Disclaimer: todos los personajes pertenecen a JK Rowling. Yo sólo los tomo prestado.


Hace varios minutos que el ruido de la puerta al cerrarse ha desaparecido, pero estoy seguro que lo sigo escuchando, acompañado por el suave taconeo de sus pasos al bajar las escaleras, alejándose de mí. El cigarro en mi mano se está consumiendo, lentamente. Lo llevo a mis labios y le doy una profunda calada antes de que desaparezca. Saboreo ese sabor menta toxico, lo disfruto más que nunca ahora que ella se ha ido y es lo único que me ha dejado.

Cierro los ojos y casi puedo volver a verla cerca de mí: desnuda, despeinada, parada cerca de la ventana fumando mientras ve las luces de la ciudad. Puedo sentirme caminar hacia ella, rodeando con mis manos su fina cintura, y con la punta de mi lengua acariciando su cuello. Casi la escucho gemir bajito, débilmente. Vuelve a fumar, cierra los ojos, y vuelve a retorcerse en mis brazos. Gime más fuerte al acercarla más a mi cuerpo.

Gira y me consume con los ojos, a como lo estaba haciendo con el cigarro hasta hace unos momentos, me aspira y luego me exhala como si ya no le sirviera en su vida. Me besa como si ya no le importara nada, como si yo ya no le importara nada, porque así es ella, fácilmente se aburre de esta situación fugaz. Ella quiere algo eterno, pero a como lo ha dicho, yo tan sólo le puedo ofrecer el tiempo que dura cuatro cigarros: dos antes de hacer el amor y dos después.

Bota el cigarro a mi espalda y me acaricia la cara con las manos libres. Ella huele a cigarrillo y sudor, y por alguna razón sé que esa es mi esencia en ella. Me alejo de su cuerpo, y sé que no hay nada más hermoso y excitante que ella a contra luz. La acerco nuevamente a mi pecho. Ella ríe, y sé, muy a mi pesar, que esto se ha acabado. Su risa fría y burlona llena el aire. Me muerde los labios, y se aleja para empezar, a mi parecer, esa tortura. La veo caminar por la habitación buscando su ropa, torturándome con esa situación, soy yo quien la desnuda pero ahora es ella quien se viste, para irse y volver dentro de siete días.

Sé que esto es así; fui yo quien decidió meterla en mi vida, fui yo quien decidió caer bajo su mirada de hechicera, fui yo quien dividió la vida, los días y las horas para disfrutar de estos encuentros ilegales, para disfrutar de su cuerpo perfecto. Pero es ella quien decide cuando se acaba, ella es la que toma la decisión de irse cuando le plazca. Como justo ahora, ella se ha ido, y tal vez sea para siempre si es que no tomo una decisión, ya.

Abro los ojos y me siento en el sofá. El cigarro queda consumido completamente, al igual que su presencia en este departamento. Ella no va a volver, lo sé muy bien. Su palabra, su mirada y su último beso me lo han confirmado.

Mi mirada viaja por todo ese espacio, tan pequeño que tan sólo contaba con una sala diminuta, una cocina aún más diminuta y una habitación pequeña pero perfecta, y puedo vernos a los dos haciendo el amor en cada rincón. El silencio abrumador de esta hora queda roto por sus gemidos y jadeos de cada vez que la acariciaba, y en cada esquina explota ese grito ahogado cuando la llevaba al orgasmo, arqueándose contra mí, tan perfecta y entregada, tan olvidada de su recato de señorita de alcurnia. Pansy: tan toxica y adictiva. Pansy: tan dulce cuando se lo propone. Pansy: pasión, locura y amor. Simplemente mi Pansy.

—Era más fácil cuando te odiaba —murmuro al aire.

Me levanto de ese sofá y tomo las llaves de la mesa. Esta tarde no era la planeada. Se supone que en este momento estaríamos haciendo el amor, sudando y besándonos como si nunca nos fuéramos volver a ver, cosa que sí está pasando pero no existe ninguna despedida.

Salgo del edificio, moviendo la mano hacia el portero que siempre dormita con un periódico en las manos. Camino por las calles de Londres muggle, y meto las manos dentro de la gabardina negra. Observo las luces de las tiendas y entro en la perfumería que está en mi camino. Como cada viernes la culpa regresa a mí, y esta vez no puedo reprimirla, me aprieta el pecho al pensar en ella. La primera vez que la engañe le lleve flores, y no volví a sentir culpa hasta la sexta vez y fue cuando le lleve chocolates; la décima vez le regale un brazalete de oro blanco, y ahora, siendo la decimo quinta, séptima o novena, quizás era el viernes número veinte, le llevare un perfume. Que desgraciado soy.

Ginevra, la dulce Ginny, la fuerte Ginny, la hermosa e inteligente Ginny. Sé que sabe de mis andanzas, sé que conoce mis mentiras. Puedo ver en sus ojos el dolor y la traición cada vez que vuelvo los viernes en la noche. Sé que no me quiere tocar hasta después de que me dé una ducha y quite de mí, cualquier evidencia de la pelinegra.

Pago el perfume y vuelvo a las calles. No quiero volver aún, no quiero verla. La amo, pero no quiero verla todavía. Hemos discutido esta mañana, ella quiere tener hijos, pero yo, con mis veintidós años, no lo veo necesario, y no es que no lo deseé, siempre he querido una familia, pero no ahora. Quizás piensa que de esa manera podré alejarme de Pansy. Pues está equivocada, ni siquiera con eso me veo capaz de dejar a la chica de ojos azul oscuro, parecidos al cielo nocturno.

Veo el reloj, casi dan las diez. Porque preocupar y hacer enojar a Ginny volviendo más tarde, cuando realmente, por esta vez, no la he engañado. Me adentro en el primer callejón oscuro que aparece ante mí. Llego a casa, todo está oscuro y camino lentamente a la sala, donde la luz de la chimenea delinea el perfil del cuerpo de Ginny sentada en el sofá.

—Hola, amor —saludo, sonriendo. Ella dirige la mirada al reloj que se encuentra en la pared y sonríe negando con la cabeza.

—Llegas temprano, Harry —murmura, suavemente— Pensé que hoy estarías igual de ocupado —espeta con saña.

Una punzada en el pecho me dice que esto no va bien. Su cuerpo enfundado en una falda recta de color gris plomo y su camisa blanca desabrochada, dejando visible el nacimiento de sus senos, me indica que ha estado en el ministerio trabajando hasta tarde.

Me siento delante de ella, admirando esa belleza bañada de fuego. Sus ojos oscuros almacenan miles de reproches en mi contra. Dejo la bolsa de su regalo sobre la mesita que hay entre los dos. Ella la mira con horror. Desde el brazalete de oro blanco no le he traído nada, y sé que me lo agradece por no hacerlo, pues no es necesario llevarle a tu esposa un presente por haberla engañado. Era como celebrar el adulterio.

—Odio los regalos —masculla.

—Déjalo si quieres —me encojo de hombros y recargo todo mi peso en el respaldo.

—¿Quieres té? —me pregunta.

Asiento con la cabeza, y veo el movimiento de varita levitando una bandeja con el servicio de té, lo sirve y levita la taza hacia mí. Sorbo un poco de ese líquido caliente que hace que la lengua se me seque.

—Hoy estuve en el ministerio hasta tarde —comenta, después de beber de su taza— Me pareció prudente pasar por aquella área que nunca creí pisar en mi vida, pero eso cambio hace cuatro meses y tres semanas —trago fuertemente el líquido, y admiro sus cálculos perfecto, pues ya sé de qué habla— Esto no puede seguir, Harry, lo sabes. Tienes que elegir.

La miro con impotencia. Ella, la que siempre está tranquila, la mujer que finge inocencia y prudencia, la que finge ser ciega, ahora me pide que elija, y precisamente el mismo día que la pelinegra lo hace. No puedo enojarme, pues es obvio que esto no duraría para siempre. Ella, al igual que Pansy, me da un ultimátum.

—Sabes que yo lo sé —sonríe con ironía— Lo supe desde el primer viernes, cuando llegaste a casa con un ramo de rosas, un patético ramo de rosas sabiendo que las odio, es más, te hubieras salvado si por un segundo hubieras recordado que amo las azucenas —redacta ella, dejando la taza sobre la mesa— Yo lo hubiera visto como un detalle cursi del poco romanticismo que pocas veces te sale.

Analizo sus palabras. No hay porque protestar, o tratar de mentirle, esta era la primera vez que hablábamos con verdad, o ella habla con verdad y me dice todo lo que le arde por dentro.

—Puedo verla en tus ojos, Harry —murmura con voz baja, y en sus ojos brilla la rabia y la tristeza— Tu piel huele a su perfume, y estoy casi segura que escogiste ese regalo cuando tenías grabado en la inconsciencia el aroma de ella —intento abrir la boca, pero ella me detiene con una mano— Deja que termine —pide con calma— Tu ropa huele a cigarro con un aroma bajo a menta, cuando sé perfectamente que tú no fumas, es ella quien lo hace.

Me quedo callado, dejando que se desahogue. Para los dos es necesario que ella hable. Ella se levanta y empieza a caminar por la sala, recorriendo con sus dedos la tela del sofá donde ha estado sentada.

—Quien más puede coger una adicción tan fea como fumar sino es Parkinson —abro los ojos en sorpresa, sé que sabía de mi infidelidad, pero no que supiera con quien era. Ella sonríe con suficiencia, y continua hablando— La misma a la que veo con un cigarro entre los dedos en la cafetería del ministerio mientras espera su café y revisa montones y montones de documentos —Ginny se detiene y saca de su bolso una cajetilla de cigarros medio vacío. Me lo avienta al regazo y me doy cuenta que son los mismo que fuma ella— Se le cayó de la bolsa hace como tres meses, fue ahí cuando me di cuenta que era ella, pues lo compare con el cigarro que había una vez en el bolsillo de tu saco —no recordaba haberme guardado ningún cigarro alguna vez— Ella lo puso ahí —me dice Ginny, como si leyera mi mente— Ella lo puso como dándome un aviso que ya era parte de tu vida, quería avisarme que ya no era solamente yo.

Aprieto los labios con coraje. Sabía que Pansy no se quedaría como si nada, como no podía decirle a todo el mundo que Harry Potter se había enamorado de ella y había quedado prendado en su red, tenía que decírselo a la única que realmente tenía derecho a saberlo, y esa era Ginevra Potter. Pansy no tenía por qué haberlo hecho, y luego con descaro pedirme que sea yo quien confiese cuando ya lo ha hecho ella.

—Ginny —hablo, parándome y camino hacia ella.

Sé que no tengo ningún derecho, pero la tomo por los hombros y la abrazo. Ella se deja, y recarga la frente sobre mi hombro. Envuelvo mis brazos sobre su cintura y entierro la nariz en su cabello.

Me odio por compararlas, pero no puedo evitarlo: Ginny tenía un cuerpo firme con curvas sugerentes, pero delicada, y la suavidad de su piel me recuerda a los pétalos de rosas salpicadas por agua. Mientras que Pansy era de cuerpo más suave y sus curvas parecían haber sido pintadas a la perfección y no forjadas por el ejercicio, y su piel, maldición, su piel era como frotar la seda entre los dedos. El aroma de Ginny me recordaba al bosque, a aire libre y fresco, era muy dulce; y el de Pansy era como una combinación de hojas de té y rosas, algo seco pero vigorizante.

—Perdón —esa palabra sale por primera vez de mis pensamientos.

Cada vez que llego a casa y la veo, le pido perdón en mi mente, pero no soy capaz de decirlo, y ahora sale de mis labios como si nada. Y sé que no merezco que me perdone.

Ella se aleja de mí, y me sorprendo al verla tan calmada. Niega con la cabeza y su cabello rojo se mueve de lado a lado.

—Quisiera odiarte, Harry —murmura, con convicción— ¿Sabes cuándo te odio más? Te odio más cuando llegas a casa y llegas envuelto en su sudor y tus ojos brillan de felicidad por haber estado con ella en aquel departamento. Pero te odio más que nunca cuando tratas de acariciarme como si fuera ella —bajo la mirada ante su acusación. No puedo verla a los ojos y me siento de nuevo en el sofá, luego vuelvo la mirada a ella— Cuando tratas de acariciarme como si fuera la otra, la odio a ella y más a ti —pasa la mano por su cabello, y su boca se transforma en un gesto fiero y soberbio— Los sábados y domingos son torturas para mí, porque pretendes acariciarme como si tocaras el cuerpo de Parkinson, y yo me doy cuenta porque es así como no me gusta, el lunes vuelves a acariciarme bien pero sé que el viernes volverás a olvidar como me gusta. Y te odio el doble, si es que es eso posible, porque estoy segura que a ella no la acaricias como si me tocaras a mí, a ella no la tocas equivocadamente.

Apoyo los codos sobre las rodillas y paso la mano por el cabello. Un gruñido sale de mi garganta y quiero gritar y destruir todo. Ninguna de las dos se merece que las metiera en esta encrucijada, ninguna de las dos merece que yo no pueda vivir sin ambas. Porque las amo a las dos, pero sé que tengo que elegir, y no sé a quién; no sé si elegir a Ginny que siempre ha estado ahí, que es cálida y maravillosa, y con ella vendría incluido la amistad de mis mejores amigos y su familia que desde los once años me han acogido con los brazos abiertos, o quedarme con Pansy, con su frescura y sarcasmo, con su crueldad y perfeccionismo, con su pasión y su locura, renunciando a los Weasley, a Ron y a Hermione.

Levanto la mirada y la veo parada cerca de la chimenea.

—¿Por qué no habías dicho nada antes? —quiero saber. Ella respira profundamente y se vuelve a sentar frente a mí.

—En un principio, quería, deseaba, que te dieras cuenta que me amabas a mí y que por eso no volverías a ella —sonríe débilmente— Después me di cuenta, o quise creer, que tal vez querías disfrutar lo que no hiciste durante el colegio, siempre tratando de salvar a todos que no disfrutaste ser un joven como todos los demás, así que yo te dejaría ser —quedo impresionado por su explicación, así que presto mucha más atención— Pero luego, intente ponerme una venda en los ojos cuando me di cuenta que ella ya se te había metido hasta en la piel —susurra con dolor e impotencia— Ella quizás inició como un territorio para explorar que tu curiosidad no podía dejar pasar, pero pronto se había convertido en algo indispensable en tu vida, pues a todas horas la pensabas. Me dolía darme cuenta que cuando te quedabas callado y viendo un punto sin casi pestañear era porque ella estaba en tu mente, y entonces, el peor descubrimiento se hizo presente: cuando estabas conmigo pensabas en ella pero dudo mucho que estando con ella pensaras en mí.

Trago saliva con fuerzas, al darme cuenta que era así. Cuando estaba con Pansy se me olvidaba ha donde iba o de donde venía, era capaz de olvidarme de mi propio nombre y lo hubiera hecho sino fuera porque ella lo gemía en mi oído. Y cuando estaba con Ginny, la pensaba a ella, pues siete días de ausencia era en lo único que pensaba.

—No sé si la amas, Harry —rompe el silencio Ginny— Y no me interesa saberlo —anuncia rápido— Pero tienes que elegir, ya —repite, su voz se ha vuelto fría. Veo que mueve la varita, y en la mesa aparece, junto al regalo, unos papeles. Los levanto aunque no tengo que leerlos para saber de qué se trata— Es enteramente tu decisión, Harry, si firmas yo no te exigiré nada, es más, renuncio a todo lo que por ley según me pertenece, o por lo contrario, sino firmas, sólo te pido que te olvides de ella y entre nosotros no habrá pasado nada —la miro, y sé que habla en serio— Tienes dos días para pensarlo —aclara levantándose del sofá— Ahora iré a dormir y te agradecería que ocupes otra habitación.

Asiento a su petición, pues ya lo tenía previsto. Dejo los papeles sobre la mesa, y cierro los ojos mientras escucho sus pasos alejarse. Noto mi sien palpitar, todo ha sido estresante en este día.

—Una cosa más, Harry —dice. No volteo a verla porque ella sabe perfectamente que la estoy escuchando— Ninguna de las dos te iba a esperar para siempre. Sé que no te esperabas esto hoy, pero yo también participe en esta farsa, supongo que de eso ya te diste cuenta —ahora si me volteo a verla, y ella sonríe de medio lado— Cuando vi aquel cigarro en tu saco y no dije nada, fue porque había aceptado su juego y sus reglas, te compartimos pero era hasta que yo quisiera. No se te hace divertido que una serpiente ceda la oportunidad de terminar el juego, pues ella me lo dio a mí, en un ridículo intento de disculpa, quizás, yo que sé, al dejarme ese cigarro me cedió la oportunidad de acabar con toda esta farsa cuando yo quisiera.

La miro, y puedo ver en sus ojos la diversión y malicia, y es la primera vez que la veo así. Ella da media vuelta y sube las escaleras para desaparecer entre la oscuridad. Sonrío al darme cuenta que siempre fui la marioneta de esas dos mujeres, pues ambas decidieron cuando acabar conmigo, entre las dos determinaron que día iban a matar la mitad de mi vida. Las dos dejaron en claro que día iban a desaparecer a la otra de mi existencia.

La generosa serpiente fue quien le dio la oportunidad a la leona para dar el zarpazo de gracia.

Tomo los papeles y camino con ellos a la habitación de huéspedes que hay en la primera planta. Me meto en la cama sin cambiarme de ropa y trato de pensar, de decidirme con quien da las dos me quedo. Suficiente es saber que las dos están dispuesta a olvidar mi traición, pero ahora me piden que me olvide de una de ellas, y no sé si podré hacerlo.

No puedo dormir, cabellos rojos se revuelven con negros, ojos chocolates se transforman en azules o viceversa, piel pecosa se convierte en pálida y uniforme. Por Dios, yo amo a Ginny, pero amo a Pansy igual.

El nuevo día comienza y cuando despierto Ginny ya no está en la casa. Me meto en el baño y tomo una ducha rápidamente para ir al trabajo, es sábado así que hoy me toca salir temprano de la oficina. Caminando por los pasillos del ministerio, ruego para no encontrarme a ninguna de las dos, Ginny trabaja en el área de regulación mágica y Pansy es una de las abogadas promesa del ministerio por lo que sé.

Cuando llego a mi oficina, veo que me han dejado una taza con café caliente, y le agradezco mentalmente a esa alma bondadosa por hacerlo, pues no me siento muy activo el día de hoy. Reviso algunos papeles y leo sin ganas los nuevos panfletos del jefe de aurores: nuevos casos, entrenamientos, reuniones y miles de cosas que no me apetecen para nada. Trato de concentrarme en algo, para no ver el maldito reloj, quería irme de ahí y desaparecer por un buen rato, ahora que lo podía hacer sin tener que darle una explicación a Ginny.

Amontono los papeles a un lado del escritorio, giro la silla para ver a través de la ventana que hay en una lateral. Saco del cajón la cajetilla de cigarros que Ginny me dio ayer. Enciendo uno y empiezo a fumarlo lentamente, pues no quiero que se me acabe tan rápido. Rememoro los momentos a lado de Pansy, y aparte de hacer el amor, puedo verme a ella y a mí preparando algo para comer en esa diminuta cocina, tomando una copa los dos desnudos en el sofá, viendo la televisión y yo enseñándole que es un DVD. Poniendo música y ella riendo y bailando como anestesiada, y luego platicando de nuestro día. Y me doy cuenta que no solamente compartimos la cama, sino también la compañía, las palabras, los secretos. Hemos compartido mucho.

Pero Ginny, Ginny ha estado ahí, siempre ahí. Con ella he compartido demasiadas cosas, ella me espero cuando me fui a buscar los horrocrux. Su sonrisa, sus ojos, sus manos, su cuerpo, todo de ella encajaba perfectamente en mi vida. Era dulce y valiente, atrevida y cariñosa, ella era como acariciar el fuego sin tener la preocupación de quemarme, tenemos tanto en común, nuestro amor por el quidditch y las ganas de formar una familia. Y su familia, como olvidar a sus hermanos siendo uno de ellos mi mejor amigo, y sus padres.

—¿Qué hare? —me cuestiono con impaciencia.

Escucho unos toques en la puerta, y ésta se abre sin mi consentimiento. Veo a Hermione parada en el umbral, sonriendo pero al ver el cigarro en mi mano y el humo en la habitación, realiza una mueca de enfado en su rostro. Camina hacia la silla que hay delante del escritorio mientras mueve la varita para dejar limpio el aire.

—¿Desde cuándo fumas, Harry? —me pregunta, mientras toma asiento.

—Hola a ti también, Hermione, yo estoy bien, gracias por preguntar —le digo en broma.

—Disculpa, pero no trates de evadir mi pregunta —responde, cruzándose de brazos.

—No pensaba hacerlo. Fumo hace muy poco —le digo la verdad, pues antes de ayer detestaba el cigarro. Pero ella se ha ido y es lo único que me ha dejado.

—Eso es muy malo, Harry, daña tus pulmones y provoca enfermedades respiratorias. Y la nicotina es terrible, es lo que hace que te vuelvas adicto al cigarro, y una vez que empiezas no puedes detenerte… —continua hablando como si estuviera leyendo un libro en voz alta.

Pero yo me quedo en lo de la nicotina, y entonces me doy cuenta que tal vez no era al cigarro a lo que me estaba aferrando, tal vez era Pansy siendo la nicotina a lo que me volví adicto sin darme cuenta. Soy un maldito adicto a Pansy Parkinson.

—Harry, Harry —me llama Hermione. Vuelvo a mirarla y veo en sus ojos el reproche por no prestarle atención.

—Disculpa —le digo, y boto la colilla de cigarro en el bote de basura.

—¿Qué tienes, Harry? —me pregunta, colocando los codos sobre el escritorio para acercarse más a mí.

—Nada —contesto, y acomodo mis lentes.

—Por favor, Harry, no me hagas tonta, sé muy bien que algo te pasa —dice ella, rodando los ojos con impaciencia— Ahora dime que es lo que tienes, tal vez pueda ayudarte.

—Nadie puede ayudarme, Hermione —suspiro, y me dejo caer en el respaldo de la silla— Tú sabes cómo van las cosas con Ginny, eres mi mejor amiga y supongo que desde hace mucho te diste cuenta —le confieso. Ella se remueve en la silla y coloca un mechón de castaño cabello detrás de la oreja— Me ha dado un ultimátum, y tú sabes muy bien porque.

—Es por la dueña del cigarro —murmura, lentamente— Ginny me dijo quién era ella. Al principio no le creí, pero fui testigo de muchas miradas y roces voluntarios cada vez que pasaban al lado del otro.

—Lo sé, lo sé —me paso una mano por el cabello— No sé qué hacer.

—Decídete.

—Ojala fuera tan fácil, hay mucho en riesgo.

—Estoy segura que Ginny no quiere que pienses ni en su familia ni en Ron ni en mí al decidirte. Piensa solamente en ella, Harry, piensa si realmente quieres continuar con ella o dejarla, pero no pienses en los demás, sólo en ella —aconseja, apretando mi mano entre sus dedos— Que no te preocupe que puedas perder a Ron, a su familia o a mí, yo siempre te apoyare, Harry. Pero decídete, ya.

—Gracias, Hermione —le digo, en verdad agradecido por sus palabras.

—De nada, Harry —sonríe, trasmitiéndome tranquilidad— Ahora analiza bien las cosas: piensa con cuál de las dos no puedes vivir. Recuerda por quien de las dos has dado más de ti sin darte cuenta, por quien de las dos has dejado muchas cosas sin pensarlo, porque el amor no se piensa, Harry, y allí hallaras tu respuesta.

Ella se levanta de la silla y camina a la salida sin decir nada más. Sus palabras suenan en mi cabeza, y como siempre, parece que me ha dado la pauta para elegir. Y la respuesta es tan clara que no hay porque pensarlo. De acuerdo, a las dos las amaba, pero había una por la cual yo respiraba.

Me levanto de mi lugar, y camino hacia mi saco, extraigo de él los papeles que había guardo esta mañana. Lo llevo a la mesa, y sin pensarlo mucho hago una segunda copia. Firmo una y veo que la misma firma aparece en el otro papel, una la vuelvo a guardar y la otra la envío con la lechuza hacia la oficina de ella, con una pequeña nota diciendo que no pude tardarme los dos días. Siento el pecho obstruido porque sé que ahora es oficial, la he perdido a ella, a Ron y a su familia. Pero amaba más a la nicotina en mi vida.

Es sábado, Pansy no viene a trabajar hoy. Salgo del ministerio y me aparezco en un callejón solitario. Vuelvo a poner los pies sobre la tierra, enfrente de un lujoso edificio. Entro en él y con el ascensor en marcha, llego a la planta número siete, y busco la puerta de su departamento. Toco varias veces hasta que la veo salir, todavía en pijama, un corto camisón blanco trasparente, despeinada y sin maquillaje, y sé que es más hermosa de aquella manera.

Abre los ojos con sorpresa, y se cruza de brazos, luego su mirada me exigí que hable o de lo contrario cerrara la puerta. La jalo con un brazo alrededor de su cintura, porque no puedo contenerme, y la beso, saboreando en su boca el primer cigarrillo de la mañana. Ella abre los labios y toma mi cabello entre sus dedos.

—Potter —gime, en voz baja y se suelta de mis brazos— ¿Qué haces aquí?

—Soy adicto a la nicotina —le digo, y saco la cajetilla de cigarro. Ella lo mira sin entender, pero toma la caja de mis manos— Soy adicto a ti.

—Sabes que no voy a volver…

—Aquí tienes —le entrego los papeles que he firmado esta mañana— Aunque sé muy bien que tú lo planeaste todo, y le diste a Ginny el poder de decidir —ella sonríe de medio lado, con suficiencia.

—Te ha dejado —murmura, al ver que esta la firma de Ginny, pues al hacerle dos copias al acta de divorcio, lo que pasara en el otro papel que le he enviado pasaría en este.

—Tuve que elegir, ¿no? —sonrío, y me adentro en su departamento, cerrando la puerta detrás de mí.

—¿Es definitivo? —pregunta, elevando una ceja.

—Lo es, renuncio a todo por ti —murmuro suavemente, colocando una mano sobre su mejilla— Renuncie hace mucho, pero hasta ahora es oficial. Te amo, Pansy.

—Y yo a ti, estúpido Potter —acepta, en medio de una risa.

Porque elegir el aire fresco, cuando puedo estar con mi adicción, aunque eso suene enfermo. Pero amaba con locura a Pansy, pues por ella renuncie a lo que siempre conocí. La quería en mi vida, no importaba nada más que ella, ella siendo refrescante y toxica, así como ese maldito cigarrillo de menta.


¿Pues qué les parce? Acabo de terminarlo.

Espero que me dejen su opinión, yo estare feliz leyendo sus comentario.

Pues hasta la próxima.

By. Cascabelita.