Todo le pertenece a George R. R. Martin.
Especialmente hecho para Trici, quien pidió un twincest.
Let's burn the city down
A Cersei le gustaba besar a Jaime. Le gustaba besarlo en la boca y que él respondiese con impaciencia (lo que secretamente la emocionaba y no le diría a su gemelo por nada del mundo).
Le gustaba más cuando tenían la ropa del otro y Cersei se hacía pasar por Jaime, con sus túnicas y la armadura liviana que el Maestro de Armas de la Roca le hacía usar en ese tiempo. Jaime usaba uno de sus vestidos (pero no su favorito porque ella sabía cuán impulsivo era Jaime y no quería que él se lo trajese roto), normalmente, uno holgado y largo porque Jaime decía sentirse expuesto con otro tipo. Luego de cada día haciéndose pasar por el otro, Cersei lo recompensa con un beso largo ya que siempre era su idea el intercambiarse, sabía que a medida que Jaime se hacía mayor y notara más la diferencia de tratos, no iba a querer jugar más con ella.
A Cersei esos recuerdos le venían de cuando en cuando, en Roca Casterly, donde los pasillos dorados y vacíos la hacían extrañar aun más a su hermano. Su única compañía (y si se podía llamar «compañía») eran sus doncellas y su padre cuando se mostraba en el comedor a las horas de la cena. El gnomo de su hermano no contaba como compañía, según Cersei. El pequeño monstruo se la pasaba fastidiando a todos los habitantes del castillo hablando sobre sus dragones y otras tonterías que a Cersei no le importaban en lo más mínimo.
Al término de la guerra, fue prometida con el nuevo Rey y con eso pudo ver a Jaime de nuevo.
Eligió su vestido con cuidado, uno de color café mucho menos lujoso de los que se ponía en el día y le robó a una de las sirvientas un delantal tan manchado de… algo que Cersei juró que lo quemaría apenas se lo quitara. Se deslizó entre los guardias de su padre, fingiendo ser una sirvienta pordiosera que iba a su casa en el Lecho de Pulgas o uno de esos lugares para pobres, en su mano, tenía la carta de Jaime, que le decía en dónde iba a estar.
La posada era decrépita y perfecta para su cometido, ¿quién buscaría a Cersei allí? Ciertamente su padre no. Encontró a Jaime sin mucho esfuerzo, llevaba solo una túnica en vez de su armadura, pero a sus ojos, relucía entre todas las personas. Cersei se apresuró a ponerse a su espalda.
― Hermano ―murmuró seductora cerca de su oído. Jaime no se sobresaltó, sino que la tomó de la mano y la lideró hasta la habitación que alquiló.
Jaime la aprisionó contra la puerta, cerrándola en el proceso, en la mañana tendría moretones en la espalada, pero en ese momento no le importaba nada excepto las manos de Jaime tocando su cuerpo. Todavía le seguía maravillando el hecho de ser tan parecidos, un perfecto reflejo de ella misma que la besaba y manoseaba y que le levantaba las faldas del vestido. Sus labios dejaron los suyos y empezaron a bajar por su cuello.
Cersei trata de no hacer ruido, que el dueño de la posada los descubra como la futura reina y su hermano no es algo que quiere vivir, incluso si una parte de ella es todo lo que deseaba. «Jaime es mío y yo soy suya ―pensó mientras le desanudaba los pantalones a su hermano, harta de tanto juego por parte de él―. Robert Baratheon no me tendrá».
