Aquí me embargo otra vez al mundo de los sextillizos incestuosos, esta vez con un proyecto un poco más grande. Estoy pensando que esta historia tenga solo tres capítulos máximo porque mi energía vital no da para más pero estoy ponderando el hacer una segunda parte, quizás, si la pereza no me gana. Esto surgió gracias a un rol que llevé con una amiga y el cual nunca terminamos por incidencias de la vida (Facebook y sus políticas racistas hacia los roleplayers(?) y me tomé la libertad de volverlo un fanfic, este primer capítulo es básicamente una transcripción de las respuestas de mi amiga porque quise enfocarlo más en Ichimatsu así que, mil gracias a Ari por inspirarlo, besitos para ti. Y claro, mil besitos a mi "beta" que me ayudó a corregir algunas cositas y fue la primera en leer el inicio de esta historia, mil gracias y besitos babosos para ti Pandita~!
Cap.1: Soon we'll be found
Así que ven,no tomará mucho
Hasta que volvamos, felices.
Cierra los ojos, no habrá mentiras
En este mundo que llamamos sueño
Abandonemos este día de trabajo
Mañana seremos libres.
(Soon we'll be found- Sia)
En una tarde de lluvia, con los truenos retumbando en sus oídos como las ideas que hacían eco en su cabeza, Ichimatsu tomó una decisión.
Los últimos días no había parado de llover, empezando con las primeras horas de la mañana, extendiendose hasta la tarde cuando las gotas se volvían finas y casi imperceptibles antes de desaparecer por completo, dejando como rastro de su presencia el olor a tierra mojada, agua en el cristal de su ventana y nubes negras en el cielo, turbias, que le miraban desde su altura en el cielo como si se burlaran de su miseria.
Ichimatsu se sentía especialmente desanimado en los días lluviosos y no era raro encontrarlo por ahí sentado contra una pared, sin moverse, sin hablar con nadie, solo mirando un punto desconocido en el aire mientras se dejaba arrastrar una vez más hasta el pozo sin fondo de su autodesprecio. Nadie parecía extrañarse porque era el comportamiento propio de alguien que abiertamente deseaba morir pero cuando llovía era peor porque los gatos no se acercaban a su casa queriendo esconderse del agua y el frío, llevándose la única fuente de energía con la que pensaba podía contar.
El aguacero trajo consigo las palabras que había escuchado durante toda su adolescencia y que se habían colado en los resquicios más hondos de su mente para no desaparecer jamás, como gotas escurriéndose en las grietas de un muro. Claro, cualquiera que le viera sabría que no había nada en él que valiera la pena, que no era más que basura no combustible sin fuerzas para vivir pero hubiera dolido menos si no lo hubiese escuchado de boca de otros. Hubiese dolido mucho menos si no hubiera discutido con Osomatsu, que sabía cuales puntos tocar para hacer sentir a Ichimatsu la peor escoria del universo. Y funcionaba, siempre funcionaba porque Osomatsu los conocía a todos como la palma de su mano, y aunque sus intenciones no solían ser malas, sabía cuando podía ser hiriente.
E Ichimatsu, como el inútil que era, solo se había alejado a la esquina más recóndita de la salita de su casa con el sabor amargo como la ceniza en el fondo de su garganta más la sensación de caer, caer, caer y caer, mordiendose los labios para que el dolor distrajera inútilmente su tristeza.
¿Alguien lo sabía? Por supuesto que no. A él le temían. Pensaban que podría matarlos mientras dormían, que su corazón, si es que tenía uno, era negro y podrido y cruel y sádico. No que él hubiera hecho algo para demostrar lo contrario pero eso no significaba que doliera menos.
¿Quién entendería cuánto dolía no ser lo que todos esperaban? ¿Quién conocería el sufrimiento de no ser el primero en quien alguien pensaría? Ichimatsu no era el primero de nadie, ni siquiera de sus padres que tuvieron el descaro de nombrarlo con el número uno a pesar de que jamás era el número uno de nadie. Siempre se sintió inservible, prescindible, no lo suficientemente importante y sí demasiado feo y solo en una casa demasiado grande, con una familia demasiado buena y demasiado amplia que no necesitaba de él, en la que no encajaba y que seguramente no se daría cuenta del día en que ya no estuviera. La idea de hacerle un favor al mundo y terminar con su vida siempre fue una alternativa atractiva para él pero jamás tuvo el valor de, cobarde como era, sucumbir ante ella y terminar como una basura aún más putrefacta pero al menos, poder acabar con todo. El marcharse, sin embargo, no sonaba nada mal y mientras más tiempo pasaba más pensaba en irse, como una vez intentó hacer al seguir los pasos de sus otros hermanos.
Y esa tarde, con el cielo cubierto de gris, Ichimatsu, pensó que el momento había llegado. Sus huesos crujieron cuando levantó su cuerpo del piso y arrastró los pies, pesados como plomo pero seguros y firmes, hacia el lugar donde escondía sus revistas eróticas, el mismo donde semanas atrás había guardado una mochila, preparada, esperando, siempre esperando a que Ichimatsu reuniera valor por una vez en su vida y se largara de ahí. Estaba resuelto a hacerlo, toma su equipaje y lo cuelga en su hombro dispuesto a salir por la ventana cuando escucha golpes fuertes contra el suelo, como los pasos de un elefante solo que más rápidos y precipitados.
—¡Ichi-matsu-Nii-san! — Dio un respingo, y cerró la puerta del armario con fuerza luego de tirar la mochila dentro. Jyushimatsu canturrea las sílabas de su nombre con cada escalón que sube, con ese tono de juego que tiene y que a él siempre le pareció puro, encantador, casi angelical, pero que ahora significaba un obstáculo para sus objetivos. Antes de que pudiera pensar en algo, su hermano menor entra a la habitación como un torbellino. —¡Vamos a jugar afuera!
Joder, realmente creyó que estaba solo en casa. A pesar del clima, todos sus hermanos se las habían arreglado para salir de casa ¿Por qué Jyushimatsu no había hecho lo mismo? Ah, no. No podía esperar que su hermano fuera así de predecible. Ichimatsu sintió las gotas de sudor empezando a formarse en su frente; Jyushimatsu no estaba contemplado dentro de sus planes, jamás lo estuvo, y el hecho de que estuviera ahí solo empeoraba las cosas para él.
—J-Jyushimatsu... ¿Estabas en casa?
Jyushimatsu asintió. Estaba ayudando a mamá a pelar guisantes, aunque más bien ella los pelaba mientras él jugaba con las cáscaras hasta que le pasó un poco de té solo para que se estuviera quieto y le dejara seguir con su tarea en paz. Aparentemente se aburrió rápidamente de eso y decidió que quería brincar sobre charcos con su cuarto hermano mayor (que sabía estaba en casa porque Ichimatsu-Nii-san era como un gato y los gatos no salen cuando llueve).
—¡Vamos a jugar afuera! — Repitió. — Podemos ir a cazar ranas y dejarlas en la almohada de Totty.
Ichimatsu no se arrepintió de sonreír, solo imaginando la cara de Todomatsu y sus gritos de terror sintió tremendo placer y casi se convence a sí mismo de quedarse una noche más, solo para ver eso; Jyushimatsu no formaba parte de el mismo círculo de inmundicia que los otros cinco, pero eran ese tipo de sugerencias esporádicas las que le hacían preguntarse, en ocasiones, si realmente Jyushimatsu no era escoria igual que todos los demás.
Y la idea era seductora, porque un Jyushimatsu travieso y dispuesto a hacer barbaridades siempre era bien recibido, porque cuando andaban juntos todo era el doble de divertido e Ichimatsu se encontraba a sí mismo de verdad disfrutando de esa parte de la vida que significaba molestar a sus hermanos con Jyushimatsu de la mano. Pero no. Quizás fuera juguetón, un pequeño diablillo que encontraba un pequeño gozo en las bromas cuando quería pero Jyushimatsu no era malicioso, no era como él. Ni se merecía seguir viviendo bajo el mismo techo.
—Bien ¿Por qué no vas tú primero mientras busco mis botas? Te alcanzaré después. — Lanzó una mirada breve al armario y metió sus manos dentro de sus bolsillos. Estaba dispuesto a irse esa noche aunque sabía que tomaría tiempo encontrar una oportunidad. Estaba bien, era una criatura paciente, podía esperar, pasar sus últimas horas con Jyushimatsu hasta que éste se aburriera de él y se distrajera. Incluso si eso no funcionaba, siempre podía lograr que Jyushimatsu se fuera a casa a hacer cualquier cosa o enviarlo lejos para hacerse de algo de tiempo y huir. Sabía que algo así funcionaría, para su suerte, Jyushimatsu nunca fue alguien difícil de convencer.
Pensó que sería fácil pero no lo era. Mientras más tiempo pasaba con Jyushimatsu más aumentaba la presión en su pecho recordándole que pronto le dejaría, que probablemente no le volvería a ver jamás solo por su decisión egoísta. El cielo era gris y las nubes oscuras, el aire era frío y húmedo pero escuchar las risas de Jyushimatsu mientras saltaba en todos los charcos que se encontraban en el camino le llenaban de una calidez extraña que solo sentía con él. Los nubarrones se mantenían intactos como si esperaran el momento perfecto para dejar caer el agua sobre sus cabezas pero mientras caminaban hacia el borde del riachuelo, Ichimatsu no dejaba de mirar a su hermano menor hecho todo risas, juegos, luz y sol, encontró que siempre le había gustado como sonreía, como sonaba su nombre pronunciado con su voz mientras le pedía darse prisa y la textura de sus manos tibias mientras tomaban la suya y le obligaba a correr.
Ichimatsu sentía que volvía a la vida esos míseros instantes; pero a la vez, su pecho se apretaba de forma dolorosa y sofocante porque no dejaba de recordarse a sí mismo que se iría. Era placer y repulsión al mismo tiempo.
Creía que irse era lo mejor, no solo para ellos, no solo para Jyushimatsu sino para sí mismo, porque podría reencontrarse, porque quizás, solo quizás podría ser mejor para sus hermanos y sus padres que no merecían llevar una escoria como él a cuestas. Porque podría encontrar valor en sí mismo y en su propia existencia. Y porque tal vez lograría deshacerse de esos sentimientos que nunca debió de tener en primer lugar.
Jyushimatsu suelta su mano cuando llegan a orillas del riachuelo. Hay charcos por todos lados y en sus bordes enlolados se pueden ver a las ranas, removiendose entre el fango. Ichimatsu se sonríe cuando el menor se remanga la sudadera hasta los codos y con sus pequeñas y firmes manos revuelve el lodo hasta encontrar una ranita de color marrón, no demasiado grande.
—¡Ah, la agarré, Nii-san! — Hay algo radiante en Jyushimatsu a pesar de este día gris. Siempre tiene algo que brilla en él y que es difícil de ver directamente sin sentir que te quemas, como el mismo sol e Ichimatsu era como una polilla atraída a la luz. Sentía que un cuchillo le atravesaba el pecho ante la sola idea de dejar de verlo y deseó...deseó decirle, deseó contarle lo que pensaba hacer, deseó pedirle que viniera con él, deseó abrazarle y llorar en su regazo porque sabía que Jyushimatsu no le juzgaría. Sabía que Jyushimatsu le entendería porque él siempre entiende, porque él siempre había estado ahí cuando nadie más lo estuvo.
Heh, en serio que era tremenda basura, asquerosa y egoísta, escoria codiciosa, desecho del mismo infierno ¿Cómo podría desear algo así?
—Bien hecho. — Le dice y levanta con su dedo el cubrebocas en su cuello hasta posarlo sobre sus labios. No quiere que Jyushimatsu vea la tristeza en su sonrisa.
—¿Qué traes ahí? — Jyushimatsu señaló curioso la mochila colgando del hombro de su hermano, el balde repleto de anfibios en su otra mano, mientras se alejaban lentamente del riachuelo.
—Comida. — Claro, porque para Ichimatsu la comida de gatos era simplemente comida y no algo reservado solo para cierta clase de animal. — Pensé que podría alimentar a mis amigos antes de que oscurezca.
—¿Puedo hacerlo contigo?
Ichimatsu se tensó ante el tono entusiasta del menor, pero sobre todo, por su pregunta. Le miró de reojo pero no le respondió nada más allá de un simple asentimiento con la cabeza, Jyushimatsu lo entendía, sabía que hacía esas cosas porque se cansaba de hablar aunque de por sí Ichimatsu no hablaba mucho.
Pronto empezó a oscurecer, las farolas se encendían en las calles, el frío pareció acentuarse un poco más y las nubes se vieron más turbias que antes, amparando más lluvia. Debía darse prisa si quería seguir con su plan; estaba retrasando lo inevitable, lo sabía, y no solo porque estaba aterrado sino porque deseaba pasar el mayor tiempo posible con Jyushimatsu, llevarse un dulce recuerdo de su hermano más amado, al menos eso le ayudaría a sobrevivir mientras esté lejos.
—Ichimatsu-Nii-san...
—¿Hm?
—¿En qué piensas?
Ichimatsu miró como su hermano seguía saltando sobre los charcos que se encontraba, salpicando a su alrededor, llenando sus botas de barro. El viento helado sopló con fuerza y él se encogió sobre sí mismo. Jyushimatsu era como un niño, pero sabía que no era el idiota que todo el mundo pensaba.
Y Jyushimatsu a veces no entendía muchas cosas, pero sabía cuando Ichimatsu actuaba raro, podía verlo en su mirada, sabía que estaba pensando de más, solo no sabía en qué.
—Me preguntaba...si debería ir de viaje. — Respondió, luego miró hacia el cielo. En el horizonte, las primeras estrellas se ocultaban entre las nubes dando fin al atardecer. —Siempre he querido ir a Wakkanai...No lo sé. — Ya no quiso hablar más, quizás estaba siendo demasiado sincero y revelarle a Jyushimatsu lo que planeaba hacer no era la idea en primer lugar.
Escuchó a Jyushimatsu murmurar mientras pateaba el agua de uno de los charcos, quizás por el simple placer de desordenar algo incluso cuando era solo un simple lodazal. Luego le miró y le sonrió tan grande y amplio como suele hacer siempre.
—Suena divertido ¡Quiero ir contigo!
Ichimatsu negó con la cabeza tan fuerte que parecía que iba a romperse el cuello. Debió suponer que Jyushimatsu le contestaría algo así, debió verlo venir, y aunque la idea de llevarlo consigo en ese viaje inesperado le seducía de mil formas, no quería pensar qué pasaría si le contara y a Jyushimatsu le gustara la idea de fugarse juntos. No quería imaginar cómo sería si Jyushimatsu deseara irse con él, si estuviera dispuesto a permanecer a su lado aún después de saber el tipo de inmundicia que vivía dentro de él. A pesar de ello, ya se encontraba deseando que su hermano menor le acompañara, muy por encima de los vuelcos que daba su estómago de solo pensar en someterlo a un destino incierto.
—N-no puedes. Es decir...No tengo el dinero para hacerlo. — Desvió la mirada a un lado de la acera, estaba acostumbrado a mentir, más siempre era difícil cuando le mentía a Jyushimatsu.
Jyushimatsu, que nunca le quitó la mirada de encima, le veía con esos ojos grandes y vivarachos como si pudiera ver a través de su hipocresía. Su corazón se aceleró. Había dicho que quería acompañarlo, cuando se fuera ¿Pensaría en él? ¿Le echaría de menos? ¿Iría a buscarle?
Ichimatsu carraspeó incómodo y caminó más rápido, huyendo del escrutinio de su hermano menor y de las volteretas que daba su estómago. — Olvídalo ¿Quieres? Vamos, se está haciendo de noche, deberíamos ir a casa ya. — Dijo. Solo que él no regresaría.
Han caminado unas largas esquinas en silencio, las ranas apiñadas en el balde que Jyushimatsu carga no dejan de croar, asustadas y nerviosas pero Ichimatsu no las escucha. El momento se acerca y debe pensar en qué hacer. ¿A dónde irá? ¿Qué tren tomará? ¿Realmente debería ir tan al norte y enfrentarse al clima frío y las lluvias? O ¿Tal vez sería mejor si solo caminara lo más lejos que le dieran sus piernas? El quedarse en la misma ciudad, donde estaban sus hermanos y otros conocidos estaba totalmente descartado.
Pasaron justo delante del callejón que solía frecuentar, ya que la lluvia había parado, algunos de sus amigos ya estaban fuera fisgoneando en los botes de basura. Era su oportunidad.
— Tengo que alimentar a mis amigos. —Lanzó una mirada al balde escuchando los pequeños ruidos que hacían los anfibios dentro del recipiente. — Si te quedas aquí las ranas podrían escapar ¿Por qué no te adelantas y vas a casa primero?
—¿Ehhh? ¡Pero Nii-san, así no es divertido!
—Jyushimatsu... —Resopló. En serio ¿Cómo llegó a pensar que Jyushimatsu no protestaría al menos un poco? — Espérame en casa ¿Está bien? Yo te ayudaré a poner las ranas en la almohada de Todomatsu — Con un par de pasos cortos se acercó al menor y dejó caer su palma sobre su cabeza de forma suave y perezosa, con una sonrisa lánguida revolvió un poco sus cabellos e Ichimatsu pudo ver en ese mismo instante como Jyushimatsu creía una vez más en sus mentiras, promesas que no estaba pensando cumplir pero daba igual, no podía esperarse otra cosa de una basura como él.
Le dio la espalda sin darle tiempo a hablar y se adentró en el oscuro callejón, Jyushimatsu permaneció de pie unos largos minutos mirando su figura agachada en el piso y los gatos empezando a rodearlo como atraídos a su presencia antes de hacerle caso y volver a casa con el mismo paso apresurado que siempre llevaba. Ichimatsu sintió los ojos húmedos pero no se volvió para ver a Jyushimatsu correr.
Pensó, mientras sacaba una lata de comida para gatos de su mochila y la abría antes de dejarla en el piso, en qué diría Jyushimatsu cuando no volviera a casa esa noche ¿Le odiaría por haberle mentido? Seguro que sí. El pensarlo le provocó una opresión en el pecho pero se dijo a sí mismo que se lo merecía, el odio de Jyushimatsu y su desprecio por haber traicionado su confianza de esa forma tan vil, engañándolo, era todo lo que un desecho humano como él obtendría. Se vio a sí mismo rodeado de felinos y se permitió abrazarse de uno de ellos sintiendo las lágrimas que estuvo reteniendo caer de sus mejillas. Lo había pensado por tanto tiempo, preguntándose qué debía hacer, si realmente esto era lo correcto y cuando por fin pudo encontrar iniciativa dentro de sí mismo, había pasado meses aún más largos diciéndose que lo haría, recogiendo migajas de valor hasta que pudo reunir suficiente para mover su culo gordo del piso y largarse de una vez. Era lo que debía hacer, la opción más factible, su lado racional se lo decía...pero en el fondo tenía tanto miedo. Estaba tan asustado de dar ese enorme paso él solo, de dejar atrás su hogar, a sus hermanos, a sus padres y a Jyushimatsu.
El gato empezó a removerse contra su pecho e Ichimatsu le dejó ir, acarició con sumo cuidado el lomo de otros de sus amigos y entonces alzó bruscamente la cabeza cuando escuchó los pasos de elefante de Jyushimatsu corriendo sobre el asfalto mojado ¿Cómo había llegado tan rápido? No tuvo tiempo de preguntárselo, se incorporó tan rápido como pudo, tropezando torpemente con sus propios pasos, agarrando su equipaje y echándoselo al hombro antes de correr al fondo del callejón. Si se daba prisa podría escalar sobre los contenedores de basura y saltar al otro lado del muro. Tenía que irse. Tenía que irse ya.
—¿Ichimatsu-Nii-san? — Mierda. Mierda. — Ichimatsu-Nii-san, las ranas...¿Qué haces? — Le vio intentando subirse a un bote de basura. Aún tenía el balde con anfibios en la mano así que seguramente se había regresado a mitad de camino para...para quién sabe qué. Ichimatsu le miró con ojos grandes y nerviosos, como si realmente debiera sorprenderle que Jyushimatsu no siguiera sus indicaciones e hiciera todo lo contrario a lo que le había pedido. En ese momento se sintió perdido, aterrorizado, su cuerpo no se movía de su sitio y el contenedor de metal crujía bajo su peso. Jyushimatsu se acercó a él e Ichimatsu sintió la sonrisa en sus palabras. —¿Estás jugando? ¡Quiero jugar tam-!
—¡No! — Gritó Ichimatsu, la sorpresa inicial siendo sustituida por una rabia mal contenida. —¡Te dije que te fueras a casa, maldita sea! ¡¿Por qué siempre tienes que hacer lo que te da la gana?! — Ya no podía fingir más. — ¡Déjame solo!
Jyushimatsu le miró perplejo, sus ojos reflejando algo que, más que sorpresa, parecía dolor. Ichimatsu siguió su camino, usando los botes de basura para darse impulso mientras trataba de escalar ese enorme muro con una agilidad poco sospechada; no había caso en seguir mintiendo así que, como siempre hacía cuando estaba nervioso, se dejó llevar por sus instintos. Y Jyushimatsu, pobre Jyushimatsu que no entendía nada de lo que estaba sucediendo sintió el temor al verlo subir sobre cajas viejas y zafacones. Dejó caer el balde al piso y corrió hasta el fondo del callejón.
—¡Espera, espera! — Le agarró de la mochila justo a tiempo e Ichimatsu se sostuvo tercamente del borde del muro. —¡¿Qué estás haciendo, Nii-san?! ¿A dónde vas? — ¿Por qué le deja? Jyushimatsu sintió pánico, verdadero pánico porque no entendía lo que estaba sucediendo ni por qué su hermano huía de él. No pudo recordar una sola ocasión en la que Ichimatsu le gritara de esa manera y eso solo ayudaba a aumentar la agonía. Tiró, con fuerza, antes de que ambos cayeran de bruces al suelo sobre cajas sucias y bolsas de basura, el impacto logra marear a Ichimatsu unos segundos pero no lo suficiente como para no ver la mano de Jyushimatsu agarrando su muñeca como una tenaza, sus dedos agitados, su mirada un poco rota. Ya no sonreía.
—¿Por qué? —Le escuchó musitar. —¿Por qué te vas? ¿A dónde irás? —
— Lejos.
—¿Puedo ir contigo?
—No.
—¿Por qué no?
—Por favor, Jyushimatsu, solo vuelve a casa. — Respondió con la voz temblorosa. Lejos, las ranas empezaron a escaparse de la cubeta. — Tú...no lo entenderías. De verdad necesito hacer esto.
De verdad, no lo entendía. Pero Jyushimatsu quería comprender, quería entender. Ichimatsu miraba el suelo sucio sin hacer ningún intento por librarse de él, no le miraba a los ojos y Jyushimatsu, medio estupefacto y totalmente en silencio se movió sobre el suelo sin importarle arrastrar sus rodillas desnudas sobre el y le tomó ambas muñecas con fuerza, sus dedos asomándose por el sobrante de las mangas de su sudadera amarilla.
—Iré con Nii-san.
¿Qué?
— ¡No! No puedes. —Dijo Ichimatsu tragando saliva, de pronto tenía la garganta seca al notar la seriedad en el rostro del más pequeño. —Esto no es un juego, Jyushimatsu yo...no voy a volver. —O al menos no pensaba hacerlo sino hasta intentarlo, miles de veces si era necesario, para un día poder regresar como alguien diferente, honorable, alguien de valía. Alguien que no estuviera podrido, que no tuviera un enamoramiento con su hermano menor, alguien que no estuviera tan roto.
Jyushimatsu asintió con la cabeza una vez y le perforó con la mirada. — Voy a ir contigo. Quiero estar siempre con Nii-san, así que me voy a ir contigo. —
Ichimatsu pensó que se atascaría con su propia saliva, en algún momento dejó de respirar. Escuchaba sus palabras pero ninguna le hacía sentido y sin quererlo el rubor empezó a subir por sus mejillas. Jyushimatsu se veía tan malditamente serio que se dejó convencer, abrazó la idea de que quizás su partida sí le afectaría a alguien, de que quizás su hermano menor le consideraba lo suficientemente importante como para abandonar su hogar por él sin siquiera cuestionarlo. Diablos, tal vez Jyushimatsu sufriría con su ausencia e imaginarlo se sentía tan bien, tan placentero que tuvo que dejar de luchar. Sonrió con ironía tratando de ahuyentar el deseo de ceder a las lágrimas ¿Acaso Jyushimatsu tenía alguna idea de lo que estaba diciendo y de la tormenta que provocaba en él?
Jyushimatsu pareció feliz de verlo sonreír porque sonrió también.
—¡Será divertido! —Le dijo demasiado emocionado para estar planeando fugarse de casa. —¡Como una aventura, solo nosotros dos! — La imagen aparecía dulce en la imaginación del mayor y sin embargo, seguía sintiéndose miserable y nervioso, como un mendigo bendecido por la gracia de un ángel. Sus manos empezaron a sudar. Seguía pensando que esto era lo peor que podían hacer ¿Qué sería de él si algo le pasaba a su hermanito por su culpa? Pero sabía de sobra que era imposible detener a Jyushimatsu una vez decidía que haría algo, y él no era más que un saco de porquería ¿De dónde sacaría fuerzas para llevarle la contraria? Derrotado se dio cuenta de que ni siquiera las quería.
— Debo ir a buscar algunas cosas a casa...¿Me esperarás aquí? — Jyushimatsu bajó la guardia y le soltó las manos, con su rostro buscó su mirada e Ichimatsu levantó un poco hasta que logró encontrarse de lleno con esos ojos marrones idénticos a los suyos pero más vivos, más dulces y se sintió perdido. Asintió brevemente con la cabeza bajo el peso de la mirada de cachorro de Jyushimatsu y le miró ponerse de pie, meter las ranas que se habían salido al balde y después irse corriendo. Jyushimatsu volvió una vez, asomandose un poco antes de irse de nuevo un par de metros solo para regresar y mirar una vez más hacia una esquina del estrecho y finalmente irse, al parecer queriendo asegurarse de que seguía ahí y no se iba sin él.
Por fin se puso de pie y los gatos empezaron a acercarse frotándose de sus tobillos. Él los acarició a todos, el tacto del suave pelaje y la figura esbelta y flexible de los felinos logrando, como siempre, calmarle las ansiedades. Jyushimatsu volvería a casa por algunas cosas, seguro se encontraría a su madre o alguno de sus hermanos y se preguntó qué les diría para que no sospecharan; su madre le preocupaba más, ella siempre les había sido atenta y él no fue más que el cuarto hijo que ella pensó sería un asesino en potencia. A lo mejor, cuando llegara la noche y no le vieran a él ni a Jyushimatsu ahí, creería que por fin enloqueció y terminó por matar a su hermano menor, al que era más cercano a él. Ichimatsu solo quería que ella fuera feliz, que se sintiera orgullosa de al menos uno de sus hijos.
Jyushimatsu vuelve corriendo unos minutos con su bolso de baseball al hombro, jadea y suda un poco e Ichimatsu se cuestionó si pudo sentir también las cadenas que les ataban a esa ciudad, a esa casa y a su familia y si por eso había regresado tan azorado.
—Si me esperaste... — Le dijo con algo que pareció alivio. Ichimatsu sonrió, de forma sutil antes de asentir con la cabeza y luego, sin aviso, estrecharle contra su pecho en un abrazo. Tomó una inspiración, Jyushimatsu olía a lluvia, a fango, pero él creyó que era perfecto.
—No puedes arrepentirte a partir de ahora, Jyushimatsu...¿Entiendes lo que eso significa? — Sintió los brazos ajenos rodearle de vuelta y le escuchó emitir un débil "Sí". Ichimatsu quiso pedirle perdón por haberle arrastrado a esto pero no dijo nada, fue egoísta otra vez, dejó que la calidez de la compañía de Jyushimatsu le diera valor. —Vamos, es hora. Quiero coger el tren de las ocho. — Le dejó ir, le acomodó el bolso sobre el hombro y se adelantó unos pasos esperando que el menor le siguiera como siempre hacía, como si fuera su cola.
El aire se atoró en su garganta cuando sintió los dedos finos de Jyushimatsu deslizándose entre su mano y seguido de ello, un suave apretón y una sonrisa de esas que le desarman.
— ¿A dónde iremos, Nii-san?
—Lejos...muy lejos.
—¡Ah! ¿Hawaii?
—Eh...no tanto Jyushimatsu...
En casa, Todomatsu se pegaba el susto de su vida al encontrar miles de ranas en su bolso para el gimnasio.
