así de asustado e inquieto, sobre todo para él que no tenía corazón para cosas de ese tipo.
—No te preocupes. —Le había dicho en aquel entonces.— Trata de no pensar en ello y pronto desaparecerá. Nadar ayuda a uno a relajarse y olvidar las malas experiencias.
—¡Haru! —Makoto le reprochó un poco al escucharle aquella vez, pero sabía que no estaba bromeando. —No a todos nos funciona tan bien.
—Pero es un buen consejo, en serio.
Realmente era lo único que podía haberle dicho. El moreno fijó sus ojos como de costumbre en el ancho y amplio mar, donde los rayos de sol se reflejaban en la superficie brillante de las olas, y le atraía. No obstante, en su mente, por una vez en su vida, no se imaginaba a él mismo sumergido en el agua. No tenía nada que ver con ello, porque en su imaginación, vio la imagen de dos objetos que sus manos agarraban fuertemente, dos objetos tan familiares para él como nadar, el vuelo de una capa, no, chaqueta, que ondeaba al viento.
Cerró los ojos y la imagen desapareció al instante. De ahí en adelante, iba a ser duro.
—Makoto. —Llamó a su amigo, después de varios minutos sin mediar palabra ninguno de ellos, con el trecho ya casi del todo recorrido.
—¿Qué ocurre?
—Todo irá bien.
Si no había soltado ya cien maldiciones, no había soltado ninguna.
Y es que le resultaba tremendamente difícil para él concentrarse en ese estado. Por supuesto, no le pasaba nada a su condición física, era muy meticuloso en su entrenamiento y no había ninguna imperfección en él. Tampoco le pasaba nada a sus nuevos tiempos, eran mejores que los anteriores y eso le había puesto de muy buen humor. Solo que durante un muy breve lapso de tiempo, porque entonces comenzaron esos condenados sueños que no tenían ni pies ni cabeza y que no le dejaban descansar. Le dejaban totalmente exhausto. Era como caminar sonámbulo toda la noche y terminaba haciendo el doble de esfuerzo, lo que no era nada recomendable. ¿Y lo peor? Es que no podía encontrar la razón de qué mierdas le pasaba.
Quería decir, joder, había pasado temporadas en los que había estado realmente con los ánimos por debajo del nivel del suelo y eso ni siquiera había afectado a su condición. Bueno, también era cierto que el llenarse la cabeza de cosas sistemáticas como los ejercicios o marcarse una determinada marca a batir le hacían no tener que pensar en cosas que le agotaban mentalmente, y eso le servía mucho, pero aquello era demasiado.
—… Mierda. —Simplemente soltó, mientras permanecía estirado en la cama, con los brazos tras su cabeza, en su nuca. Era ya de noche y probablemente Ai estuviese dormido, así que procuró no decirlo en voz muy alta. Le costó un poco.
Se negaba a cerrar los ojos, y eso era lo que más le jodía. Era ya la quinta noche consecutiva que se quedaba despierto en la cama ya pasada su hora habitual de quedarse dormido por culpa de no querer volver a vivir aquello y, joder no, se negaba en rotundo (habría quien le llamase cabezota) a que un estúpido sueño irracional le jodiese sus horarios. También estaba el hecho de que así era como empezaban los desquiciados mentales que pensaban que si cerraban los ojos, Freddy Krueger vendría a por ellos, pero desde luego, sus horarios y su rendimiento eran mucho más importantes, sin lugar a dudas, que cualquier estúpido indicio de locura. Y aún así estaba completamente jodido.
¿En que no tenía suficiente con esos sueños en los que se despertaba en casa de Haru y todo era tan extraño que habían peces que nadaban en nada y hasta llegaba al punto de verse a sí mismo? Eso le hacía pensar que tenía más traumas de los que creía. Aunque al menos podía entender el sueño que representaba la muerte de su padre; aquel, no.
Sin embargo un cuarto de hora después de que se obligase a sí mismo a pensar en otras cosas para distraerse, cayó dormido y agotado.
Y esa noche fue la también la quinta en la que lo tuvo.
Las imágenes volvían a su cabeza, como flashes o diapositivas, no estaba muy seguro. Podía sentirlo todo; el tacto del cuero de los guantes, el olor a hierro, la respiración entrecortada y moribunda del hombre que estaba echado frente a él, y la calidez amarga de sus propias lágrimas. Por supuesto, nunca entendía por qué lloraba, no entendía nada, pero podía sentir el pánico recorriéndole cada fibra de su cuerpo, la misma sensación que le hacía no poder parar de sollozar. Una sensación tan familiar como asfixiante, mezclada con la culpa que le hundía en la miseria. Y todo ¿por qué?
Porque había sido él quien había matado a la persona derrumbada delante suya. Era siempre en ese momento en el que Rin se despertaba, escuchando una voz que le llamaba. Una voz que, en los primeros segundos todavía algo inmerso en el entorno de su sueño, no podía distinguir su tono, pero no le hacía falta. Después de todo estaba totalmente seguro de quien era.
—¿Makoto…?
—No, senpai. Soy yo. —La voz tenue y débil de Ai le llegaba a los oídos como un murmullo compasivo, como si esa vez no fuese la primera vez que lo había corregido.
Por un momento, se mostró desconcertado, pero de vuelta en la realidad solo pudo ver la atenta mirada preocupada de su compañero de habitación. ¿Por qué siempre se despertaba con esa sensación? Era obvio que, si lo supiera, no estaría preguntándoselo a sí mismo, joder. Además, Ai ni siquiera necesitaba preguntar que le ocurría o si estaba bien, porque Rin sabía que él ya sabía que estaba pasando. Después de todo él mismo se lo había contado.
—Estás-
—Tsk, ya lo se —Rin murmuró, irritado, maldiciendo mentalmente, como cada mañana de hacía ya casi una semana, cortándole antes de que pudiera finalizar la frase. Sabía lo que iba a decir de todas formas, porque sentía las mejillas cálidas y el dorso húmedo de la mano que se había pasado por el rostro se lo confirmaba.
Había estado llorando de verdad, como todas las anteriores veces.
