Aclaraciones: Los personajes pertenecen a CLAMP y esto es un universo alterno (UA). Creo que más no hace falta decir.
El lenguaje de la vida
Prólogo
Don't speak her name!
«I still haven't got over it even now.
I want to spend huge amounts of time on my own.
I don't want to cause any serious damage.
I want to make sure that I can manage,
because I'm not really in your head,
I'm not really in your head»
Rollercoaster, Everything but the girl
La puerta se abrió de golpe y ambos entraron buscando refugio del agua que antes había caído sobre ellos. En la oscuridad, se alcanzaron a despojar de las mochilas excesivamente pesadas por el agua y de los empapados suéteres. La luz se hizo presente en el recibidor y, sin esperar más, se acercaron a la enorme cama de la sobria habitación de estudiante en la que vivía el muchacho. Era contrastante como lo único que realmente importaba era la inmensidad mullida de aquel colchón con las sábanas revueltas.
Se arrojaron al mullido colchón la misma vehemencia con la que se lanzaban al placer cada que podían. Se abrazaron con palpitante devoción y comenzaron a devorarse hasta gemir quedamente. Las yemas de los dedos de él la reclamaron como suya y con delicadeza fue incrementando las caricias, como quien toca un instrumento musical que ya conoce a la perfección. En sus brazos, Sakura era un arpa que sucumbía a la destreza de sus dedos y emanaba una melodía tan cautivadora que en las pupilas color ámbar se reflejaba un hambre impropia e imperecedera, incapaz de ser saciada.
Jadeando, él la contempló por un instante cuando la tuvo bajo su cuerpo. Se fijó en los labios rosados entreabiertos que le invitaban a morderla otra vez, en la blusa a medio abotonar, en el tirante del sostén rosa que la blusa había dejado al descubierto, en el brillo endemoniadamente sensual de sus pupilas verdes, en el sonrojo inocente y en el cabello castaño empapado de una mezcla sutil de sudor con agua de lluvia. Deslizó sus dedos por la mejilla izquierda de ella y se inclinó para besarla. Aquella caricia suave fue recibida por los hambrientos labios femeninos. Se sorprendió por la fiereza que ella sentía y, por un instante, percibió esa punzada de saberse usado.
Entendió lo que ella quería y asintió una sola vez. Ese era un gesto para él y no para ella. Como si con ello quisiera alejar de sus pensamientos aquellas emociones que, de vez en cuando, teñían aquellas deliciosas cogidas. Porque eso era, sólo coger. Ellos lo sabían y por eso no hacían ni un sólo comentario cuando el sexo se acababa. Si hubiera sabido que ese era el último instante de su vida en el que podría hacerse a un lado y dejarla ir, seguramente nada hubiera cambiado. Perdido en la dulce ignorancia de no saber que algún día las tres sílabas de su nombre quemarían como el infierno mismo, se adentraba a un infierno disfrazado de algo parecido al cielo.
Sin más juegos previos, ambos se desnudaron torpemente. No tenían tiempo para el añorado erotismo de quitarle la ropa al otro. Ya tendrían otro momento para eso, siempre encontraban otro instante para ese ritual del que se habían vuelto adictos. Se recostaron sobre la cama y sus labios se atrajeron magnéticamente. Él no pudo contenerse y se colocó encima de ella tratando de que sus manos recorrieran todos los rincones de ese cuerpo que lentamente se impregnaba con el sudor de ambos. Ella enredó sus manos en el cabello castaño de él y cerró los ojos para disfrutar la boca con la que la propia se estaba fundiendo.
Se detuvieron brevemente a enlazar sus manos para disfrutar del exquisito calor que manaba de sus cuerpos. Él le besó la nariz y ella la frente. Se riéron un instante y de pronto volvieron a la realidad. A esa realidad en la que se encontraban desnudos en la cama, en la que no tenían que esperar más.
Los labios de él se apoderaron brusca y nuevamente de los de ella. Un gemido sonoro se ahogó en sus gargantas. Al separarse un poco, ella le besó suavemente el labio inferior justo antes de sentirlo adentrarse en ella. Aquellas piernas se le enroscaron en la cintura y la suavidad de estas le sorprendió. Syaoran notó que ella se había depilado las piernas y eso le excitó más de lo esperado. Presa de una necesidad imperiosa de detenerse, se concedió un momento para deslizar sus dedos por la superficie suave y tersa. No había alcanzado a penetrarla con toda la fuerza que pretendía y se asustó brevemente de la fiereza con la que le hubiera estando follando en ese instante si no hubiera notado la suavidad de sus piernas.
¿Hasta qué punto podía ella hacerle perder la cabeza? ¿Era sólo el sexo? ¿Acaso tenía que ver la facilidad con la que ella podía quitarse la ropa frente a él y abrir las piernas? ¿Era la dulzura de sus besos?
La pregunta ¿Qué sucede? inundó la mente masculina y él se alejó un poco del cuerpo tibio que clamaba por más caricias. Se sentó sobre las sábanas y trató de de que sus pulmones pudieran llenarse de aire. Ella se sorprendió. Era la primera vez que la dejaba en esas condiciones y no sabía qué hacer. Sakura se preocupó y se incorporó suavemente para tomar el rostro de Syaoran entre sus manos. La inocencia y dulzura de su ser lo invadió.
El agua de la lluvia repiqueteaba contra los cristales de las pocas ventanas de aquel departamento a orillas de la ciudad. Si se tomaban todo el tiempo del mundo, cabía la posibilidad de que Sakura perdiera el último tren que llevaba a su casa. Justo estaba pensando en ese importante detalle pero cuando él reclamó tácitamente su cuerpo, la oleada de sensaciones en incremento se apoderó completamente de su mente.
El ruido de la tormenta competía con los sonidos que ambos emitían cual plegaria en ese ritual tan parecido a los anteriores y tan diferente a todos ellos.
La chica cerró los ojos y se dejó invadir por la sensación de sentirse querida, de creerse amada. Justo cuando se abandonó completamente y hundió su cabeza en el cuello de su compañero, le susurró aquellas palabras que nunca antes había dicho.
Aquella simple frase se clavó en el corazón palpitante del chico y, desconcertado, entreabrió los ojos para contemplarla. Sakura parecía no ser consciente de lo que había pronunciado ni del cálido alcance de sus acciones. Con los brazos y las piernas alrededor de él, parecía un chiste que hubiera dicho que lo amaba. Pero eran sus ojos, limpios como una esmeralda recién pulida, los que le decían que era sincera. Y fueron sus labios rosados, deliciosos y aprensivos, los que le quitaron el habla mientras los candentes movimientos de su cadera le suplicaba que no se detuviera.
Sin comprender muy bien, volvió a abrazarla fuertemente contra su cuerpo. No había forma de detenerlo a él ni mucho menos a los sucesos que vendrían después.
Ya eran conocidos, pero amigos como tal no.
Sakura era una chica enajenada con la pantalla de su teléfono móvil, siempre esperando a que esta se encendiera. Resultaba ridículo a niveles exasperantes pasar con ella una tarde entera. Se la pasaba mirándolo, como si pudiera darle la respuesta a la vida, el universo y todo lo demás. Lo colocaba frente a ella, junto a su reproductor de música y frente a sus libros.
Syaoran había llegado a la universidad porque le gustaba la idea de alejarse de su tierra natal. Estudiar lejos y tener un lugar propio (lo que sea que sea eso) era lo que más creía necesitar a la edad de diecinueve años. El también tenía el vicio del móvil, siempre esperando algo que parecía no venir. A diferencia de Sakura, que cada vez que finalmente se animaba a marcar el número de la persona que esperaba se perdía la llamada, él escribía un montón de mensajes que nunca enviaba.
Por alguna extraña razón se volvieron amigos cuando sus horarios de la universidad coincidieron y finalmente recordaron que ya se habían conocido en la vida real. Ella lo había visto con curiosidad propia de una jovencita que contempla a un cachorro de lobo: como quien ve algo dulce y exótico pero sin que le llamase demasiado la atención.
Para ella, él era parte de la decoración de la universidad que había elegido.
Ella, con un pie en Tomoeda y el otro en Tokio, no tenía la menor intención de hacerse amiga de alguien nuevo. Sakura estaba sumamente pendiente de la vida que había intentado dejar atrás en su ciudad natal, en la cual vivían su hermano, su padre y la persona más importante para ella.
Era de esa última persona los mensajes y llamadas que esperaba todos y cada uno de los días. A veces el teléfono móvil sonaba, pero no era él. Era su prima y mejor amiga que le cuestionaba con dulzura casi lastimosa si por fin ya se había acostumbrado a su nueva escuela. Sakura le contestaba que amaba las instalaciones pero que realmente la echaba de menos a ella y a Yukito. Tomoyo, del otro lado de la línea y a una hora sin definir, le contestaba que también la extrañaba como los desiertos extrañan a la lluvia y sonreía con unas flamantes ojeras y un café parisino frente a ella. La única hija de la empresaria Sonomi Daidouji había decidido que quería estudiar diseño de modas y su mamá la envió a Francia. Los últimos meses que Sakura y su mejor amiga pasaron juntas Tomoyo los pasó tratando de conversar lo mejor posible en un francés incomprensible que entrelazaba frases mal dichas en inglés y una que otra en un adorable pero poco entendible japonés.
La separación había sido dolorosa y un poco abrupta, sobre todo porque la elección de Tomoyo había sido tomada a principios del último año de la escuela media superior. Una noche cualquiera, durante un festival típico de verano, la dulce pero firme voz de su mejor amiga le informó que se iría a una universidad prestigiosa lejos de Japón. Con lágrimas en los ojos, Sakura trató de comprender que la había orillado a tomar ese camino.
Tomoyo le tomó las manos y la miró como los católicos a veces contemplan las imágenes de sus vírgenes. En las pupilas amatistas no había rastro de arrepentimiento pero si había un dejo de dolor inexplicable. El tacto de aquellas blanquecinas manos tenía una firmeza suave pero determinante. Sakura supo, por fin, que de algo se estaba librando su mejor amiga. Desconocía que se libraba de ella, la principal ancla de su vida.
Lo que Tomoyo no imaginaba era que, eventualmente, las tres sílabas de aquel nombre serían un tabú en su nuevo hogar. Serían un secreto del que ella misma se escondería sin éxito alguno.
つづく
Notas de la autora:
Don't speak her name! es una canción del Fire Emblem Awakening que me inspiró para darle un giro copernicano a esta historia que lleva años en mi cabeza. Tendré que volver a ver la serie y leer el manga pero la verdad es que no sufro en absoluto con la idea.
Estoy pensando, seriamente, en dejarles un enlace en mi blog personal para explicar todas estas ideas que tengo en mi cabeza (además de ponerles los links directos a las canciones que inspiraron este texto).
Por el momento sólo me queda darles las gracias por leer e incitarlos a que dejen un mensaje.
