Una ráfaga fría movía las persianas de un apartamento, causando un eco al golpear sobre la pared. Aunque nadie vino a cerrar la ventana, pues el apartamento aparentaba estar abandonado desde hace décadas. A través de la misma, podía verse edificios en las mismas condiciones de abandono.
Hippelicarnasos, antes conocida como la joya antigua de Énosi, hoy en día era habitado por supervivientes y bandidos de la Desolación. Otrora la capital del Reino, y centro importante durante los primeros años de la República, ahora no era más que una metrópolis fantasma cubierta de nieve.
Ese fue uno de los destino de decenas de ciudades y metrópolis como esa: arrasadas hasta los cimientos; convertidas en campos de batallas donde las cuatro naciones luchaban para conquistarlas o negarles un centro importante a sus enemigos; cañonear hasta que se rindieran… Ninguna estaba exenta de los rigores de la guerra.
La entrada empezaba a moverse, las bisagras empezaron a rechinar y cuando el portal al apartamento estaba abierto la tenue luz del sol reflejaba a un oso de metal. Era una pequeña manada, de tres integrantes, que se desplegaron cerca de la puerta, apuntando sus rifles de retrocarga. La nada y el frío los recibió y dando unos pasos al frente, la luz permitió detallarlos mejor.
Ursas… Antaño eran cazadores de osas menores y mayores cuando estos plagaban a Énosi. Viendo la fiereza y disciplina de los integrantes de esta unidad, los últimos reyes y primeros gobernantes de la república los integraron a su ejército como una unidad especial. Comparables a las guardias de sus vecinos: Equestria, Griffonia y Changeland. Pero el tiempo y la corrupción pasó factura en esta unidad. Ahora, los habitantes enosianos de la Desolación hubiesen querido que cualquier otra institución, menos ellos, hubiesen sobrevivido.
Cada ursa usaba una máscara completa de acero con forma de oso rugiendo, dejando espacios solo para los ojos y la boca del portador, aparte de la indumentaria necesaria para sobrevivir al frío. Junto a ellos, una gran peluca que caía sobre sus hombros, sea la criatura que fuese. Los hacían ver más grandes y, más importante, denotaba rango: blanco para los nuevos, negro para los curtidos y rojo sangre para los veteranos. El trío estaba integrado por dos de peluca blanca y uno de peluca negra, el cual, avanzando y sentándose frente a una mesa, se quitó sus accesorios característicos. Era un corcel enosiano.
— Hogar, dulce hogar. — Bromeó el corcel, quién empezaba a poner los cascos traseros sobre la mesa —. Revisen aquella puerta.
Quienes acompañaban al corcel, otro equino y un perro diamantero, se movieron con sumo sigilo hasta colocarse a ambos lados de la puerta. Empezaron a mover el picaporte, no estaba cerrado pero había algo muy pesado impidiendo que la puerta se abriese. Intentaron empujarla, golpearon, el equino daba coces violentas contra la pieza de madera y el perro daba grandes empujones; pero por mucho daño que mostrase el pedazo de madera, no cedía.
— Hay algo muy pesado obstruyendo. — dijo el perro diamantero. Su superior le aplaudía lentamente, burlándose del comentario.
— De seguro hay un derrumbe detrás. O algún pobre diablo que trancó la puerta antes de suicidarse. — Comentó el corcel de peluca blanca.
— Bueno, ¿qué esperan? ¿Una invitación formal? Busquen cosas necesarias. Ya saben: comida, pólvora, herramientas, utensilios. Y rápido que no tenemos todo el día y me estoy empezando a congelar.
Muchas de las cosas que empezaron a meter en sus alforjas eran triviales hace veinte años, cuando todo era arcoiris y sonrisas. Hoy en día, hasta la basura entre los callejones puede contener un componente para sobrevivir: telas que podían limpiarse para hacer vendas, piezas oxidadas de metal, materiales para encender una fogata y aguantar el frío imperante. Así que, no importaba romper cerámica para conseguir las piezas de tubería, si con estas podrías hacer un mosquete improvisado. No importaba si era la primera edición de un libro famoso, cuando sus hojas podrían salvarte de la hipotermia. No importaba desvalijar el cadáver o el esqueleto roído de alguien en la calle, cuando podrías conseguir alguna trivialidad para cambiarla por algo con que comer. Porque, a la final, se trataba de sobrevivir… Y no hacía falta ser miembro de una antigua casta militar o provenir de una casa noble para saberlo.
Mientras sus subordinados desvalijaban la casa al derecho y al revés, el corcel empezaba a limpiar el cañón de su rifle con la baqueta. En ocasiones, daba vistazos ocasionales a la ventana y a sus subordinados, pero era la primera la que le llamaba la atención. Se levantó, caminando con cuidado y lentitud hacia la misma. Su corazón empezaba a palpitar, aunque el duro entrenamiento había disipado cualquier miedo del mismo. Calmaba su respiración, aunque la bruma que generaba parecía traicionarlo. El ursa de peluca negra sentía las miradas atentas de sus compañeros… Se preparó.
Sacó su cabeza con rapidez, echando un vistazo a ambos lados… Nada. Solo el vistazo a la calle al mirar hacia abajo y más edificios abandonados al frente. Respiraba, calmaba su interior, y es cuando empieza a notar algo.
La cornisa del edificio permitía, moviéndose con mucho cuidado, alcanzar las ventanas y balcones cercanos. Y justamente, la persiana de la habitación contigua se estaba moviendo.
Parpadeó, pensaba que lo tenía o los tenía, fuese lo que fuese. Pidiendo silencio con gestos violentos de sus cascos, acercó a sus compañeros a la ventana. Era cuestión de que el grandulón se quedase a vigilar mientras que los dos caballos alcanzaban el otro lado.
No pudieron. El tronido inesperado de algún mosquete a la vuelta de la esquina, había obligado a los tres a cubrirse, aunque el disparo no venía hacia ellos. Fue la repentina respuesta de un revólver Fobos que usaban lo que llenó a los ursas de sed de sangre y ansias de combatir. Los disparos continuaron, obligándolos a salir a con violencia, como si cargaran con sable a un enemigo imaginario que tenían al frente. Pués, para ellos, nadie podía meterse con un oso sin que lo mordieran.
El apartamento volvió a quedarse vacío, por un pequeño instante. Detrás de la puerta que no pudieron abrir, se escuchaba movimiento. Objetos pesados eran dejados a un lado y el picaporte de la puerta empezó a moverse. Asomándose con timidez la puerta, un corcel y una yegua enosianos recuperaban el jadeo con dificultad.
Ambos compartían el color crema en su piel, y sus melenas tenían un color castaño rojizo. Eran los únicos rasgos que tenían en común, a pesar de ser gemelos.
Ella se diferenciaba de su hermano al tener los ojos verdes y pecas en la cara. De resto, siempre había sido la que vendaba sus heridas, la que se protegía detrás de su hermano cuando sus padres o hermanos mayores discutían, o ante los problemas familiares. Ahora, en la Desolación, tenía que armarse de valor para no colgarse o perder la cordura, y podía contar con su hermano. Caminaba despacio, siempre pidiéndole prudencia a su acompañante en cada esquina o donde alguien saltaría de repente. Se ocultaba con rapidez, casi por instinto, y se mantenía alerta de sus alrededores. Sin embargo, tenía un buen corazón y se ofrecía de voluntaria en casi todo lo que requería el asentamiento: cuidar el campo hidropónico, enfermera, incluso de buscadora. Entre los dos, era la voz de la razón; don que había adquirido de su madre, una florista que sabía calmar el ímpetu de su marido soldado, y su hermana mayor, que era senadora cuando existía Énosi.
Él, en cambio, era como si quisiera demostrar que el legado de su familia estaba vivo, o tratase de escapar de La Desolación combatiendo. El padre de ambos terminó su carrera, y su vida, en la guardia metropolitana cuando existía, después de una larga carrera militar. Y su hermano, después de terminar la carrera de medicina, se unió a un grupo paramilitar de pacificadores como auxiliar médico. Desde pequeño, montaba guardia frente a la casa con una espada de madera, solo yéndose a acostar solo cuando su madre lo regañaba o cuando su hermana lo llamaba. Peleón de pequeño, deseaba con todas sus fuerzas crecer rápido y que la guerra no terminase para enlistarse. Ciertamente, ninguna de sus deseos se cumplieron y el mundo resultante era anárquico y desesperante. Ahora, siempre montaba la guardia en el asentamiento o acompañaba a su hermana, pistola de un tiro improvisado en su casco, cuando salía a buscar. Solo se diferenciaba de su hermana por sus ojos café y una poblada barba llena de escarcha. De no ser por ella y su instinto de autoconservación bien desarrollado, hubiera muerto en cualquier momento.
— Estuvo muy cerca, Nika. — dijo el gemelo, no dejaba de cuidar sus alrededores y de mantener cargada y lista su pistola: un tubo de metal con los mecanismos necesarios para disparar adheridos a una greba de hierro —. Pero pensaste rápido.
Cuando volteó a verla, ya no estaba ahí. Su hermana estaba oculta detrás de una carroza volteada, sin quitarle la vista al camino de enfrente. Lo invitaba a ocultarse, cosa que no rechazó. Nika tenía desarrollado el sentido de "peligro inminente", algo que él no.
— Un día de estos vas a morir, Nikátor. — Le regañó su hermana, y lo invitó a ocultarse aún más. Solo ella daba unos vistazos ocasionales—. Si tu mueres, ¿quién va a cuidarme?
— Tendrás que sobrevivir por tu cuenta. Abajo.
Ella había acertado. Con la brisa soplando en el suburbio, a lo lejos, media docena de bandidos empezaban a salir despreocupados de una de las casas. En los ratos que ella podía verlos, se notaba que esos seis corceles enosianos temblaban de frío, algunos se sentaban sobre sus flancos y empezaba a frotar sus cascos en su pecho mientras dirigían miradas desesperadas a sus alrededores. Gritando groserías, empezaba a buscar por cosas que quemar. Si la superioridad numérica no era un problema, verlos armados con lanzas improvisadas y uno con un sable antiguo si lo eran; sobretodo al tener solo la pistola y un cuchillo.
En la Desolación, si tienes una oportunidad de alejarte del peligro y moverte, nunca la desaproveches. Los hermanos habían pasado gran parte de su vida en el páramo congelado que era el mundo. Puede significar la diferencia entre el robo de todas tus pertenencias, incluso tu ropa para el frío, y vivir un día mas para ver el tenue Sol. Así que, deseando esa otra oportunidad de ver el tenue Sol de nuevo, los hermanos se movieron al patio trasero de una casa a la otra, cubriéndose con lo que tenían, hasta alcanzar una carretera segura.
Ambos tiritaba del frío, se tomaron un tiempo para sentarse y frotar sus cascos en el pecho. Otra ráfaga fría los obligó a buscar refugio en una casa suburbana. Resoplaron, una gran bruma salieron de sus narices. La sala de la casa estaba casi vacía, ni los muebles y la alfombra se había salvado de ser usados en una fogata. Solo estaban los esqueletos de una familia equina, descoloridos, en la cerámica de la habitación.
Ambos hermanos se apostaron en las ventanas, atentos a cómo estaba la calle. Esperaron una hora a que todo estuviera normal. Dos horas, el Sol empezaba a ocultarse antes de las cinco de la tarde, como pudo confirmar Nika al ver el reloj. Igual, el asentamiento no quedaba lejos. Una media hora más caminando y ya llegaron.
Aunque era mejor llegar tarde a decir "no llegaron".
— Ya es hora, vamos. — Dijo Nikator, siendo el primero en salir mientras apuntaba su pistola al frente, su hermana lo seguía de cerca —. ¿Qué fue lo que conseguiste, Nika? El señor Dionisio ya nos advirtió que si no conseguimos algo, nos echarán del asentamiento. Bastardo, el lugar fue la casa donde crecimos.
— Hoy tuve suerte, conseguí unas latas de cereales, libros para quemar. Creo que es suficiente, contando que los ursas estuvieron en la ciudad —. Dijo Nika, sonriéndole a su hermano a pesar de que le daba la espalda. Pero, recordar que serían echados de la casa de su familia la entristeció por un rato. Ya no era su casa, después de todo. Era el refugio para enosianos honestos y para quienes contribuyen a la incipiente comunidad.
Nikator soltó un gesto despectivo, causando que su hermana riera un poco. Aún con su mal ingenio, ella podía recordar al potro que peleaba con una espada de madera a un enemigo imaginario mientras ella hacía fiestas de té. Buenos e inocentes tiempos.
— ¿Qué tal Epidamonias y tú, Nikator? — Dijo ella, manteniendo su sonrisa en él. Temblaba al caminar a pesar del frío—. ¿Ya pudieron agarrar al ladrón? No quiero saber que lo que conseguí con esfuerzo me lo terminaron robando.
— No, aún no. El desgraciado es escurridizo. Solo anoche se llevó una lata de comida, encontramos la misma vacía en la mañana, antes de partir. — Le respondió su hermano —. Si le ponemos los cascos encima, no respondo.
— Bueno, tío Epidamonias es un perro, así lo correcto es que él le ponga las garras al ladrón. — Dijo Nika. Su hermano se detuvo y la miró con cierto desprecio, el cual su hermana le respondió sacándole la lengua y sonriéndole. Con un gesto despectivo y negando la cabeza, su hermano volvió a caminar —. Oye, que sea el fin del mundo no significa que hablemos mal. Las cosas como son.
Ladrones… Nada peor que cobijar a un desgraciado que, por egoísmo, empezaba a vaciar la alacena de la comunidad. Bueno, era uno de los tantos problemas: enfermedades, hambre, amenazas de bandidos y, recientemente, ursas merodeando el lugar. Habían perdido a diez la última semana.
Así que los hermanos Soter debían cuidarse las espaldas.
Ellos se detuvieron en el camino, ya cuando tenían el asentamiento frente a ellos. Era como una especie de ritual mental que hacían los hermanos cada día.
Miraba a sus espaldas, en donde veía las sombras de Hippelicarnassos detrás de la bruma. Podían distinguir el monolítico mausoleo de la ciudad, la estructura más alta de toda la ciudad. Y a pesar de la modernización, seguía superando a sus competidores en altura y belleza. Solía almacenar los cadáveres de los antiguos reyes, luego los soldados caídos en cada guerra. Ahora… Estaba solo como cualquier camposanto abandonado.
Su hogar… Se decía que fue construida en los primeros años de Énosi. Pura mentira, la casa sería tan antigua como sus abuelos muertos. De pequeños, solían correr entre los jardines bellamente ornamentados por su madre, causandoles travesuras a sus hermanos y protegiéndose con su papá cuando este vivía. Miraron al frente, y encontraron que los muros principales habían tapado los boquetes con muros improvisados, los jardines donde galopaban estaban ocupados por tiendas de lona y casuchas de madera. A lo lejos, la casa decadente que una vez llamaron hogar; con sus huecos siendo tapados y siendo habitados por los más enfermos y débiles.
Era lo mejor podían hacer.
Los hermanos cruzaron la reja principal. Su hogar se había convertido en un pequeño refugio de los tantos que hay en la Desolación, un mundillo donde había un pequeño mercado de bienes, un pequeño taller donde fabricar lo básico, un pequeño huerto hidropónico en donde podían cultivar hortalizas y decenas de familias viviendo en el lugar como podían. La gente, una mezcla de ancianos que habían sobrevivido a la guerra y las consecuencias que ello trajo, y jóvenes que solo habían visto el congelado mundo, pasando penurias.
Énosi, así como su vecinos, era una mezcla de varias especies: el caballo enosiano, más alto y de colores claros que sus parientes de Equestria y con un orgullo que rayaba la arrogancia; minotauros, quienes habían tomado el lugar como suyo desde que emigraron del sur hace mucho tiempo; perros diamanteros, una variante más pequeña que sus vecinos del sur y con mayor intelecto, pero igual arrogancia; y los simios, una variante única que había cruzado el mar en sus barcazas, aportando ingenio y curiosidad junto a un sentido del humor un tanto grosero para muchos. Antaño, los ciervos también formaban parte de la antigua nación; pero al ver que todo empezaba a colapsar y las llamas del conflicto amenazaba con alcanzarlos, hicieron lo mejor que pudieron haber hecho: tomar sus cosas y largarse tan lejos como sus piernas lo permitieran.
Sea las s culturales y nacionales, o el instinto de superviviencia y la sensación de seguridad que dan los números, el asentamiento poseía familias de las cuatro razas. Pequeños corrían por doquier, mientras que sus padres trabajaban de guardias o alguna asignación dentro del asentamiento, otros hacían cola para la comida comunitaria. Los hermanos iban siendo saludados mientras pasaban.
— Nikator, tengo que irme. Voy al huerto a trabajar. — Le dijo Nika a su hermano, empezando a alejarse de él.
— Oye, ¿ni siquiera vas a descansar? Fue un día largo para ambos. — le contestó su hermano.
— Muchos de los que murieron la semana pasada trabajan en la huerta, por lo que tenemos pocas cabezas que sepan trabajarlo. Tengo que cuidar las hortalizas y enseñar a los voluntarios. — Le respondió la yegua, quien se acercó para darle un beso en la mejilla —. Saluda a nuestro tío Epidamonias por mí ¿quieres?
Sonriendo, Nika desapareció entre los callejones de tiendas y supervivientes. Dando un suspiro y empezando a caminar, Nikator empezó a dirigirse a la casa, una pieza derruida y decadente hecha con ladrillo y embellecida con el mármol. Total, su hermana y él pasaron los peores momentos de su hogar fuera del mismo, con quien organizaba la vigilancia del asentamiento.
Más pequeño que sus parientes del sur. De tenía un hocico alargado y las orejas caídas, con grandes bolsas debajo de sus ojos amarillos. Daba suspiros agotados mientras que él y cinco enosianos mas miraban y dibujaban en un croquis del lugar.
— Hemos trancado estos pasillos cerca de la cocina de la casa. Aparte, hemos apostado varios vigilantes a los alrededores de la casa —. dijo un caballo, mostraba mucho cansancio y muecas de asco.
— Más vigilantes a cazar una sombra. Menos a vigilar el cerco. — Dijo un simio, que revisaba el martillo de su mosquete mientras atendía la reunión—. Basura. Miren, hay avistamientos de bandidos en las cercanías, ¿que tal si se osan a atacar? Aparte, se han visto ursas en la ciudad.
— ¿Sugieres que dejemos los almacenes desprotegidos? — dijo el caballo blanco.
— ¿Sugieres que dejemos el asentamiento desprotegido ante bandidos y ursas por perseguir un ratero? - le espetó el simio, señalándolo con el dedo.
— Una lata de comida, es una lata de comida que puede alimentar a un desolado que puede ser tu, mono. O es que esperas conseguir más en una súper ágora? — Al compararlo con un primate inferior, el simio del grupo le enseñó los colmillos, gruñó y casi salta sobre el equino enosiano. Solo la intervención de Epidamonias, golpeando su gran puño sobre la mesa, evitó que ambos pelearan.
— Solo pon guardias en las puertas principales y el resto que hagan turno en el cerco. — dijo el perro con un gran resoplido. El mismo daba respiros pesados y llevó su garra al pecho.
Muchos sabían de su enfermedad.
— Me ofrezco para montar guardia en los almacenes.
— Ya oíste al chico, Epi. Aunque con lo poco que recolectan, Dionisio puede expulsarlos.
Epidamonias quería proteger al hijo de su fallecido colega. Pero el minotauro tenía razón en una cosa: la casa se llenaba de enfermos, huérfanos empezaban a habitar el asentamiento, y más enosianos volvían con una discapacidad. Lo único que los mantenía a flote era el débil comercio de caravanas con otros asentamientos, y los gemelos se habían metido en problemas al desvalijar un almacén de emergencia de otro poblado. Dionisio, el líder del lugar al saber cómo exprimir el último recurso a su beneficio, le prometió a sus vecinos que los gemelos compensarán al poblado.
Cada día, tenían que traer algo para salvarse el pellejo. En la mañana, embarcan una caravana con la compensación aparte. Era pagar con piezas recuperadas o metal y pólvora.
Era eso, o por el bien de los gemelos irse a otra parte. No podían soportar perder a dos miembros aptos, o eran ellos o el asentamiento.
— Unos días más de búsqueda y pagaremos nuestras deudas, no se preocupe. - les contestó Nikator.
Hidroponia, el arte de cultivar a base de nutrientes, poca agua y sin dañar las tierras. Cuando su madre no estaba atendiendo la tienda o a su familia, Nika podía recordarla en el invernadero. Su sombrero de ala ancha y engalanado con una rosa era una imagen que perdurará cuando entraba a la casa de vidrio, ahora convertida en el huerto del asentamiento.
Tuvieron la suerte de que no quemaron dos libros de botánica de su madre cuando todo finalizó. Ahora tenían una huerta dedicada al cultivo de algunas hortalizas. Igual era un trabajo mantener la huerta, pues conseguir los materiales de la solución nutritiva eran difíciles. Solo en la cosecha pasada, el asentamiento casi se queda sin pólvora para defenderse para poder sembrar.
Ese error no volvería a pasar. Mientras se dedicaba en mantener el tallo de los tomates bien amarrados a sus soportes, NIka recordaba a su tío Epidamonias y a ese DIonisio pedir a todo el que esté apto a buscar entre los restos de la ciudad. En los distritos industriales y cascofactureros encontraban muchos componentes que necesitaban. EL riesgo era alto, eso sí: el distrito industrial quedaba cerca de las instalaciones militares, cuartel de facto de los ursas locales.
— Hola chiquitica, ¿me extrañaste? — Dijo Nika a una pequeña planta de tomate. Su hermano siempre le decía que un dia de estos terminaria loca por hablar con las plantas. Ella no le daba importancia, pues cuando era pequeña su madre le aconsejaba que estas eran también seres vivos con sentimientos —. No te preocupes por tu tamaño, amiguita. Algun dia daras los mejores frutos de la cosecha.
Afortunadamente, el huerto en ese momento se encontraba solo. Era su voz haciendo eco entre las paredes de cristal, con la compañía de las hortalizas.
Ella repasaba en su mente los momentos similares, y una equina de ocho años de edad no le daba importancia a asuntos que le sonaban tan lejanos. Guerras, complots, conspiraciones, traiciones… Todo era algo tan lejano y asunto de mayores, y para su hermano que estaba interesado por esas cosas. Lo recordaba en la habitación, con un mapa del mundo y colocando alfileres con puntas de colores, cada uno con algún significado distinto, mientras ella jugaba a la fiesta de té o hacia la tarea. Lo que si odiaba era que su familia se volvia pequeña. Era como si en cada cumpleaños desapareciera otro miembro de la familia, devorados por el mundo y sus trivialidades.
¿Por que no podían resolverlo con una taza de té? Las discusiones serán por los chismes locales.
Ya había terminado, de momento, con sus deberes. Era tiempo de dedicarse a otras cosas. El señor Seleuco y su esposa eran buenos fabricantes y le interesaba cómo fundir unas piezas y crear otras. O podía ayudar a la señora Arsione, quien ayudaba a Dionisio con el inventario del asentamiento, ayudando al clasificar y guardar correctamente la pólvora, la comida, los metales y los demás enseres necesarios.
Nika miró por última vez a sus retoños, dedicandoles una mirada enternecedora, antes de salir del invernadero. Con un gran suspiro, la yegua de color crema miró a sus alrededores. Era difícil quitarse el hábito de ser precavida aun estando en espacios seguros. Lo que sí vio, fue a un trío de simios pequeños excavando con palas cerca del huerto. Ella tenía que cerciorarse, no vaya a ser que dañen un panel de cristal.
Eran tres pequeños, le recordaban a ella y a su hermano cuando tenían su edad, fijos en en un lugar. Habian dejado sus palas a los lados y empezaban a cavar con sus manos. Una simia, la mas pequeñas de los tres, tiró de los ropajes de sus amiguitos.
— Chiquillos, no deberían jugar por aquí. Pueden buscar tesoros en otro lado. — Les dijo Nika a los tres, quienes no le prestaron atención. Excavaban con saña el hueco. De pronto, todos oyen que las garras tocan algo duro.
— ¡Lo encontramos! ¡Encontramos el tesoro! — Exclamó uno de los simios.
Los chiquillos empezaron a celebrar. La pequeña simia daba pequeños saltitos mientras aplaudía con sus manos, mientras que los otros dos empezaban a abrazarse y hacer una especie de saludo. Cosas de pequeños, algo que hizo reír a Nika. Y ella no podía negarlo, su potranca interior celebraba junto a ellos. Pero era la curiosidad lo que la dominaban.
Los simios empezaron a sacar la caja. No era más grande que un tablero de ajedrez mediano, y con la profundidad de un de un libro de cien páginas. Pero era un símbolo, y lo recordaba en el uniforme de su difunto padre, el que llamaba la atención. Corona de olivo blanco y una espada detrás, la imagen se le hacía nitida. Su padre lo uso, y habia visto ese mismo símbolo en la estación de policía.
Ella no podía dejar que los chiquillos juegan con cosas que serían peligrosas, aparte que eran cosas de su padre. Y algo debía tener para ocultarlo en las afueras del invernadero.
— Chiquillos, ustedes no pueden jugar con eso. — Dijo Nika, no se había dado cuenta de su error hasta que los mayores la miraron con el ceño fruncido. Puede ser el fin del mundo, pero nunca trates mal a un pequeño ajeno.
— Los tesoros son del que lo encuentra. — Respondió uno de ellos, manteniendo el gesto.
Nika tenía que hacer algo, debía tener esa caja. Recordó que no había dejado las cosas que habían encontrado. No era mucho, pero sería suficiente para ellos… Aunque molestaria a su hermano.
Cuando los pequeños simios sacaron la caja y la pusieron al frente, encontraron varias piezas de metal, una lata de cereal y otra de frutas en almibar. A los tres les brillaron los ojos.
— El tesoro por eso. — Se limitó a decir la yegua.
Ellos no tardaron en coger eso y celebrar en el camino.
— Nikator, ya no puedo protegerte.
Se hacía de noche, eran alrededor de las cinco de la tarde, y era en ese momento donde uno deseaba estar junto a una estufa y comer algo caliente. Pero alguien tenía que hacer la guardia, sobretodo con un ladrón de comida cerca.
— Excelente, ya puedo protegerme solo. — Dijo el semental barbudo, quien pasaba su linterna entre los pequeños estrechos que era el laberinto de tiendas y casuchas del asentamiento.
— Claro que puedes protegerte. Pero no vas a dar abasto para también proteger a tu hermana, ¿o si? — LE contestó el perro, los dos se apuntaron con sus linternas. Arriba de esas bolsas, los ojos del perro denotaban la razón. Nicator no tuvo más opción que aceptar.
— Si, tienes razon. Aguanta que tengo que recargar. — Dijo el corcel.
Uno de los inventos que merece tener cerca, fue la linterna de carga universal. Sea un modelo poni o metamorfo, uno de los más potentes por el uso de magia, o de tipo grifo o enosiano, de batería recargable; todos compartían el mismo funcionamiento. Solo tenias que ponerle un pedal de bomba de aire en la parte posterior y empezar a bombear, por decirlo de alguna forma. Eso fue lo que hizo Nicator.
— Ya está. Tio, se que te encanta protegernos, pero no nos vas a durar toda la vida. AL igual que mi hermana conmigo. — Dijo, paró para dar un suspiro largo. — Aunque ella sabe protegerse bien, a su manera.
— ¿Como? — Le respondió el perro. Sin querer, había pateado una lata. Tomó el pedazo cilíndrico de metal y se lo llevó a la cara. — Esta lata es del almacén.
— Tio. — Epidamonias, al levantar la cara y buscar al corcel, lo vio señalándole hacia adelante. En un estrecho, un rastro venía desde la oscuridad hasta ellos. — Si la casa esta en esa direccion, nuestro ratero debió tomar el estrecho que está en el frente. No se nota la huellas por la nieve que está cayendo. Como te iba diciendo, mi hermana usa la evasión.
Los dos cruzaron la callejuela y miraron la apertura que dejaban las tiendas y casuchas. La luz de la linterna les permitió ver que, después de cruzar el estrecho, llegaban al muro.
— No puede evadir todo el tiempo. — Dijo el perro gigante, se pasó la mano en la nariz por un instante mientras caminaban —. Si se queda sin escapatoria-
— Lo se, tio. — LO interrumpió el semental, Epidamonias vio como su "sobrino" apretaba los labios y frunció el ceño mientras caminaban —. Por eso confío en que mi hermana sepa evadir bien, que sea muy sigilosa y hábil. Si algo tiene ella que yo no, es una percepción fenomenal. Hoy, por ejemplo, cuando volvíamos, se ocultó de manera preventiva en los suburbios. De repente, vemos que salen seis bandidos de una de las casas. Dime tu si eso no es algo.
— Yo lo llamo suerte. — Dijo el perro diamantero.
— Prefiero llamarlo percepción desarrollada.
— Pues, necesitamos un poco de eso para atrapar el ratero. — Dijo el perro. Noto que su sobrino bajaba la cabeza y negaba con la misma mientras reía. Se alegró; era raro ver a Nicator sonreir cuando su hermana no estaba cerca —. Por aqui salio.
Cuando llegaron al otro lado del estrecho, observaban a sus alrededores. Desde donde estaban, la puerta estaba a unos minutos de ahi, algo lejos. Era la única entrada al asentamiento, y esa debería tener a cuatro vigilantes esa noche. Aparte, como ellos, habian más enosianos patrullando en la noche.. No, el ladrón debía haber tomado otra ruta. Ellos habian pasado por alto unas cajas apiladas junto al muro.
Con esa altura, hasta un caballo adolescente podía saltar el muro. Pero si eres vigilante, debías estar sordo para no escuchar el estrépito de alguien cuando aterriza. Ni que tuviera alas para frenar la caída, y si las tuviera, ¿por qué no volar de una vez cuando la vigilancia estaba baja?
— ¿Estas marcando el sitio para montar una torre? — Pregunto Nicator a su tío.
— Ni siquiera tenemos para hacer una casa decente. — Le respondió el perro. Vio como el semental empezaba a empujar las cajas.
— Entonces, échame una de tus garras.
No tardaron en moverlas y para su condenada suerte, vieron que esa sección que se encontraba alejada de la puerta y con fácil acceso a los estrechos entre las casuchas. Cuando ambos cruzaron el boquete, se encontraron con la vasta Desolación.
Aunque la cacería no había terminado. Ambos apuntaron sus linternas a huellas, que se veían frescas. Quien dejó esas marcas parecía tener prisa, y se dirigen a los suburbios de Hipperlicarnasos. Sin perder un segundo, Nikator empezó a galopar tras las huellas. Ignoro los gritos de su tío, y sintiendo la fría brisa en su cara, decidió perseguir al desgraciado que estaba robandose la comida del asentamiento.
Galopaba en las planicies, hasta que los suburbios empezaban a rodearlo. Dio un salto frente a una cerca y dio vuelta en la esquina de una calle. Las huellas seguían extensas y, más importante, frescas. PEro la oscuridad y el tiempo no le daba una pista sobre la ubicación del ratero. Era rapido, mas que el, pero Nikator no se iba a dar por vencido.
Las huellas lo llevaron a una casa de los suburbios. Cruzó el umbral de la puerta. La escarcha de sus pisadas se había pegado en la madera de la casa. Nikator intentaba no hacer ruidos, pero cada paso generaba un rechinido traicionero. El caballo apretó los labios, no lanzó una maldición que ya tenía en la boca, y continuó caminando. Siempre vigilaba sus esquinas, pero no tenía la habilidad de su hermana. No, el era perfecto para cuando ya había empezado la pelea. Deseaba encontrar al ratero y romper su cráneo contra el suelo. Pero el desgraciado actuaba como una sombra, y eso le aterraba.
Tenía que continuar. Las pisadas iban a la cocina. En esa pieza abandonada, donde ni la plomería del fregadero había sido perdonado, el ratero tomó la puerta que iba al patio trasero. Nicator se dirigió al umbral con cascos de plomo, cruzando la habitación tan vacía como la Desolación misma. DIo un gran respiro.
Nada, tan solo un patio de juegos para potrillos que la nieve había reclamado como suyo. EL viento mecía los columpios con lentitud, haciendo que un rechinido molesto en el aire. Las huellas seguían desaparecieron de su vista. O era eso lo que él creía, pues de haber mirado a un lado, vería que el ratero había tomado la casa izquierda. Pero no era su hermana. Había perdido el rastro y en frustración, Nikator golpeó una de las paredes.. Un montón de nieve cayó en el patio trasero.
— ¿Qué pasó? ¿Lo perdiste? — el caballo se volteó sobre
— Q-qué ha pasado? — al voltearse por donde vino, encontró a su tío. Jadeando y sosteniéndose del marco de la puerta. Los años le estaban pasando factura.
— El desgraciado se ha escapado. Perdí el rastro. — dijo Nicator. El caballo de color crema miró a los lados con el ceño fruncido. Pero la ultima vez que volteó a ver a su tío, encontró un puño a su cara. Sorprendido y con un casco en su nariz, el semental miraba con furia asesina el índice que lo apuntaba.
— Que sea la última vez que sales así! Que tal si te emboscan?! — Dijo el perro —. No le dije a tu padre que les echaría los dos ojos a ustedes para que mueras por tu ímpetu.
El corcel no le replicó. Demasiada rabia contenida. Nikator volvió a golpear el muro, dejando un boquete.
Ella suele estar cerca de la estufa.
Lo que llamaba "estufa" era en realidad un barril metálico con una tubería conectada que salía de la tienda, usando la tapa del mismo para cerrar. Gracias a su tío, que ayudó con la elaboración, tenían algo con que dormir en las gélidas noches.
Aun así, tenía que hacer cola para conseguir un tazón de sopa de coles. Habían muchos enfermos en la casa y recibió el "fondo", lo que quedaba. Tendría que mantener el tazón caliente para compartir con su hermano. Pero ella no le importaba la comida. Tenía que saciar su curiosidad.
La echada en una cama improvisada cerca de la estufa, Nika observaba con celo la cajita que había conseguido. Era una anomalía que algo tan fino estuviera ahí, era un insulto para la austeridad, hasta la miseria, que había en la tienda; puede que hasta en el asentamiento entero. Nika dormía en una cama de madera en su totalidad, sin nada para ablandar las tablas, y se abrigaba con una cobija a la que le empezaban a salir pulgas; al igual que su hermano.
Pero, con esa cajita, se sentía extrañamente rica. Hasta se imaginaba que al quemar la pieza, olería de manera agradable.
Nika no podía soportar. Tenía que saciar su curiosidad. Ella había intentado forzar la cerradura con varias horquillas para la melena, pero rompió cinco. Así que se vio obligada a usar la fuerza bruta: usó un cuchillo de hoja delgada y lo colocó entre la tapa y la caja. Dio un pisotón y aplicó palanca, quebrando la cerradura y generando un estrépito.
Su corazón se detuvo. Ya sea por el gran ruido o por abrir el cofre de un tesoro, Nika se detuvo por un largo rato. Ella levantó la cabeza y las orejas, atenta por todo.
Nada.
Nika abrió la caja. Había un cuaderno pequeño, con forro de cuero, ocupando gran parte del espacio. También estaba una bolsita de dracmas, monedas de plata antiguas de Enosi sin mucho valor en la Desolación; y una hoja blanca con doce números, podía verlos sin mucho esfuerzo:
568109 S
572276 O
Ella dobló y guardó la hoja. Quizás era para algo, o podría encender una fogata. Algo dentro de ella se decepcionó, esperaba algo mas para ser algo que dejo su padre. Ella abrió el cuaderno de cuero y empezó a hojear sus páginas.
19 de agosto.
Vivir de la pensión y ser empleado del negocio de mi esposa ya es un sueño que parece lejano. Epidamonias, amigo mío de la expedición, se ha reintegrado a la policía y me pide ayuda con el bajo mundo en la capital. A cambio, me dio el cargo de teniente bajo su mando, un buen salario y los honorarios correspondientes. Solo espero no perderme los mejores momentos de los gemelos que pronto van a nacer, así como me perdí a los mayores.
27 de agosto.
La capital hoy en día es un campo de batalla, sectores contrarios al gobierno actual se oponen a la guerra. Lo peor es que mi hija, empezando su carrera como senadora, es la segunda de la facción opositora. En más de una ocasión le he dicho que mantenga un perfil bajo.
12 de septiembre.
Horror, incendiaron una casa con una familia del partido actual. Perseguimos al arsionista hasta que lo acorralados, pero se degolló a sí mismo.
16 de septiembre.
Solo el día de ayer, hubo protestas masivas en la capital. Recuerdo haber formado a la policía en el puente que se dirigía al Capitolio, mientras que cientos, hasta miles de manifestantes estaban frente a nosotros. Por seguridad, el Hegemón ordenó que los soldados se formarán en la otra cabeza del puente. Oía sus gritos "no más guerra", "dejen de luchar en tierras lejanas", "menos stratos y más georgoi", "seamos como los ponis: pacíficos" retumban mientras escribo estas palabras. Por suerte, no ocurrió nada más.
29 de septiembre
Bendita sea mi suerte! He sido bendecido con un par de gemelos sanos y salvos. Tengo un par de hermosos, fuertes y sanos potros. Mi esposa, Penélope, les ha puesto los nombres. Nika y Nikator, pediré un permiso para verlos. Apenas le conté la noticia a mi canino colega, me pidió ser el padrino de ambos.
Nika se enterneció por las siguientes páginas del libro. Recordaba esos momentos que le parecían tan lejanos como extraños, cuando el sol veraniego bañaba su melena mientras corría de su hermano mayor. Recordaba las noches donde su papá los deleitaba con una historia, quien tenía una habilidad para narrar y era muy elocuente. Recordaba cuando todos comían en el comedor, hoy en día la casa donde protegen a los enfermos y débiles. Recordaba. Recordaba… Recordaba. La yegua esbozaba una gran sonrisa, pues entre las narraciones de la cotidianidad de la policía, describía esos bellos momentos.
Pero, a medida que se internaba en las páginas del diario y lo iba terminando, NIka encontraba que ese mundo de ensueños, desde los ojos de su padre, se volvía más oscuro. En sus ojos de potra, solo veía a la familia peleando en ocasiones por razones que no entendía. Pero con el diario…
5 de julio
¡Mi mundo se esta volviendo loco! ¡Entre la policía, nos acusamos los unos contra los otros por corruptos y brutales! Entre los dedos y cascos acusadores, más de una docena apuntaba hacia mi, ¡quien siempre se ha regido por los reglamentos y ha tratado a los miembros de su grupo como iguales! Por lo menos, Epidamonias me ha defendido con capa y espada frente a estas absurdas acusaciones. Y por si fuera poco, el Senado de Agora se ha enfrentado entre sus legisladores, ¡incluso sacaron sus dagas y espadas! Si la sangre se hubiese derramado, el Hegemón hubiera declarado ley marcial y las tropas de Lambda hubieran marchado por la capital.
31 de julio.
Desastre, la armada ha realizado una "semana de pólvora y acero". Ha cañoneado por igual ciudades y templos costeros de los Ahuizotes y sus tributarios, ¡un dia antes de las elecciones! No puedo culparlos, ellos han acosado nuestras rutas con nuestras colonias de ultramar y participe en la última expedición. Pero, atacar sin previo aviso, ni provocación y de manera desalmada nos hacer ver con nuestros vecinos como unos monstruos. Aqui, la capital está dividida: los militaristas y el gobierno actual los llaman "héroes", mientras que el resto los llaman "criminales" ¿Mi opinión? Esos desgraciados nos han manchado.
6 de agosto.
Ayer fueron las elecciones, y entre la noche y la madrugada hubo una serie de asesinatos que nos tocó investigar. Extraño, no eran objetivos políticos importantes. Muchos eran ciudadanos comunes que cumplian con sus deberes. Como mucho, encontramos un fabricante de armas pequeño. MI hija me pidió que la dejara vivir en mi apartamento hasta que la ola de violencia haya terminado, ¿Como voy a negarme?
8 de agosto.
El mi hijo mayor me dijo que se unirá a una fuerza paramilitar de pacificadores como médico de guerra ¿Por que? Es una gran carrera, puede convertirse en un miembro respetable de Hipperlicarnasos al trabajar en el hospital general o algún centro de salud privado. No… Por mucho que le he hablado de las calamidades y con Enosi a punto de caramelo, el imbécil se va a unir a una esta… Flor Roja. Si lo tengo de frente, le jalare las orejas hasta que recapacite.
13 de agosto.
Los casos de hace una semana no fueron aislados, todas las víctimas están relacionadas entre sí al reunirse, dos meses al mes, en una especie de sociedad secreta. Hoy asaltamos un punto donde se reunían, pero lo encontramos casi vacío en su totalidad. El lugar estaba impregnado de aceite de sésamo, barriles de pólvora y otros líquidos inflamables (me atrevo a pensar que tenían fuego enosiano en algunos contenedores, y esa cosa puede arder incluso debajo del agua). Planeaban no dejar rastro del lugar, y con razón. Encontramos nombres: empresarios, senadores, estrategas, almirantes, miembros de la policía, comunes… Y la lista sigue, ¿miembros colaboradores? ¿O blanco a eliminar? Ya no se que pensar.
14 de agosto.
¡SANTA MADRE FUNDADORA! MI HIJA, mi hermosa hija… HOSPITALIZADA. La apuñalaron en plena concentración. Esto es el límite. Pueden meterse conmigo, con el ejército que pertenecí y conla policía que pertenezco, mis ideas… Pero NADIE SE METE CON MI FAMILIA.
Llegare al fondo de esto.
17 de agosto.
La capital es un hervidero de violencia de cualquier carácter. Ahora que el partido de mi hija ha resultado ganador en las elecciones, nombrando a su líder Hipatia de SImiocusa como Hegemón, han habido protestas dirigidas contra ellos liderados por los militaristas y el sector conservador. Solo en la mañana tuvimos que separar a varios grupos que empezaron a pelear en las calles. Asesinato, vandalismo y ataques son el orden del dia.
Pero, a medida que me interno en los descubrimientos de la casa que conseguimos, pasan dos cosas. Vamos desenmascarando a un grupo que opera en el interior de la nación, amenazando su estabilidad. Y vaya que lo han logrado en estos años. En esta "conspiración", si puedo llamarlo así, veo nombres ponis y grifos, ¡hasta nombres changelings veo al lado de nombres enosianos! Movilizar y organizar semejante variedad de especies con un mismo proposito, es tan aterrador como sorprendente. EN mi próximo informe, le dire a Epidamonias que organice medidas cautelares.
También me estoy quedando sin miembros para investigar todo este asunto. Cada vez que indagamos más, un miembro es asesinado en la calle o en sus habitaciones. Incluso mientras duermen. SE ven como asaltos comunes, fechorías ocasionadas por ladronzuelos locales, inspirados por el ambiente de anarquía. Pero temo que esos asesinatos son por las investigaciones.
19 de agosto.
Tras numerosas y lamentables pérdidas por culpa de los asesinatos selectivos contra mi grupo, me ha tocado el turno. Un minotauro, joven, trato de apuñalarme en camino a un Café local. Pude detener el ataque, agachandome y esquivando la hoja. Mientras mi adversario me veía, saque mi sable y le corte una de sus piernas. Con mi arma en el cuello,sin embargo, el sicario empezó a convulsionar y a echar espuma por la boca. Envenenamiento por cianuro.
Vi mi vida por mis ojos. Vi los primeros pasos de mis hijos, sus cumpleaños. Vi la vez que conocí a mi bella Penélope, en los rosales de su familia mientras aprendía de su madre. Las noches apasionadas de nuestro matrimonio joven, en donde me vi obligado a prestar servicio para que adquirieramos una mejor calidad de vida. Sus lágrimas cuando tuve que marcharme a la expedición… Tantos recuerdos. Bellos, tristes.
20 de agosto.
Las cosas se han puesto horribles, al borde de una crisis. Solo ayer, hubo una escaramuza entre fuerzas enosianas y grifo-leonas en la frontera. Solo ayer, una flota casi es abordada por corsarios ahuizotes. Solo ayer, ¡la reina changeling y gran parte de su ejército atacaron, por sorpresa, a la capital poni en una boda real! A este paso, puede suceder un todos contra todos.
Temo por mi vida y mi familia. Epidamonias siempre ha sido un amigo y compañero de armas fiel, donde luchamos codo a codo, tanto en la expedición como en la turbulenta capital, fuimos a la misma academia. Incluso conocí a su familia, mi canino amigo se ha dedicado a cuidar de su anciana madre, es el pequeño de cinco hermanos. SI algo me ocurre, quiero que él proteja a mi familia y apadrine a mis gemelos.
Nota final:
Mis investigaciones han llegado a un punto final para mi. He esquivado intentos de asesinato. He visto a mis compañeros caer por las arbitrariedades del destino y por un plan tan diabólico como efectivo. ME han impedido el paso en lugares donde podía estar con tranquilidad, como el club de la policía o el arsenal. Y yo me pregunto, ¿por qué?
Porque al fin he dado con un nombre. EL NOMBRE. Y he visto la gravedad de los hechos. Las pérdidas, el final, la luz al final del túnel. Así que, para asegurarme de que alguien continúe mi legado, he decidido enterrar mi diario.
Este sujeto usa una palabra en nuestro idioma para darse una especie de jerarquía: el kefali. NO se si es un demente anarquista o una mente diabólica, pero ha logrado crear una red de agentes y conspiradores a lo largo de todo el continente. Solo tengo que ver el nombre de algunos miembros y me sorprende la heterogeneidad de este grupo.
Solo hay dos posibles resultados de mi investigación, y creo que me iré al peor resultado. Si fracaso en exponer el grupo y su alcance dentro de las instituciones e infraestructura de la Republica, me puedo dar por muerto. En caso de ocurrir lo peor, prefiero poner a mi familia a salvo antes de arriesgar a uno de mis queridos hijos.
— ¿Nika? — La yegua levantó su cabeza hacia atrás. Su hermano se encontraba temblando y exhalando vapor, pero lo recibió con una gran sonrisa desde la cama. En cambio, Nicator la miraba con el ceño fruncido y los labios apretados —. ¿Se puede saber que paso con los suministros de esta mañana?
Eso le quitó la sonrisa. Era como un corrientazo eléctrico que sacudió todo su cuerpo. A Nika, el miedo empezó a dominarla.
— O-oye hermanito, no te molestes conmigo, ¿si? — Dijo la gemela, bajando las orejas y la mirada de su hermano. NIcator se llevó un casco a la cara y, luego, empezó a quitarse el abrigo.
— Sabes que tenemos problemas con el asentamiento y con Dionisio, ¿lo sabes? — Dijo Nicator, apartó el casco y miró a su hermana —. Si lo sabes, y quiero saber que si cambiaste nuestras cosas, al menos fueron cosas buenas.
Ella iba a enseñarle las cosas, le hizo una seña con el casco para que se acercarse. Nika le enseñó a su hermano lo que había intercambiado: el diario de su padre y una bolsa con dracmas adentro, consciente de que había guardado la hoja con los números en su alforja. El gemelo empezó a hojear las páginas.
— Es de papá, ¿te acuerdas? Cuando estaba vivo y jugaba con nosotros. Cuando eramos felices y pequeños, antes de todo, antes de la guerra. — Le empezaba a explicar NIka a su gemelo, esbozando su mejor sonrisa. Su melena se movía con rapidez mientras movía la cabeza entre su hermano escéptico y de cara de piedra, y las páginas del diario —. Empieza a detallar esos pequeños momentos mágicos que tuvimos cuando él estaba vivo. Pero, al final-
— ¿Cambiaste los suministros que conseguimos por un recuerdo? — Le dijo Nicator a su hermana, manteniendo una cara enfurecida como si estuviera grabada en piedra.
— Era de papa, ¿no es razón suficiente? — Le dijo Nika, a punto de suplica. —. Pero hay algo más. Veras, papá, mientras trabajaba en la policía metropolitana, estaba trabajando para desenmascarar una conspiración que acabó con el mundo. Algo que provocó la guerra y nos dio este mundo, La Desolación.
Con un gran suspiro, Nicator se levantó del lado de su hermana y, con un suspiro largo que se convirtió en vapor, le dio la espalda. Levantó el cuello y empezaba a respirar con algo de dificultad, con pesadez. LA gemela sintió que el terror dominaba su cuerpo cuando su hermano, con los ojos se enrojecieron y algunas lágrimas, mostrando los dientes y frunciendo el ceño, se volteo a verla.
— ¿Sabes lo que pienso de este diario? ¡Que es basura! — Nicator, con un movimiento rápido, le quitó el cuaderno de cuero a su hermana. Con sus dientes, empezaba a arrancar las hoja— ¡Todo esto, basura! ¡No sirve mas que par alimentar el fuego!
Entre los gritos de su hermana, y con ella sujetándolo por uno de sus cascos, Nicator lanzó las hojas que había arrancado y el cuaderno a las llamas de la estufa. Contempló a su hermana quien tenía los ojos como platos.
— ¡Yo también lamento mucho la muerte de papa y de toda nuestra familia! ¡Pero es tiempo de despertar y atenerse a la realidad, Nika! ¡Perderse en los recuerdos y olvidar que vivimos en la Desolación no te va a ayudar! — Nicator se detuvo y empezó a tomar aire —. Voy a darle la bolsa de monedas al señor Dionisio y esperar lo mejor.
AL irse su hermano, escuchando refunfuñar, Nika se apresuró en abrir la estufa y ver en su interior. Era inútil, las llamas habían reclamado cualquier hoja suelta que hubiese, y el cuaderno, una fina pieza de cuero, empezaba a ser consumido por el fuego. Viendo como el fogón reclamaba ese legado de su padre como una mero combustible para sobrevivir un dia mas, la gemela sentía que había redescubierto sus buenos tiempos, al mismo tiempo que veía como el acto de su hermano, violento y justificado, había reclamado esos momentos como la guerra hace dos décadas.
Había muerto parte de ella.
Pero quedaba recomponer los pedazos y empezar de nuevo.
Contrario a hace unos días, estaba claro y el sol podía bañar sus cuerpos. Igual, se requería prudencia y preparación, pues así como el amado astro podría brindarte de calor en estos tiempos fríos, la ceguera por nieve era un asunto en momentos así. EL brillo del manto blanco podía aturdir, incluso hacer que perdieras la vista. Si no traias lentes oscuros, o unas gafas protectoras, tenias que improvisar. Cortar una pieza de cartón rectangular para cubrir la parte superior de la cara y dos cortes líneas de corte donde irían los ojos, ya tienes una ligera protección. Los gemelos lo usaban, aparte de la ropa reparada para el invierno que traían y las alforjas de cuero con partes cosidas. Sentían miedo porque sus ropas se les desgastara y no tuvieran con que repararlo.
Las amenazas de parte del dirigente del asentamiento, y el fracaso de días anteriores, obligaron a los gemelos a internarse a Hipperlicarnassos. Normalmente se aventuraban en la zona sur de la metrópolis, donde podían regresar al asentamiento en un solo dia. Pero, ya no había mucho que buscar. Por lo que tomaron el riesgo y se internaron hacia el centro de la ciudad, teniendo que acampar dentro de algunos edificios para perpetuar la búsqueda, sobreviviendo a punta de hervir nieve y algunas conservas de emergencias que habían encontrado.
Los gemelos siguieron caminando, manteniendo un silencio incómodo.
Hipperlicarnassos, y otras ciudades, grandes urbes y metrópolis de la antigua Enosi, tenían dos cosas en común: el sistema de organización y una especie de obsesión o compulsión para los grandes monumentos. Los segundos siempre eran colocados en lo que serían el centro de la población, donde podían admirarlos todos o usarlos como un punto de referencia. En cada punto cardinal alrededor de las grandes estructuras, estaban las deigmas , el gran ágora donde los grandes distritos comerciales eran levantados. Abiertos, cerrados, boulevares de tiendas; no importaba, era una zona estrictamente comercial. Solamente al ya instalarse la deigma, se empezaba con las viviendas.
Donde antes eran centros bulliciosos donde los comerciantes ofrecían a los transeúntes ofertas, objetos exóticos y los intercambios se hacían, los gemelos pasaban en los esqueletos de alguien, cuyo cráneo estaba roto, frente a una tienda. O el de una docena de equinos, cuyos esqueletos adornaban las calles cubiertas de nieve. Tiendas con sus vitrinas rotas, restos de carretas o vagones del tren urbano quemados. Nada que recuperar y ambos mantenían un silencio.
Los gemelos, tras varios días de sobrevivir en la ciudad, por fin habían llegado a la deigma sur de Hipperlicarnassos. NO era más que un montón de ruinas decadentes embellecidas en el pasado con el mármol, el granito y el latón, con edificios com la prefectura o la makra stoa, el departamento local para administrar la llegada del grano, derruidos sobre su cimientos. Y el otrora suntuoso mausoleo, que inspiraba temor y respeto por los cuerpos de los caídos y los antepasados a quien visitaba la deigma, era una cruel broma que el pasado le daba a los desolados que habitaban en la ciudad: incluso en la muerte, esos huesos estarían mejor que tu.
Igual, ambos mantuvieron un silencio incómodo. Tantos recuerdos, tanta gloria perdida.
— Si tomamos la avenida, podemos llegar la deigma oeste. Nadie del asentamiento la ha tomado. — SE digno en hablar Nicator, sin dejar de mirar el distrito comercial —. Si hay problemas, entonces tomaremos las calles y callejones.
— Como quieras. — Dijo Nika, manteniendo su vista en el ambiente. Después de la quema, ella había permanecido seria y no habia sonreido como antes: por cualquier trivialidad.
— Oye, si quieres opinar algo, eres libre de hacerlo. — Le respondió su hermano.
— Y mi opinión es seguir lo que tu quieras hacer.
Nikator apretó los labios, pero se reservó su opinión. Tan solo empezó a caminar hacia la deigma.
Ambos caminaban con cascos de plomo, siendo rodeados por los restos del antiguo distrito comercial. Cuenta su tío, cuando trabajaba en la policía en los últimos días de Enosi, que en Hipperlicarnassos la insurrección fue más severa para la república. Los habitantes usaban los resto de grandes carretas y los vagones de los transportes públicos para cubrirse contra la policía y los stratos desplegados contra ellos. Fortificaban las deigmas y combatían contra las fuerzas de seguridad con la fuerza desbordada que ofrecían las multitudes enardecidas. Y como había derecho a portar armas, la metrópolis, en todos sus puntos cardinales, se convirtió en un gran campo de batalla. A las fuerzas del orden público no le quedó aplicar la "moral de las bayonetas". Y no era mentira, los gemelos se encontraban con cuerpos de enosianos con signos de violencia.
Ojala pudieran ver esa cantidad de armas o algo útil entre la gran cantidad de esqueletos descoloridos que había en la deigma. Seguían caminando, llegaron a la mitad del distrito, donde el episodio de la rebelión había sido más notable: decenas de esqueletos, ruinas, piezas de armas que no servían y...
— Nikator. Ven, encontré algo. — Dijo Nika, empezando a revisar uno de los esqueletos equinos que había, aunque este tenía medio cuerpo aplastado por un tranvía volcado.
El gemelo se paró al lado de su hermana, quien levantó una espada de su funda. Nika le dio el arma a su hermano, quien no tardó en desenvainar. Era un sable curvo, con el manto cilíndrico.
— Toma, para que puedas jugar al soldadito. — le dijo su hermana.
— Es un sable allayi. Esos sables que tenían un mango retráctil y, con un botón, se alargaban al tamaño de una lanza corta. Dejame probarlo. — Dijo Nikator con una gran sonrisa en su boca, ignorando el comentario de su hermana. Con la misma, empezaba a manipular la misma. Sin querer, presionó botón que activaba el mecanismo de alargamiento. Era un movimiento brusco y violento el que hacía, y eso, combinado con un golpe contra el tranvía, generaron un ruido cortante y metálico que rompió el silencio de la deigma.
Ellos esperaron. Y el resultado no fue grato.
— ¡OÍ eso! ¡Es por aquí! ¡Apurense! — Dijo una voz gruesa en el distrito. Y estaba cerca, a unos minutos de galope.
EL instinto de supervivencia entró en ambos, motivados por el pánico ¿Quién pudo oirlos? ¿Ursas? ¿Bandidos? Los gemelos no se quedarían a averiguarlo y empezaron a galopar por donde vinieron. Notaron el problema que tenían: huellas. Sus pasos estaban delatando su dirección, y por mucho que galoparan, estos los traicionarian. Entre la imagen rápida de las ruinas de la deigma, escuchando los gritos y los cascos de sus perseguidores, no veían un refugio en donde resguardarse.
El repentino disparo que dio en una de las carretas volcadas, causó que la yegua diera un grito y se tirara al suelo. Su hermano casi la pasa por un lado, tropezando sobre sus cascos para devolverse y levantarla. NO vio a nadie por su detrás, entonces…
Nikator se voleto a su izquierda, mirando por un instante a otro caballo enosiano, de color café y protegido por el frío, abalanzarse sobre él con un picahielos en su boca. Por instinto, le propinó una coz directa a su mandíbula, dejándolo aturdido en el suelo y su arma lejos de él. Eran bandidos comunes de la desolación, pero ver a dos más por donde vino este, y usando mosquetes improvisados, no tuvo más opción que empezar a galopar.
Un disparo, uno a los cascos de la yegua, los obligó a ir más rápido. Pronto, oyeron más gritos y más cascos que se unían a la persecución. Entre obscenidades y juramentos sobre lo que le harían, los gemelos empezaron a reventar sus cascos para dejar atrás a los bandidos. Zigzagueaban entre las ruinas, viéndose obligados a tomar otra ruta.
Pero era eso o caer en las garras de los bandidos.
NO sabían cómo, pero su persecución los había traído a las afueras de la deigma, en dirección a otra calle residencial de la metrópolis. Los gemelos alzaban la cabeza y miraban a sus alrededores como unos dementes en los breves momentos cuando no les disparaban. Vieron una oportunidad, leve y borrosa, pero oportuna después de todo; y decidieron tomarla.
Encontraron una barbería abandonada que estaba abierta y, más importante, la reja a la zona residencial de la estructura también. Los gemelos ingresaron por la puerta y cerraron era pieza metálica, retrocediendo repentinamente cuando uno de los bandidos metió sus cascos sobre las hendiduras de las barras metálicas. El equino, con violencia, trataba de alcanzarlos. Este saco sus miembros de la puerta y dio un grito.
—¡AGH! ¡Traigan al grandulón y el mazo!
Ellos no tardaron en ver a perro diamantero con susodicha arma frente a ellos, preparándose para golpear la puerta. Un golpe violento, y los gemelos sintieron el crujir de la visagras y el metal siendo abollados. Nikator no tardó en reaccionar.
— ¡NIka, vamos! ¡Corre! ¡Corre! ¡CORRE!
Ambos empezaron a galopar por el pasillo del apartamento, tratando de poner más distancia entre ellos y la puerta que empezaba a ceder ante el mazo. Subieron las escaleras con ahínco, con las blancas paredes del apartamento como testigos, sin importar el que, ingresaron por la primera puerta que vieron, dándole un gran empujón entre los dos.
— ¡NO PUEDEN OCULTARSE POR SIEMPRE! ¡IREMOS POR USTEDES! ¡¿ME OYERON?! ¡IREMOS POR USTEDES!
