Nocturnos.
A Hikari le da miedo cerrar los ojos y Ken está cansado de las pompas de jabón.
Aclaración: Digimon y sus personajes no me pertenecen y hago esto sin fines de lucro.
Advertencia: Alcohol y drogas. Puede que muchos encuentren OOC en los personajes principales pero mucho de ello se intenta justificar en la historia así que denle una oportunidad, de todas maneras ahí esta la advertencia: Lígero OOC. Además habrá mención de trastornos mentales.
Línea temporal: 2008, tanto Hikari como Ken tienen 17 años.
PROLOGO
Cuando ella había llegado al mundo todos habían asumido que se trataba de una niña por demás especial, bastaba con ver la manera en la que miraba a su alrededor con esos pequeños ojitos entrecerrados y curiosos. Habían decidido llamarla Hikari.
El nombre Hikari significaba luz y por muchos años la joven pensó que era una terrible coincidencia que no sólo se tratase de su nombre, sino también de su emblema los que eran representados por esta curiosa cualidad.
Ella nunca había sabido bien lo que significa la luz en sí, sabía que era algo que habitaba dentro suyo y que para quienes la rodeaban era más sencillo ver esa luz que desplegaba que para ella misma. No era tan fácil de describir como el "valor" en su hermano o el "amor" en Sora y la "esperanza" en Takeru. ¿Qué significaba esa luz? Era una pregunta que todavía no podía responder por más que la luz la hubiera salvado en los momentos indicados.
Y es que su vida estaba llena de momentos decisivos, desde niña mantuvo una batalla constante contra la muerte y la oscuridad y lo supo desde que tuvo consciencia. Primero había nacido con una salud frágil que la había hecho enfermar de gravedad varias veces. Luego estaban sus viajes al Digimundo en los cuales se había enfrentado a peligros inimaginables siendo sólo una niña pequeña. La delgada línea entre la vida y la muerte siempre había sido peligrosa para Hikari Yagami.
Sin embargo todos esos momentos decisivos seguían en su memoria como si se trataran de alfileres clavados en sus recuerdos y pronto se había dado cuenta que ella no era capaz de ver eso "especial" que todos notaban en su persona. La gente la describía como misteriosa pero su intención jamás fue serlo. Le confundía tanto aquella luz que se supone habitaba dentro suyo que se sentía hasta encandilada sin poder ver a donde iba.
Por el contrario e irónicamente algo que hoy en día podía comprender mejor era la oscuridad. Su eterno opuesto, aquella fuerza magnética que la llamaba y sentía como intentaba absorberla poco a poco. Como si se tratase de un agujero negro la oscuridad tiraba de ella con fuerza, intentando llevarla a un laberinto de confusión y angustia, tratando de aniquilar la luz que se suponía vivía en su interior. Ahora Hikari estaba segura de que estaba perdiendo la batalla, cuando era niña sus temores habían tomado la forma de un terrible e imponente Mar Oscuro pero hoy se daba cuenta que no eran más que sus propios pensamientos los cuales estaban encerrándola en un rincón oscuro y desolado del que ya no veía la salida.
Había dejado de comer, sus padres empezaban a sospechar de un trastorno alimenticio tal como la anorexia o la bulimia y habían comenzado a insistir en que terminara la comida antes de pararse de la mesa. Había días que Hikari no podía hacerlo y estallaban en lágrimas, había otros momentos en los que se obligaba a sí misma a comer para hacer felices a sus padres, usualmente lo que sucedía era que el estómago se le revolvía tanto que terminaba por encerrarse en el baño y vomitar su contenido.
No quería adelgazar ni mucho menos, simplemente no tenía hambre y el nudo en su estómago era tan grande que no le permitía comer casi nunca.
Sus notas habían ido en caída desde un año para acá. Estaba a punto de terminar el instituto y comenzar a prepararse para la universidad y aun así su desempeño académico se había convertido en deplorable. Ni siquiera Gatomon o Takeru, sus mejores amigos, eran capaces de ayudarla a que se concentrara y honestamente hace meses que se había cansado y rendido. Ese era el efecto que la oscuridad comenzaba a tener sobre ella, la estaba volviendo una cobarde y alguien que renunciaba a las cosas sin siquiera intentarlo.
Por último no podía dormir. Habían pasado semanas desde que Hikari había tenido una noche de sueño corrido pero era simplemente porque su cuerpo se negaba a descansar, su cabeza estaba tan atorada en sus pensamientos tristes que no era capaz de serenarse y dormir, mucho menos cuando intentaba cerrar los ojos.
Normalmente Hikari veía muchas cosas día a día, veía los arboles camino a la escuela, veía a Gatomon y a Miko peleando por un pedazo de sushi, veía a sus compañeros y maestros, a sus amigos, a sus padres, a su hermano, veía su casa, sus muebles y sus paredes, veía el cielo azul y las nubes y también veía el suelo y las pisadas en él. Sin embargo cuando cerraba los ojos no era capaz de ver nada, sólo ella y la temida oscuridad, la cual comenzaba a asecharla y hacerla temblar sobre su cama. Se tapaba con las mantas pero eso sólo lograba provocarle un vacío aún mayor y un temor más prolongado. Se obligaba a sí misma a dormir pero pronto comenzaba a temblar y las lágrimas escapaban por sus mejillas.
Le daba tanto miedo cerrar los ojos y no ser capaz de escapar de la oscuridad que prefería no hacerlo.
Así que tomaba sus cosas, se fijaba bien que sus padres estuviesen dormidos y no se dieran cuenta de su ausencia, se cambiaba de ropa silenciosamente sin despertar a Gatomon y salía por la puerta.
Los primeros días se había limitado a fumarse un cigarrillo en las escaleras de su edificio y luego tras ese otro y otro y otro, había adquirido el vicio hace no mucho y ante el desagrado total de su familia y amigos lo había adoptado como propio muy pronto. Después se había aventurado sin pensar en los riesgos que esto significaba, a caminar por las calles desiertas y oscuras de Odaiba. No tenía miedo, sus verdaderos demonios vivían dentro de ella y no fuera.
Por último había decidido que cada noche tomaría un tren diferente y haría un viaje a donde sea que le alcanzara el tiempo y el dinero. Hace dos días había terminado en el distrito Daiba, el cual no quedaba tan retirado de su hogar. El día anterior había visitado Shibuya en el sistema de trenes automatizados y hoy estaba decidida a ver a dónde la llevaba el viento.
Se subió al primer tren que había visto y pronto notó que éste la llevaría a Tokio, específicamente a la estación Tamachi en Minato. Se puso cómoda y comenzó a pensar en lo que podría encontrar en su destino mientras hacía el recordatorio mental del día siguiente coger un libro antes de salir de casa. Se cruzó de piernas y esperó hasta que el tren arrancara y antes de que se diera cuenta las puertas se cerraron justo tras una figura oscura y delgada. Hikari no se encontraba sola.
Ken se encontraba cansado, frágil y tembloroso como siempre que daba el cuatro de abril, se trataba del cumpleaños de Osamu, después de todo.
Sin importar cuantos años hubiesen pasado y cuanto se había convencido Ken de que la muerte de su hermano mayor no había sido su culpa, seguía sintiendo esa opresión en el pecho y ese escozor en los ojos cada que recordaba a Osamu, su voz, sus sonrisas y sus pompas de jabón.
Hace poco que Ken había comenzado a cambiar, sus padres se habían dado cuenta de ellos casi de inmediato, al igual que Wormmon. Primero había dejado de ver a sus amigos, había comenzado a meterse en rencillas y peleas sin sentido en la escuela, había bajado su rendimiento escolar y curricular al haber dejado todos los clubs de los que era miembro, entre ellos el de futbol y el de computación. Incluso había comenzado a actuar irritable y grosero con su familia, compañeros y amigos, hasta aquellos que sólo se preocupan por él.
Los señores Ichijouji rápidamente habían creído que la semilla de la ocuridad una vez más estaba dominando el corazón de su hijo pero esta teoría había resultado ser falsa después de que Ken accediera a regañadientes a someterse a una revisión completa por parte de Koushiro Izumi y sus amigos investigadores. El chico genio apenas iba por los veinte años pero había conseguido ya formar parte de la élite de los investigadores digitales en poco tiempo, cosa que sólo lograba que Ken le tuviese más rencor.
Sus padres y Wormmon habían hecho de todo para ayudarlo pero Ken no se dejaba ayudar, estaba cansado de que la gente lo mirara esperando el momento en el cual iba a estallar y dar todo un espectáculo. El mes pasado había golpeado tan fuerte a un chico que le había insultado en la calle que sus padres tuvieron incluso que pedir asesoría de un abogado debido a los grandes golpes que Ken había dejado en el joven.
Tenía más de un año sin hablar con Daisuke y los demás. Había cortado lazos con ellos sin importar cuanto prometieron que su amistad iba a ser eterna, justo ahora Ken no quería la atención de nadie y mucho menos de ellos. Ninguno entendería jamás como se sentía.
Ese día era el cumpleaños de Osamu y como cada cuatro de abril sus padres oraban frente a su foto y le dejaban pequeños regalos y cantaban su canción de cuna favorita. Ken se unía a ellos simplemente por respeto, no oraba ni cantaba pero miraba el retrato de Osamu como si éste fuese a desaparecer de un momento al otro.
Luego él y Wormmon se dirigían al balcón de su departamento y soplaban pompas de jabón por horas y horas mientras Ken le relataba a su digimon compañero las mejores historias que recordaba de Osamu.
Sin embargo desde el año anterior se dio cuenta que las pompas de jabón ya no se sentían bien. En un principio habían sido su manera de conmemorar a su hermano y su perdida, recordando la gentileza y la suavidad con la que Osamu era capaz de crear algo hermoso, sin embargo Ken sentía que ya no era suficiente, ahora Osamu sería un hombre de veinte años y no creía que soplar agua con jabón en el balcón fuese un homenaje justo para él.
Sin saber que más hacer tomó sus cosas y salió por la puerta sin avisar a nadie. Sus padres estaban acostumbrados a no saber a qué hora llegaría ni donde se encontraba. Había veces que Ken volvía a casa sólo para encontrarse a su madre llorando desconsolada por la angustia y a su padre conteniéndose las ganas de soltarle un puñetazo. Había días en los que Ken quería que juntara el valor suficiente y se atreviera a golpearlo para así poder devolverle el golpe de una vez por todas pero eso jamás pasaba.
Wormmon no lo visitaba desde la semana pasada, era obvio para él que su pequeño amigo comenzaba a cansarse y estaba bien. Él también comenzaba a cansarse de su optimismo.
Caminó por las oscuras calles, agradeció que el clima estuviera sólo fresco pues detestaba con pasión el frío que le calaba los huesos. Jugó un rato con un encendedor en un parque solitario y finalmente decidió que no tenía ni la más mínima idea de cómo honrar a Osamu ni de cómo lograr que esa nube gris que se había instalado sobre su vida finalmente se fuera.
No le dolía ver a sus padres y conocidos sufrir, sorprendentemente sentía que era culpa de ellos por preocuparse por cosas que no podían controlar. Sin embargo sí se estaba cansando de ese profundo odio que sentía en su pecho y de la dureza que estaba comenzando a ganarse su antes gentil corazón. Sin saber por qué terminó en la estación Tamachi y abordó el primer tren que vio, sus pensamientos estaban entrelazados e indescifrables pues parecía que se alzaban entre neblina y las cenizas de lo que había habido antes en su cabeza.
Cuando las puertas se cerraron tras de él fue consciente de una delgada figura agazapada contra la ventana del tren. Sus ojos cayeron sobre ella y la reconoció inmediatamente, se trataba de Hikari Yagami.
Pues parece que mi manía es emparejar a Hikari con todos. Este será una historia de sólo dos capítulos, es poco pero tampoco quisiera alargarlo mucho.
Gracias por leer!
Liss
