El mundo y los personajes de Digimon no me pertenece. Esta historia nació para fines de entretenimiento y no busco lucrar con ella.
.~La caja de Pandora~.
Capítulo I
De las cosas no dichas y los secretos guardados
Abrió la puerta suavemente y la cerró detrás de sí, con rapidez, una vez que estuvo al resguardo. La luz del sol fue bloqueada efectivamente por la madera pero no sintió ningún alivio al escapar de la soleada tarde que invadía las calles de la ciudad. El aire caliente parecía haberse filtrado desde el exterior pese a las paredes de color durazno y las cortinas meciéndose en la ventana más próxima le indicaron que, quizás, sentiría el alivio que deseaba cuando llegase un aire nuevo.
Entrar a casa parecía una promesa. Era un intento vano de escapar del calor abrasador de ese verano pero no resultó totalmente eficiente.
Aunque al menos tenía el consuelo de tener algo fresco al alcance de la mano.
Se descalzó de forma inmediata, antes de seguir con su camino y su mochila quedó sujeta a sólo uno de sus brazos mientras se adentraba lentamente en la morada. Tiempo atrás, no demasiado lejos de ese punto en específico, un pequeño gato negro habría aparecido para recibirlo. Habría querido que le diese atención pasando delante de sus pies en busca de caricias y sólo cuando recibiese sus mimos diarios se marcharía hacia su cama, su lugar de preferencia.
Pero habían pasado meses desde que Miu ya no estaba allí.
El aroma familiar llenó completamente sus sentidos mientras sacudía la cabeza para despejar su mente. —Estoy en casa —anunció, sonriendo.
Le extrañó no ver a la figura que solía recibirlo desde que su memoria tenía conciencia y sus recuerdos más remotos cobraban sentido. Jamás la casa estaba sola desde que vivían en ella. Residía allí con su madre y su abuela, Tsubame Kimura.
Se quitó la gorra azul que llevaba consigo desde hacia tiempo y de la que, aparentemente, nunca iba a desprenderse. Le traía muy buenos recuerdos a la mente. Después de todo, había sido el regalo de un buen amigo.
Las perlas de sudor se perdieron en el dorso de su mano cuando, en un impulso, tuvo la necesidad de apartarlas. Había sido muy iluso al pensar que dentro de la casa el ambiente cálido no iba a estar presente.
Era verano, simplemente, y era difícil escapar de su influencia.
Prefería el otoño y la primavera. El primero con sus hojas amarillas que caían y la segunda con los cerezos en flor que poblaban los jardines. Quizás el invierno también se contase dentro de sus favoritos, por la nieve, las noches largas y las celebraciones.
En otras palabras, menos complicadas, le gustaban más las otras tres estanciones. Sin embargo, agradecía que en verano tuviese la posibilidad de quedarse, hasta tarde, contemplando las estrellas.
Ladeó el rostro hacia la izquierda, desde donde provenía un peculiar sonido y amplió su sonrisa al encontrar una silueta familiar.
Estaba de espaldas a la puerta en un extremo de la sala, por eso no la había visto cuando llegó y el joven adivinó que la mujer se encontraba mirando fijamente los pocos retratos que estaban en una repisa de ese lugar. Dio unos pasos hacia adelante y apreció el cabello blanco, vaporoso como las nubes que había abandonado en el firmamento cuando lo ocultó a sus ojos. No, mejor le describiría como plateado. Como las estrellas. Su abuela, solía llevar el pelo sujeto en un moño y cuando estaba suelto apenas superaba la línea de su barbilla.
Cuando limpiaba, lo llevaba atado para que no le molestase.
—Buenas tardes, Kouichi-kun —saludó una mujer, como si recién se hubiese percatado de su llegada. Como si hubiese estado absorta.
Dejó las cosas en la mesa, a medio camino, sin responder al principio. Se asomó por encima de su hombro una vez que llegó hacia donde estaba, curioso, para ver lo que ella estaba admirando.
En ese pequeño lugar, su madre había colocado unos pocos retratos por lo que destacaban. La primera fotografía era de ella, Tomoko, y de Tsubame. Ambas sonreían bajo los pétalos de cerezo. También había un hombre con ellas un poco más alejado, su abuelo. Parecía que él estaba distraído cuando tomaron esa imagen.
La siguiente era de su madre, embarazada. Kouichi no pudo evitar sonreír con melancolía. Rara vez había visto a su madre tan radiante como en esa fotografía. Tomoko Kimura siempre le daba la impresión de tristeza y él detestaba esa sensación. Tenía ojos tristes, aunque intentase disimularlo.
Probablemente, a su abuela —igual que a él— le encantase esa imagen. El hecho de que estuviese en ese rincón era prueba de ello, porque varias veces había tenido la idea de que su madre quería apartarla de ese sector privilegiado. Solo unas pocas superaban la prueba para posarse en ese sitio. Muchas otras estaban en poder de su madre y su abuela.
Las que continuaban en la fila, todas, pertenecían a su infancia. En su gran mayoría, él era protagonista. Lo cuál lo incomodaba ligeramente cuando era más pequeño. También en ese momento, aunque más que nada le divertían. Todas tenían distintos tamaños y databan de distintas épocas. Su primer día en la guardería, en el parque con un par de amigos, su inicio en la primaria.
Todo un desfile de pequeños acontecimientos que marcaban su vida.
—Falta una —acotó, repentinamente.
Su abuela dio un respingo, mirándolo por vez primera y luego se rió, jocosa. A Kouichi le pareció que sonaba muy apagada, no obstante— Eres demasiado silencioso, mi niño.
Quiso mostrarse avergonzado y pedir disculpas, pero las palabras se trabaron en su lengua cuando se fijó en los ojos de la mujer mayor. Eran… tristes. Muy tristes. Casi melancólicos.
Justo como los de su madre.
Sintió que esa mirada calaba en su interior de forma inesperada.
Su abuela era la mujer más jovial que había visto en su vida. Bueno, eso no era decir mucho porque no había conocido a demasiadas personas pero podía asegurar que su vitalidad era envidiable para muchos. Ella siempre había sido una especie de pilar. La que le había enseñado que detrás de cada sombra, siempre había luz, aguardando por brillar. La que lo acompañó en momentos tristes, cuando se sentía solo y le festejó sus triunfos, por más pequeños que fuesen.
Como Tomoko.
No le gustaba ver ninguna expresión de tristeza en su rostro. Por más pequeña que resultase.
Ellas dos eran su familia. La que le quedaba. Porque no había conocido a su padre y su abuelo los había dejado cuando él apenas había comenzado a dar sus primeros pasos. No lo recordaba en absoluto pero si tenía muchas anécdotas suyas almacenadas en el su memoria, esos episodios divertidos que siempre lo hacian sonreír. El autor de sus días, en cambio…
Apartó la idea, con disgusto.
Se percató que Tsubame sostenía un retrato contra su pecho, aferrándolo con una fuerza inesperada entre sus manos frágiles. Era la fotografía que faltaba, claro.
—¿Sucede algo, abuela?
La mujer esbozó una sonrisa suave, gentil pero no había destello de alegría en sus ojos oscuros. Con un suspiro, el muchacho pensó que eso de fingir sonrisas era cosa de familia.
—No puedo engañarte, ¿verdad, Kouichi-kun?
Sí, sí podría. Sentía que si podía, pese a sus negativas. Pero eso no era a lo que apuntaba la pregunta, en verdad. Parecía como si la mujer llevase un enorme peso sobre los hombros. Parecía que había perdido esa vitalidad que tanto recordaba y que admiraba.
Eso, de pronto, lo asustó.
—No —replicó, con facilidad. Sonrió en respuesta, tratando de sonar convincente— ¿Quieres hablar de ello?
Casi sentía que habían invertido los papeles. Casi. Podía visualizarla a ella haciendo esa misma pregunta en situaciones más cotidianas.
Ella lo miró con ternura durante una eternidad. Lo había mirado así siempre y siempre sentía una calidez llegar hasta lo más hondo. Pudo leer, sin embargo, la vacilación en su mirada perdida y pensó que había muchas cosas que ella quería decirle.
Tal vez por eso no sabía como empezar.
—¿Quieres que prepare té? —ofreció, rápidamente.
Hacia calor y pensó que se arrepentiría, pero haría todo mucho más ameno.
Podía hacerlo parecer como un día común. El día anterior por ejemplo, o el que lo antecedía. Como cualquier ayer, cuando ellos dos conversaban durante cualquier cantidad de tiempo. Como en las noches que ella le narraba cuentos.
Aunque tenía la sensación de que no era nada igual.
—Hay tarta de manzana en el refrigerador—musitó ella, como respuesta.
La miró por el rabillo del ojo, antes de darse la vuelta. La sonrisa de sus labios continuaba teniendo un deje de melancolía que Kouichi se preguntaba como podría ahuyentar. Parecía marchitarse con esa expresión.
No tardó demasiado en tener todo listo. Para cuando quiso darse cuenta, la tarta estaba cortada, dentro de un pequeño platillo verde y lo esperaba en un rincón de la mesa. Preparar una infusión tan sencilla tampoco fue demasiado complicado y estuvo sentado en su lugar mucho antes de lo previsto. Su rincón. Solía preguntarse porque su madre tenía una extraña fijación con los sitios que cada uno ocupaba en ese espacio.
Tal vez era cuestión de costumbres, tal vez, algo más.
Sus ojos se fijaron involuntariamente en el retrato que estaba en la mesa, junto a su abuela. La había llevado a ese lugar en vez de regresarla a su sitio lo cual era extraño. Había una imagen de ella, de Tsubame Kimura, dentro del pequeño rectángulo color café. Se veía antigua, databa de muchos años, pero eso no explicaba, en absoluto, porque le tenía tanto aprecio a esa fotografía.
Probablemente si tuviese que ver con ese dejo de tristeza.
—¿Adivinas quién es? —cuestionó su abuela, repentinamente.
Frunció el ceño y la miró con curiosidad. Tuvo que esbozar una respuesta aunque, por la pregunta, suponía que sería errónea — No eres tú… ¿cierto?
Su abuela esbozó una sonrisa, más divertida de lo que él esperaba. Sus ojos se volvieron brillantes — Es mi hermana gemela, Kyoko.
Kouichi parpadeó, asimilando la información, y volviendo su mirada hacia la imagen. Durante mucho tiempo había pensado que esa fotografía era de su abuela. Lo dio por hecho y jamás se le ocurrió preguntar, en realidad, respecto a ese retrato en particular. Había pasado desapercibido demasiado tiempo.
La mujer, con el cabello negro y corto, los ojos brillantes y la sonrisa enorme no se diferenciaba demasiado de las otras, donde su abuela si era protagonista.
O eso quería creer.
—¿Gemela? —inquirió, sorprendido. Su voz se elevó, apenas, y volvió su mirada hacia su acompañante.
Su abuela sonreía tristemente, aunque había algo de luz en sus pupilas —Esta fotografía fue la última que le tomamos, antes de que nos dejase. Hoy se cumplen veinte años.
Que triste, se dijo de inmediato. No pudo evitar sentirse mal por haber traído ese tema al presente. Pero, sin duda, entendía un poco de porque siempre su abuela se volvía tan retraída en esos tiempos.
—La echo mucho de menos, ¿sabes? —siguió hablando la mujer, como si no pudiese contener las palabras— Ella siempre fue la más callada de las dos pero era inevitable no sentir su presencia cuando estaba allí. Cuando hablaba, sus palabras siempre podían llegar al corazón de una persona —su abuela lo miró directamente a los ojos— justo como tú lo haces, Kouichi-kun.
Se removió ligeramente avergonzado y suspiró. Él no hacia tal cosa— Siempre pensé que era una fotografía tuya —comentó, suavemente. Se sentía tonto.
Alargó su mano para tomar el portarretrato y sus ojos recorrieron la figura. Luego, examinó el semblante de la mujer que estaba a su derecha.
—Ahora hay muchas diferencias entre nosotras —sonrió su abuela, sin esconder su diversión— Veinte años —añadió, en algo más que un susurro— Solíamos ser idénticas.
Dejó el retrato sobre la mesa y le devolvió toda la atención a su interlocutora. —¿Quién era la menor? —cuestionó, con curiosidad.
—Ella. Nació ocho minutos después que yo —soltó un suspiro, con la mirada lejana y llena de recuerdos. Kouichi tuvo el deseo repentino de saber que se imaginaba o a donde se dirigían sus memorias— Hacia muchos años que no hablaba de Kyoko. Con nadie.
Eso explicaba que él no tuviese idea de que su abuela tenía una hermana gemela.
Tampoco es que en su familia todos fueran especialmente expresivos. Con él, tal vez, su abuela parecía ser una mujer alegre y su madre trataba de sonreír pero era evidente cuando un velo de tristeza nublaba sus ojos.
Ojala pudiera hacer más para ayudar. A veces sentía que sólo era una carg… Pero abandonó esa idea antes de que tomase forma definitiva en sus pensamientos.
Necesitaba seguir en ese instante.
—¿Por qué?
—Porque la echo de menos —susurró, con sencillez. Era evidente que esas palabras expresaban sus sentimientos porque sus ojos reflejaban ese pesar— Hablar de ella me recuerda que ya no está aquí. Y a veces, mi niño, me hace mucha falta. Como si algo muy valioso hubiese quedado atrás, un precioso tesoro que abandoné en mitad del sendero que debía recorrer.
No sabía que decir a eso. No tenía hermanos, era hijo único y, aunque tenía amigos, sabía que las palabras de su abuela encerraban algo que no podía comparar. Había pena en sus ojos. Y mucho dolor.
Pero, al mismo tiempo, le recordaba aquella lejana sensación de tristeza que lo abrumaba, en oportunidades ocasionales. Como si alguien muy cercano a él se sintiese intensamente solo. Incluso cuando estaba con sus amigos, las punzadas de inquietud lo asaltaban de tanto en tanto.
Tal vez podía entender mejor a su abuela con esa idea danzándole en los pensamientos.
Le resultaba increíble que ella no hubiese derramado ni una sola lágrima. Sin embargo, pocas veces la había visto hacerlo. Se vio tentado a sujetar sus manos y eso fue lo que hizo. Las manos de Tsubame eran cálidas y su sonrisa fue más sincera cuando vio los ojos tristes de su nieto.
—Cuando la extraño demasiado, miro su fotografía. Me acuerdo de lo que nos prometimos y que ella me dijo que volveríamos a vernos, algún día, cuando nos despedimos. Siempre pensé que estaríamos juntas y que… nada nos separaría. Aunque nadie espera perder a sus seres queridos, a ninguna edad, por mucho que saber que esas cosas son inevitables. Cuando miro las fotos de mi amado Hiro, me pasa lo mismo. Puede que pronto…
No le estaba gustando nada el rumbo que había tomado esa plática. Se mordió la lengua un instante, esperando a que ella continuase. Pero no lo hizo. La expresión de tristeza seguía allí, delatando que ese pequeño retazo de la historia familiar sólo era un fragmento de lo que la sumía en ese estado de incertidumbre. Había algo más.
Habían pasado sólo unos minutos cuando volvió a hablar, apenas audiblemente—Quieres decirme algo, ¿verdad, abuela?
Ella tomó un respiro profundo, muy profundo y luego, asintió— Si, mi niño. Hay algo que debes saber. Hay mucho que debes saber, Kouichi.
Sólo una palabra cambió las oraciones en su mente. Secretos. Hay muchos secretos que debes saber, Kouichi.
—¿Cómo qué? —cuestionó, de nueva cuenta. Tenía la impresión de que no quería saber lo que ella iba a decirle. O, en verdad, todo lo contrario.
Su abuela sonrió, entristecida, pero cuando sus labios se abrieron, la puerta también lo hizo.
Nunca alguien había sido tan oportuno. O inoportuno, dependiendo de quien tuviese el asunto en sus manos. Fue terriblemente conciente del choque de las llaves en ese instante y de la figura de su madre atravesando el umbral de la puerta cuando su abuela dejó de hablar.
No estaba seguro de que si quería que se quedara callada o continuase.
—Kouichi, no dejes las cosas sobre la mesa —pidió la autora de sus días, luego de darle un apretón cariñoso en la mejilla y besar a su abuela en la frente— Llévalas al dormitorio. Regresa enseguida, así merendaremos todos juntos.
Dio un salto casi instantáneo. Pocas veces su madre llegaba tan temprano a su casa, así que debería aprovecharlo.
Asintió —De acuerdo.
Tomoko le devolvió el gesto pero recibió una llamada y se volvió par atender el teléfono, cuando él estaba saliendo de la sala. Creía que su abuela iba a dejar el tema anclado, aunque la curiosidad y el nerviosismo se debatían dentro de él.
—Kouichi-kun —lo detuvo su abuela cuando comenzó a retirarse. Se volvió rápidamente y se encontró con una expresión indescifrable —Luego hablaremos un poco más, ¿sí? Aun hay cosas que quiero decirte.
Esbozó una sonrisa, sin atreverse a preguntarle por qué no hacerlo ahora. Tendrían tiempo luego y si su abuela sólo quería compartirlo con él, por el momento, lo aceptaba.
—Claro —replicó. Quería saber más.
Nunca habría pensado que esa conversación imprevisible la seguirían, no mucho tiempo después, en la habitación 1803 de un hospital. Jamás consideró que las últimas palabras de su abuela abrirían la caja de Pandora.
…
N/A: ¡Hola de nuevo! Este es mi primer fic alejado totalmente de mis niños de Adventure y ese universo en particular, lo cual siento que es un logro xD
Como todo lo demás, simplemente es un producto de mi mente aburrida -más aburrida ahora, que estoy en reposo- porque siempre quiere dar vueltas a todo y además, es un pequeño esbozo de como imagino que era la vida de Kouichi antes de su aventura en el Mundo Digital.
Existe el mito que los gemelos se saltan una generación. Según tengo entendido, no es así, pero se me ocurrió que algún miembro de la familia de los chicos tendría alguno. ¿Entonces, por qué no su abuela?
El título llegó a mí mucho después, puede que no tenga sentido del todo, pero terminó por quedar fijo en su lugar (?)
Ahora, no sé si lo continuaré o no. Eso todavía no lo he decidido, quizás alguna vez.
