Chocolate Amargo

by Lían

Capítulo I: Ojos de gato


Éste es un amor que tuvo su origen

y en un principio no era sino un poco de miedo

y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.

Efraín Huerta


Sakura

Tarde.

Siempre tarde.

¿Por qué nunca puedo levantarme temprano? Al parecer los años han hecho que mi oído se haga inmune a cualquier clase de sonido. ¡Inmune de verdad! Porque no está de más decirles que tengo tres despertadores y no escucho ninguno.

Mientras desperdicio valiosos minutos en la ducha y después con el uniforme, sé que Mamá y Papá están desayunando. Probablemente el gigantón de mi hermano también está con ellos.

Arrugué la cara al recordar a mi hermano mellizo. Si, tengo un hermano mellizo que no se parece en nada a mí. ¡Es exactamente lo opuesto!

Terminé de arreglar la falda y me acomodé la blusa en las escaleras alargando lo más que se pueda el tiempo.

Escuché la puerta abrirse y cerrarse.

¡Genial! Touya me ha dejado.

Apresuré el paso al desayunador, saludé a Mamá y a Papá con una sonrisa y tomé un pan y una manzana para volver a correr.

Recuerdo con coraje que no traigo la maleta con las cosas de atletismo así que tengo que volver a subir a mi habitación pateando sin querer al pobre de Kero al entrar.

Me disculpé con él y bajé las escaleras casi volando, me calcé y me despedí con un ligero grito para continuar con la agitada mañana, que a pesar de prometerme que no pasaría otra vez, volvía a pasarme día a día.

Corrí con todas mis fuerzas, sino alcanzaba ese autobús llegaría muy tarde a Seijô.

Como si hubiera deseado no alcanzarlo lo vi alejarse a escasos segundos de llegar a la parada.

Di una patada para liberar mi frustración y trate de recuperar el aliento. Ya nada podía hacer más que esperar el otro autobús, así que me senté y mordí la manzana con resignación.

Una ligera brisa me recordó que debía abotonarme el abrigo por lo que lo hice y acomodé un poco la bufanda. Maravilloso invierno…

Shaoran

Llegar tarde no era mi costumbre, como tampoco lo era perderme y eso era precisamente lo que me había pasado esta mañana.

Entrar a una nueva escuela a la mitad de un semestre no es de lo más normal, pero tampoco lo era mudarse de Hong Kong a Tomoeda en menos de una semana como yo lo hice, así que digamos que tampoco soy muy normal que digamos.

Pero eso no es lo importante, lo que me afecta en este momento es haberme subido a un autobús que no debía y haberme retrasado casi media hora.

Espero que este sí sea el autobús indicado. Me dije cuando el maravilloso transporte se detuvo enfrente de mí.

Después de cerciorarme que así era, busqué un asiento vacío entre la multitud.

Me sentí afortunado cuando vi uno a lado de una chica que iba dormida. Así me evitaría conversaciones indeseadas, además, identifiqué un uniforme parecido al mío por lo que probablemente iría en Seijô.

Me senté, acomodando el maletín sobre las piernas y maldije no haber cargado con el abrigo. Esa mañana el invierno era muy notorio.

El viaje en autobús era silencioso y lento. Sobre todo lento.

Probablemente el conductor se tomaba más precauciones de las indicadas por la ligera capa de nieve que se formaba en la carretera.

–Bien Shaoran–. Me dije –Ahora ya piensas en lo que hace el conductor del apestoso autobús…

Recordando que me había dicho que era la quinta parada me di por enterado que apenas estábamos en la segunda. ¡Bonita forma de empezar la escuela!

Un ligero sobresalto en el autobús hizo que la chica que dormía recargada en la ventana dejara caer su cabeza sobre mi hombro.

¡Genial!

Ahora resultaba que era almohada de gente desconocida.

La incomodidad aumentó cuando el cabello de la chica empezó a ser movido por el viento para caer sobre mi rostro.

Rodé los ojos. Apreté los puños para no levantarme estrepitosamente del asiento y dejar que la chica se cayera.

Volví a rodar los ojos, su cabello era como una plaga, serpenteaba por mi rostro, casi se metía a mi boca.

¿A quién se le ocurría tener el cabello tan largo?

¡Pues a la molesta imitación de la bella durmiente que estaba a mi lado! ¡Nada la despertaba!

Ni el llanto del niño mocoso que estaba enfrente.

Harto, y llevando mí paciencia al límite me dije que era incorrecto despertarla de un codazo, por lo que con delicadeza puse un dedo justo en su cien, empezando a levantarla ligeramente, poco a poco para que no se percatara de nada.

Cuando ya casi lograba alejarla de mí por completo le di un empujón mas fuerte para que su cabeza cayera nuevamente sobre la ventana, bastando el golpe para despertarla.

Sakura

No sé en qué momento me dejé vencer por Morfeo. Creo que podría llegar a pensar que padezco de la enfermedad del sueño. No tenía más de media hora que había abandonado la cama para recaer en el sueño nuevamente durante el trayecto a la escuela.

El suave, pero frío viento, ayudó para que Morfeo terminara de seducirme y un sueño un tanto raro comenzó.

Soñar que tu gato crece del tamaño de una casa y que te persigue por las calles pidiéndote leche no es de la clase de pesadillas que se quisieran tener, pero qué se le puede pedir al subconsciente…

El lento andar del autobús, así como la completa resignación de perder el primer periodo de clases traspasó mi sueño con Kero para soñar con un borrador gigantesco que sin tregua apuntaba a mi frente con la grave y casi tenebrosa voz de Shingetsu-sensei. Nunca conocí un maestro que me aterrorizara tanto como el profesor de japonés.

Justo cuando el dolor del golpe con el borrador me alcanzaba en mi sueño un golpe real me despertó.

Abrí los ojos atolondrada como suele hacerlo cualquier persona después de despertar, miré a mi alrededor buscando el borrador pero me percaté que estaba todavía en el autobús y que el golpe que había recibido había sido por estrellarme contra la ventana.

Me dolió un poco (no soy de acero) por lo que me llevé la mano a la frente para aliviar la leve picazón. Entretenida en eso no me percaté –hasta varios minutos después- que el chico que estaba sentado a mi lado escondía una leve sonrisa. La sonrisa que tiene cualquier diablillo después de haber hecho una maldad.

No me pude detener a pensar mucho en el por qué de su risa ya que el autobús se detenía frente a Seijô y ahora tendría que pensar cómo explicar mi retraso. El mas notorio desde hace casi un mes.

Bajé del autobús sabiendo que el chico sentado a mi lado también lo hacia.

¡Ja!

¡Él también llegaba tarde! Me burlaría, pero no estaba en las condiciones de hacerlo.

Caminé lentamente hacia la reja, sabía que el primer periodo no tendría salvación por lo que no había la necesidad de tanta prisa.

Cuando llegue a la reja (con el chico caminando detrás de mi) estaba más que segura de que estaría cerrada por lo que con la habilidad que dan tantos años de gimnasia aventé mi maletín, deseando que mi almuerzo no se desparramara por ahí y la brinqué una vez que me percaté que nadie, a excepción del chico detrás de mi, me miraba.

Una vez dentro levanté mi maletín y sin quererlo volteé a ver al chico, (como preguntándole qué haría) quien sin inmutarse trepó por la reja con la misma facilidad con la que yo lo hice.

–Presumido– pensé.

Caminé por el patio vacío con rapidez y me mezcle con la soledad de los pasillos hasta casi estar frente al salón.

Perdí de vista a mi cómplice de retardos, por lo que sin más traté de escabullirme silenciosamente hasta mi lugar.

Como toda una experta, gracias a la experiencia que dan los años, logré deslizarme sin que la profesora de Cálculo se diera por enterada de mis movimientos.

En cuanto estuve sentada a lado de mi mejor amiga suspiré y me abaniqué un poco con las hojas delante de mi.

–Me da gusto que nos acompañe Kinomoto-san– pronunció la Profesora mirándome fijamente. –Llega a tiempo para el examen.

¡Genial!

Todos ahogaron una risita burlona y yo me di por enterada que estaba tan roja como un farol.

Tal vez debí haber esperado hasta el tercer periodo para entrar.

Volteé a ver a Tomoyo y al baka de mi hermano y volví a suspirar. Miré las derivadas como si estuvieran escritas en un idioma irreconocible para mí y lloré internamente.

Un día maravilloso sin duda.

Shaoran.

Nunca pensé que en mi primer día de clases tendría que entrar a la escuela como si fuera a robarla o algo por el estilo.

En cuanto me percaté que la chica dormilona brincaba la reja me dije que a menos que estuviera calentando para gimnasia, no habría otra manera de entrar.

Me miró retadoramente, burlándose de mí ante lo experimentada que parecía ser para esas cosas.

¡Ja!

No sabía con quién se estaba metiendo.

Brinqué como si de nada se tratase y antes de que pudiera ver la sorpresa en su rostro desapareció.

Se esfumó.

Bien, y yo que pensaba preguntarle por la Sala de Maestros.

Saqué el papel que me indicaba con quien hablar y trate de que la fuerte ventisca no me entumiera por completo el cuerpo.

Después de que un Profesor un tanto gruñón me reprendiera por estar vagando en los pasillos me enteré de dónde estaba la oficina del Director.

Lo esperé sentado en el lugar que su secretaria me dijo, mientras frotaba mis manos para un poco de calor, también había dejado los guantes en casa.

Un hombre regordete y sonrojado entró al lugar saludando a todos con una amplia sonrisa. ¿Ese era el Director?

Parecía un bebé gigantesco. En verdad, era gordo, calvo y feliz.

La secretaria me hizo señas para que entrara a la oficina del bebé-Director.

Me senté.

Me saludó sin que yo pudiera ver sus ojos, sus mejillas al contraerse por la sonrisa hacían que sus ojos parecieran estar cerrados.

Me pidió mi nombre y terminé por escribírselo, a los japoneses nunca se les da bien la pronunciación correcta.

–Bien Li Shaoran-– ¿ven lo que les digo? Se pronuncia Xiao Lang, separado, no Shaoran. –Tu Madre fue muy insistente para tu traslado, he de confesarte que eso nos puso un poco nerviosos.

¿Nerviosos?

Probablemente dejó de estarlo cuando le ofreció fondos para restaurar alguna cosa que no lo necesitase en realidad.

–Pero cuando nos percatamos de tu historial académico excelso fue un placer aceptarte.

Me lo imaginaba, mi Madre había sobornado a cuanto estuviera enfrente para que pudiera realizar mi traslado.

Me esforcé por prestarle atención, aunque no mucho debo admitir.

Tecleó unas cuantas cosas en su computadora, me dio mi horario y la llave para un casillero.

–Para cualquier duda ya sabe donde encontrarme Li-san.

Me aleje de la oficina del director cuando el descanso antes del tercer periodo comenzaba.

Decidí caminar por ahí para tener algo que hacer. Debía ubicarme de inmediato, eso de hablar con las personas para pedir ayuda no se me da del todo bien.

En cuanto algunos alumnos fueron saliendo para desentumirse pude notar las miradas. Esa clase de atención que se le presta al nuevo chico, al espécimen desconocido de la feria.

Al que a pesar de no decirlo, se le ve que no sabe donde está.

Como de costumbre ignore las miradas. La gente debería saber que son molestas.

La campana anunció el inicio del tercer periodo justo cuando encontraba un cómodo asiento debajo de un árbol algo alejado de los pasillos. Me senté recargado en el tronco y dormité un poco. Entrar a clases el primer día no era tan importante después de todo. Además, la excusa de perderme la podría utilizar un tiempo más.

Esperé a que todos los alumnos y Profesores regresaran a clases y disfruté del silencio. En realidad creo que hay pocas personas como yo que disfruten tanto del silencio, eso de parlotear y parlotear como si no hubiera nada mejor en la vida era algo que me incomodaba sobremanera.

Me recargué complemente en el tronco del árbol, miré a mi alrededor por si había alguien cerca y sin dudarlo rebusqué en mis bolsillos hasta que encontré lo que buscaba.

Sin mucha atención puse un cigarrillo entre mis labios y lo encendí con unas cerillas que encontré junto al paquete. Aspiré el humo con tranquilidad y me dije que tal vez eso de estar en un lugar tan desconocido como Tomoeda podía tener sus ventajas. Al menos nadie sabía quiénes y qué significaban los Li.

Sakura

El dolor de cabeza que me dejó el bendito examen de Cálculo hacía que mis sienes palpitaran, a lo mejor se me quemaron las neuronas de tanto que les pedí trabajar, seguro un par se habían sobrecalentado y muerto dolorosamente.

Gruñí por lo bajo, en serio me dolía la cabeza a horrores.

Levanté la mano para llamar la atención del Profesor de Biología, tal vez con demasiada efusividad y le solté un par de frases incoherentes sobre el cálculo y los dolores de cabeza.

Sé que no me entendió, pero aun así me dejó salir del aula. Tomoyo me dio una mirada interrogante ante mi pequeño show de pantomima, pero le dije que iría con la enfermera por algo para mi dolor post-examen. Ella sonrió como siempre hace y siguió prestando atención a la clase.

Yo ni sabía que estábamos en medio de un experimento que implicaba el uso del microscopio.

¡Vaya que puedo ser tan distraída que me sorprendo a mí misma!

Caminé resintiendo el frío sobre mis piernas y sin quererlo miré hacia el patio. De repente vi humo saliendo de debajo de un árbol y me alarmé. ¿Se estaría incendiando la escuela?

Sin dudarlo corrí hacia esa parte del patio, aunque me extrañé de no ver las llamas podía ver el humo. Continué acercándome hasta que divise al chico «yo también puedo brincar las rejas» quien fumaba un cigarrillo recargado en un árbol.

–Creí que era un incendio– Le dije sonriendo. –No deberías hacer esto, podrían expulsarte si alguien te ve.

Supuse que no me había escuchado porque ni siquiera me miró, así que me puse más cerca y hable más fuerte. –Será sordo– Me pregunté en voz alta.

Tal vez sí.

–Desearía serlo, para no escuchar a personas con una voz tan exasperante como la tuya.

Solté un suspiro de indignación. ¿Cómo me había llamado? ¿Voz exasperante? ¿Yo?

–¿Perdón? –dije después de que me convencí a mí misma de que no podía estar refiriéndose a mí.

–Estás perdonada. Ahora vete de aquí, interrumpes mi silencio.

Sentí como mi frente se fruncía y mis mejillas se sonrojaban de coraje. Ese tipo era un pesado. Cerré los puños para no gritarle lo que se merecía por decirme «voz exasperante», giré sin mirarlo y di grandes zancadas, sentí que me movía como un robot.

–¡Oye! ¡Ojos de gato! Se te cayó algo.

Giré con la cara enrojecida por la furia. ¿Ojos de gato? Mis ojos son verdes, es cierto, pero no son de gato. ¡Que ese idiota no podía tener un poco de educación!

Miré que señalaba algo en el suelo, me agaché a tomar el pase de salida que se había caído de mi falda y me alejé rápidamente.

Mis pies dieron con la enfermería y mientras le explicaba como mi cerebro había colapsado, la enfermera anotaba cosas en una libreta pequeña. Cuando terminé de decirle que debían suspender el Cálculo de los cursos regulares por posibles cefaleas crónicas, me dio una pastilla blanca y pequeña junto con un vasito de papel.

–Puedes volver a tus clases, esto te quitará el dolor en unos minutos.

Yo asentí incrédula, esa enfermera siempre daba la misma pastilla para todo, a lo mejor era un placebo y los estudiantes éramos objetos de algún experimento. Y lo que estaba anotando en su libretita eran observaciones sobre las reacciones que tuve al horrible examen de Cálculo.

Salí del cuarto y recordé mi encuentro con el pesado chico adicto a la nicotina. La furia volvió a invadirme, era demasiado descortés, y ahora que lo pensaba, no lo había visto por ahí nunca, aunque iba en el mismo año que yo.

Llegué a la conclusión de que era nuevo y que nunca conseguiría amigos.

Deslicé la puerta para volver a entrar a clases y miré el reloj, cinco minutos más y la clase de Biología habría terminado. Agradecí a los cielos que Tomoyo fuera mi pareja de Laboratorio, porque de lo contrario, ya habría reprobado esa asignatura también. No soy buena manejando cosas microscópicas.

–¿Cómo te fue?

–Bien, creo, me dio la pastilla mágica. E ignoró mis recomendaciones sobre el Cálculo y los dolores de cabeza.

Mi mejor amiga sonrió. A veces pienso que ella es mucho mayor que yo, tiene ese aire de madurez que yo todavía no lograba conseguir, es sofisticada, excelente alumna y además tiene una voz preciosa.

–¿Cómo es posible que a los monstruos les duela la cabeza?

Ese grandulón era mi hermano mellizo. Sí, nadie podía entender cómo es que habíamos compartido el vientre materno durante nueve meses. Él era alto, casi un gigante, moreno y de ojos como granos de café. Y yo, de estatura promedio, cabello castaño y ojos verdes. Mis padres han llegado a la conclusión de que cada uno de nosotros tiene rasgos de ambos lados de la familia, pero yo creo que a él lo recogieron de la basura después de que alguien lo abandonó al nacer.

–Deja de molestarme Touya o le diré a Mamá que te pregunte sobre las abolladuras del auto.

Mi hermano refunfuñó y le guiñó el ojo a Tomoyo cuando se alejaba, lo que le sacó una sonrisa boba de los labios a mi compañera de banca.

–No entiendo cómo puede gustarte el gorila de Touya.

Tomoyo entornó los ojos y se sonrojó. De hecho, ella estaba enamorada de mi hermano desde que íbamos en el Kinder Garden, no sabía por qué, y no acababa de entender cómo era que alguien tan noble podía estar saliendo con alguien de tan mal carácter.

–No lo llames así. Él es encantador, sólo que tú no lo has notado.

–No me puedes decir eso a mí. He estado pegada a él toda mi vida, y te aseguró que si tuviera un poco de encantador dentro de sí, ya lo habría notado.

Tomoyo hablaba conmigo sin dejar de prestar atención a la clase y anotar en su libreta con esa hermosa caligrafía que tenía. Y yo, ni siquiera podía encontrar una pluma para garabatear en la hoja, como para hacer algo.

–Toma.

Eriol Hiragizawa extendió un bolígrafo hacia mi dirección con una sonrisa radiante. Siempre había pensado que Eriol debería hacer comerciales de pasta dental, tenía una sonrisa contagiosa y bonita.

–Gracias.

Empecé a garabatear un dibujo en la esquina de mi cuaderno, al principio tenía pensado dibujar unas flores, pero terminaron siendo líneas sin sentido ni forma. O tal vez, eran flores de manera abstracta.

El timbre anunció el fin de la tercera clase y todos empezaron a guardar los materiales que se utilizaron en el día. Ayudé a Tomoyo a guardar el microscopio en las repisas que estaban debajo de la mesa de trabajo y tomé mis cuadernos para regresar al aula de clases normales, porque como esa fue Biología, nos trasladamos a los laboratorios en el final del pasillo.

–Creo que hay un chico nuevo–. Le dije a Tomoyo cuando caminábamos hacia el salón.

–¿En serio?, ¿Cómo lo sabes?

–Llegó tarde conmigo, creo que es nuevo porque nunca lo había visto, y además tiene un acento extraño.

–¿Es guapo?– Me preguntó bajito y yo me sonrojé. En realidad no lo había visto con atención.

–No lo sé. Pero tiene muy mal carácter, me dijo que tenía una voz exasperante y ojos de gato–. Dije con tono de indignación. –Es un pesado, no le volveré a hablar en toda mi vida.

–¿Ojos de gato? – Me dijo Tomoyo risueña. –Eso podía ser un cumplido, tal vez le gustas.

–¡Obviamente no!

–¿A ti te gusta?

–¿Qué cosas dices Tomoyo? Juntarte con Touya está haciendo que pierdas tu inteligencia querida amiga.

–Te oí.

Mi hermano de nuevo, aunque esta vez no se conformó con guiñarle el ojo a Tomoyo, sino que la abrazó por la cintura mientras caminábamos por el pasillo. Es raro que tu mejor amiga y tu hermano sean novios, e incómodo la mayoría de las veces.

–No me importa.

En cuanto entramos al salón de nuevo, Tsukishiro-sensei nos esperaba. Él era el profesor más guapo y amable de todo Seijô. Y era también el más joven, si se ponía un uniforme seguro pasaría por un alumno como nosotros.

Era el profesor de Música y mentiría si no dijera que esa era la clase que más disfrutaba en todo el día. Al entrar no me di cuenta que hablaba con alguien, aunque cuando ya estaba en mi asiento, vi al pesado de hace un rato, ese que dijo que tenía ojos de gato.

–Buenos días.

–Buenos días–. Contesté con más efusividad de lo normal. Tsukishiro-sensei y yo teníamos una relación amorosa. Bueno, en mi mente él y yo teníamos una relación amorosa. Sólo hacía falta que él lo supiera y seguro seriamos la pareja más feliz del mundo.

Al menos eso creía yo.

–Hoy se incorpora un nuevo alumno, denle la bienvenida a Li Shaoran.

Mi sonrisa se borró, el pesado, grosero y mal encarado, adicto a la nicotina y con un serio problema de puntualidad (mira quien lo dice), estaba en mi grupo.

¿Podían las cosas empeorar?

–Humm. El único sitio disponible es detrás de Kinomoto Sakura, toma asiento Li.

Toda la clase me miraba a mí y al adicto a la nicotina al mismo tiempo. Sí, las cosas podían empeorar.

Shaoran

De nuevo las miradas molestas de mis nuevos compañeritos de clase. Escuché algo sobre Kinomoto, pero en realidad solo me enfoque en el asiento vacío. Colgué la mochila en la percha y miré hacia la pizarra sin atención, por un momento me dieron ganas de lanzarle dagas a los ojos a todos esos que me estaban mirando.

Sonreí disimuladamente ante mi retorcida mente y me enfoque en la persona sentada frente a mí, esperaba que la compañera de enfrente fuera silenciosa, aunque renuncié a esa idea al verla cuchichear con una chica pálida.

¡Ojos de gato!

La chica de enfrente era la patosa chica que conocí esta mañana en el autobús, que era justamente todo lo que odiaba de las mujeres de mi edad: ruidosa, inmadura y demasiado, demasiado entrometida. Solté un bufido, me dedicaría a ignorarla todo lo posible, no quería niñitas escandalosas en mi vida.

Ni ahora, ni nunca.

Vi como miraba soñadoramente al Profesor de Música y me dije que seguramente estaba patéticamente enamorada del tipo ese que sonreía ante cada cosa que anotaba en el pizarrón.

Anoté distraídamente la partitura y no le puse atención al resto de la clase, aunque no pude evitar darme cuenta de los suspiros que soltaba la ojos de gato cada que el Profesor se dirigía a ella y la miraba con esa sonrisa que parecía tener tatuada en el rostro.

Patético me repetí.

La campana anunció el receso para el almuerzo y recordé que no había preparado uno. En cuanto el Profesor salió del salón diciendo quién sabe qué cosas un grupo se me acercó.

-Con que Li. Es extraño que alguien se cambie a mitad del semestre. Mi nombre es Hiragizawa Eriol, bienvenido al curso.

No me gustó ni su mirada escrutadora ni su tono, como diciéndome que él era el macho alfa de ese salón y que si quería sobrevivir tendría que unirme al sequito de maricas que lo seguían de un lado a otro.

Lo miré diciéndole que se perdiera y me moví rápidamente de mi sitio sin dirigirle una palabra, esa escuelucha de cuarta debería tener un lugar donde comprar algún panecillo de chocolate y una Coca.

Escuché que masculló un bufido indignado por dejarlo con la mano estirada, pero en realidad no me importó. Ni las miradas de desaprobación que recibí después, ni que uno de los otros chicos del curso chocara el hombro conmigo cuando salí del salón.

No estaba ahí para hacer amigos.

Seguí el camino de los uniformados como yo y encontré una cafetería medianamente limpia, con mesas desgastadas en el fondo y una variedad de emparedados en uno de los mostradores. Miré distraídamente los postres y seleccioné mi orden.

Pagué con billete de denominación muy alta, por lo que la cajera me miró con fastidio en lo que contaba el cambio. Esperé impacientemente, haciendo sonar mi pie contra el piso, para poner de peor humor a la amargada señora. Así que no me sorprendí cuando me aventó el dinero sin ninguna clase de consideración.

Giré para encontrar algún rincón solitario, pero inmediatamente un cuerpo chocó contra mí, haciendo que soltara mi lata de refresco y que perdiera ligeramente el equilibrio. Levanté la mirada al ver donde había quedado mi Coca, y me topé con la cara de dolor de la ojos de gato, que estaba en el suelo con la caja de almuerzo sobre la camisa.

–Mi almuerzo–. Escuché que se quejó y yo solo reí y pasé a su lado.

–Deberías ver por dónde caminas.

Pateé intencionalmente su paquete de palillos ante la mirada atónita de todos los alumnos de la cafetería. ¿No la ayudará a levantarse? Seguro se preguntaban, ¿No le ofrecerá una disculpa?

Nah.

Estúpida, no pensaba ayudarla ni nada por el estilo.

De nuevo sentí como uno de los seguidores de Hiragizawa me chocaba el hombro al pasar y pude ver como el susodicho se acercaba casi corriendo a la ojos de gato para ayudarla a levantarse. Ganándose una sonrisa de agradecimiento.

Puras bobadas, la ojos de gato y el macho alfa podían irse a revolcar a algún lado si querían.

Me senté y dos de las chicas de la mesa se levantaron de inmediato y pensé que sería mejor para mí, no quería a nadie cerca. Abrí cautelosamente la Coca, no quería darme un baño, mientras miraba como más gente se acercaba a la ojos de gato, como si aquello hubiera sido para tanto.

Sólo se había caído al suelo y tirado toda su comida encima.

El estúpido de Hiragizawa había recogido su caja de almuerzo y la cargaba como si se tratara de un trofeo. También vi que aprovechó la situación para sacudir la comida de su saco y seguramente tocarle los senos.

El Príncipe y la Damisela en peligro.

Casi me dan ganas de vomitar ahí mismo.

Me dije que aquello era demasiado drama, lo mejor sería irme a fumar un cigarro antes de que terminara el receso. Me levanté y supuse que las miradas ya no sólo eran porque era el nuevo, sino porque era el nuevo que había tirado a una niñita tonta y la había dejado sin comida.

Como si me importara.

Ahora fui yo quien le chocó el hombro al bastardo de hacía un rato. Y salí sin mirar a ninguno de los tarados que seguían preguntándole a la ojos de gato si estaba bien, si le dolía algo, si necesitaba que la llevaran a la enfermería.

Por un momento su mirada cruzó con la mía y pude ver la furia centellar en sus ojos, espero que ella haya visto la burla en los míos.

Caminé sin saber muy bien a dónde me dirigía, pero pronto encontré unas escaleras de emergencia que me llevaron a la azotea de unos de los edificios. Vi como una parejita se besaba en una de las sombras y caminé en dirección contraria, lo más cerca de la reja, desde donde se podía ver completamente la escuela.

Recordé el sabor del tabaco en mi paladar y terminé de morder el brownie al tiempo que exhalaba el humo. Miré mi reloj y me di por enterado que el receso estaba a punto de terminar, por lo que fumé sin mucha atención el resto de mi cigarro y tiré la colilla cerca de mis pies.

Le di el último sorbo a la Coca cuando ya estaba en la puerta de mi nuevo salón, dejé el envase en uno de los contenedores y sentí de nuevo las miradas sobre mí.

Ignorando todas y cada una de ellas me senté en mi puesto cuando la campana sonaba, pude ver que la ojos de gato traía una camisa limpia y me miraba con el ceño fruncido.

La oí refunfuñar varias veces, algo sobre hombres desconsiderados y groseros, adictos a la nicotina. Supe que se refería a mí, pero no pensaba hablarle, era una niñata tonta y escandalosa.

Anoté lo que pude sobre inglés, esa clase no era para nada difícil, mi Familia siempre había tenido una amplia formación en lenguas extranjeras, sepan que además de Chino, Japonés e Inglés, habló Italiano y un poco de Francés.

Aunque dejé esos estudios hace unos años, jamás se olvidan esas cosas no… seguí anotando cosas sobre el verbo To Be, y pensé que aquello era demasiado aburrido, así que dejé de prestar atención. Miré distraídamente hacia la ventana y vi que Hiragizawa trataba de llamar la atención de la ojos de gato con una sonrisa demasiado falsa para mi gusto. Seguramente era suyo el saco que traía la niñata esa sobre los hombros.

¿Dónde había ido a caer?

En una estúpida escuela con niñatas torpes y machos alfa en celo.

Genial.

Dejé de mirarlo y noté que otro demente de la clase me miraba con insistencia. Era enorme, tal vez más alto que yo, y tenía toda la pinta de matón a sueldo. Al final de la clase supe que era el hermano gemelo de la ojos de gato. Vaya familia.

En la última clase conocí al asesor del grupo, un Terada-sensei que además de todo era el Profesor de Educación Física. Como yo era el chico nuevo me pidió que me presentara frente al grupo ya que no lo había hecho en todo el día. Giré los ojos, odiaba esas niñerías de decir por qué venías a la escuela y qué querías estudiar. Me levanté.

–Mi nombre es Li Shaoran–. Pensé que yo mismo estaba diciendo mal mi nombre, pero les evitaría la pena de no poderlo pronunciar. –Vengo de Hong Kong.

–¿Tus pasatiempos?

–Leer y jugar soccer.

–Bueno, gracias Li.

Creo que se dio por enterado de mi cara de fastidio ante sus preguntas.

–No olviden tratarlo bien, y como es costumbre con los chicos nuevos, Te tocará hacer el servicio mañana. ¿Quién sigue en la lista?

Vi como revisó unas hojas en su escritorio.

–Kinomoto Sakura y Kinomoto Touya. Está bien, Sakura harás el servicio con Li mañana.

Todos soltaron una exclamación de sorpresa y yo descubrí que la ojos de gato se llamaba Sakura. Pensé que el nombre le venía bastante bien, era llamativa como esas flores que tapizaban las calles en las primaveras de Japón.

Al volver a tomar mi lugar pude ver su mirada sombría, y también pude ver la mirada diabólica del hermano que tenía. No era para tanto, seguramente no me presentaría a la hora del servicio, así que no tenían que preocuparse porque volviera a atacar a la florecita ojos de gato.

Vaya que se me daba darle apodos a la niñata esa.

Sakura

Siempre he sabido que nací bajo mala estrella, desde el momento en que Touya me quitó del camino el día de nuestro nacimiento, convirtiéndose él en el hermano mayor, mi destino está marcado por la mala suerte.

Llegué a casa con el ánimo por los suelos y más hambrienta que cinco hombres. Leí en la pizarra que Mamá estaba en el café y que Papá llegaría tarde, y como sabía que Touya había llevado a Tomoyo a su casa, sólo estábamos Kero y yo.

Supuse que mi gato y yo compartíamos la cara de muertos de hambre, así que vacié un puñado de croquetas en su plato y me dispuse a buscar algo que comer en el refrigerador.

El sonido del teléfono me sacó un grito y me apresuré a coger el auricular.

–Diga.

–Sakura, en cuanto te desocupes ven al café cariño, necesito ayuda.

–Ok, iré después de comer.

–Hice croissants, ¿por qué no vienes a comer al café?

Rodé los ojos, seguramente mi Madre había tirado de nuevo todas las tazas o algo similar. Tal vez había heredado la mala suerte de ese lado de mi familia. Le dije que sí, y colgué.

Miré a Kero comer con felicidad y subí a mi habitación para cambiarme de ropa e ir al café. Mi familia tenía una cafetería en el centro de Tomoeda, era bastante pequeña, pero yo consideraba que era la más bonita de toda la ciudad.

Cuando Touya y yo nacimos, mi Mamá dejó de ser modelo y decidieron poner una pequeña cafetería con sus ahorros. Mi Papá era Profesor de la Universidad, así que casi nunca tenía tiempo durante la semana, pero normalmente los fines de semana eran ellos quienes atendían el local.

Touya y yo nos turnábamos para atenderla por las tardes, y mi Madre generalmente estaba ahí todo el día. Tomé mis llaves al salir, y le dije a Kero que no volviera a rasgar el sofá o nos correrían a los dos a patadas.

Abroché mi abrigo y caminé lentamente durante unos minutos hasta que pude ver el café de mi familia. El frío viento me entumeció el rostro y sacudió mi cabello, maldije no traer los guantes y abrí la puerta del café con rapidez, sintiendo la calidez y el olor a café recién molido.

Amaba ese olor.

–¡Hija!

Mi Madre salió de detrás del mostrador, era sin lugar a dudas la mujer más hermosa del mundo. De cabello azabache y ojos verdes como los míos, alta y delgada, todavía parecía una modelo, aunque ella dijera todos los días que se veía más vieja.

Me besó y me dio el abrazo asfixiante de todos los días, lo que me hizo sonreír avergonzada al ver como algunos de los comensales me miraban divertidos.

Les dije lo de la mala estrella.

Hana Coffee, leí en el letrero de la caja y le pregunté a Mamá qué era lo que había hecho. En realidad no había tanta gente como para que necesitara mi ayuda, así que supuse que había tenido algún accidente.

–Deje las llaves dentro de la caja registradora, otra vez, y como tú eres la única que sabe el truco para abrirla.

Miré sus ojos soñadores y su cara avergonzada. Suspiré, mi Madre era a veces más inmadura que yo, y eso era decir demasiado. Caminé entre las mesas redondas y abrí la caja en un par de segundos.

–Eres un ángel, mi pequeña –. Me volvió a besar en la frente y se metió a la cocina, seguramente para traer mi comida.

Pensar en el hambre que tenía me hizo recordar al estúpido de Li, el adicto a la nicotina, que además de saltar cercas y llegar tarde, era el ser más despreciable que conocía en mis 17 años de vida. Me había tirado la comida encima y ni siquiera me había dado una disculpa, es más, hasta había pateado mis palillos y pisado mi comida.

¡Eso era tan ruin!

¿Quién podía dejar a alguien sin su comida y ni siquiera invitarla a comer?

Bueno, no es que quisiera que el tarado de Li me invitara a comer…

Pero es lo mínimo que debió haber hecho, digo, al menos me hubiera dado la mano, o me hubiera ofrecido un pañuelo. ¿Eso era lo que se hacía en esos casos no?

Mi Madre volvió con una taza humeante y un plato con un par de croissants rellenos de jamón y queso.

–¿Cómo te fue en el día, cariño?– Me puso el plato en la mesa más cercana al mostrador y le sonrió a uno de los clientes que se despedía con un movimiento de la mano. Mi Madre se levantó casi después de sentarse, y limpió la mesa con uno de los paños que traía en el delantal.

–Bien, mañana tengo servicio con el chico nuevo.

Me atraganté con el pan como una descerebrada y apresuré la taza, que para mí molestia era chocolate caliente, pero no chocolate blanco, mi favorito, sino amargo, la única bebida en todo el mundo que detestaba.

La única variante del chocolate que no podía comer con singular alegría. ¡Era lo último que le faltaba al peor día de mi vida!

¡Lo último!

Mi Madre pareció recordar repentinamente mi animadversión al chocolate amargo y me dio una de esas miradas de cachorro que le salían tan bien.

–Lo olvidé cariño.

Sólo fruncí la nariz y me pasé el trago de la bebida, haciendo una mueca como la que hacen los niños cuando les dan medicinas amargas y repentinamente recordé que había tenido esa misma sensación de amargura cuando Li pateó mi comida.

Sí, la misma sensación. Él era como el chocolate amargo para mí.

Y pensándolo bien, tenía el cabello de color chocolate, aquel apodo le iba muy bien, aunque adicto a la nicotina también tenía su encanto.

–Y bien, ¿el chico nuevo es lindo?

Era la segunda vez que alguien me hacía esa pregunta en el día.

Y aunque Li fuera como el chocolate amargo para mí, digamos que era un chocolate amargo bastante atractivo. Tenía ese «no sé qué que se yo», que lo hacía muy guapo, tal vez era la combinación de sus ojos ámbar y el cabello castaño, lo que lo hacía tan endemoniadamente sexy.

Sacudí la cabeza negando efusivamente, no podía pensar que ese patán fuera guapo.

¿O sí?

Continuará…


Jejeje, sé lo que estarán pensando sobre mí. Pero no se enojen conmigo, sepan que esta historia llevaba mucho tiempo guardada en mis archivos y decidí sacarla para celebrar mi décimo aniversario en la página y en el fandom.

¡Feliz décimo aniversario!

Me compraré un regalo para celebrar, pero ustedes podrían regalarme unos reviews para saber qué les parece la historia. Sepan de una vez que está casi completa y será de cinco capítulos, así que espero que no afecte mis actualizaciones que son de por sí bastante esporádicas.

También deben saber que es la primera vez que escribo en primera persona, lo que me da mucha emoción.

En fin, ¿qué les pareció? Vaya que ese lobito dará mucho guerra, y es bastante maleducado, pero ni así lo dejo de querer. Lo admito. Y bueno, Sakurita ya admitió que piensa qué es guapo, así que ya veremos qué pasa entre esos dos. Recuerden que harán el servicio juntos.

Sepan de una vez, que esta historia iba a ser mi versión de Winter Sonata, un dorama Coreano muy bonito, pero después decidí que no quería tanto drama, así que seguro encontraran alguna que otra escena parecida al dorama, pero no es una adaptación, ni nada por el estilo.

Espero sus comentarios sobre la historia.

Besos y abrazos de chocolate.

Lían

4ever&4always

(Para los lectores de mis otras historias, en poco tiempo tendrán la actualización de Corazones Prestados, les dije que ya había vuelto)