La vida de Mycroft era la normal de un adolescente. Estaba terminando el último curso de Bachillerato, dividía su tiempo entre las actividades extraescolares, las horas de estudio y las actividades como tesorero del consejo estudiantil. Él se encargaba de guardar el dinero y repartir los fondos para las excursiones o necesidades del alumnado.
Sus padres decían que era mucha responsabilidad para alguien de 17 años pero aquello era una minucia para él. Y contra más cosas hiciera más puntos tendría para la universidad.
Cuando el timbre para el recreo sonaba, Mycroft iba directamente al despacho que le habían asignado al consejo estudiantil. Era enano, con una mesa y un par de sillas. Además de una caja fuerte de la que solo Mycroft sabía su combinación. El pelirrojo se encerró allí y sacó un bloc de notas con toda la programación para el viaje de fin de estudios.
Él se había encargado de asegurarse de que todo el mundo había ingresado el dinero, de comprar los vuelos y de reservar los hoteles. Además se aseguró de que los guías hablaban un perfecto inglés.
Estaba revisando la lista de alumnos cuando la puerta se abrió de nuevo.
—Esto no es un burdel, Lawrence —fue el saludo que Mycroft le lanzó al presidente del consejo.
—¿Envidia? —preguntó el nombrado alzando una ceja.
Mycroft alzó la cabeza para responderle pero como se esperaba, su novio le seguía. Greg Lestrade era el chico más guapo de todo el instituto. Llevaba saliendo con Lawrence desde principios de ese curso y usaban ese cuarto para morrearse tanto como quisieran.
Lo que le fastidiaba a Mycroft, no era que estaba completamente enamorado de Greg desde que empezó secundaria y este estaba saliendo con otro. Sino que Greg estaba en su misma clase desde primaria y estaba casi seguro de que no sabía que existía. Ni tan siquiera lo saludaba si estaban en la misma habitación.
Recogió sus cosas y salió del cuarto en silencio, algo incómodo por los sonidos de succión que estaban haciendo.
Esa tarde, en casa, Mycroft obligó a hacer los deberes a Sherlock y luego se fue a su cuarto para leer un rato. Su hermano le siguió en silencio y se sentó en la silla del ordenador, mirándole.
—¿Cómo va la organización del viaje? —preguntó.
—Eso no te incumbe, no vas a ir.
Sherlock hizo un mohín y miró a sus pies moverse.
—Son habitaciones dobles, ¿verdad? —preguntó —. ¿Sabes cómo se van a distribuir?
Mycroft suspiró profundamente y bajó su libro.
—Supongo que cada uno se pondrá con quien quiera y punto —le respondió —. ¿A qué viene esa pregunta?
—Podrías convencer a los profesores de que se haga por sorteo, para que se socialice con nuevos alumnos. Se mezclen las clases y desaparezcan los grupos.
—¿Para qué iba a querer eso? No quiero nuevos amigos.
—Podrías manipular el sorteo para estar en el mismo cuarto de Greg Lestrade.
Mycroft se puso rojo como un tomate y escondió su cara tras el libro.
—¿Por qué querría hacer yo eso a ver? —le preguntó.
Sherlock sonrió de medio lado.
—No sé, ¿por qué estás coladito por sus huesos quizás? —le preguntó —. Sale con otro, así se lo puedes quitar…
—No le quiero quitar el novio a nadie Sherlock, además Greg no es como un objeto. Es un ser humano y tiene que tomar sus propias decisiones.
—Pero te gusta —le dijo sin entender.
—Aunque me guste… —dijo en voz baja —. No voy a meterme en medio de ninguna relación.
Sherlock se quedó en silencio durante cinco minutos luego tosió.
—Creo que deberías de hacerlo igualmente, aunque sea para conocerlo. Juega al rugby, seguro que es un idiota. Si lo conoces y descubres lo idiota que es quizás se te pase esa tontería. Tú no te enamorarías de alguien solo por su físico.
Mycroft se atrevió a bajar el libro de nuevo a pesar de su sonrojo y alzó una ceja.
—¿Por qué estás tan seguro de eso? —le preguntó.
Sherlock se encogió de hombros.
—¿Por qué eres un Holmes? —preguntó.
Mycroft se rió y negó con la cabeza.
—Déjame a solas anda, quiero seguir leyendo.
Sherlock asintió y salió de la habitación cerrando la puerta tras él. Mycroft volvió a su lectura pero apenas podría concentrase. Sherlock tenía razón. Podría dormir en la misma habitación que él y descubrir cómo era. Seguramente sería un chico de pocos temas de conversación y eso podría ser un punto a favor para dejar de pensar en él.
Esa misma tarde envió un correo al director. Sabía que estaría de acuerdo, daba charlas interminables contra el bullying y a favor de la tolerancia, siempre hablaba de lo importante que era que todos se conocieran para estar alerta por si alguien lo pasaba mal.
Y en efecto, a la mañana siguiente el profesor llamó a las clases de segundo de Bachillerato al salón multiusos para darle la noticia como si hubiese sido suya. La gente abucheó y se quejó. Mycroft observó desde el fondo de la sala como Lawrence se inclinaba hacia Greg y le decía algo al oído antes de besarle. Sonrió hacia sus adentros. Ese chico creía que por su posición podría manipular el sorteo. Estaba tan equivocado.
Aunque el director aseguró de que haría la selección por un programa informático, Mycroft sabía que no se complicaría tanto. Ordenaría a los números par de una clase con los pares de la otra y haría lo mismo con los impares. Y Mycroft sabía eso porque todos los sorteos que había hecho ese instituto desde que estaba allí habían tenido esa mecánica.
Lo único que tuvo que hacer unos días después para poder caer con Greg, es colarse en el despacho del director cuando este no estuviera. Se sentó frente al ordenador y buscó el documento. Por suerte, aunque Mycroft y Greg compartían casi todas las asignaturas, estaban en diferentes aulas así que lo único que tuvo que hacer Mycroft es colocarse el mismo número que tenía Greg en la lista.
Sonrió y guardó el documento, salió del despacho y fue directamente al baño a encerrarse en uno de los cubículos. El corazón le latía con fuerza, estaba hecho. ¿Qué pasaría? ¿Greg se enfadaría y preferiría no compartir habitación con él? ¿Se traería a Lawrence? ¿Hablaría con él? ¿Se acordaría de su nombre?
Tomó una larga bocanada de aire y miró su teléfono móvil. Aún quedaban dos días para el viaje, tenía que tranquilizarse.
Tuvo que preparar toda la maleta, la ropa que se llevaría, los libros que se leería por las noches y se llevó varias baterías para la cámara de fotos. Su madre estaba preocupada porque Mycroft nunca había estado solo tantos días, Sherlock solo se reía de él cuando nadie miraba.
El día del viaje, Embarcaron a las diez de la mañana.
Eran casi 60 personas entre alumnos y profesores. Mycroft cogió la mochila con la que viajaría de la silla donde estaba sentado y fue hacia la pasarela para entrar en el avión.
Su sitio daba al pasillo y estaba al final en la hilera de la izquierda por lo que tenía visión de todos los que estaban por delante de él. Incluidos Greg y Lawrence.
Abrió la mochila para sacar la revista de ciencias que se había comprado y la dejó sobre su asiento antes de guardar la mochila en el maletero.
—¿Sabes que la mayoría de datos que aparecen en esa revista son mentira?
Mycroft suspiró y se apartó.
—Qué alegría verte, Zack —ironizó Mycroft mientras el chico pasaba para sentarse a su lado.
De todos los alumnos que le podían tocar tenía que viajar junto al único fan de las conspiraciones y aportador de datos inútiles.
Se sentó en su asiento y se puso el cinturón de seguridad mientras lo anunciaba la azafata.
—Nuestros cadáveres quedarán organizados en caso de accidente, no tiene otra utilidad este cinturón.
Mycroft rodó los ojos y abrió su revista.
—¿No te das ni una oportunidad de supervivencia? Qué pesimista…
Zack abrió la boca para responder pero el avión se puso en marcha y Mycroft pudo observar cómo se aferró con fuerza a los reposabrazos. Ladeó la cabeza y se fijó en Lawrence y Greg. Este le agarraba la mano con cariño, incluso tenía la cabeza apoyada en la de su pareja.
No supo cuánto tiempo estuvo mirándoles hasta que Zack se rió.
—Enamorarse es un proceso químico, toda reacción tiene un fin. Eso que sientes no puede durar más de unos meses.
Mycroft se mordió el labio. Si eso fuera verdad, no llevaría cinco años enamorado de Greg.
—Por esa razón estás solo, Zack —le dijo Mycroft antes de bajar la vista a su revista y pasas las hojas con fuerza.
El chico se echó a reír y sacó su portátil. Mycroft decidió desconectar el sentido del oído para evitar escuchar todas las tonterías que pudiera decirle su compañero de vuelo. Bajó la vista a su revista y suspiró.
Alzó la cabeza varias veces durante el vuelo para fijar su vista en Greg. El chico estaba apoyado en Lawrence, le cogía de la mano y jugueteaba con sus dedos mientras leía una revista.
Desde que comenzaron a salir, a Mycroft le había gustado analizarlos desde la distancia. Imaginando problemas que podría haber en la relación, desacuerdos, etc. Pero ellos siempre habían parecido ser uña y carne.
Greg esperaba a Lawrence pese a que acababa una hora antes, Lawrence iba a verlo a las prácticas de rugby por las tardes. Y Mycroft no podía dejar de imaginar que esas sonrisas hacia las gradas y ese chiste diario acerca de que Lawrence era tardón por hacerle esperar, eran para él.
Suspiró profundamente y se echó atrás en el asiento. Ahora se arrepentía de haber hecho eso, ¿podría soportar estar con Greg durante una semana?
