¡Hola! Primero me presentaré, me llamo Diana. Soy una autora más de , y fan de la pareja Rose&Scorpius. Es por esto último que me he animado a "tejer" las bases de este ambicioso proyecto que traigo entre dedos. Cada capítulo ya está pensado, pero solo falta de su apoyo para atreverme a publicarlo. (; Sus reviews serán la fuente de energía ecológica para este máquina jajaja...

Bajo El Manto Negro será una historia atípica. Primero que todo, porque es idea mía ( y no digo eso como algo bueno ). Segundo porque no encontrarán el enamoramiento repentino de Rose y Scorpius al tercer capítulo, PERO SÍ, el "alborotamiento" de sus hormonas a partir de segundo capítulo. En realidad de Scorpius, pues Rose aquí no pinta como la típica Rose que nos describen nuestras historias favoritas. Aquí Rose es una mujer lógica, sin emociones, fría, y... virgen. Detalles ultra necesarios para justificar la curiosidad del rubio heredero en la pelirroja anormal. (; Ella será pedante, él ególatra. Espero tengan pasciencia y den una oportunidad a la historia para que vean la evolución de los personajes, aceptando su pasado.

Por favor, dejen reviews... LOS NECESITO.

Sin más preámbulos les dejo el primer cap, que en sí, es introductorio y es un poco de relleno con matices generales de lo que verán en la historia a lo largo de los caps...

¡Bienvenidos!

Disclaimer: Los personajes pertenecen a JK Rowling y a quienes ella cedió ciertos derechos. No me incluyo entre ellos.

liRose Multicolor. lR_Multicolor (Twitter)

"Bajo El Manto Negro"

Fragmentos de un artículo del Diario EL PROFETA. Agosto, 2023.

Y es que, mis queridos lectores, los misterios aún no están resueltos.

Según me informan mis fuentes en el interior del Ministerio, el departamento de Aurores no ha sido capaz de esclarecer la terrible muerte del estudiante de séptimo año, Zacarías Samuels, acontecido en Hogsmeade, durante la última visita autorizada por el Colegio de Magia y Hechicería Hogwarts antes de finalizar el período escolar. Caso, donde por cierto, las circunstancias que rodean a la víctima son muy peculiares –como bien sabrán porque este prestigioso Diario se los informó en aquella oportunidad–. Sin embargo, hoy conocemos un nuevo dato, lectores; aparentemente, el cuerpo del joven no ha sido reclamado por ningún familiar, por lo tanto, se sospecha de una orfandad –incluso– desconocida por la mismísima base de datos del Ministerio y por Hogwarts.

Aún teniendo en cuenta la situación penumbrosa que rodea al joven Samuels, esta periodista les informa que el Ministerio ha detenido su investigación. Así como lo leen. Los organismos encargados han llegado a un callejón sin salida donde se pone en manifiesto la ineptitud del actual Ministerio de Magia ante la ausencia de Harry Potter en el Departamento de Aurores.

A tal punto que varios informantes –anónimos, por supuesto– le han confesado a esta periodista la desesperación que el propio Primer Ministro vive ante la presión asumida después de aceptar el cargo tras la dimisión abrupta de Kingsley hace pocos meses. Y todo se debe a que esta investigación no es un caso cualquiera, ni mucho menos. En primicia les informo los rumores que enlazan el caso de Amanda Jord y su –supuesto– "suicidio" con la trágica muerte de Zacarías Samuels.

Pero esa información –EXTRAOFICIAL– se las ampliaré en mi siguiente artículo.

Capítulo 1: De Misteriosos Objetos y de Retos Asignados.

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En esta historia, la princesa necesita un reino…

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&. Parte I.

—¡Rose! –gritó una chica de diecisiete años–. No me estabas escuchando, ¿verdad? No. Me doy cuenta que no –resopló Brenda.

—Lo siento, estaba pensando –aseguró Rose, sonriendo suavemente.

Su amiga se sentó junto a ella, y dijo en tono jovial: —¿Cuántas veces te he dicho que no pienses tanto?

Rose frunció el ceño y, luego de unos minutos, contestó:

—No puedo ser exacta porque –en realidad– no llevó la cuenta. Pero… si consideramos los seis años conociéndonos, puedo llegar a una verídica respuesta. Bien, tomaremos en cuenta cada año, que tiene trescientos sesenta y cinco días; a éstos les restamos los días de vacaciones y quedan unos doscientos días por año. Ahora bien, si multiplicamos esa cantidad por…

—Para. Era una pregunta retórica, Rose. Nada más –sonrió–.

Rose parpadeó dos o tres veces.

—¿Formulaste la pregunta sin la intención de recibir una respuesta? –inquirió Rose. Su amiga asintió con su cabeza—. Eso aún no tiene sentido para mí, Brenda. ¿Qué caso tiene formular una inquietud si no es para recibir una respuesta verídica?

—Tomaré eso como una pregunta retórica –dijo Brenda con una sonrisa en su rostro.

Rose atinó a sonreír junto a Brenda. Su mejor/única amiga era –definitivamente– un ser indescriptible y libre, totalmente comprometido con el ahora.

—¿De qué te ríes? –preguntó Rose.

—Todos estos días te extrañé, Rose. Créeme; no eres reemplazable –contestó Brenda, tomando su mano con cariño sencillo.

—¿Extrañarme? Pero solo estuvimos distanciadas unas pocas horas, Brenda. Disfrutamos juntas las vacaciones. –suspiró–. Y lógicamente soy irreemplazable. Mi código genético me permite…

—Exactamente por eso te extrañé, Rose. Tus respuestas lógicas son… tú –afirmó Brenda, rompiendo el agarre de sus manos para acabar sentándose en su puesto frente a Rose.

Rose parpadeó en repetidas ocasiones. —Los seres humanos tenemos la capacidad de actuar con lógica, y aún así, el ser humano prefiere guiarse por sus instintos bestiales –criticó, mirando el paisaje borroso a las afueras del tren.

Brenda sonrió comprensivamente. —¿Instintos bestiales?

—Sí, instintos bestiales. Trayendo como consecuencia atrocidades como la injusticia y la guerra. –calificó usando su tono contundente.

—Bueno sí, Rose pero, ¿instintos bestiales? ¿Cómo cuál?

La aludida dejó de mirar el paisaje y giró su rostro a su amiga, para decir: —Como el sexo, por ejemplo.

Brenda quedó estupefacta ante su declaración, y el semblante tranquilo con el cuál se expresó.

—Ya sabes –continuó Rose sin hacer acato a la expresión de su pelinegra amiga—. El sexo es la característica que mejor nos une a las bestias, los animales. Aunque, al mismo tiempo, nos diferencia. Pues el ser humano hace caso al llamado del apareamiento con el único objetivo de obtener un placer efímero y completamente físico, sin cumplir con el objetivo –real– del sexo.

La pelinegra tenía una mueca graciosa en su rostro. Mitad risa, mitad estupefacción. Su amiga podía salir con cada cosa.

—Me da miedo preguntar, pero lo haré. ¿Cuál es el objetivo del sexo, Rose?

—Concebir crías. Bueno, en el caso de los humanos, se trata de concebir hijos –respondió ella, afirmando con su cabeza-.

—A eso se le llama hacer el amor –replicó Brenda suavemente–.

—Ese bien podría ser el término poético de la necesidad sexual. Sin embargo, innumerables estudios afirman mi pensamiento, Brenda. El único objetivo del sexo es concebir descendientes. Es por ello, los seres humanos deberían dedicarse a aparearse solo cuando su proyecto familiar así lo indique y no por gusto –aseveró Rose con tono natural.

—Cariño –sonrió–, ahí sí creo que estás siendo inobjetiva.

—Subjetiva. Se dice subjetiva. No creo siquiera exista la palabra inobjetiva –corrigió inmediatamente la pelirroja sin mala intención.

—Como se diga. Realmente no me interesa, Rose –agregó con rapidez antes que ella le replicara algo–. No es mi punto, además. Lo que intento decir al considerarte subjetiva, es que te refieres al sexo con tanta tranquilidad porque no lo conoces.

La pelirroja castaña frunció el ceño. —Claro que lo conozco. En mis libros…

Brenda la interrumpió diciendo: —No, Rose. El conocimiento del que te hablo no es teórico; tus libros no son capaces de enseñarte esto. El sexo… el sexo son sensaciones, amiga. Es activar tus cinco sentidos para vibrar… -susurró sonrojándose, quizá recordando algo.

La joven la escuchó con atención y, al mismo tiempo, detallo la belleza de Brenda. Con sus grandes ojos y sus labios gruesos era el delirio de varios chicos en el Colegio. Incluso James quiso salir con ella. Usando sus ojos cafés, Rose definió el rostro blanco, como la natilla, de su amiga en una palabra: Preciosa.

—No estoy siendo subjetiva –aseguró Rose, saliendo de su letargo—. Mi inexperiencia práctica no me incapacita de una evaluación objetiva y científica de la realidad. En cambio, tu definición de sexo se basa en una conceptualización errónea y poco científica. Tus parámetros críticos quedaron nublados durante tu experiencia evaluativa, estoy segura.

—Puede que sí –rió Brenda—. Pero ya veremos qué me dices cuando vivas la experiencia.

—Escucharás –corrigió abruptamente—. El ser humano no puede ver el sonido, por lo tanto, no podrás ver las palabras que emitiré desde mi boca, Brenda. –calló un momento, para luego agregar–: Y respecto al complemento circunstancial de tu oración… ¿Debería vivir esa experiencia pronto?

En esta ocasión fue Brenda quien parpadeó. —¿Cuál experiencia? –preguntó.

—El sexo. ¿Debería tener sexo pronto? No me refiero a un corto plazo, hablando de días o semanas. Pero quizá, yo…

—No. No, Rose –Brenda tomó entre sus manos, las de ella—. Tú debes vivir esa experiencia de forma natural, llena de amor y…

—Brenda, el sexo no tiene relación con el amor. –interrumpió Rose seriamente.

Brenda miró de una forma muy maternal a Rose. —Para ti sí la tendrá, Rose. Tu pureza no se manchará con el pecado –habló con un deje de espiritualidad y fe muy grande.

—No creo en Dios, Brenda. Por lo tanto, tus argumentos… –rió.

Rose sintió como su amiga apretó con mayor fuerza sus manos. Dejó de reír y esperó –pacientemente– la continuación de sus palabras.

—No hablo de creer o no en Dios. El pecado existe, sin importar a dónde nos lleve, el pecado sí existe. Rose –llamó su atención—, prométeme que no buscarás el pecado. Esperarás a enamorarte. Sólo prométemelo, aunque no creas en el amor tampoco –rodó los ojos.

Rose sonrió. —Una promesa sobre este tema no tiene sentido, Brenda. ¿Cómo puedes estar segura que no romperé mi palabra? –retó la pelirroja.

—Porque creo en ti –respondió inmediatamente la pelinegra—. Prométemelo, Rose.

Ella suspiró. —De acuerdo, de acuerdo. Te lo prometo.

Brenda sonrió feliz y soltó sus manos. —Bien. Porque es mi deber mantener tu alma pura e inocente.

—No soy inocente. Mi fría lógica permite tener pensamientos que… No quieres escuchar mi respuesta ¿verdad? ¿Era un comentario con gracia? –su amiga asintió–. Oh –rió graciosamente.

Brenda también lo hizo. Adoraba ver reír a Rose, porque muy pocas veces ocurría.

Suspiró con dolor, si Rose no hubiese vivido aquélla tragedia, quizá ella…

—¿Por qué tienes fe en mí, Brenda?

La pregunta de su amiga la dejó descontrolada por segundos. Aunque no debió sorprenderla, porque aquello era una reacción natural en su mejor amiga. Rose no seguía la secuencia del racionamiento común. La mente de ella tenía la suprema capacidad de abordar tantos y tan diferentes temas para aún así, realizar conclusiones objetivas a cada uno.

Brenda tardó en conectar su sistema al "modo Rose", como le llamaba.

—Simplemente creo en ti. –contestó firmemente.

—Tu respuesta es evasiva. Muy ambigua, de hecho –replicó Rose, mirándola fijamente a los ojos.

—No te va gustar mi respuesta –aseguró Brenda, luego de unos segundos en silencio.

—¿Carece de lógica? –Brenda afirmó con la cabeza—. De acuerdo, te escucho. La aceptaré y no te replicaré.

—Muy bien. Pero respóndeme primero una duda, ¿cuál es tu motivo para pensar que quizás debas "vivir la experiencia" pronto? –la miró con dolor–. Si es por mi descripción, Rose, te juro…

La aludida sonrió tranquilizadoramente. —De ninguna manera, Brenda. El motivo es otro. Se acerca mi cumpleaños número dieciocho, como sabrás. Y, tengo la certeza, que mi lógica no me ha permitido vivir como una joven común; vengo razonando desde hace varios días. Ni siquiera he vivido la experiencia hormonal/adolescente básica. –suspiró–. Brenda, no he dado mi primer beso –respondió, mirando al infinito—.

Brenda no supo cómo responderle. ¿Qué decirle? ¿Cómo decírselo? Ese tema debería discutirlo con la madre. Pero Rose no tiene, suspiró con tristeza en su interior. ¡Qué injusto!, se dijo; y como ella, muchísimos casos en el mundo tanto mágico como muggle.

Tomó una de sus manos y le dijo:

—Tengo fe en ti porque yo sé que el amor existe, Rose. Él te hará revivir.

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La imagen estaba rodeada de una espesa neblina oscura. Las siluetas de árboles, precisamente enormes pinos, apenas se vislumbraban ante la soberbia espesura. Lentamente un aroma a canela y el sonido de un riachuelo, a lo lejos, se oía con suavidad, funcionando ambos como las sensaciones del contexto en una mala película.

Entre la neblina, un par de sombras verdosas conversaban.

¿Te parece prudente? –preguntó uno de los presentes.

No, no me parece prudente. –resopló—. Pero la situación se nos escapó de las manos, amigo. Requerimos de toda la ayuda necesaria –respondió el otro ser, usando una voz ligeramente familiar.

La primera silueta se movió, distanciándose de su interlocutor. —¡Un par de estudiantes! Esto es inconcebible. Cuando ella se entere… -agregó con un deje de temor en su voz.

—Ella no debe enterarse. –determinó el segundo ser.

La primera silueta se movió insegura. —¿Acaso pretendes que se lo ocultemos? ¿Y a Él también?

Así es. Arriesgaremos nuestro cuello por el bien de la comunidad mágica –aseveró la voz familiar—.

Aquí no estamos arriesgando sólo nuestros cuellos, querido amigo. Vamos arriesgar a dos estudiantes más. ¡Dos más! ¿Puedes estar tranquilo con eso?

Tras la inquietud, el segundo ser calló por un momento.

No. Sin embargo… los sacrificios son necesarios –contestó taciturnamente, alejándose del otro.

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Rose vio una silueta moviéndose fuera del tren y podría jurar haber visto otra sombra pasando lentamente fuera de su ventana. Frunció el ceño. Con dificultad se despertó por completo y levantándose, fue hacia la ventana. En el exterior, donde un conocido paisaje se movía con rapidez, solo había oscuridad. Sin embargo, esperó en su posición un poco más, y nada. Obviamente nada apareció, o reapareció.

Se giró de regreso a su asiento. Justo en el asiento frente al propio, Brenda dormía apaciblemente. Rose sonrió; su amiga siempre dormía durante el final del trayecto a Hogwarts. Lo realmente curioso, se dijo, fue la abrupta necesidad de sueño que sufrió hace minutos. Ella nunca dormía, bajo ninguna circunstancia, en un viaje. Extraño. Considerando su sueño y el haber visto la silueta…

—No, Rose. Tú no viste nada. La supuesta sombra fue producto de tu pesadilla, nada más –murmuró para sí.

Respiró profundo e intentó bloquear el recuerdo de su pesadilla.

Impulsada por el frío que recorría su cuerpo, observó el suelo para buscar y encontrar su bolso cerca de la puerta, justo donde ella lo había dejado. Estiró su cuerpo; una vez tomó entre sus dedos las tiras del bolso, lo jaló con fuerza dejándolo en su regazo para buscar su bufanda dorada y rojo en el interior, pero se detuvo abruptamente. Perpleja quedó cuando, en vez de conseguir su bufanda, tocó con su mano la forma de una cajita. Con prontitud la sacó del bolso y, efectivamente, la pequeña cajita estaba ahí en su mano, envuelta en un material muy parecido al terciopelo de color negro. Optó por mirar a Brenda, razonando el objeto como de ella; sin embargo, cuando giró la caja para dejársela en las piernas de su amiga, Rose notó un pequeño papelito.

Acercándoselo a los ojos, leyó:

—.PARA ROSE. EL RUBÍ COMBINA CON TU AURA.—

—¿Un Rubí? –susurró estupefacta—.

Con cuidado abrió la cajita de terciopelo. De ésta salió el fuerte aroma a canela fresca. Desorientada, Rose se atrevió a observar su interior, descubriendo una hermosa cadena con un rubí brillante como dije. La belleza de la joya la maravilló por largos segundos, motivándola al instante a tocar la gema suavemente, notando la textura delicada de la gema. Ahogando una exaltación, cerró la cajita cuidadosamente.

Miró a su amiga, quien seguía dormida. Una necesidad de ocultar su nueva pertenencia hizo mella en ella, introduciendo atropelladamente la cajita en su bolso. Al hacerlo, notó otro objeto en éste. Pronto lo sacó de su escondite, apareciendo la mitad de una estatuilla con forma de gato. El material dorado brilló con fuerza ante sus ojos, como aceptando su posesión. No obstante, lo que más impresionó a Rose fue el ojo de gema negro. Nuevamente dirigió su mirada a Brenda, ocultando, al mismo tiempo, la otra pertenencia.

La pelirroja se quedó mirando su bolso con estupefacción. Obviamente, las cosas estaban ocurriendo por una buena razón, aunque ella lo desconociera. Apartó la mirada dirigiéndola hacia fuera de la puerta del vagón. Allí afuera había una o más personas que conocían la intención de colocar los misteriosos objetos en su bolso, razonó, pues estos no llegaron solos hasta ella. Misteriosos objetos. En singular, misterio, no era una palabra que usase mucho pues carecía de lógica. Sin embargo, las actuales circunstancias la limitan a usar éste adjetivo para referirse al collar y la figurilla gatuna.

La mitad de una figura de gato, corrigió mentalmente. Intentó recordar alguna ilustración idéntica, o al menos similar, en los viejos libros, novelas o diccionario leído, pero nada se le venía a la mente con relación al felino. Según pudo observar en la evaluación hecha hace unos segundos, parecía una antigüedad incluso milenaria, como egipcia, especuló; sonando completamente irracional, pues era imposible creer seriamente que objetos de tal valor pudieran estar lejos de un museo, mucho menos en el bolso de una bruja de diecisiete años.

Pero en el mundo de la magia todo es posible.

Esa fue la oración concluyente que usó Mcgonagall al referirse a la muerte sospechosa de los dos estudiantes el año pasado. Suspiró. Será que…

—¿Pasa algo, Rose?

La aludida consiguió no delatar la sorpresa cuando oyó la pregunta de su amiga. Se giró hacia ella para hablarle, explicarle que nada ocurría. Brenda argumentó un poco más, pero con poca sutileza Rose consiguió que el tema fuera abortado. Inquietantemente no quería delatar la llegada de sus nuevas pertenencia. Conocía perfectamente a su amiga, quien con seguridad especularía una y otra cosa, quitándole la objetividad que necesitaba para razonar el asunto.

Objetividad que amenazaba con irse, se dijo.

Dejó su bolso bajo el asiento y notó la extrañeza de su amiga cuando lo hizo. Natural, razonó Rose, pues ella siempre tiraba su bolso al suelo sin importarle cómo o dónde caía. Se esperaba algunas preguntas de parte de Brenda, preguntas que no llegaron en los siguientes segundos. Respirando profundo, Rose se levantó del asiento y caminó hacia la puerta excusándose con ir a hablar con Albus. No esperó réplicas de parte de Brenda e inmediatamente salió, cerrando la puerta tras sí.

Unos pasos lejos de allí se detuvo, recostándose a una pared del vagón. ¿Qué ocurría? ¿Por qué se comportaba así? La situación y sus respuestas a las circunstancias presentes distaban mucho de sí misma. Chasqueó la lengua; decidiendo mejor retomar su intención de buscar a su primo, requería despejar su mente. Con pasos lentos caminó por el pasillo vigilando cuidadosamente cada vagón, Albus le dijo que estaría en los últimos vagones con sus amigos. Y por –amigos– se refería a –chicas.

Encontró dos vagones con jóvenes de quinto, uno con niñas de primero. Otros estaban vacíos y uno de ellos tenía incluso un cartel negro en la ventana; decidió no entrar ahí. Se estremeció de pensar en las locuras hormonales propias de la adolescencia. Es que ningún Prefecto hacía su turno de vigilancia, se preguntó. ¡Qué incompetencia! De razón las serias infracciones a las normas de Hogwarts.

—¿Qué hace en los pasillos, señorita Weasley?

Rose se detuvo mirando al dueño de esa voz. El profesor Andrew Manson estaba frente a ella, observándola con sus peculiares ojos azul claro. Un azul nítido y brillante, superando con creces los suyos heredados de su padre. Varios recuerdos se llenaron su mente en solo unos segundos; pero el más importante de ellos, hacía mención a la enorme sensación que ocasionó el profesor al llegar a finales del curso anterior para suplantar al profesor de Defensa. La impresión se debía más por su inexplicable belleza física, que por su calidad docente; de eso último estaba segura Rose.

—¿Señorita Weasley? –repitió el joven profesor.

—Disculpe, profesor Manson. Me distraje inesperadamente. –contestó tranquila–. Estoy fuera de mi vagón porque busco a mi primo; Albus Potter –agregó al ver su desconcierto.

El profesor sonrió levemente y dijo: —De acuerdo. Continúe su búsqueda, señorita Weasley.

Rose sonrió al pasar junto a él, detectando el aroma de su cuerpo, entre colonia y sudor. Todas las células de su cuerpo fueron conscientes de su cercanía. Y sin aviso, el profesor la tomó de un codo deteniéndola de forma grosera. Asombrada, la pelirroja se giró hacia él y notó –en detalle– la diferencia de altura entre ellos; aún cuando ella era una joven alta, él le sacaba diez centímetros o más.

—Qué tenga un buen inicio de año, señorita Rose. –susurró muy suavemente él.

El olor a menta llegó a la pelirroja directamente de la boca del joven profesor.

Pronto, alguien llegó hasta ellos haciéndose notar con un carraspeo. Lentamente Rose se giró hacia esa persona, sorprendiéndose de ver allí a su prima Lily Potter observándolos con extrañeza; claramente, intentando explicarse a sí misma la imagen del profesor de Defensa y su prima muy cerca uno del otro. La mente de Rose trabajaba ágilmente para explicar la –comprometedora– situación; en ese instante, con brusquedad el profesor la soltó y sin murmurar palabras, se retiró detrás de la pelirroja Weasley.

—¿Me puedes explicar? –preguntó Lily.

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Los siguientes kilómetros de trayecto se transitaron a una velocidad justa. En unos minutos, lo estudiantes ya podían ver al colosal Hogwarts saludarlos desde la distancia. La emoción, chillidos y aplausos se hicieron presentes en los más jóvenes pasajeros del tren, los nuevos. Una vez llegaron a las cercanías del castillo, los profesores usaron el esfuerzo necesario para recibir los estudiantes, y fue Hagrid, como cada año, quien esperó a los futuros estudiantes de primero indicándoles el camino hacia su peculiar transporte. De la mano Rose saludó a Hagrid, recordándose a sí misma visitarlo en la menor oportunidad posible.

—Entonces… Lily casi te descubre –murmuró Brenda muy cerca de su oído, produciéndole cosquillas.

Rose se giró hacia su amiga. —Sí, estuvo muy cerca a decir verdad –confesó, recordando el desconcierto en el rostro de su prima—. Fue muy difícil elaborar una mentira fehaciente, Brenda. Sinceramente, ella no debió creerme ningunas de mis palabras.

Brenda entrelazó su brazo con el de su amiga, sonriendo limpiamente. El aroma de su perfume llegó a las fosas nasales de Rose de una forma muy sutil.

—¿Por qué crees eso? –preguntó, mirando a los lados.

—No lo creo. Lo sé. Mis mentiras fueron muy malas, Brenda. No sé cómo terminé involucrando a Mcgonagall, pero lo hice –suspiró—. Sé que me hostigará para que le diga la verdad en cualquier momento.

—Si no te preguntó en su momento, quizá… -intentó replicar la pelinegra.

Rose rió sin notar como algunos jóvenes de sexto se giraban para verla.

—No conoces a Lily tal como la conozco yo. Ella trabaja con estrategias. Si no insistió fue porque debió calcular un mejor movimiento para más tarde. –aseguró ella, saludando a un prefecto de quinto, desde la distancia—. El tiempo me dará la razón.

—Bueno, durante la cena no podrá interceptarte con preguntas. Habrá testigos y estaré cerca de ti –apretó su brazo con cariño—. Cariño, te protegeré. –agregó Brenda.

Rose sonrió. —Gracias por todo, Brenda.

—Oh, Rose, no me agradezcas. Me gusta verte feliz de vez en cuando. Y haré todo lo que esté a mí alcance para que sigas viviendo en esa preciosa historia de amor tuya.

—¿Historia de amor? –interrumpió una voz interrogante.

Rose sonrió sin sorprenderse.

Brenda gritó del susto, recibiendo una dura mirada de un profesor. Sonrojada se giró a Albus descubriendo la tranquilidad de su rostro, pues no parecía intimidarse por la fría mirada de la pelinegra. Por su parte, Rose tenía un semblante tranquilo, juzgó Brenda con una rápida mirada, suponiendo que ella estaba buscando una excusa para responder la incógnita de Albus Potter.

Brenda decidió hacer tiempo. —¡Albus! ¡Qué sorpresa! ¿Por qué nos privaste de tu presencia en el tren, Albus?

El tono de su pregunta era fingidamente interesado, con intensión que Albus lo notara.

—Fui solicitado con anticipación por ciertas personas, Brenda. Pero ya estoy aquí para ti –respondió Albus con galantería.

Brenda sonrió a su pesar. Cualquier persona que oyese a Albus podría creer conocerlo, tachándolo de petulante casanovas. No obstante, una afirmación como aquella estaba muy lejos de la verdad. El hijo varón menor de los Potter era un tímido muchacho, guapo e inteligente, quien no llegaba a segunda base con la facilidad que muchos pudiese pensar.

Él había heredado mucho de su padre, según le contó Rose hace años atrás.

—Gracias. Muchas gracias, Albus –dijo Brenda.

Albus suspiró cansado y miró a Rose. —¿Rose?

—Albus –contestó de inmediato la pelirroja, mirándolo.

—Me vas a contar a qué se refiere Brenda con tu "historia de amor" ¿verdad? –inquirió, viéndola con seriedad.

—Sí. Ella se refiere a una tontería, Albus. ¿Recuerdas al chico Green nieto de mis abuelos maternos? –Una vez su primo asintió, Rose prosiguió—. Bueno, hemos intercambiando cartas sin ninguna importancia. Aunque él lo ve de otra forma –contó, buscando un asiento en la larga mesa de su Casa.

Albus esquivó a una pareja de chicos de tercero y recuperó el ritmo de sus amigas. Frunciendo el ceño, inquirió: —¿Qué piensa él?

—Que ella se enamoró de él –contestó Brenda, interviniendo a favor de Rose—. Cuestión que aprovecho para burlarme de Rose –aseguró, observando con una sonrisa a su mejor amiga, quien hizo una mueca soltándose de agarre.

—¿Entiendes? Una tontería –aseguró Rose.

Albus se sentó y animó a las chicas a sentarse junto a él. Ellas así lo hicieron, sentándose una muy cerca de la otra. Brenda quedó en medio de los primos Potter-Weasley, para beneficio de Rose.

Con sus ojos azul cielo, la pelirroja paseó la mirada por la larga mesa. Calculó estar sentados muy cerca de la mitad, donde por costumbre se sentaban los tres desde su segundo año en el Colegio. Escuchó las interrogantes de su primo, pero no prestó mayor atención, dejó a Brenda la responsabilidad. No quería oír insultos innecesarios de Albus al noble de Mat Green, a quién tendría que escribir para pedirle el favor de encubrirla –aún sin saberlo–.

Rose suspiró ante sus siguientes pensamientos. ¿Cuándo cambió tanto? ¿Negar, ocultar, mentir? Ésa no era ella, o al menos, no la versión que tanto se dedicó a crear de sí misma tras El incidente que ocasionó la muerte de sus padres. Se removió incómoda en su asiento. Cuando la tragedia cubrió sus infantiles cuatro años de vida, decidió dedicar en cuerpo y alma a crear una imagen que orgulleciera a sus padres. Una imagen que ella sabía, no era real. Pero era efectiva, esencialmente alejaba a las personas a una distancia prudencial, protegiéndolas de salir heridas por quererla a ella, tal como ocurrió a sus padres.

—¿Rose? ¿Estás bien? –Rose captó la voz preocupada de Brenda—. Tienes nuevamente esa mirada de…

—Estoy bien, Brenda –aseguró, mintiendo con fuerza.

Este año, como cada año, esa oración la practicó frente al espejo de su habitación, durante el verano. Practicó porque necesitaba un respiro de todas aquellas miradas compasivas al acercarse un aniversario más. Suspiró con dolor, pues en mes y medio se cumpliría un nuevo año de ausencia por parte de sus padres. Trece años sin que ella y Hugo tuviesen una real figura materna regañándolos, y un verdadero padre comprándole helados. En cambio, su hermano y ella, tuvieron a un par de abuelos dentistas consintiéndolos sin azúcar en sus vidas.

Sonrió con suavidad y parpadeó rápidamente para evitar que de sus ojos nublados escapara alguna lágrima.

Al tiempo que pensaba en sus padres y en Hugo, paseó la mirada por la mesa de la Casa. Unos metros al sur se encontraba su hermano menor. El cabello llameante y rebelde de Hugo permitía ubicarlo con facilidad junto a sus compañeros de curso. Brillante, guapo, estudioso, el pelirrojo podía considerarse un bicho raro para los profesores, considerando el enorme parecido físico con su padre. No obstante, Hugo heredó los ojos y la disciplina de su madre; valiosas cualidades que le permitieron a Mcgonagall confiarle el título de Prefecto.

Privilegio que ella no logró, pese a sus notas.

—Llegan los de primero… -murmuró Brenda, señalando la puerta.

En parejas, los futuros estudiantes entraban al Gran Salón llenos de esperanzas y sueños. Desde el punto de vista de Rose, aquellos niños representaban la esencia pura del ser estudiante. El brillo en los ojos, la ansiedad en sus gestos, el sudor en sus manos… son solo algunas de las cualidades que todo estudiante Hogwarts posee para su primer año. Características que, lógicamente, ella no vivió. Con sinceridad ella puede decir que para su primer día de clases, odiaba Hogwarts intensamente. Empero, las palabras de su padrino, cambiaron su perspectiva respecto al enorme castillo.

Hogwarts es el mejor Colegio de Magia y Hechicería, Rosie. El gran poder interno del castillo te unirá a tus padres.

En aquel momento, a sus diez años, más lógica e impenetrable que ahora, no creyó las palabras del mismísimo Harry Potter. Pero aunque no cree en las conexiones extrasensoriales, su corazón no se resiste a creer en la posibilidad de sentir cierta emoción cuando logra puntos a su casa, gracias a su intelecto, o cuando anota puntos jugando quidditch –su única actividad no teórica. Cada cosa que hace tiene un único objetivo: sentirse cerca de su madre, en los estudios, y cerca de su padre, en el deporte. ¡Incluso lee Historia de Hogwarts y juega ajedrez, solo por ellos!

—Esa niña se parece a Keppler ¿verdad, Rose? Deben ser hermanos –habló Brenda consiguiendo –nuevamente– su atención.

—Discúlpame, Brenda. Me he distraído y no presté atención a tus palabras –murmuró Rose, sinceramente afligida al no dedicarle el merecido respeto como hablante a su amiga.

—Lo sé –rió con picardía—. Será por alguien que conozco… -susurró.

Rose tuvo la tentación de mirar hacia la mesa de profesores, pero no lo hizo. No estaba bien que hiciese eso, porque eso podría ser contraproducente. Con dificultad lograría apartar la mirada de los pulcros ojos de Andrew, su joven profesor de Defensa. Sin esfuerzo, el conseguía ese efecto en ella, abstraerla de la realidad para conducirla a un universo paralelo… un universo llamado: La Nada. Aquello era lo más curioso del asunto; en numerosas ocasiones había escuchado hablar a las adolescentes, principalmente a Brenda, que cuando te enamoras, la mirada de tu ser amado logra llevarte a un mundo hermoso donde todo es posible, un mundo cargado de colores y aromas celestiales. Basura poética, dijo en su momento, pero –inconscientemente– ella creyó en la posibilidad de aquello, y hoy siente genuina molestia pues no ha conseguido el maravilloso paralelismo universal del amor, apenas a conocido La Nada y el latir acelerado de su corazón, que cada vez se parece más a una reacción involuntaria de su cuerpo conocida como miedo.

Frunció el ceño al reflexionar ésto. ¿Cómo podía tener miedo de Andrew?, pensó. El guapo Andrew simbolizaba estabilidad, presencia, educación, elegancia, y belleza, en cada centímetro de piel y ser. Sus besos, embriagadores, y sus susurros invitaban a pensar en los bellos atardeceres naranjas y rojos, pacíficos. Cuando él le escribía, notaba en cada trazo un calor sofocante. Mas sin embargo, cuando Andrew solo se acercaba, sin tocarla ni susurrarle palabras poéticas, sentía el misterio rodeándolo. Un misterio que erizaba su piel.

¿Qué ocultaba Andrew? Su curiosidad la incitaba a averiguarlo.

De pronto, su mirada se detuvo en una persona en particular. En la mesa más distante a la suya, se hallaba Scorpius Malfoy, y, sin poderlo evitar, Rose hizo un chequeo del panorama que representaba su persona; guapo, no atlético, popular y brillante, Scorpius encarnaba al típico heredero millonario. No obstante, su sangre "pura" e "inmaculada" no tenía nada que ver con la avasallante personalidad del rubio con quien, ella tenía una cortes amistad; limitada a saludos, preguntas y respuestas cortas, o suaves reprimendas cuando el otro leía muy alto en la biblioteca, porque sí, Scorpius iba con frecuencia a la "Gran Sala de Libros". En aquel lugar con cierta frecuencia, más de lo que los nervios de James pudieran soportar en su momento, coincidían en horario y compartían, sin protestar, una mesa distante de los demás.

Con el paso de los meses, en su tercer año, lograron establecer sin palabras un pacto de no agresión. El tiempo en la biblioteca era mejor ocuparlo en los interesantísimos libros que ésta proveía a los más esmerados alumnos de Hogwarts. Al principio no fue fácil, pero conseguir la paz nunca lo es. Pero muy pronto lograron cultivar una amistad básica, relacionada con los estudios y la hora. ¿El motivo? Bueno, ambos carecían de un amigo o amiga lo bastante capacitado como para pasar largas horas leyendo y releyendo material adicional para sus clases. Es decir, que una forma retorcida su pacto les ayudó bastante.

Más de lo que cualquiera de los dos pudiera aceptar.

En el momento que iba a quitar su mirada, Scorpius la capturó infraganti. Inevitable sonrió una disculpa para con el joven, quien cortésmente contestó moviendo su cabeza ligeramente. Sin esperar más, Rose desvió sus ojos buscando algún nuevo objetivo, alguna distracción para evitar posar su mirada sobre Andrew en la mesa de profesores. No fue difícil encontrar un nuevo objetivo; cierta chica de la Casa de los Leones sentada en la mesa de Ravenclaw.

Ella era Daniela Green, una estudiante peculiar. Con una altura de aproximadamente metro y sesenta centímetros, cabello rojo muy lacio, y un cuerpo sofisticado, la joven de sexto era conocida por ser una popular rompe reglas sociales. Atlética, inteligente, así como directa, Daniela tenía una personalidad atrayente que, por extrañas razones, desde el año anterior ella empezaba a entender. Todo inicio gracias al quidditch, y de repente, la capacidad de labia de Daniela le permitió conocer su pasado y sus planes para el futuro. Después de aquella tranquila tarde de plática, ellas intercambiaron cartas en verano y Rose le comento con ligereza la muerte de sus padres.

Con cierta resistencia Rose apartó la mirada de la joven antes que ella lo notara. Sus pensamientos vagaron un poco entre ella y los chicos que la acompañaban en la mesa.

—¿Quién es él? –susurró Rose a su amiga Brenda.

Ella, sin mirarla, respondió: —Es el hermano pequeño de Arnold Riggs. Creo que…

—No, no él –interrumpió Rose, observando brevemente al niño de once años a quien Brenda se refería—. Estoy preguntando, Brenda, por aquél chico. El que está sentado junto a Daniela –le indicó.

—¿Quién? ¿Quién es Daniela? –interrogó, en medio de susurros, Brenda.

Rose resopló levemente. Olvidó que Brenda no conocía a Daniela.

—La chica pelirroja con un mechón azul en la mesa de Ravenclaw.

Brenda la ubicó rápidamente con esas características, y encontró al chico de quien hablaba Rose. Mentalmente hizo un esfuerzo en identificarlo, pero no pudo. No recordaba haber visto ese rostro en ninguna de las fiestas o salidas a Hogsmade.

—Es guapo. Pero no lo conozco. No recuerdo haberlo visto antes… -Brenda frunció el seño—. ¿Hogwarts permite estudiantes nuevos en años altos? –preguntó a su amiga—. Dime, Rose.

—Hay casos especiales, según creo. Pero debe ser un verdadero caso especial –informó la pelirroja, mirando sin disimulo al chico en cuestión—. ¿Cuál será su motivo?

Cuando Brenda abrió su boca para responder, la directora Mcgonagall atrajo la atención de todo el estudiantado presente. Inmediatamente, ambas se giraron hacia el frente para prestar atención al discurso tradicional de inicio de año. La antigua profesora y Exjefa de la Casa de Gryffindor, había cambiado mucho en los últimos años, según podía juzgar Rose. Su cabello ahora blanco como las nubes, se ocultaba en un retorcido, soberbio, moño tras su cabeza, y sobre ésta el sombrero negro daba un toque brujesco, tradicional en los disfraces de hechiceras usados por los muggles en Halloween. No obstante, había algo diferente, notó Rose; La túnica de Mcgonagall de este año no era negra, curiosamente, vestía de gris con pequeñísimos detalles negros.

Curioso…

—… Muchas cosas han pasado durante estas vacaciones. Todos ustedes recordarán los terribles acontecimientos que enlutan a este prestigioso Colegio de Magia y Hechicería. Además deben saber, mis alumnos, que el Ministerio está investigando a fondo el asunto, y han conseguido grandes hallazgos. El mismísimo Primer Ministro me aseguró esclarecer estos hechos tan lamentables –paseó la mirada por el lugar—. Solo quiero aclarar a ustedes que, contrario a lo expuesto en varios artículos de El Profeta, Hogwarts es un lugar seguro. Tanto la dirección como los profesores, estamos preparados para defenderlos de cualquier amenaza…

A partir de allí, la directora expuso una serie de detalles y previsiones para el nuevo año escolar. Además de exigir el cumplimiento de las normas, también pidió encarecidamente, respeto a los Prefectos de las Casa.

—… Y felicidades a los nuevos Prefectos. Sé que harán cumplir las normas de convivencia y seguridad a pie de la letra. –Rose notó cómo Mcgonagall puso sus ojos en su hermano—. Y antes de empezar a comer, debo darles un último anuncio. Los Premios Anuales de este año. –un susurró generalizado paseó el Gran Comedor—. Como indica la tradición, los elegidos deberían recibir sus nombramientos en una pulcra carta de parte de Hogwarts. Pero este año, las cosas se trataron de forma diferente; por medidas de seguridad, exigidas por el Ministerio de Magia, la tradición se rompió. Por tal motivo, nos vemos obligados a anunciar y felicitar a los Premios Anuales en este discurso público –nuevamente los susurros se desplazaron por la enorme habitación—. ¡Silencio, jóvenes! Sinceramente… –suspiró–. Como iba diciendo, la elección de este año fue… particular. Pero no era de extrañar, ciertamente. Los nuevos Premios Anuales de este año son… La señorita Rose Weasley y el señor Scorpius Malfoy. Felicidades, jóvenes. Espero que tomen este camino de responsabilidad y privilegios con la seriedad correspondiente.

En segundos, los estudiantes estallaron en aplausos y gritos de victoria. Muy especialmente en las dos Casas; tanto los Slytherin's y los Gryffindor's se encargaron de llenar el Gran Salón con su felicidad. Llamando a la calma, Mcgonagall finalizó sus discurso con unas últimas palabras de aliento respecto a los exámenes y dio paso al momento de comer, donde poco a poco los estudiantes se fueron calmando, aunque el ruido de conversaciones no cesó por completo. Tras ser felicitada por Brenda, Albus, Hugo y demás familiares, una serie de chicos y chicas de varias Casas le hicieron saber sus sentimientos. Incluida Daniela, quien la abrazó con fuerza y se retiró a buscar asiento sin mediar palabra con nadie. Rose estaba feliz, me lo merezco, no sé por qué se sorprenden todos, a lo que Brenda respondió –entre risas– con un Sí, Rose. No es ninguna sorpresa.

Antes de empezar a comer, Rose no pudo evitar mirar hacia la mesa de Sytherin's buscando a su pareja Premio Anual. Donde naturalmente, Scorpius no le dirigió la mirada; estaba coqueteando con una joven de quinto.

Naturalmente…

.

.

Después de terminar de comer, Rose se despidió de Brenda y de los demás presentes. Su amor propio quería descubrir el fruto de su esfuerzo, ser un Premio Anual. Con una sonrisa se encaminó hacia la torre especial que sería su hogar durante los próximos meses. Al iniciar su trayecto consiguió algunos chicos y chicas de grados menores todos, claro está. Varios la felicitaron desde la distancia, pero una niña de Ravenclaw la abrazó rápidamente y se fue. Rose recordó la jovencita. El año pasado la rescató de un malvado de chico, quien la aterrorizaba con un escorpión. Fue sencillo ahuyentar al abusador, obligándole a no acercarse a la chica de once años. Pero para la chiquilla, ella se convirtió en su héroe personal. Muchas veces le explicó lo ilógico de su afirmación, aunque la niña siguió firme en su calificación.

–.Heroína.–

Cruzó por otro pasillo, donde encontró a unos jóvenes Slytherin's, quienes la miraron con desprecio. Rose no se inmutó ante tal comportamiento, producto claramente de una inseguridad desmedida y una ausencia de personalidad incurable, juzgó. Sin interrumpir su trayecto, siguió caminando un poco más por el largo pasillo del quinto piso, deteniéndose casi al final de éste donde estaba la enorme estantería; su objetivo sobre la marcha.

Dicha estantería, años atrás reformada y reubicada, poseía fotos, medallas, cartas y otros objetos valiosos de distinguidos exestudiantes de Hogwarts. Los más destacables estaban en el lado superior izquierdo, allí se encontraban los Héroes de Guerra. Sin embargo, a Rose solo le importaba un punto en específico, más al Sur. Ahí un portarretrato dorado enmarcaba la foto de Hermione Granger, la mejor bruja de su generación. Con escasos veinte años de edad, la joven sonreía tímidamente a la cámara mágica. Rose sonrió en idéntica forma que su madre. Junto a este retrato se hallaba el de Ronald Weasley junto a su novia, Hermione. Distinguidos colaboradores de este Colegio, rezaba la inscripción. Más abajo, siguió mirando la pelirroja, había otras pequeñas fotos y recortes de artículos periodísticos sobre ambos, y además una foto del pequeño Ron Weasley a sus once años desempeñándose como la persona que realizó el mejor juego de ajedrez de todos los tiempos.

La humanidad de Rose salió a flote al tiempo que unas lágrimas escaparon de sus ojos.

Muchas personas en el Colegio, todos sus familiares y gran parte de la sociedad mágica, tenía recuerdos de sus padres. Juntos o separados, pero recuerdos al fin. Pero ella no tenía ninguno, se lamentó, las únicas imágenes respecto a sus padres correspondían a las formadas en su mente como consecuencia de las historias contadas por los demás. Sin embargo, la tragedia y la vida misma le privaron de la oportunidad de poseer un recuerdo propio, feliz y valioso, en el que sus padres, Hugo y ella fueran protagonistas.

Y recordar cómo matan a tus padres no cuenta…

—Sabía que vendrías a este lugar, Rosie –habló Hugo, no logrando sorprenderla con su presencia.

—Y yo sabía que vendrías, Hugo –contestó ella, borrando con el dorso de su mano las huellas realizadas por sus lágrimas.

Hugo se acercó hasta ella, parándose muy cerca. —Estarían orgullosos de nosotros ¿verdad?

—No lo sabremos nunca –estableció con su característica fría lógica.

—Sabes que sí –replicó Hugo sin parecer molesto por la brusca respuesta de su hermana—. En tu corazón sabes que nuestros padres estarían orgullosos de nuestros logros personales –aseguró mirándola de reojo, al tiempo que paseaba su mano por el delicado vidrio de la estantería.

Rose suspiró. —No es algo que yo pueda saber. Hugo –lo miró—, el corazón es un órgano torácico, hueco y muscular, de forma ovoide, que constituye el órgano principal en la circulación de la sangre. Obviamente, no es el encargado de proveer al ser humano información sobre acontecimientos o posiciones emocionales personales pertenecientes a una especulación subjetiva basada en un deseo cuestionable por la ciencia, y encima de todo no pertenecientes a la línea de tiempo presente.

Hugo resopló una risa, para disgusto de la pelirroja. —Sabes a qué me refiero.

—Sí, definitivamente conozco tus anhelos personales que cuestionan una y otra vez la realidad.

—Es decir, que tras mi disciplina inteligente soy un ser humano emocional. –se burló Hugo.

—Una conducta ilógica, pero erradicable con esfuerzo –aseveró Rose, observando nuevamente el retrato de su madre.

El pelirrojo de quince años sonrió al retrato de su madre. Quitó su mano del vidrio y miró a Rose con una sonrisa brillándole tanto en la boca como en sus ojos castaños. —¿No me vas a decir que quite la mano porque podría romper el vidrio?

—Decírtelo ahora es innecesario, Hugo. Por tus propios medios has quitado la mano del vidrio que rodea la estantería, claramente has razonado la cuestión.

Hugo regresó su mano al vidrio. —¿Y ahora? ¿Me lo vas a decir, Premio Anual?

—Tu comportamiento deja mucho que desear de un Prefecto, hermano. Pero te responderé; no, no pienso decírtelo.

—¿Por qué? –frunció el ceño el pelirrojo.

—Porque obviamente la profesora Mcgonagall no ordenaría la construcción de una estantería como ésta –la señaló—, usando un vidrio de baja calidad, es decir, rompible. Según sé, se uso un presupuesto apretado para la modernización de este pequeño espacio pero, después de…

—La versión corta, Rose –retó Hugo, rodando sus ojos—. Por favor, la corta.

—Está bien –respondió la aludida sin sentirse ofendida—. Este vidrio parece frágil, pero es irrompible y está hechizado por una estela protectora que desconozco –resumió, ahora viendo el vidrio con detenimiento.

Hugo quitó su mano con brusquedad, para concentrarse ahora en detallar el vidrio junto a su hermana. —¿Cómo lo sabes? –susurró su pregunta, como si creyera que había alguna cámara oculta en el mismísimo vidrio.

—En mi primer año intenté romperlo.

—¿Q-Qué? ¿¡Qué intentaste qué!

El gritó de Hugo no exaltó a la pelirroja. Sin dejar de mirar el vidrio le explicó la situación respecto a lo acontecido años atrás. Rose hizo comprender a su hermano la enorme curiosidad que causó aquél vidrio en ella, a tal punto, que violentó varias normas –muchísimas, realidad– para intentar comprender su composición. Pero su infructuosa investigación no la llevó a ningún sitio, solo al despacho de la enfurecida Directora.

—¿Qué dijo Mcgonagall de esto? –preguntó Hugo, ligeramente divertido.

—Algo realmente incoherente. Suspiró y me dijo: Sinceramente la combinación de los genes Granger y Weasley nos traerá problemas. No me quiero imaginar cuando llegue su hermano a este Colegio, señorita.

Hugo soltó una sonora carcajada, antes de abrazar con fuerza a su hermana, quien quedó perpleja por su reacción.

.

.

Minutos después, Rose llegó hasta la Sala Común del Premio Anual. No necesitó usar palabra mágica porque el retrato le permitió entrar como si la identificara. Esto último extraño a Rose, especialmente por la mirada desdeñosa dedicada por parte del hombre del retrato. Su intención era subir a su habitación, donde debieran estar ya sus cosas, no obstante, al entrar a la Sala Común vio a su compañero de función, Scorpius Malfoy.

Dándole la espalda a la entrada, el rubio estaba sentado en el enorme sillón marrón. Desde su posición Rose no veía el rostro de él, pero parecía estar observando el fuego de la chimenea con mucho interés. Las llamas entre doradas y verdes centellaban con fuerza enviando unos toques de luz muy contrastante con la fría pared de roca. Incluso las ventanas tenían unos vitrales cuyos paisajes o personajes se movían y sin necesitar luz externa, parecían brillar por sí mismos. Sin embargo, aquella muestra de fina decoración no parecía capturar la atención del rubio.

Sintiéndose irrespetuosa, Rose se apresuró a saludar tal como la norma indica. Quien llega a una habitación, saluda.

—Buena noche, Malfoy.

—Weasley.

Producto de aquella respuesta, se detuvo a razonar brevísimos instantes e identifico el problema; no se conocían, por eso no había un real respeto entre ellos. Para el minuto siguiente, Rose decidió en lo inmediato caminar hacia su compañero de Sala. Se paró frente al sofá y extendió su mano a una altura aproximada de su propia cintura y la cabeza del rubio. Éste, muy inquieto, levantó su mirada del ardiente fuego hacia el rostro de Rose, quien notó el desconcierto de él.

—Mucho gusto. Rose Weasley.

El rubio frunció el ceño. —Ya nos conocemos, Weasley. Tenemos años conviviendo, teniendo las mismas clases –habló tosco.

Rose sonrió de forma condescendiente, y preguntó: —¿Sabes cuál es mi color favorito?

—Eh… No. Claro que no. ¿Por qué…?

—Te estoy dando un ejemplo de mi punto siguiente, punto por el cuál has respondido mi saludo de una forma irrespetuosa. –sonrió para luego decir—: No nos conocemos realmente, Malfoy –aseguró.

—¿Y eso hace falta? –replicó rudamente, sonriendo de forma burlona—. No sé cómo estarás de amigos, Weasley, pero yo no necesito más. Tengo los suficientes.

Rose bajó la mano sin inmutarse con sus bruscas palabras. —Nadie tiene amigos, Malfoy. Solo tenemos compañeros útiles y confiables para algunos instantes buenos, y otros –quizá– para los momentos malos. Nunca los mismos –dijo con voz crítica, mirándolo fijamente.

—Eres inquietante –calificó Malfoy, tras varios minutos de silencio.

—No lo sabes. No puedes calificarme sin conocerme, Malfoy. Porque yo podría calificarte como un mujeriego, sinvergüenza, guapo y sin aspiraciones (conocidas, claro) para el futuro. Pero no, no lo hago porque es antiético –dijo con tranquilidad.

Malfoy sonrió de lado. —¿Guapo? Sabía que no podías ser inmune a mis encantos.

—Me falto decir egocéntrico. Y esa cualidad, si puedo comprobarla por tu última oración –contestó la pelirroja, ahora observando alrededor, no por miedo, sino por verdadera curiosidad.

—Tienes garras, Weasley. Me gusta –se acercó con un tono sugerente, como el usado por James para sus conquistas semanales, pensó la pelirroja.

—¿Garras? –Rose preguntó, regresando su mirada a su compañero de cargo—. Es solo una expresión ¿verdad?

Malfoy la miró fijamente largos segundos. Rose tenía cierto conocimiento sobre el lenguaje del cuerpo, por lo tanto, bien podría decir que el rubio estaba recordando algo importante mientras la observaba, sinceramente, de una forma evaluativa. Aún con este conocimiento, no se atrevió a quitar su mirada de los fríos ojos grises.

—De acuerdo. Será un placer conocerte, Weasley –dijo, extendió su mano hacia ella—. Mucho gusto. Scorpius Malfoy.

Si Rose fuera una persona NO-racional, ella pudiese percatarse del ligero cosquilleo de aviso que lanzaba su cuerpo, pero la vida también la privó con la habilidad natural de hacer caso a sus instintos, e identificarlos correctamente.

Extendió su mano, estrechándola con la del rubio. —Mucho gusto. Rose Weasley.

—¿Y ahora qué? ¿Nos abrazamos, charlamos un rato? –bromeó, alejándose un poco.

—No. Las relaciones humanas deben progresar a largo plazo y por sí solas –dijo con una sonrisa ligera—. Mi único objetivo de la noche ha sido alcanzado. Buena noche –se giró hacia las escaleras.

—¿Te vas, Weasley? Y yo que pensé que íbamos a estrechar lazos –habló burlonamente Malfoy sentándose en el sillón.

—Buena noche, Malfoy. Por cierto… -el rubio la miró—, no tengo un color favorito.

Mientras subía las escaleras, Rose escuchó la risa magnética de Malfoy.

.

y el príncipe desea La Corona.

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&. Parte II.

Una vez arreglado y vestido con su túnica, Scorpius guardó el anillo en el bolsillo de su pantalón, salió de su habitación. Necesitaba despejar su mente, respirar profundo, e intentar, por enésima vez esa hora, borrar de su mente el rostro de Amanda Jord, su última conquista del anterior período escolar. La chica mejor conocida como la estudiante encontrada muerta en el.

Expulsó de su cuerpo una fuerte bocarada de aire.

Y sin rapidez bajó las escaleras de su torre. Todavía era temprano, muy temprano de hecho, y de seguro no encontraría a nadie en su camino o en su destino. Ni siquiera a Rose Weasley.

Rose Weasley…

Llevaban escasas cuatro semanas conviviendo, conocía pocos pequeños detalles de la pelirroja, pero sabía que ni siquiera ella se levantaría a las cinco y media de la mañana un lunes. Contrario a lo que muchos pudiesen creer, Rose Weasley odiaba los lunes. A tal punto, que la señorita no desayunaba ese día y llegaba a la primera hora de clases junto detrás del profesor de turno. –Detalle importante para su investigación personal. Cuestión que no estaba seguro por qué lo hacía.

Silbó con satisfacción cuando llegó a la Sala Común descubrirla sola. Efectivamente, Weasley no estaba ahí.

Sonriente, caminó hacia el retrato de la salida, mas una vez afuera, la realidad lo golpeó de nuevo; es decir, recordó a la rubia Amanda Jord. La recordó en todo su esplendor como mujer –cuando llegaba al Climax–, y sin quererlo, también vino a su mente la tez purpureada y sus ojos negros, sin brillo, del día de su muerte.

¿Por qué no podía olvidarla?, se preguntó; después de todo su affaier no significó nada. Ambos lo dejaron claro la primera vez que se acostaron juntos, y a partir de ahí fueron oportunidades comunes y encuentros ocasionales, es decir, si se daba la situación, desataban el deseo de morir por varios segundos para lanzarse desde las nubes después. Fumaron juntos dos veces y compartieron un trago de güisqui una vez, sí, pero eso nos los enlazó, no se comprometieron en ningún sentido. No intercambiaron nada, aparte de uno o dos tipos de fluidos humanos, mas nunca hablaron. En síntesis, no se conocieron.

Entonces, ¿por qué la tenía tan presente?

Ella lo terminó, él lo tomó bien. Fue de una forma serena, acordado por ambos después de la última sesión de sexo. Nadie lo sabrá porque nada ocurrió, le dijo ella. Mas sin embargo, su traicionera mente lo inquietaba cada tanto con alguna imagen o sonido de Amanda que casi siempre tenía un tras fondo irracional, pues él no recordaba sus besos, sus gemidos, ni mucho menos la textura de su piel, sedosa o rústica. En cambio, sus recuerdos siempre se dirigían a un solo punto inquietante: intentar inculparlo de su muerte.

Y justo ahí nacía lo irracional, pues él no tenía nada que ver con su muerte.

Aun cuando se sospechara de un suicidio.

Según el Ministerio y el Diario "EL PROFETA", Amanda Jord se suicidó. Pero esto era difícil de creer para él. De todas las personas a quien conocía, Amanda no encajaba con el tipo de persona capaz de terminar rudamente su propia vida. Su patrón de personalidad no se ajustaba. Amanda era fuerte, decidida, directa. Solo había que razonar su sagacidad para acercársele, seducirlo e inducirlo a usarse –mutuamente– para conseguir el placer máximo. Ella lo buscó, consiguió, y terminó. Una persona así no podría suicidarse; Amanda no pudo suicidarse.

¿O sí?

Scorpius paseó su mirada por el pasillo. Varios retratos aún dormían, incluso una esbelta mujer de cabello negro, roncaba. Esto último le sacó una sonrisa, puesto que dicho retrato, en repetidas ocasiones, altiva y grosera, miraba de forma despectiva a los estudiantes quienes se acercaban a murmurarle piropos y palabras morbosas ante su belleza. Y allí estaba ella, la estirada mujer… roncando en medio de un pasillo.

—Las apariencias engañan…

Y sin esforzase en evitarlo, pensó –una vez más– en la pelirroja Rose Weasley.

La pelirroja ocupaba sus pensamientos raras veces al día, pero lo hacía. Pensar en ella lograba distraerlo lo suficiente como para olvidar a su última querida. Bueno, en realidad, Weasley funcionaba como un calmante de poca intensidad, ya que en las noches la rubia invadía sus pensamientos y sueños, convirtiendo éstos en pesadillas. Mientras durante el día, las pesadillas las lograba nublar Rose Weasley con su rojo cabello.

Es decir, sus pensamientos titilaban entre Amanda y Rose. Dos fuerza opuestas.

Cuando su mente maquinaba sobre su compañera de cargo tenía un solo objetivo –aparte de olvidar a Amanda–: intentar entenderla; detalle curioso, porque hace dos años su padre le explico lo imposible de entender a la mujer. Pero Rose era diferente. Y no era una exageración. Realmente, la mente de la pelirroja funcionaba bajo parámetros que obviamente ningún hombre razonaría, pero también ninguna mujer usaría jamás.

En definitiva, según sus últimas observaciones –por razones estrictamente didácticas– Rose no razonaba como una persona –específicamente una mujer– razonaría.

Siendo una anormalidad, la pelirroja seguía su propio sentido.

Si algún profesor ofrecía a los estudiantes decidir alguna cuestión, cuyas opciones generalmente son: –Sí o –No, ella preguntaba: –¿por qué? Justamente, el jueves anterior ocurrió esta situación con el profesor Binns, quien intentó explicarse sin lograr convencer a Weasley. ¿Resultado? Al final, el profesor aceptó el –Sí– de la mayoría.

Rose Weasley era, en conclusión, una anormalidad. Cosa que sabía desde hace años; no por nada llevaba más de seis años estudiando con ella, teniendo las mismas clases y comiendo en el mismo Gran Comedor. Él había podido verla, distinguirla y calificarla; catalogarla incluso. Sin embargo, después de que ella se acercara el primer día del nuevo año escolar a presentársele, todo cambió. Porque nunca creyó incluir una osadía como ésa en una oración relaciona con Rose Weasley.

Simplemente toda la vida consideró a la pelirroja como una chica atípica, bonita, ñoña con poca personalidad. Pero, ahora solo estaba seguro de las tres primeras características… de la última ya no creía igual.

De una forma antinatural, Rose Weasley atrajo su atención.

¿Y eso era bueno, o malo?

.

.

A media mañana, Scorpius ya estaba arto de las clases. Ver y oír al profesor de Historia llegaba a un punto detestable luego de tres horas seguidas sentado sobre los incómodos asientos. Además, esta clase la veía con los Ravenclaw, cosa que lo irritaba enormemente por dos razones: primero, ellos siempre son altaneros, pedantes, ñoños; y segundo, a esta Casa pertenecía Amanda.

Si sumaba todos los segundos que invirtió durante la clase en pensar sobre Amanda, la suma sería de unos cuarenta a cuarenta y cinco minutos. En ese tiempo deliberó sobre su pasado, sobre su acercamiento a él, sobre su primer encuentro,… sobre el día que la encontró muerta en un vagón del tren.

Suspirando, calificó de torpe la inversión de sus minutos. Pudiendo pensar en las morenas de la clase…

Abrió y cerró sus ojos en un intentó –inútil– de borrar las imágenes que su cerebro reproducía una y otra vez.

Al finalizar la clase, salió del salón anhelando llegar con prontitud a su destino: la biblioteca.

Las siguientes dos horas las tenía libre según el horario y las usaría en buscar información sobre cierto objeto guardado en su bolsillo; el anillo. Una vez dentro de la biblioteca, fue hacia las estanterías del Este. Según su mapa mental, en esta sección podría conseguir uno o dos libros referentes a objetos mágicos. Al menos, por ahora, ese era el plan A, pues su otra opción era la Sección Prohibida, cosa que durante el día estaba descartada.

Necesitaba en este instante distraerse. Dejar de cavilar respecto a Amanda. Ya. Ahora mismo.

Sin fatigarse con la búsqueda consiguió, en pocos minutos, los posibles libros que le ayudarían en su pesquisa. Tomó los tres textos y se dirigió a buscar una mesa donde trabajar tranquilo. Una vez instalado, abrió el primer libro, el más pequeño. Sus tapas eran de un color azul eléctrico y su lomo poseía un fondo gris, mientras el título brillaba con prolija letra antigua en color rojo sangre, como la que encontraron en la camisa de Amanda.

Gruñó en su pecho. ¿A caso todo en su vida debía relacionarlo inmediatamente con Amanda Jord y su extraña muerte?

Al no conocer la respuesta, volvió a gruñir.

Haciendo un enorme esfuerzo, buscó la forma de concentrarse en el libro y en la descripción detallada de objetos que poseía. Lo más natural sería buscar en el índice la fotografía del objeto en la sección –A, pero aquello acortaría su tiempo de lectura y no podía permitírselo, no cuando adoraba tanto leer.

Poco a poco, leyendo con cuidado, fue consumiendo de forma adictiva la información aportaba por el texto. Aunque fuese información irrelevante para su averiguación –no había datos sobre un anillo con un enorme rubí y un extraño diseño alrededor de la gema–. Después de terminar de leer, abandonó el material en la mesa y tomó el siguiente libro; el doble de grande que el anterior, pero más delgado en la cantidad de hojas. Antes de llegar a la cuarta hoja, dejó sobre la mesa el manual. En éste, el autor no proveía detalles minuciosos sobre los objetos ni relataba el origen, tal como hacía el autor del libro anterior. Y por si fuera poco, solo unos objetos, casualmente los más conocidos, poseían ilustración.

Por tanto el epítome era inútil.

Ligeramente molesto por la búsqueda, de momento, infructuosa, tomó el último libro. De un color arena, diseño en alto relieve, nombre en Ruso. El libro daba el aspecto de poseer verdaderos misterios en su interior, pensó Scorpius, esperando que esto fuese real.

Minutos después, estaba inmerso en minuciosas explicaciones sobre objetos misteriosos y sus leyendas. Muchos de aquellos objetos, como la Piedra de La Rana Reina, o el Soldado Naranja, señalaban sus orígenes en antiguos pueblos del Noroeste de Europa. Las imágenes eran claras, las descripciones muy específicas y los mitos correctamente detallados, en todos los objetos. Pero todavía no conseguía nada sobre el anillo de rubí.

Nada. Según relataba este libro, hoy por hoy existen solo tres tipos de anillos mágicos conocidos: el brillante Anillo de Kortia; el Anillo del Manto; y el Anillo del Héroe; éste último, maldito por una vieja tribu de magos en la primera década Post-Merlín. Es decir, no había mención a un anillo como el enviado a él, el primer día del nuevo curso.

—¿Lectura entretenida? –preguntó Rose Weasley, sorprendiéndolo al sentarse frente a él.

Sin embargo, Scorpius fingió no perder su tranquilidad.

—Eso es relativo. –dijo vagamente—. ¿Necesitas algo, Weasley?

Habló en tono bajo, tal como la pelirroja lo hizo. Ninguno tenía intención de ser expulsado de la biblioteca, supuso.

—¿Por qué lees "Leyendas del Misterio"? –preguntó Rose, ignorando la pregunta formulada por él.

—Tal como has señalado hace un momento, Weasley. Es solo una lectura entretenida –mintió con la naturalidad adquirida a través de la práctica.

—¿Y necesitabas entretenerte con tres libros sobre objetos mágicos? –inquirió Rose resueltamente, al tiempo que observaba someramente los otros dos libros abandonados en la mesa.

Scorpius frunció el ceño.

—¿Te han dicho lo entrometida que eres, Weasley? No creo ser el primero en notar esta cualidad tuya. Seguro que hubo otros. –replicó con acidez; requería desviar el tema. Si bien cada palabra la dijo con sinceridad.

—Sí me lo han dicho. Pero mi hermano lo llama cualidad Granger –sonrió ligeramente—. Aunque tranquilo, no incitaré tu inseguridad para enfrentar un momento de incomodidad. He venido aquí con una razón…

—¿Has dicho que yo…?

—… aparentemente Mcgonagall quiere vernos para el final de la tarde, Malfoy –terminó ella sin escuchar su interrupción.

—¿Acabas de decir que yo estoy incómodo, Weasley? –preguntó fríamente, dejando el libro sobre la mesa para recostarse sobre la mesa.

—No, no acabo de hablar sobre eso. En realidad, hablé de tu inseguridad al momento de enfrentar un instante de incomodidad, hace un rato. Lo último que dije fue…

—Sé realmente qué fue lo último que dijiste, Weasley. –gruñó con fuerza, quizá con una burbujeante rabia hirviendo en él—. Pero quiero saber cómo te atreves a señalar que estoy incómodo cuando no es cierto.

Rose sonrió condescendientemente. —Intentar cambiar de tema, hablar de forma despótica, reaccionar ante el señalamiento sobre la incomodidad, son las conocidas señales. –Ella ladeó ligeramente su cabeza, logrando que el cabello de su coleta cayera hacia el lado izquierdo de su cuerpo, justo sobre su hombro—. Incomodidad que, por cierto, no sabes manejar bien. Deduzco que tienes poca experiencia en este campo. Admirable.

Admirable podría ser un cumplido, pero decididamente en la boca de Rose Weasley y en el contexto que se dio, no sonaba como cumplido alguno.

—Eres realmente…

—Atacar nuevamente al interlocutor es otro reflejo de incomodidad humana –señaló Rose, tomando para sí uno de los libros de la mesa.

Irracionalmente, Scorpius se lo arrebató de las manos. Si su madre viera esa falta de educación para con una mujer… Pero Rose Weasley no era una mujer, intentó excusarse.

—Ni siquiera te atrevas a señalarme cómo arrebatarte un objeto se refiere a otra característica natural de una persona incómoda. Porque que no es así –gruñó Scorpius, rechinando los dientes después de hablar y cerrando sus ojos con fuerza, buscando desaparecer a la pelirroja.

—Respetaré tu decisión –contestó Rose.

Durante veinte segundos, veinte maravillosos segundos de paz en la biblioteca, Scorpius creyó haber conseguido acallar a la pelirroja irritante.

—Aunque es evidente tu incomodidad –musitó Rose, justo en el momento que él abrió sus ojos.

Scorpius soltó el libro –el que arrebató de las manos de Rose– y tras soltar un improperio, gritó:

—¡No estoy incómodo!

De inmediato las personas que se hallaban en la biblioteca, entre veinte y treinta, lo acallaron con el típico: shhh.

Scorpius intentó respirar profundo, y al no funcionar, lo intentó nuevamente.

Frente a él, la pelirroja lo observaba atenta, serena, casi curiosa. Al mirarla a los ojos, Scorpius notó el peculiar brillo que adquiría el azul en sus orbes; el cambio era muy, muy notable, podía señalar. Evaluando su mirada, él poco a poco se calmó.

Era como ver el horizonte, la fina línea entre el cielo y el mar.

—Ahora te he enfurecido. –afirmó la pelirroja, mirándolo fijamente.

Apenas se notaba que estuviese respirando, sus ojos parpadeaban con menos frecuencia de lo normal y sus fosas nasales no se movían. Bajando un poco más abajo su mirada, Scorpius notó la línea delgada que formaba su boca, apenas con una sutil curvatura en el labio inferior. Y descendiendo más, detalló unas incuantificables pecas sobre la poca piel exhibida en su cuello blanco. Osado, Scorpius bajó todavía más su mirada, notando en consecuencia la suave prominencia de su camisa a la altura de sus pechos. Pero hasta ahí pudo evaluar, no por voluntad propia, resulta que la túnica y la mesa ocultaban un amplio –e importante– paisaje.

Bueno, Rose físicamente sí es una mujer.

—¿Qué es lo que quieres? –preguntó tosco. Su evaluación a la pelirroja no tenía razón de ser…

—Recordarte la reunión de esta tarde. En la oficina de la Directora, exactamente a las cuatro y media, señaló Mcgonagall –dijo Rose, todavía con su mirada puesta en él.

—De acuerdo. Ahí estaré –aceptó, aunque dudaba poder cumplir su palabra.

Casualmente a las cuatro tenía cierta importantísima reunión con una Slytherin de quinto.

—¿Algo más? –preguntó sonriente. Su lívido estaba activándose al imaginar las curvas a explorar esa misma tarde.

Rose sonrió también, quizá creyendo que su sonrisa era para con ella. ¡Ingenua!

—¿Acaso no entrabas a Pociones hace diez minutos? –inquirió la pelirroja.

Scorpius abrió sus ojos ampliamente. Pociones. Él tenía pociones en su horario a las… miró su reloj, justo hace diez minutos. Se levantó abruptamente, mientras Rose se levantaba con calma y guardaba su silla bajo la mesa.

—Weasley, ¿podrías llevar estos libros por mí a la estantería? –sonrió con prisa, pero cuidando de usar su galantería.

La pelirroja levantó su mirada; allí creyó ver Scorpius un deje travieso.

—No—.

Su rotundidad lo sorprendió. —¿Qué has dicho?

Ninguna mujer –en edad conquistable; de quince a veinticinco años– le negaba algo cuando él usaba su sonrisa perezosa.

Ninguna.

—He dicho que no, Malfoy. La palabra –No- es una partícula de negación absoluta. –expresó Rose en forma soberbia.

Frunció el ceño. —¿Y por qué rayos tú no…? Ah, ya entiendo. –Y realmente lo comprendió al instante, no por nada era brillante y astuto—. Lo hiciste apropósito. Llegar hasta aquí, distraerme, ahora no hacer un favor… Pero la pregunta es: ¿por qué?

Rose sonrió genuinamente.

—En años anteriores no éramos amigos, Malfoy. Pero ahora sí. Bueno, amigos no, pero sí intentamos conocernos más. Y esta es mi forma de decir: no te metas conmigo. –dijo—. Recuerdas tu "broma" en cuarto año…

Scorpius tuvo que realizar un enorme esfuerzo para recordar algo de ese año. A su mente llegó la imagen de su primera noche de sexo, el sabor del güisqui de fuego, y su primera sumersión al cigarrillo.

—No. Hice muchísimas bromas ese año, Weasley. Tendrás que ser más específica –sonrió condescendientemente.

Ella hizo lo mismo. —Hiciste que mi poción no funcionara como debía, ocasionando que explotara una vez el profesor fue a verificar el horrible aroma a pollo rancio –explicó con detalles, al tiempo que su rostro se arrugaba con molestia.

Scorpius recordó al instante, obligándolo a reír con soltura. Esto último, notó, impresionó a varios y varias personas que allí se encontraban. Él rara vez reía limpiamente en público, mucho menos ocasionado por una dama. Eso debió ser raro para ellos…

Y para él también, se dijo.

—Aquello fue una broma tonta, Weasley. Y sinceramente muy, pero muy vieja. Fue hace años –exageró en voz baja. Aunque estaba retrasado para su clase de Pociones, no quería un escándalo al ser expulsado de la biblioteca.

—Lo sé. Incluso a mí me desagrada esta penosa actuación, pero fue un impulso innegable que surgió en mi mente –negó con su cabeza, casi como intentara reprenderse.

—Tu actitud es infantil, Weasley. Acéptalo –retó Scorpius.

Rose tomó el cabello de su coleta y lo llevó hacia atrás. Este movimiento permitió a Scorpius ver con descaro dos centímetros –aproximadamente– más de pecosa piel en su cuello.

¿Todo su cuello tendría pecas?, se preguntó con morbosidad.

—Sí, lo aceptó. Pero ni siquiera yo estoy más allá de un anhelo de venganza. –dijo Rose, sonriendo.

—¿Ni siquiera tú? –preguntó repitiendo sus palabras.

—Malfoy, sé que todos me ven como una anormalidad por mi incapacidad de no expresar abiertamente mi raciocinio desmesurado. –habló Rose con naturalidad, sin mostrarse –para sorpresa de Scorpius– inquieta por ello.

Extrañamente sintió la agitación de mostrarse sensible frente a una mujer.

—No creo que todos… -empezó a decir Scorpius.

—Todos –interrumpió con seguridad—. Incluyo a directivos, profesores, empleados, elfos, estudiantes, familiares… Todos. Tú –lo miró sin dolor—. Bueno, me corrijo. No todos, debe haber unos diez o quince estudiantes con quienes nunca he hablado, y unos treinta o más, para quienes no existo. Para ellos no debo ser una anormalidad –especuló la pelirroja, dejándolo a él perplejo.

—Vaya –fue lo único que Scorpius se atrevió a decir.

Rose ladeó ligeramente su cabeza, y dijo:

—Nuevamente te he incomodado.

Sonriendo perezosamente, él contestó: —A mí nada ni nadie me incomoda, Weasley –pero antes que ella pudiera replicar, preguntó otra cosa—: ¿Te vengas de tus pseudo-amigos muy seguido?

—Oh, nuevamente cambias de tema abruptamente. De acuerdo. –sonrió—. Solo una vez a cada uno. Es una norma general –contestó Rose, moviéndose.

Ahí fue cuando Scorpius notó que Rose descansaba su peso sobre su pierna derecha hasta hace un rato, pero hace unos segundos, cambió de pierna. Piernas que quedaron ocultas a sus ojos, tras la túnica larga.

Malo. Malo.

—Eres inquietante, Rose Weasley –concluyó Scorpius, mirándola con una sonrisa.

—Me lo han dicho, Malfoy –Rose miró su reloj de pulsera—. ¿No vas a clase? –preguntó con una sonrisa inocente.

—Ya no. No tiene sentido. El profesor no me…

—De acuerdo. Nos vemos en la reunión esta tarde, Malfoy. No lo olvides; en la oficina de Mcgonagall a las cuatro y media. Sé puntual, por favor –dijo seriamente, dando media vuelta para alejarse de allí.

Scorpius no alcanzó a despedirse, pues sin esperar respuesta, Rose Weasley se marchó. Incluso tuvo el atrevimiento de cortar su –innecesaria– explicación. Acción que lo molesto.

Ante la vista atenta de varios curiosos, él no tuvo mayor remedio que sentarse y fingir leer uno de sus libros una vez abierto. Escuetamente cada molesta mirada dejó de estar sobre él, permitiéndose así poder reflexionar sobre los últimos minutos con Rose Weasley.

—Anormalidad… -murmuró a nadie en particular.

Ella sabía cómo era tildada por los demás, mas no parecía importarle en lo más mínimo.

De acuerdo, Weasley no solo era inquietante, irritante, pretenciosa, condenadamente honesta, muy racional y relativamente ñoña; podía concluir también que tenía personalidad. Una personalidad muy peculiar, agregó para sí. Completamente… atípica. Cualidad que sí acertó en su compañera desde el principio.

Sonrió de lado, cerrando su libro y tomándolos todos. Al estar de pie, de camino a la estantería, otros pensamientos lo asaltaron. Pensamientos que borraron su sonrisa.

Durante la conversación con Rose varias cosas acontecieron. Primero, en ningún momento pensó en Amanda Jord –hasta ahora–. Segundo, ella logró remover variadas partes de su personalidad, generalmente ocultas –como su irritabilidad, su risa, su molestia–. Tercero, en repetidas ocasiones tildó a Rose Weasley –para sí– como atractiva.

Silbó asombrado –ganándose una mala mirada de una chiquilla, en la mesa más cercana– porque sus pensamientos en conjunto daban miedo.

¿Qué más podía lograr en él la pelirroja?

.

.

—Debe ser virgen –aseguró Edward Fox, tras masticar un trozo de torta de melaza.

—¿Quién? –inquirió Scorpius, a su mejor amigo.

Edward contestó: —Rose Weasley. Probablemente la última virgen de nuestra generación.

Scorpius no contradijo a su amigo. Con honestidad él podía concluir lo mismo. Pensó en eso, una vez salió de la biblioteca tras "hablar" con ella. Intentó pensar con perversión en el cuerpo de la pelirroja, pero no logró imaginarla en bruscas posturas sexuales. Rose Weasley irradiaba inocencia, aún detrás de aquella imagen pedante y honesta, cualquiera podía notar su inocencia.

En definitiva, su amigo tenía razón: Rose debía ser la última virgen de su generación.

—Seguramente -contestó ambiguamente.

—¿Tú crees que alguien haga algún movimiento al respecto y a corto plazo? –preguntó Edward.

—¿Interesado en hacerlo, acaso?

—Es bonita. –declaró Edward, mirándolo con picardía—. Pero no me manejo bien con las vírgenes, Scorpius. Prefiero las expertas y pasionales –afirmó.

Scorpius no pudo evitar reír.

Paseó la mirada por el Gran Salón. A esta hora disfrutaba comer, sin el alboroto de las grandes masas. Prefería degustar su almuerzo en la paz que representaba solo quince estudiantes, pero en la compañía de su confiable amigo; Edward Fox. El heredero de Inversiones Fox, una compañía mágica encargada en invertir en valiosísimos inventos que siempre terminan como mina de oro para Martin Fox, padre del susodicho amigo.

—¿Y tú no estás interesado? –inquirió Edward, sacándolo de su reflexión.

—¿En Rose Weasley? –Edward asintió—. Sí, claro, muy bonita. Pero su mente…

Edward rió con sinceridad. —Ah, claro. Tu altercado…

—¿Tienes idea de lo que es sufrir la venganza de una joven de diecisiete años por un acontecimiento de hace tres años? –inquirió Scorpius—. No, no sabes.

Ambos comieron en silencio en los siguientes minutos. Scorpius arrugó la cara, otra imagen de Amanda llegó a su mente.

—Puede que sea apasionada. –habló Edward, al tiempo que bebía jugo—. A Rose Weasley, me refiero. Considerando esa travesura suya…

—Venganza –corrigió Scorpius inconscientemente, recordando el rostro severo del profesor cuando lo abordó después de finalizar la clase.

—Scorpius, a eso no se le puede llamar venganza. Incluso, no creo posible incluir a Rose Weasley y venganza en la misma oración –dijo el castaño, casualmente parafraseando sus propias palabras.

Scorpius sonrió.

—¿Y? ¿Qué importa que sea apasionada? Manejar a una virgen no debe ser fácil… Ellas tienden a ver amor eterno donde no lo hay y donde lo habrá –aseveró él a su castaño amigo.

—Pero, quizá quitarle su virginidad sea un favor para ambas partes –contestó Edward.

Extrañamente, él no dijo nada. Pero en su interior hubo un choque de valores, por llamarlo de alguna forma. Por una parte su herencia –la parte de su madre– le impedía calificar el significado de la oración como bueno. Pero, la otra parte, no dudaba en gritar –¡Hurra!– a la sola idea. No podía negarlo; imaginar el lacio cabello pelirrojo de Weasley esparcido por unas sábanas de satén plateadas o negras, era simplemente atractivo para su líbido sexual.

Mitigar la intensidad de su razonamiento no fue fácil.

—¿Vas a ir a La Reunión hoy?

La pregunta de Edward lo inquietó y molestó a partes iguales. —¿Reunión?

Su amigo miró a todos lados, como esperando encontrar algún espía tras ellos. Scorpius rodó sus ojos ante su exageración, y bebió más jugo.

—Eres Jefe, deberías recordarlo. -reprendió el castaño-. Hoy es la reunión número uno del Club Serpiente de Plata.

Club Serpiente de Plata. Una organización clandestina de los Slytherin´s. Su existencia era desconocida para los compañeros de Casa, hasta que El Club los invitaba como nuevos miembros. En ese momento, se hace un juramento inquebrantable para proteger la existencia de la organización y la selecta selección de sus miembros.

Este Club, completamente secreto, escogía solo a lo mejores. Buenas notas, destacados sociales, astutos, brillantes, buenos deportista… pero en esencia, bebedores, mujeriegos y con dinero.

Allí se hablaba de importante temas, como exámenes y aspiraciones personales fuera de Hogwarts. Se conseguía el mejor güisqui, el mejor tabaco cubano y las más ardientes revistas para caballeros y magos. Incluso, en días especiales, se permitía el "Show" en vivo con hermosas damas.

Estar en El Club era lo máximo. Y Scorpius pertenecía desde finales de cuarto año. Con esta característica –y siendo uno de los cuatro Jefes– se convertía en el candidato ideal para conseguir su añorada asignación como Miembro Honorario Vitalicio, que lo convertiría en el Jefe Principal una vez estuviera fuera de Hogwarts; estando autorizado para organizar, en nombre de El Club, reuniones sociales y "Espectáculos" para los exmiembros externos. Importante para conseguir influencias una vez fuera del colegio.

Para hacer real su aspiración necesitaba la aprobación de todos los actuales miembros. De momento, tenía varios votos asegurados, incluido Edward. Pero Tobías Müller, un mago de origen alemán, y sus tres seguidores, no deseaban darle ese placer. En esencia, por el bien merecido odio que Scorpius recibía de Müller.

—¿Scorpius? ¿A dónde fuiste, amigo? –se burló Edward quitándole un trozo de carne.

Scorpius sonrió. —Estaba pensando en mi apretada agenda social.

—No irás a la Reunión ¿no? –preguntó el castaño, ahora masticando de su propia carne.

—Estaré ocupado –expresó con una mueca lobuna en su rostro.

Él se sintió orgulloso de sí mismo.

—Claro, tienes reunión con Mcgonagall y Weasley –apostó Edward.

—En realidad, tampoco iré a esa reunión. Ya a alguien más hizo la solicitud a mí tiempo. –rió Scorpius.

El castaño sonrió, después de tragar lo que había en su boca. —¿Una Veela acaso?

Scorpius asintió y su amigo rió. Se detuvo de golpe, viendo a la puerta.

—Es la primera reunión del año, amigo. ¿No crees que Tobías –señaló con la cabeza a lo lejos. Scorpius se giró y vio al susodicho entrando junto a sus "seguidores"—. Usará eso en tu contra? Argumentará falta de compromiso, de seguro.

Él suspiró, regresando su mirada a la comida. Esa era una posibilidad. —Puede ser. Pero no creo que alguien le de importancia. Ahora que soy Premio Anual, mi prestigio subió un poco más. Tobías no podrá hacer nada al respecto.

Edward asintió con desconfianza.

—Eso espero, Scorpius. Porque honestamente ninguno de nosotros quiere ver a Tobías como el nuevo MHV –aseguró.

Él no contestó a eso, siguió comiendo, para luego preguntar:

—Volviendo al tema anterior… -Edward asintió, mirándolo—, ¿a qué se debe tu interés en la virginidad de Weasley?

—Oh, bueno. Resulta que es tema para los miembros de El Club esta tarde… -contestó Edward, dejando intranquilo a Scorpius.

.

.

Scorpius calculó la hora mentalmente. Debían ser un cuarto para las ocho. Probablemente, Mcgonagall suspendió la reunión con Weasley ante su ausencia. Sonrió. A la mañana siguiente se llevaría un regaño terrible, pero merecido. El sacrificio le valió dos horas de irracionalidad y calor total. Por breves minutos, consiguió tranquilizar su alma.

Siguió caminando por el pasillo. Varios retratos murmuraban, él los ignoró a todos. Llevaba su túnica al hombro, camisa lisa y limpia –aunque un lado por fuera–, sus pantalones pulcros, y su corbata deshecha colgando su nudo muy debajo de donde indicaba las normas del Colegio. Aceptándose como ególatra, bien podría referirse a sí mismo como un sexy modelo juvenil. La imagen de seductor sin remedio, ya la tenía.

Sonrió, al tiempo que giraba hacia otro pasillo.

Lugar donde consiguió, frente a frente, el ser más desagradable de su vida. Y considerar que estaba a solo unos metros del retrato de la Sala Común del Premio Anual.

—¡Vaya! Scorpius Malfoy…

Él miró con desagrado a su interlocutor. Tobías Müller significaba problemas.

—No te vi en la última reunión de El Club, Malfoy –continuó hablando el moreno.

—Tenía cosas importantes que hacer. Ya sabes, mis nuevas obligaciones –contestó, intentando en lo posible no expresar su odio.

—Oh, sí. Tus nuevas obligaciones… -siseó Tobías, introduciendo sus manos en los bolsillos de su túnica—. Conveniente tu nueva situación ¿no es así? Apuesto que tras tu serenidad, saltaste de la emoción al saberte Premio Anual.

La risa de Scorpius replicó en las paredes del pasillo con siniestro sarcasmo.

—¿Y eso por qué?

—Porque, en consenso, el Club decidió que si tú le quitabas la virginidad a Rose Weasley, la última virgen de nuestra generación, serías designado Miembro Honorario Vitalicio. –graznó con falsa alegría, para luego añadir—. Felicidades, Jefe…

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R&S

S&R

¡Hola! Arriba olvidé mencionar que Scorpius es un ser sexual activo... activísimo, de hecho. Es momento de decirles muchísimas cosas más.

Primero que todo resaltar que este es una capítulo introductorio. Segundo, pido disculpas por la personalidad de Rose... (denle una oportunidad, lectores). Tercero, perdonen los actuales errores y horrores, prometo corregirlos sobre la marcha, pero el cap llevaba días de retraso y si lo alargaba más les aseguro que borraría todo y renunciaría. Cuarto, disculpen los fans Ron/Hermione por matar a estos personajes... yo también soy fan, mas tengo una irracional necesidad de matarlos desde hace un tiempo jejeje. Espero corregirme...

Detalles del fic... les recomiendo tomar nota de las cortas oraciones en cursiva que aparecen antes de iniciar la Parte I, y cuando inicia la Parte II. ¡Serán importantísimas! Otra cosa... *piensa* Oh, sí. Notarán que en realidad no describí a los personajes. Se debe a que en mi blog: liroses . blogspot . com(quiten las separaciones y póngalas en el buscador; o bien, van a mi perfil :P ¡allí está el link! que abrirá una nueva ventana) están los datos relevantes de los personajes principales y los secundarios importantes... Están en la página del blog: Manto Negro. ¡Otra cosa! Espero notarán qué recibió Rose (es evidente) y que recibió Scorpius... de lo último no describí la escena, eso lo haré CREO en el siguiente capítulo. Todo depende si Rose me deja hablar...

EDITADO 03/05/11. ¿Notarón lo que confienza Rose a Brenda, respecto al primer beso, y lo que Rose "habla" para sí, sobre los besos de Andrew? Umm... por qué será esa actitud? Especulen...

Para el siguiente capítulo, Scorpius será Scorpius ante una Rose antinatural.

ADELANTO (corto):

-¿Qué quieres decir? -gruñó él.

-En resumen, Malfoy, Soy una chica cuyas sensaciones están muertas. Soy lógica, nada práctica, muy teórica... Por lo tanto, jamás pensaré en ti como hombre... -explicó Rose con una tranquilidad que hirvió la sangre Malfoy.

... (Fragmento oculto)

-¡Ya lo veremos! -gritó Scorpius a Rose, quien ya había desaparecido tras la puerta.

Respecto a los reviews... los necesito, los quiero, y los tendré. ¿Cómo? Muy sencillo. Quien quiera un adelanto de una IMPORTANTE CANTIDAD de páginas me dejará un review, que yo responderé y les enviaré el ADELANTO. ¿Les parece? Es chantaje, lo sé,... pero waaaajajajajajajaja no me arrepiento. (; Bueno, quizá sí me arrepiento un poco.

Síganme en TWITTER: lR_multicolor, donde dejaré Tweets con adelantos... y siganme en el Blog antes que lo privatice. jo-jo...

Gracias por leer. Espero sus dudas, sugerencias y felicitaciones (de estas, honestamente, no creo merecer) en los REVIEWS.

¿Mencione que quiero reviews? Porque quiero SUS reviews.

Besos. Diana. Nos vemos en unas semanas... Les aviso en Twitter. (;