¡Buenos días/tardes/noches, mis queridos amigos invisibles! Mucho tiempo sin verlos, en realidad. Ya les extrañaba.
Lo sé, ya ha pasado demasiado desde que actualicé CcuD, y hasta llegué a un punto en que no podía seguir, porque empezaba a pensar que los errores que cometí en la primera versión iban a repercutir en el futuro. Por tanto, decidí reiniciar todo desde un principio, justo cuando mi primer fanfic cumple sus dos años de publicación.
Habrá muchos cambios, y también existirán las partes que decida dejar igual (por ejemplo, aquí hay cambios mínimos, aunque creo que se notan). Lo más probable es que termine reescribiendo algunos capítulos completamente, pues la línea de ideas que tenía para el fanfic ha cambiado mucho desde la primera vez que lo plasmé.
No borraré la otra versión del fanfic, pero tampoco continuaré escribiendo ahí. La nueva versión, la presente, será la definitiva, pues siento que puedo aplicar todo lo que he aprendido, y quisiera ver si he aprendido algo de las críticas.
Sin más nada que decir por ahora, ¡disfruten el reinicio!
Conviviendo con un Desconocido.
Prólogo.
Ya era ese día del año. Había salido de su casa diez minutos atrás, o algo así. La verdad, no le importaba mucho, nunca había llevado la cuenta del tiempo; lo que sí sabía era que siempre realizaba el mismo tiempo de viaje. Se había detenido a comprar un diario. La mayoría de las veces, el Equestrian Times siempre tenía buenos titulares, aunque poseía una opinión que apoyaba de sobra al reinado de Celestia.
La detestaba. La detestaba con cada partícula de su alma. Su forma de ser le era elitista en sí, además de ya saber lo que se cocinaba en el fondo de la olla. No es que fuera un loco entusiasmado por las miles de teorías de conspiración en contra de la realeza ni nada por el estilo, sino que observaba la realidad desde un punto de vista realista. Y lo sabía, nada en el mundo es perfecto, y la monarquía en la que vivían era demasiado perfecta para ser verdad.
Esas ideas le rondaban en la cabeza a StarLight Dust mientras seguía trotando lentamente hacia la estación de trenes de Ponyville, que ya había crecido un poco. Ya no era el simple establecimiento de madera, claro que no; por aquel entonces, relucía con una fachada de un mini centro comercial de Manehattan. La tecnología había avanzado mucho en esos cinco años, desde que WhiteStar Invention publicó sus ya conocidas tesis sobre la energía eléctrica y, de ahí en adelante, todo había marchado sobre ruedas.
Ya casi llegaba a su destino cuando tropezó con otro poni, creándose un gran estruendo que dejó a ambos aturdidos. Las hojas del periódico se dispersaron en el aire, el viaje de cara al suelo era inevitable; por suerte, ambos supieron colocar sus cascos para defenderse del choque.
— ¡Disculpe! No le había visto —dijo el otro mientras ayudaba a StarLight a recoger el desorden de páginas—. En serio, lo lamento. —Quien quiera que fuese, sonaba realmente arrepentido.
— Déjalo, ya lo arreglaré yo —aclaró mientras lo levantaba todo con la magia de su cuerno—. Sigue tu camino. — Concluyó secamente sin mirar hacia arriba. El sonido del roce entre cueros se hizo presente.
Cuando terminó, dirigió su vista para observar con quién se había tropezado. Al parecer, había tomado sus palabras literalmente. Ya no estaba. Lo único que había podido contemplar fue una gabardina negra. «Un poni usando cuero, hay cada loco en este mundo» pensó. No reparó en detalles, no porque no le importara, sino que sencillamente no pudo. Necesitaba sus gafas para poder detallar perfectamente.
Le restó la mayor importancia que le pudo hallar y siguió su camino, cruzando las puertas con una total indiferencia al mundo exterior. Concentrado en llegar y sentir el soplo de aire fresco golpear su rostro, trotó lentamente mientras avanzaba. Al pasar frente a un espejo de una pequeña tienda de postales y recordatorios de viaje, vio que estaba algo despeinado; ordenó como pudo la crin roja con algunos mechones amarillos, que tenía desde el momento de su nacimiento y, aprovechando la situación, se acomodó el traje ajustado azul y el chaleco gris que cubrían su pelaje turquesa, y su Cutiemark de una lupa.
Se detuvo en la cafetería de la estación y pidió un mocaccino con leche y crema batida. «No hay nada mejor que el dulce por la mañana» se dijo para sus adentros, con una leve sonrisa de medio lado que pocas veces mostraba ya que siempre mostraba un rostro inmutable. No porque no recibiera ningún tipo de emoción, sino porque, al hacerlo, resultaba ser muy efusivo.
Cualquiera que le viera a los ojos a través de esos cristales sentiría algo de curiosidad. Su misma mirada era un dilema y un misterio sin resolver, al igual que sus pensamientos. Por lo menos, hasta esos momentos, no existía poni alguno que le hubiera descifrado.
Llegó a las bancas que daban una vista plena de los ferrocarriles y las vías de hierro sólido. Se sentó levitando el vaso y el diario, esperando que llegarse el próximo transporte que venía de Canterlot. No fueron los encabezados los que llamaron su atención, sino las pequeñas noticias que gustaba leer mientras daba mínimos sorbos a su bebida diaria, una que le mantenía despierto, a pesar de no pedirla cargada. Sólo imaginarlo le causaba una pizca de gracia. Si un café normal le hacía mantenerse despierto hasta medianoche, ¿qué le haría uno con una cantidad mayor de cafeína?
...
Habían pasado ya dos horas desde su llegada. Checó el gran reloj analógico de la estación, reparando en la hora mientras chasqueaba la lengua.
— Las tres de la tarde —murmuró—. Tres trenes distintos y no salió de ninguno. Es una lástima —siguió con su monólogo que sólo él escuchaba—. Ya debería ir a casa.
«Otro día desperdiciado» razonó con cierto odio. Se disponía a salir cuando un grito le llamó la atención, así como a todos en la estación. Giró la cabeza hacia el lugar donde provino.
— ¡Espere! —Esa voz. Sí, esa era una voz conocida. El mismo timbre del poni con quien había tropezado en el camino. Ahora sonaba angustiado y desesperado— ¿Qué se supone que voy a hacer ahora? —Dijo al borde del llanto ese unicornio blanco con crin tan amarilla como el fuego. Al parecer, le hablaba a un terrestre de pelaje marrón y crin negra.
— Eso ya no es mi problema, sólo soy un mensajero del patrón. —Respondió el otro mientras se alejaba, dándole la espalda y pasando al lado de Dust.
Por alguna razón, el de pelaje turquesa no dejaba de verle la cara al que se encontraba ya en el suelo sollozando, derramando lágrimas amargamente. Por primera vez en días volvió a sentir compasión y lástima. Seguía sin quitarle la vista de encima hasta que sintió una gran carga en los hombros.
No, no podía ser. Apartó la vista lo más rápido que pudo y salió por la puerta principal a toda velocidad. No importaban aquellos que exclamaban disgustados por leves tropiezos, a StarLight sólo le interesaba volver a casa.
Lo sabía, no lo pensó. El miedo lo invadió en el momento que cruzaron miradas. Sí, lo había visto directamente a los ojos, aunque ni siquiera pareciera choque casual. No permitía nunca el contacto visual, era una forma de conocer a otros, y no quería darse a conocer a nadie. ¿Quién sabría cuánto duró aquel roce visual? Para él todo había sido muy rápido y muy lento al mismo tiempo.
Llegó apurando el paso en cada cuadra y casi tirando la puerta de su morada al entrar. Demonios, debía dejar de ser tan paranoico. Sin embargo, tenía una razón para ello. Tan sólo su familia y su antigua pareja, sólo con verle esas pupilas negras, rodeadas por esos iris verdes, sabían lo que le pasaba. Conocían todo sobre él, su pasado y su presente o, por lo menos, podrían deducir todo lo que él sentía con respecto a su propia vida.
Se sentó en su sofá rojo y respiró lo más profundo que pudo, queriendo olvidar todo lo que había pasado. Escuchó un relámpago afuera, pero no le importó, como siempre.
...
En el parque se encontraba caminando lentamente y mirando al suelo. Sólo quedaban las marcas de lágrimas secas y los ojos hinchados. Ya había olvidado la tristeza desde el día en que le dijeron que se le había asignado un nuevo tutor, y pensaba que por fin saldría de esa prisión, ese miserable orfanato donde todos le molestaban. Durante todos sus años allí, tuvo un único amigo, los demás le molestaban, aunque una gran cantidad de huérfanos le ignoraban. Empezaron a rondar chismes sobre su procedencia, su ya casi extinta familia y de su integridad. Inició con unas bromas, continuó con insultos y llegó al maltrato físico.
No podía mentir, había considerado el suicidio. Imaginó que la muerte no podría ser peor que el infierno de vida que había tenido; eso hasta que encontró una forma de expresarse, con poemas hermosos, aunque poco profesionales.
Se alegró cuando se enteró que un primo hermano de su padre lo había buscado y aceptado para que viviera con él. La única familia que le quedaba.
Viajó desde Canterlot hasta Ponyville sólo para conocer a su nueva familia. No sabía nada de él, sólo que tenía una gran mansión y ya entraba en sus años dorados, se le calculaba un siglo por lo menos. Él se burlaba diciendo que eran dos, pero eso le colocaba una sonrisa en el rostro.
Durmió en el tren. Llegó adolorido del cuello, por la mala posición, y no encontró a quien iba a buscarle, así que decidió dar una vuelta. Tenía buena memoria, no iría muy lejos, no tardaría mucho. Por el camino tropezó con un unicornio turquesa con crin roja y detalles amarillos que usaba gafas de pasta gruesa de color verde, volvió apurado después de disculparse pues se le hacía tarde.
Luego, todo se desmoronó. Podría jurar que casi tuvo un ataque de pánico. Lo consideraba la única clave a la felicidad que se le había asignado, y lo perdió todo por un imbécil que decidió arrollar al viejo con su carruaje. Malditos ebrios, seguramente dos, o tres, o más botellas de sidra de manzana. Al menos, eso fue lo que le explicó un ex empleado de su único familiar. Ahí volvió a ver a ese extraño, sintió algo diferente, vio la profundidad de los ojos negros y grandes, parecía la infinidad del universo. Eso le calmó un poco. Fue extraño, pero funcionó.
Había llorado, sí. Ahora se encontraba caminando por el parque al lado del lago, pasando por unas casas bien adornadas. Observaba los árboles cuyas hojas marrones y naranjas anunciaban ya la llegada del otoño en Ponyville, lo que significaba que ya venía el invierno. Unas brisas frías pasaron a su lado, y un escalofrío le recorrió el cuerpo entero.
Decidió sentarse bajo un gran árbol de manzanas, que ya estaba empezando a perder hojas e ignoraba el hecho de que debía dar frutos, y miró el cielo. Estaba nublado y oscuro. Lanzó un suspiro que daba a entender que, a partir de ese momento, dejaba su vida a la deriva, se rendía, ya no sabía qué hacer.
«Que sea lo que tú quieras, Celestia». Cerró los ojos al mismo tiempo que se escuchaba un relámpago no muy lejos de ahí.
...
StarLight Dust ya tenía cinco minutos respirando profundamente con los ojos cerrados cuando un viento helado entró por su ventana. Sintió una sensación desagradable por todo el cuerpo, amaba el frío pero tampoco era para tanto.
— Maldito clima congelador.
Dicho esto, se levantó de su mullido sofá y cerró el único acceso a su casa además de la puerta. También se disponía a mover las cortinas para no tener que ver ese ambiente tan deprimente y gris, pero algo llamó su atención.
— ¿Pero qué...? —Preguntó mientras enfocaba su vista en las lejanías— ¡Maldita sea! —Gritó tirando una mesa trípode de adorno, donde su taza preferida reposaba plácidamente. Claro, reposaba.
Era suficiente, por eso había adornado el piso con terciopelo negro. Solía tirar cosas sin razón aunque fueran sus favoritas. Detestaba ser así de expresivo con sus sentimientos.
En realidad, era más como un gran berrinche. Gritaba y hablaba sólo, apretaba los dientes mientras tartamudeaba la palabra "no" una y otra vez muy rápido. Subía y bajaba las escaleras maldiciendo a su suerte de manera muy infantil. La verdad, era algo divertido de ver.
Cuando terminó su ritual, ordenó la casa, levantó la mesa, guardó la taza en la cocina de paredes color pastel y encendió la chimenea decorada con unas fotos familiares.
Volvió a posar su vista hacia afuera y él seguía ahí, recostado bajo el árbol que quedaba justo frente a su hogar. Ese poni color blanco sólo estaba ahí, acompañado por la soledad, al lado de la vereda de tierra que marcaba el camino de paseo en el parque. Dust recordó la escenita que montó en la estación. La duda y la curiosidad se adueñaron de él.
El claqueo se hizo presente, y Star conocía ese sonido, estaba empezando a llover. Las gotas golpeaban su ventana haciendo un ruido agudo y bajo. ¿Eso era granizo? Genial, si llovía granizo, sus ventanas terminarían con rayones; pero más allá de la preocupación por lo material, pensó en aquel unicornio que le había inquietado tan horriblemente. Ahora estaba teniendo una batalla consigo mismo en voz alta.
— Muy bien, esperaré un poco y veré si sigue ahí.
— ¿Pero y si no se va?
— Tiene que irse en algún momento.
— ¿Y si no es lo suficientemente inteligente para resguardarse de la lluvia? Podría darle una pulmonía y morir por eso.
— ¡Rayos, debo dejar de hablar conmigo! —Exclamó mientras daba una vuelta por la sala desordenada y gruñó finalmente— No puedo creer lo que voy a hacer.
Se acercó al perchero, donde descansaba su bufanda negra y su paraguas de punta de aguja color azul marino. Levantó ambas con su magia mientras trotaba hacia la puerta.
Apenas giró completamente la perilla, el viento hizo el trabajo restante, lo que hizo que la madera golpeara su cabeza, mandándole unos cuantos pasos atrás. Además de terminar de abrir la entrada completamente, algunas gotas se lluvia entraban con abrupto furor, mojando el terciopelo del suelo.
En cualquier otro caso, preferiría abandonar un esfuerzo inútil, pero ya estaba decidido. Fue contra el viento, cerrando con llave la puerta para que no se repitiera el doloroso accidente.
No sólo parecía el ojo de un huracán, sino que mantenía cierta semejanza con la gran inundación. De seguro Fluttershy estaba construyendo un arca para todos sus animales. Esas condiciones no eran óptimas para ningún ser viviente.
Seguía siendo arrastrado por el paraguas, eran los quince metros más largos de su vida. A duras penas, podía ver cómo se bamboleaban las copas de los árboles y sus ramas, los arbustos serían arrancados de sus raíces. No podía elevar la vista. El sonido atronador de la lluvia golpeando el suelo y todo lo demás le intimidó un poco, aunque sabía que ya casi llegaba al árbol. Sintió que sus cascos se separaban del suelo, y comprendió que el viento, tan indomable como siempre, le tiraba con fuerzas. Rápidamente, conjuró un hechizo e hizo aparecer dos bloques pequeños de concreto atados a las puntas de sus extremidades, tocando de nuevo la tierra.
— ¡Ojalá que no sean algo importante! — Gritó al vacío, pero escucharlo era imposible.
Se detuvo cuando vio a su lado el cuerpo inerte del desconocido. Se le veía tan calmado, al mismo tiempo que el viento aflojaba un poco, pero dejando la misma cantidad de lluvia. StarLight lo contempló durante un tiempo mientras pensaba cómo era posible que estuviera tan tranquilo con tal desastre natural. Recibía cada gota de lluvia en su cuerpo, por lo que ya no le importaría resguardarse bajo el paraguas, así como su portador. «Si sigue así, se enfermará» pensó por un momento.
Movió su paraguas y lo posó sobre el otro unicornio, lo que cambiaba la situación, ahora Dust era el que se estaba empapando, más de lo que ya estaba.
...
Ya no sentía la lluvia como antes, ¿qué ocurría? ¿Había dejado de llover? Abrió los ojos para comprobar su hipótesis, pero se llevó una sorpresa; algo lo estaba cubriendo, miró a su lado hasta descubrir quién lo había hecho. Le costó un poco reconocerlo, era aquel unicornio con quien había tropezado, el que tenía esos ojos que le dieron una sensación de bienestar. Lo que hizo fue decirle lo primero que se le vino a la cabeza.
— ¿Qué haces?
El de crin roja levantó la vista y vio que le estaba hablando a él.
— Nada. —Respondió evitando el contacto visual.
— ¿No te preocupa estar mojándote en la lluvia?
— Eso mismo te pregunto a ti —dijo mostrando una leve sonrisa. Qué ironía—. ¿Qué haces bajo la lluvia sin más nada?
— Descanso.
— ¿No sabes que te puede dar una pulmonía? —Cuestionó el de pelaje turquesa mientras se sentaba bajo el mismo árbol.
— Sí. —Contestó simplemente, queriendo continuar pero sin saber qué decir.
— ¿No crees que deberías ir a casa? — Ante esas palabras, el de crin amarilla empezó a reír en voz baja. Esto extrañó a Star, hasta que se dio cuenta de que de los ojos de su acompañante salían lágrimas. Se echó a llorar por segunda vez ese día, lo hacía muy fuertemente. Dust no se esperaba esa reacción— Oye... Oye, tranquilo. Vamos a mi casa, al menos nos resguardaremos de la lluvia. —Finalizó ayudando a levantar al otro. Ya había pasado demasiado ese día.
...
Era algo incómodo. Ambos se encontraban sentados en los pequeños sillones rojos, que hacían juego con las paredes blancas de la sala. Tanto el uno como el otro estaban cubiertos por una toalla frente a la gran chimenea encendida de ladrillos, logrando un ambiente cálido y acogedor.
— Me llamo Havent Fire, por si se lo preguntaba —comentó luego de minutos en silencio, dando en el blanco de los pensamientos de su acompañante—. ¿Y cuál es su nombre?
— StarLight Dust. Un gusto.
Ninguno de los dos sabía qué decir o que hacer hasta ese punto, lo único que hacían era mirar el suelo como si algo espléndido ocurriera. El anfitrión mantenía siempre su inquebrantable semblante serio.
— No hablas mucho, ¿verdad? — Tomó la palabra el de crin amarilla.
— No —respondió cortante. Hizo una pausa larga hasta que comentó algo. —. De hecho, es un milagro que esté charlando contigo.
Eso hizo reír a Fire, aunque StarLight no intentaba ser gracioso. Lo cierto es que ambos tenían muchas preguntas que hacerse; sin embargo, la timidez los vencía, haciéndoles un nudo en la garganta.
— ¿Cuántos años tienes? — Preguntaron al mismo tiempo. Oh, la coincidencia.
— Responde tú primero. — Se adelantó el de gafas, ya sabía lo que seguiría después si esperaba; ambos empezarían a hablar al mismo tiempo y no llegarían a nada.
— Di... diecisiete. — Murmuró apartando la vista. El otro apenas había entendido.
— Ah. Entonces te ves más joven de lo que eres —replicó mientras se acomodaba en su asiento—. Yo apenas soy dos años mayor que tú.
El menor no se esperaba eso. Bueno... Sí, se lo esperaba, aunque aparentaba más edad. Le calculaba entre veinte y treinta. Volteó hacia la ventana y observó que seguía lloviendo, luego desvió su atención al reloj para descubrir que ya marcaba las ocho de la noche. Su nuevo compañero hizo lo mismo para después levantarse.
— Supongo que debes estar cansado. Acompáñame, dormirás en mi habitación.
Eso hizo que el portador de la gabardina enmudeciera, sencillamente le parecía incómodo. Empezó a ponerse nervioso y a tartamudear mientras hablaba.
— No... no creo que sea buena idea. —Alcanzó a pronunciar mientras seguía a Dust por las escaleras.
— Tonterías, Havent —le cortó con un tono de fastidio y cansancio—. No te dejaré dormir en el sofá, ahí estaré yo —el solo hecho de aclarar ese punto calmó un poco al invitado—. Bien, el baño es en aquella puerta a la izquierda; ni siquiera pienses en entrar a la habitación a la derecha o ésta será tu última noche —le advirtió con un tono cínico y maléfico. Ya había asustado al menor—. Estoy jugando contigo.
— ¿Siempre eres tan cruel con los recién conocidos? — Preguntó aterrorizado mientras temblaba del miedo. Tendría que acostumbrarse.
— Sí.
...
Silencio. Se había quedado callado, ¿pero qué demonios le ocurría?
— Si tienes alguna necesidad o incomodidad sólo grita mi nombre y vendré. Tengo un sueño bastante ligero —terminó de explicar para acercarse a las escaleras—. Descansa, buenas noches.
Así le dejó mientras bajaba, sin siquiera darle tiempo para responder. Ya le habían dejado solo antes, aunque ahora sentía algo de seguridad, además de incomodidad ya que nunca había dormido en una cama que no fuera la suya.
— Buenas noches, StarLight. — Dijo susurrando para él mismo, como respuesta a tal despedida, mientras apagaba las luces de la recámara.
El portador del chaleco se sentó una vez más en el largo mueble. Viendo un sobre que su nuevo inquilino había dejado en la mesa redonda de cuatro patas hecha con madera del propio bosque Everfree. ¿Dónde rayos la llevaba? Nunca le vio una alforja o nada parecido, y se le hizo extraño. «No debería...» pensó, aunque luego vislumbró la posibilidad de que el inquilino fuera un criminal. Su labio tembló un poco, debía leer esa carta.
— Bueno, no pierdo nada. —Comentó en voz baja mientras abría el sobre y enfocaba toda su atención en la misiva.
Respiró profundo, un huérfano de Canterlot era lo último que le faltaba en la vida. Tomó la decisión, luego del desayuno, y haciendo el sacrificio de faltar al trabajo como vendedor de manzanas, llevaría a Havent Fire al orfanato nuevamente. De todas maneras, ¿qué era esperar un año para que saliera? No podría ser tan malo.
Ya listo para descansar, sin preocupaciones por el resto de la noche, se acostó e hizo levitar las gafas hasta la mesa. Había sido un día muy largo. Cerró los ojos y se dejó llevar por la música imaginaria de su cabeza, una melodía en violonchelo que había quedado grabada en su memoria desde su infancia. En menos de tres minutos ya estaba dormido.
A pesar de ver el sobre, ignoró completamente un pequeño papel debajo de éste que poseía unas escrituras hechas por el menor.
"Cuando piensas que la felicidad vuelve a tu corazón, una nube de tristeza va y apaga con mucha razón. Quiere verte con dolor bajo la lluvia negra, que ni con la felicidad se te quita. Mientras caminas no puedes dejar de pensar que, aunque fuera una noticia buena, toda esta afectaría tu débil y frágil corazón." — Havent Fire.
Muchas gracias a todos por leer (de nuevo).
Espero que lo hayan disfrutado, y que entiendan mis razones para empezar otra vez.
Si ustedes quieren, comenten, opinen o critiquen, claro, siempre con respeto.
Me despido, como siempre, deseándoles lo mejor.
CSR.
