No sé qué estoy haciendo. Me dije que iba a terminar La Caza antes de empezar nada más, y he empezado dos fics. Podéis matarme si queréis.
Recuerdo que esta idea se me vino a la mente en la cama, no sé por qué. Pero saqué el móvil y la apunté, y al día siguiente ya estaba apuntando ideas y preparando esquemas. Tengo historias preparadas para bastantes personajes, e incluso tengo un documento de Word llamado Plotholes mediante el cual pretendo no ser como Julie Plec. Por el momento tengo cuatro puntos de la historia sin explicación, y eso es en lo que tengo que centrarme ahora.
Este es un fic que, aunque sea sobre Bonkai, también tratará mucho el Klaroline la relación entre los Salvatore y su padre.
Y ya está. Creo que no tengo nada más que mencionar.
DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de la CW.
EL LOCAL
PRÓLOGO
13 de marzo de 1923
−Esto es ridículo.
Rudy Hopkins se encontraba en su despacho, hablando con Jamie, uno de sus hombres de confianza. El joven, que llevaba trabajando para él ya tres años, le acababa de hablar sobre ciertos comentarios que se habían hecho durante el día y que su hija, Bonnie, no le había mencionado. Y no eran simples comentarios. Eran amenazas. Amenazas contra ella, contra él y contra toda su familia. Y todo por el mero hecho de tener un distinto tono de piel.
Con suerte, algún día Bonnie se daría cuenta de que ocultar aquellos hechos no hacía nada más que perjudicarla, ponerla en peligro. Si había gente que estaba hablando mal de ella, lo que su hija, que tan sólo tenía veintidós años, debía hacer era contárselo a su padre, para que éste pudiera protegerla, más de lo que la protegía normalmente. Bonnie no salía a la calle sola nunca, y no iba a ningún lugar en el que hubieran escuchado previamente comentarios racistas. Rudy no podía permitirse hechos como aquellos. Ponían en riesgo no sólo a su hija, sino todo su imperio.
−¿Te das cuenta de lo que esto significa? –Rudy dio un golpe en la mesa con la mano abierta. Un montón de papeles cayó al suelo. Jamie hizo la intención de levantarse a recogerlos, pero la mirada que le dirigió su jefe lo detuvo−. Si sigo aumentando la seguridad alrededor de Bonnie ella querrá matarme.
−¿No hay otra opción? –preguntó el joven, claramente asustado del arrebato de furia de Rudy.
−Hay otra opción. Una opción que puede arruinar mi relación con mi hija por completo.
No dijo nada más. Jamie sabía perfectamente cuál era aquella opción B. Era la opción que incluía que Bonnie descubriera lo que hacía su padre cada noche desde hacía ya un año. Una opción que podía herir a Bonnie, cambiarla. Era la opción de llevársela con él.
−Llámala –dijo finalmente Rudy, levantándose de su silla y dirigiéndose a la ventana−. Dile que la espero abajo en diez minutos.
−Sí, señor Hopkins.
Bonnie estuvo abajo en diez minutos, como le había indicado Jamie. Si había un adjetivo que la describiera, era puntual. Ella nunca faltaría al respeto de su padre no escuchando sus órdenes. Así que ahí estaba, al lado del coche, esperando a que su padre saliera de la casa. Debería ser menos puntual. Al fin y al cabo, incluso si ella no era impuntual, Rudy era famoso por ignorar las fechas límite y los horarios. Pero ella no podía evitarlo.
La chica se abrazó los costados. Hacía bastante frío, y a decir verdad, era bastante lógico. Eran casi las diez de la noche. ¿Qué pretendía su padre sacándola de casa a una hora tan tardía? No tenía ni idea, pero tampoco podía preguntar. Su deber como hija era obedecer. Y eso era lo que haría.
Su padre salió de casa, y subió al coche sin siquiera saludarla. Aquel era Rudy Hopkins, carismático y amigable frente al público, pero un verdadero cerdo en casa. Bonnie se tapó la boca con la mano al percatarse de lo que acababa de pensar. Rezó por no haber mencionado sus pensamientos en voz alta. No sería la primera vez que lo hacía. La chica negó con la cabeza y subió a la parte trasera del coche junto a su padre. Ignorándola por completo, su padre estaba hablando con Jamie, que se encontraba en el asiento del conductor. Bonnie, sintiéndose totalmente sola, giró la cabeza y miró por la ventana. Si había algo que amara de Chicago eran las preciosas vistas nocturnas.
Se internaron en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Bonnie se alarmó, pensando en que al fin su padre se había cansado de protegerla y había decidido, en cambio, regalarla a cambio de protección. No era la primera vez que temía ser abandonada por su padre, pero por supuesto, siempre había mantenido sus pensamientos en secreto. Si los mencionara en abierto, su vida y la de su padre acabarían arruinadas.
Jamie aparcó el coche en un callejón sin salida. Sí, aquello era lo que estaba sucediendo. Iba a entregarla. Bonnie iba a morir aquella noche, y lo haría sin haberse enamorado, casado ni heredado la riqueza de su padre. Moriría siendo nadie.
Su padre salió del coche, y Jamie le abrió la puerta a Bonnie. La chica salió, y siguió a su padre. No podía hacer nada más. Si hubiera tenido más tiempo para pensar, tal vez hubiera ideado un plan de escape. Habría huido de su nombre, de su casa, de su ciudad. Habría empezado de nuevo, y su vida habría sido mucho mejor en el futuro. Pero no lo hizo.
Se dirigieron a una puerta que no tenía nada de especial. Rudy llamó, con dos simples toques. Esperaron durante cerca de un minuto, y la puerta se abrió, dejando ver a una chica joven, de pelo oscuro y ojos almendrados, de mirada dulce. La chica sonrió, les abrió la puerta y dio un abrazo a Rudy. Después se giró hacia Bonnie, y alzó las cejas, sorprendida.
−Elena, querida –dijo Rudy, rodeando a Bonnie con un brazo y sonriendo−, te presento a mi hija, Bonnie.
−Encantada, Bonnie.
−Igualmente –contestó la morena, confusa.
¿Por qué molestarse en presentarlas si Bonnie iba a morir aquella noche? ¿Cuál era el sentido de hacerla pasar por aquello? La chica tragó saliva, y se giró, buscando a Jamie. Sin embargo, el chico los había abandonado.
Elena los guió por un estrecho pasillo hasta llegar a una sala pequeña, con un escritorio y dos sillas frente a él. Un despacho, se dijo Bonnie. O una recepción. Los tres se sentaron, Elena al otro lado del escritorio, Rudy totalmente relajado, casi tumbado en su silla, y Bonnie tan recta como podía. Estaba en tensión, preparada para salir corriendo. La chica frente a ella cruzó las manos sobre la mesa, esperando que cualquiera de ellos dijera algo.
−Lo de siempre, Elena –dijo Rudy, y Bonnie frunció el ceño. ¿Lo de siempre? Su padre mataba a gente a menudo? −. Y deja que Bonnie se relaje por aquí.
−Que se relaje… −Elena alzó una ceja y sonrió.
−Ni se te ocurra. Va a casarse pronto.
−Tranquilo. No va a hacer nada, te lo aseguro. Pero no hay ningún problema con la bebida, ¿verdad?
−No. Ella ha bebido en el pasado.
−Seguro que no mi mezcla especial –Elena guiñó un ojo y se levantó. Se marchó por una puerta que había tras el escritorio.
Bonnie miró a su padre esperando respuestas. ¿Dónde estaban? ¿Qué quería decir con lo de la bebida y, sobre todo, con la mezcla especial? La chica estaba totalmente confusa, y se sentía acalorada, como si estuviera dándole un ataque de ansiedad y estuviera a punto de perder el conocimiento.
Su padre parecía poco dispuesto a explicarle nada, y Bonnie sabía que preguntarle no serviría de nada si él no quería contarle lo que estaba sucediendo. Así que lo ignoró. Se quedó en su silla, mirando fijamente la puerta de madera por la que se había marchado Elena, mientras que respiraba profundamente, intentando relajarse. Cuando finalmente empezaba a sentir que su corazón estaba recuperando su ritmo normal, la puerta volvió a abrirse, y una joven rubia salió.
Rudy se levantó al instante, se acercó a ella y la abrazó. Entre susurros, ambos se marcharon por la puerta, dejando a Bonnie a solas, esperando no sabía qué. ¿Era entonces cuando venían los asesinos? ¿Cuándo venían cuatro o cinco hombres armados y la torturaban hasta que revelaba cada uno de los secretos de su padre? ¿O tal vez…?
El sonido de la puerta abriéndose sobresaltó a la morena. Elena había vuelto, y no estaba sola. Un chico, no mucho mayor que ella, se encontraba junto a la recién llegada. Era un chico alto, de pelo oscuro y ojos grisáceos. Tenía una barba incipiente, y vestía una camisa cuyos botones superiores estaban abiertos, dejando ver un pedazo de piel morena que hizo que Bonnie desviara la mirada.
Elena se acercó a ella y la abrazó. Bonnie le devolvió el abrazo, sin saber por qué Elena no le había contado a su padre que ellas ya se conocían.
−Siento que tu padre te haya traído aquí, Bon –se disculpó Elena. Luego extendió un brazo, y el chico se acercó−. Pero yo voy a intentar que no te lo pases mal. Este es…
−¿A qué ha venido eso? –interrumpió el chico−. ¿Vas a intentar que no lo pase mal? Estás poniendo en duda mis capacidades para complacer a una mujer, Elena.
Bonnie se ruborizó al escuchar las palabras del chico. Elena fulminó al chico con la mirada y le dio un golpe en el brazo.
−Este es Kai. Kai, esta es Bonnie Bennett, la prometida de mi hermano. Así que espero que sepas tratarla como ella merece.
−Pensaba que aquí sólo venían viudas y casadas desesperadas.
−Aquí vienen mujeres que saben lo que quieren. O que los hombres arrastran, como a Bonnie. Quiero que le des lo que quiera. Si quiere hablar, tú escuchas. Si quiere escuchar, tú le hablas. Si quiere que bailes un vals mientras que haces malabares, lo haces. ¿Me has entendido?
−Sí, jefa –Kai sonrió, y se giró hacia Bonnie. Le hizo una pequeña reverencia−. Encantado de conocerla, señorita Hopkins.
−Bennett –corrigió Bonnie. Luego miró a Elena−. Elena, ¿qué es esto?
−Kai te lo explicará. Yo tengo mucho trabajo que hacer.
Dicho aquello, la chica se marchó, dejándola a solas con un hombre al que no conocía y que hablaba con mucha calma sobre complacer a una mujer. Decir que Bonnie estaba histérica no se acercaba siquiera a cómo se sentía la chica.
Kai abrió la puerta para ella, pero Bonnie no se movió. Kai suspiró al ver la inmovilidad total de la chica, cerró la puerta y cogió ambas sillas frente al escritorio. Las colocó frente a la ventana, e invitó a Bonnie a que se sentara junto a él. La chica, tras unos momentos de duda, se movió lentamente, casi como si lo estuviera haciendo en contra de su voluntad, y se sentó al lado de él. Bonnie no dijo nada, así que fue el chico el que comenzó a hablar.
−Este es El Local –le dijo−. Es, digamos, una mezcla de varias cosas. Puede ser lo que el cliente sea, desde un lugar de encuentro, a un bar, o a un burdel.
−Y tú eres un… −Bonnie se detuvo, incapaz de decir la palabra. Kai sonrió al verla tan nerviosa.
−¿Un prostituto? Yo soy lo que Damon y Elena quieren que sea. Este lugar es todo lo que tengo.
Bonnie no comprendía nada. Desde que Jeremy le había presentado a su hermana, ambas se habían hecho grandes amigas. Bonnie había pensado que ella era una chica normal, una joven que se había casado joven y que era la esposa perfecta. Se había equivocado. Elena no sólo trabajaba, sino que trabajaba en un burdel.
O lo que fuera aquel lugar. El Local. Su padre iba a un burdel, y probablemente lo hacía muy a menudo. Porque, ¿qué más podía interesarle de aquel lugar? Por lo que Kai había dicho aquel era también un lugar de encuentro y un bar. Bonnie dudaba que su padre fuera a encontrarse con nadie en aquel lugar. No era un lugar digno de un hombre tan famoso como Rudy Hopkins. Y el bar… Bonnie frunció el ceño. ¿Sería aquel uno de esos lugares?
−Un bar –dijo la chica. Kai la miró, esperando a que continuara−. Tenéis bebidas alcohólicas, ¿no?
−Exacto. Y no sólo eso. También está la mezcla especial.
−¿Qué es la mezcla especial? –Bonnie tuvo la sensación de que no quería saberlo, pero aun así no había podido evitar preguntar.
−Sólo lo sabrás si la pagas.
−Yo no pago. Mi padre paga. Yo no tengo nada sin él.
Kai notó la acidez en las palabras de Bonnie. No le gustaba. La chica estaba descontenta con su situación, con vivir dependiendo de un hombre. Aquello significaba que Bonnie era una de esas mujeres que a Kai le gustaban. Mujeres fuertes, con ansias de independencia y de poder aparte del otorgado por la posición social de un padre o marido.
−Estoy casi seguro de que tu padre ha pagado todo sin saber siquiera si ibas a consumirlo. Bueno, todo menos sexo, claro.
−No digas esa palabra frente a mí –Bonnie bajó la mirada a su regazo. Kai no pudo evitarlo, y soltó una carcajada−. No te rías de mí. Tengo dieciocho años, es normal que esas cosas me incomoden.
−No me río de ti. Me gusta ver lo inocente que eres. No te pareces en nada a tu padre.
Ambos se quedaron silencio durante varios minutos. Kai esperaba que ella dijera algo, y ella simplemente no sabía qué decir. Sabía que era muy diferente a su padre. Pero es que ella no había pasado tiempo con él en su infancia. Él siempre había estado muy ocupado construyendo su imperio, así que ella siempre había estado con sus niñeras. Niñeras que la habían criado para ser la típica niña inocente, buena y sumisa. Por suerte, Bonnie no había permitido que la cambiaran por completo.
El sonido de la puerta los sobresaltó a ambos. Elena volvió a aparecer unos segundos después, y los fulminó con la mirada cuando los vio.
−¿Qué hacéis aquí? Tenéis que iros a una de las habitaciones.
−Me has dicho que hiciera lo que ella quisiera. Ella no quería ir, así que yo me he quedado.
−Si alguien os ve podríais meter en peligro no sólo a Rudy, sino también a ti, Bonnie y a nosotros. Marchaos ahora mismo. Y no salgáis sin que yo haya ido a buscaros antes.
Ambos se levantaron, y Kai volvió a abrirle la puerta a Bonnie. Esta vez, la chica la cruzó sin dudar. Hasta aquel momento, no se había parado a pensar realmente en lo que podía hacerle estar en un burdel. Ella era todavía una joven soltera, y si la encontraban allí, podía perder toda su reputación, su compromiso podía romperse y su vida entera se arruinaría.
Antes de que Kai cerrara la puerta tras ellos, Bonnie escuchó a Elena saludar a un hombre. Si no había escuchado mal, la chica juraría que había escuchado el apellido Lockwood. ¿Qué hacía en un lugar como aquel el alcalde de la ciudad?
Después, sin embargo, aquellos pensamientos la abandonaron. El pasillo en el que se encontraba estaba apenas iluminado. Era un pasillo más ancho que el anterior, y estaba lleno de puertas simples de madera que tenían dos letras cada una. Kai se dirigió a la que decía M.P. y la abrió con una llave. Indicó a Bonnie que entrara, y la chica le hizo caso, tras respirar hondo durante varios segundos. Sentía que se estaba metiendo directamente en la boca del lobo.
La habitación no se parecía en nada a lo que Bonnie hubiera esperado de un prostíbulo. Era una habitación simple, con moqueta gris en el suelo y paredes pintadas de un tono beige. Había una enorme cama en medio de la habitación, y tras ella, unos sillones frente a una chimenea apagada. Al fondo de la habitación también había una puerta entreabierta, que daba, descubrió Bonnie, a un baño. A su lado, pegada a la pared, había un escritorio lleno de libros y papeles, y al lado, otros montones de libros. Por lo visto, a Kai le gustaba leer.
El chico encendió una luz. Bonnie se fijó en detalles en los que no se había fijado antes. Las cortinas eran rojas. Aquello se asemejaba más a lo que ella hubiera esperado encontrar en un lugar como aquel. A cada lado de la cama había una mesita de noche; en una de ellas había una copa, junto a una pequeña navaja. Y en la otra…
−¿Bourbon? –preguntó Bonnie, acercándose a la botella y leyendo la etiqueta−. Hacía mucho tiempo que no veía una de estas.
−Bebes. O bebías. Eso sí es sorprendente.
−Uno de los negocios de mi padre era la importación de alcohol desde Europa. He crecido rodeada de botellas de estas.
−Los Salvatore no vivían del alcohol, pero supieron aprovechar lo que tenían una vez se prohibió su consumo –explicó Kai, acercándose a ella. Abrió el cajón de la mesilla y sacó un pequeño vaso. Le quitó la botella de las manos y le sirvió una bebida a la chica.
−En realidad el consumo no está prohibido.
−Lo sé –Bonnie se bebió la bebida de un trago, y ni siquiera pestañeó. Aquella chica era mucho más fuerte de lo que parecía−. Como ves, el consumo es… limitado.
−¿Qué es la mezcla especial?
Kai no contestó inmediatamente. Se dirigió al otro lado de la cama, cogió la copa y la navaja y volvió junto a la chica. Se sentó en la mullida cama y llenó la copa hasta la mitad con el bourbon. Seguidamente, cogió la navaja y se hizo un corte en la muñeca. Bonnie gritó, pero Kai la ignoró, mientras que dejaba que su sangre se derramara en la copa.
Segundos después, Kai se tapó la herida con un pañuelo que había sacado del cajón, y le dio varias vueltas al contenido de la copa. Seguidamente, se la tendió a Bonnie.
−Ahí tienes. La mezcla especial.
−¿Sangre? –la chica parecía asqueada. Dio dos pasos atrás y juntó ambas manos sobre el pecho, como si estuviera a punto de ponerse a rezar−. Esto es asqueroso.
−Eso pensaba yo. Pero, tras haberlo probado, te puedo asegurar que no está tan malo. Sobre todo si la sangre es mía –Kai le guiñó un ojo mientras que le dirigía una sonrisa.
Se llevó la copa a los labios y bebió un pequeño sorbo. Cerró los ojos mientras que saboreaba la bebida, y suspiró cuando volvió a tenderle la copa a la chica.
−Pruébalo. Te aseguro que no te arrepentirás.
Bonnie no quería coger la copa. No quería beber. Pero Kai era extrañamente convincente, y verlo beber con aquella expresión de placer le había hecho querer hacer caso a cualquier cosa que él le dijera. Así que cogió la copa.
Lentamente, como si esperara que alguien la detuviera antes de hacer algo de lo que luego se arrepintiera, Bonnie bebió. Lo primero que notó fue que la copa estaba fría, más de lo que era usual. Lo siguiente fue que la bebida, en cambio, estaba caliente. Tenía sentido. La sangre era un líquido caliente. La mezcla era una bebida más espesa que el bourbon, y que sabía…
Bonnie se sentía incapaz de describir el sabor. No sabía a bourbon. Pero tampoco sabía a sangre. O eso creía. La sangre no era su bebida favorita, a decir verdad. Pero lo único que importaba era que estaba buena. Tal vez más que el bourbon por sí solo. Antes de darse cuenta, la copa se le terminó. La dejó en la mesilla, y alzó la cabeza.
Kai la miraba fijamente, sonriente. Claro, estaba contento. Contento por haber tenido razón. Le había gustado, mucho. Y era su sangre. Bonnie estaba segura de que aquello no era más que orgullo masculino. Típico.
−¿Puedo…? ¿Puedo beber más? –preguntó, unos minutos de silencio más tarde.
−Siempre que tengas alcohol, tendrás sangre. Es parte de la tarifa. Pero, antes de que te termines la botella entera, querría contarte todo lo demás.
−¿Hay más? ¿Sois caníbales, o algo por el estilo?
−No –contestó Kai tras soltar una carcajada−. Aquí todo tiene que ver con tres cosas: sangre, alcohol y sexo.
−Te he dicho que no menciones esa…
−La tarifa normal incluye una botella de bourbon, la sangre para acompañar, y la disposición entera del donante para cualquier cosa durante toda una noche.
−¡¿Toda la noche?! ¿Qué se supone que voy a hacer yo aquí toda la noche? –Bonnie parecía aterrorizada ante la idea de pasar toda la noche encerrada en aquella habitación.
−Se me ocurren un par de ideas… −comenzó Kai, pero se detuvo al ver la mirada que le dirigió la chica−. Además, la tarifa que contrata tu padre incluye también lo que llamamos "Sangre de la fuente".
−Tenéis una fuente de sangre como quien tiene una de chocolate. Yo de aquí no voy a salir en mis cabales.
−No tenemos una fuente de sangre. Sangre de la fuente significa sangre desde su fuente. Es decir, desde el donante.
Bonnie frunció el ceño. Creía comprender lo que le estaba diciendo el chico, pero no estaba segura de querer comprenderlo. Aquello era, cuanto menos, retorcido. Inhumano. Asqueroso. Y extrañamente intrigante.
−Es decir, que los clientes aquí son como vampiros.
−Exacto. Si quieres, yo ahora mismo podría destapar mi herida y tú…
−Ni se te ocurra –Bonnie se alejó de él, hasta chocar contra la pared. Kai rió mientras que se acercaba a ella.
−Si a los clientes no les gusta beber de la muñeca, también pueden elegir otros lugares. Como el cuello, por ejemplo. Ese es el más solicitado. Y luego hay clientes más… exquisitos.
−No sigas. Y deja de acercarte.
−Hay clientes que beben del pecho de sus donantes. Eso, lógicamente, es más sencillo si el donante es una mujer, pero yo también lo he hecho alguna vez. Y luego hay lugares todavía más privados.
Kai estaba a pocos centímetros de ella ya. Estiró su brazo (el que no tenía la herida) y le apartó un mechón de pelo de la cara. Dejó la mano apoyada en la pared, impidiéndole huir por aquel lado. Y el otro lado… la llevaba directa a la cama.
−¿Por qué te parece tan horrible? Tú has probado la sangre, y te ha gustado. Incluso me has pedido más. Siempre que yo esté dispuesto a darte lo que pides, por mi propia voluntad, ¿dónde está el problema?
Bonnie no supo que decir. Tragó saliva, y se pegó todavía más a la pared que había tras ella. Kai notó el movimiento, y colocó la otra mano al otro lado de su cabeza. El pañuelo cayó al suelo, y la herida goteante de su muñeca quedó directamente al lado de la boca de la chica. Bonnie la miró, casi hipnotizada. Estaba atrapada, no sólo por las cuatro paredes de las que no podía salir sin arruinar su reputación y la de su padre, sino entre los brazos de Kai.
Y entonces, el chico dio un último paso adelante. No había ni un centímetro entre sus cuerpos. Bonnie no sabía hacia dónde mirar. Si miraba hacia la izquierda, tenía la herida. Si miraba al frente, sólo veía su pecho, la zona que no tapaba la camisa. Y si miraba a la derecha, veía la cama. La cama a la que habían caído varias gotas de sangre.
−¿Qué es lo que quieres? –preguntó Kai, mirándola. Bonnie alzó la cabeza−. No me digas lo que tu padre quiere que quieras, o lo que se espera que desees. Dime qué es lo que Bonnie Bennett quiere ahora mismo, y yo se lo daré.
−Quiero…
Kai no le dejó responder. Bajó la cabeza, y la besó. Aquel no era el primer beso de Bonnie, su prometido Jeremy adoraba besarla y lo hacía siempre que tenía la oportunidad. Pero los besos de Kai eran diferentes. A diferencia de su prometido, que la besaba con el único objetivo (o al menos eso pensaba Bonnie) de llenarla de babas, Kai la besaba sin permitirle echarse atrás, pero al mismo tiempo dejándole elegir cómo llevar el beso. La devoraba, exploraba su boca y la dejaba temblando.
Y Bonnie se lo permitió. Se lo permitió, porque a pesar de no haber estado segura de lo que iba a decirle antes de que él la besara, no lo quería tanto como el beso. Un beso que la hiciera sentir especial. No una posesión de Jeremy, sino una mujer fuerte que elegía a quién besaba.
Kai pegó su frente a la de Bonnie cuando se separó. Ambos estaban faltos de aliento, ruborizados. Bonnie cerró los ojos momentáneamente mientras que pensaba en lo rara que estaba siendo aquella noche.
−Sé que estás comprometida –le dijo Kai. La morena abrió los ojos, y vio que los suyos estaban oscuros, casi enteramente pupilas−. Sé que no está bien que vayas besando a extraños. Pero, dado que vas a estar aquí toda la noche, yo te recomendaría que intentaras pasártelo bien.
−No puedo…
−¿Quieres mantener la prueba de tu inocencia? Vale. Hay otras maneras.
Bonnie frunció el ceño. Kai, que hasta el momento había tenido la mano en su cintura, la bajó hasta el borde de su falda, y comenzó a acariciar sus piernas. Evitando que la chica se centrara en su mano, le agarró la barbilla con la otra, y la obligó a mirarlo.
−Dime qué quieres.
−Quiero… −la mano de Kai alcanzó su cadera, y se desplazó hasta su trasero−. Te quiero a ti.
Kai sonrió, y le bajó la ropa interior mientras que volvía a besarla. Desplazó sus besos hasta su cuello, mientras que acariciaba su sexo suavemente, provocando gemidos por parte de la chica. Aquella sería una buena noche, se dijo Kai. Sí. Él no necesitaba recibir para disfrutar. Ver disfrutar a una mujer era suficiente para él. Al fin y al cabo, vivía de ello. Y presentía que Bonnie iba a ser una cliente especial.
Los labios de la chica se dirigieron a su muñeca. Kai jadeó, una mezcla de placer y dolor, y alzó la mirada para verla succionar su sangre. Tal vez aquella noche no tuviera sólo que recibir. Si Bonnie seguía bebiendo de él de esa manera, no tardaría él en tener lo que, con toda seguridad, sería el orgasmo más vergonzoso de toda su vida.
Pero no le importaba. Así como él era de Bonnie aquella noche, ella también era suyo. Y pensaba demostrárselo. No sería ella la que tuviera que esperar a que su padre terminara de saciar sus vicios. Sería Rudy el que se aburriría de esperar a que Kai se hubiera cansado de su hija.
