DISCLAIMER: Rurouni Kenshin y todo lo relacionado es propiedad de Nobuhiro Watsuki.

NOCHES DE INSOMNIO

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Capítulo I. Ni amigos, ni enemigos...

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Nevaba copiosamente esa noche y los árboles estaban recubiertos de blanca escarcha. El viento susurraba incomprensible en la oscuridad, enfriando aún más el ambiente; sin embargo el policía se sentía satisfecho, prefería el frío al calor... al fin y al cabo, tenía sus propios métodos para calentarse.

A pesar de que había pasado una semana de no verlo, de ni siquiera saber de él, estaba seguro de que llegaría. Porque así de torpe era Sagara, se metía en problemas justo cuando las cosas no podrían ir peor, y "casualmente" él se estaba convirtiendo en su "refugio" para esos momentos... No estaba nada mal, después de todo.

Sentado en el sillón de su oficina en el segundo piso de la estación de policía (que se encontraba desierta por la hora y por la nevada), Saito cerró los ojos mientras exhalaba el delicioso humo del cigarro, paladeando con la lengua su acre sabor y disfrutándolo en la boca. Si había una cosa que jamás haría, estaba convencido de ello, ésa sería dejar de fumar. Porque la textura del cigarro, así como el sabor y la placentera sensación que le infundía eran exquisitas, casi tanto como el cuerpo joven de Sanosuke...

En ese momento, su fino sentido del oído le hizo captar ruidos provenientes del exterior, y de inmediato experimentó un ligero aceleramiento de su pulso. Su sangre agitada le decía que el novato estaba cerca. La conexión entre ambos era más bien instintiva, y pasó la lengua por sus labios delgados al ponerse de pie cuando se abrió la puerta de su oficina.

-Vaya, tenía el presentimiento de que hoy no sería un buen día –repuso en tono burlón, sonriendo ligeramente al comprobar una vez más que su instinto de lobo no fallaba.

El chico, de pie en el umbral y calado hasta los huesos, hizo una mueca y entró azotando la puerta tras él.

Hajime lo observó de arriba abajo, indiferente: venía más sucio que de costumbre, tenía rastros de sangre en la comisura de la boca y en los puños, y su ojo izquierdo comenzaba a hincharse. Seguramente había peleado en ese antro de apuestas a donde solía ir, el Tori-atama era un vago en toda la extensión de la palabra.

-¿No vas a decir nada más? –inquirió el joven con altanería, poniendo los brazos en jarra.

-Ni te imagines que voy a curarte –respondió el lobo con el cigarro entre los labios, señalando con la cabeza sus heridas. Volvió a sentarse en el sillón, indolente, con las piernas abiertas y los brazos recargados en el respaldo, mirándolo fijamente con la cabeza inclinada hacia abajo.

Sanosuke bufó y un ligero rubor cruzó por sus mejillas, pero desvió la vista rápidamente. El capitán sabía de sobra cuánto excitaba al muchacho verlo en esa postura, casi a punto de sentarlo sobre sus piernas (tampoco estaría nada mal hacerlo, pensó lujurioso mientras cruzaba por su mente la imagen del chico sobre su regazo).

-Quítate la ropa y déjala en el rincón –ordenó tras un momento el mayor, señalando el lugar al que se refería-. Me estás llenando de agua todo el piso.

-En tus sueños –replicó Sano sentándose en una silla y cruzando los brazos en actitud desafiante-. Hoy no vas a aprovecharte de mí.

El policía negó imperceptiblemente con la cabeza, un tanto divertido (aprovecharme de ti... pero si te mueres porque lo haga, ahou). Decidió hacer caso omiso de su comentario, y hacerle creer que sería como él quería:

-¿Y qué haces aquí, idiota?

-No quise ir al Dojo en estas condiciones. Debido a su embarazo, Jo-chan está histérica por todo, y si me viera así de inmediato querría regañarme –comentó Sano frotándose las manos y temblando un poco, estaba empapado y debía sentir frío.

-¿No tienes otro lugar a dónde ir? –continuó interrogándolo el lobo, apagando lo que quedaba de su cigarro en el cenicero repleto de colillas que tenía junto a él.

-No seas tonto, si fuiste tú el que mandó acordonar la casa abandonada donde vivía, alegando que era una supuesta "bodega de narcóticos" –reprochó Sagara cargando de intención las últimas tres palabras y observándolo con ojos de resentimiento.

-Te equivocas ahou, yo no tuve nada que ver.

Y decía la verdad, otro era el departamento encargado de esos asuntos. Pero el que no estuviese implicado no le quitaba la satisfacción de ver obligado al Tori-atama a buscarlo en noches como ésa.

-Da igual –contestó el muchacho malhumorado, quitándose inconscientemente la camisa.

Saito lo miró fijamente sin que él lo notara, disfrutando anticipadamente con la visión de ese cuerpo joven y elástico (tantas y tantas cosas que se pueden hacer con él, se dijo a sí mismo con una especie de suspiro), tan apetecible y bien formado. Antes de que el chico volviera a sentarse, desvió su mirada a la ventana, donde aún se notaban los copos blancos y ligeros caer sin cesar.

-¿No tienes vendas y alcohol? –inquirió Sano volteando la cabeza, buscando lo que pedía. Ahora que no tenía camisa ya no se le notaba con tanto frío, aunque su piel aún estaba erizada y su nariz un poco roja.

-Esto no es enfermería, novato –apuntó el policía con calma. Le fascinaba ver la cara que ponía Sanosuke cuando lo llamaba de ese modo. Señaló a su izquierda, donde había un gran librero-. Pero me imagino que encontrarás vendas en el último cajón.

El luchador se levantó y fue por ellas, en tanto el ex shinsengumi se deleitaba con su estupendo trasero, sintiendo la tan conocida presión en su entrepierna (Si esto sigue así, pronto notará que estoy listo...) así como la sangre corriendo enloquecida por sus venas. Se incorporó y se dirigió a la habitación ubicada detrás de su escritorio, lanzándole una última mirada a Sagara mientras éste se vendaba el torso y un brazo. No era necesario apresurar las cosas, siempre se habían dado por sí solas (exceptuando, claro está, la primera vez...).

Sin intentar cubrir el bulto en su pantalón (que el chico notó perfectamente pero se hizo el indiferente), abrió la puerta del pequeño armario que hacía las veces de recámara, pronunciando con voz ronca:

-Apagas las lámparas al terminar, Tori-atama.

Cerró la puerta observando su mueca de disgusto al escuchar el apodo.

oOoOoOo

Acostado en el sillón de la oficina con los brazos bajo la cabeza, Sanosuke no lograba conciliar el sueño. Maldiciendo al lobo por no dejarle siquiera una manta con qué cubrirse, buscaba la mejor posición porsible en ese lugar tan reducido para su cuerpo. No se explicaba por qué había ido a parar ahí, lo que sí sabía era que había sido un impulso imperioso, irresistible. Ya tenía unos cuantos días de no ver al policía, y así se encontraba muy bien, sin embargo esa noche sus piernas lo guiaron por sí mismas, ignorando su propia voluntad.

-Tan cómodo que me encontraría en este momento con Katsu... –murmuró en voz baja y extrañando el suave futón extra de su amigo.

Desde que no tenía casa, ya que la policía había irrumpido una mañana en la suya echándolo a la calle y cerrando todo el rededor, se quedaba con Jo-chan en el Dojo. Y eso estaba bien, era cómodo... sin embargo Sano tenía una vida propia, independiente al Kenshin-gumi, por lo que había noches que las pasaba en casa de Tsukioka... o en la oficina de Saito.

Se revolvió en el sillón, sin encontrar una buena posición. Odiaba pensar en todo eso porque le invadía una sensación de impotencia al hacerlo (y bastante lógica, por cierto). Tenía que aceptar, por humillante que fuera, que ésta ocasión no sería diferente a las demás; que lo que había pasado no una sino varias veces antes, se repetiría esta misma noche. Lo peor era no saber si lo que estaba a punto de ocurrir era bueno o malo...

Levantándose de un salto, harto del frío y la incomodidad, fue a donde estaba Saito. Le pediría una manta para calmar el frío, o una sábana, o lo que fuera; incluso su chaqueta le serviría... considerando que el policía dormía con el torso desnudo (¡Vaya si no lo sé!).

Abriendo la puerta de golpe y con cara de pocos amigos, le dijo en voz alta:

-¿Y no me vas a dar una manta o algo con qué cubrirme? Me estoy congelando, mientras tú estás feliz en tu camastro y en tu habitación caldeada...

-No hay mantas –repuso secamente Saito, sin abrir los ojos mientras hablaba-. Si no te gusta, te puedes ir...

Y el joven estuvo a punto de hacerlo, iba a cerrar la puerta cuando el lobo terminó con voz sugerente:

-...o puedes venir y dormir conmigo.

Sanosuke lo miró con desconfianza: ¿había querido decir dormir con él, o coger con él? Como lo más probable era que se refería a la segunda, se negó de inmediato, a pesar de que estaba tan cálida la habitación y ya tenía mucho sueño. El policía entreabrió los ojos dorados y lo miró inexpresivo, llevando sus manos bajo la cabeza.

-Vamos, no muerdo... –dijo al cabo de un tiempo, al sentir la indecisión del joven-. No te va a pasar nada, si es lo que estás pensando.

No obstante sus palabras tranquilizadoras, su voz ronca y el tono empleado sugerían todo lo contrario. Además, ¿por qué le hablaba como si él le temiera? Un tanto molesto, trató de calmarse, no quería ser paranoico (...quizás sólo estoy imaginando todo eso (quizás estoy DESEANDO todo eso...)).

A regañadientes, el chico se acercó al lobo y se tumbó a su lado, quedando ambos hombro con hombro debido a la estrechez de la cama. A Sano no le gustaba mucho ese tipo de muebles, él prefería mil veces dormir al nivel del suelo y en un futón. Pero en la estación de policía sólo había camastros como aquél, y de dormir en uno a hacerlo en el sofá, tenía claro cuál prefería.

Escuchando la acompasada respiración de Saito junto a él, también comenzó a darle sueño. Ya no tenía frío, eso era lo mejor de todo, y sus párpados se cerraban lentamente cuando sintió el codo del lobo en sus costillas. Molesto porque no lo dejaba dormir tranquilo, Sano respondió con el mismo movimiento, dándole un codazo a Saito en el costado.

-¿Qué diablos te pasa, ahou? –preguntó el capitán con fastidio al notar que se revolvía en la cama, inquieto-. Duerme, que no estoy para tus tonterías.

-Y encima te haces el digno –resopló el chico empujándolo ligeramente con el hombro-. Eres tú el que me está incomodando. Déjame dormir, que prometiste que no pasaría nada...

Saito no contestó. Cuando Sanosuke se volvió hacia él para seguirle peleando (se sentía con ganas de descargarse con lo que fuera), todo sucedió en un instante: así como abría la boca para reprocharle, sintió a Saito callándolo con un beso. Había tomado su mandíbula con la mano para que no se separara, mientras su boca invadía la suya. Y él intentó zafarse, de verdad que lo había intentado, pero en esos momentos cualquier asomo de voluntad o firmeza era inútil...

oOoOoOo

En un abrir y cerrar de ojos, se encontraban sentados en la cama y besándose apasionadamente. Arremetían ambos con furia, como si intentaran terminar la eterna pelea con los dientes y la lengua. Sanosuke permitía a su amante que explorara sin reservas su boca, mientras él hacía lo propio con el miembro erguido de Hajime. Los labios del lobo estaban calientes y humedecían todo su cuello, mientras los jadeos amortiguados del chico llenaban la habitación.

Hincados en la cama se despojaron mutuamente de sus ropas con rapidez, con las manos temblorosas de deseo y el aliento entrecortado. Saito se estremecía con cada roce de la boca del muchacho, que lamía sin cesar su pecho desnudo y daba una que otra mordida en sus pezones, en tanto él masajeaba sus nalgas y su espalda (y comenzaba a prepararlo midiendo con su dedo índice la entrada del chico). Había pasado apenas un mes de esos encuentros tórridos y furtivos, sin embargo Sagara aprendía bastante bien lo que era hacer el amor, no como las cursilerías que practicara con las putas del pueblo. Sonriendo al ver el fulgor de deseo en sus ojos marrones, se bajó de la cama y le tendió los brazos, rodeándolo con fuerza al tenerlo entre ellos.

Continuaron besándose, pero ahora era el luchador quien introducía la lengua afilada en la boca del mayor. Sanosuke se sentía exaltado en los brazos del lobo, preso de una excitación que lo sobrepasaba. Comenzar a probar sus labios era un camino que tenía un solo final: hacer el amor. Hajime lo sorprendía cada vez que se encontraban así, en la intimidad, pues cada ocasión era diferente a la anterior. Recibirlo era como un vicio que sabía que era malo, que no hacía bien, pero cómo lo volvía loco disfrutarlo cada vez que podía. Beber de sus labios el veneno de sus palabras hirientes, abrazar ese cuerpo resistente y duro que se apropiaba de todo su ser cada vez que se veían, notar en el vientre las palpitaciones de Saito así como de su propia virilidad...

Con las manos en sendas carreras, remarcando cada centímetro de brillante piel, apretando cada músculo que encontraban a su paso, Saito y Sanosuke llegaron a la penetración. El capitán puso de espaldas a la pared al luchador, colocando su propio cuerpo delante de él. Y así como estaban, fundidos entre ellos con un abrazo que no permitía ni la más mínima separación entre la piel, el lobo levantó las caderas del chico y lo subió a su cintura, al tiempo que Sagara lo envolvía con las piernas. Cuando Hajime entraba lentamente, con descargas recorriendo su cuerpo por lo ajustado que se encontraba en su interior, escuchó sus propios gemidos de placer. No era común que se dejara llevar de esa manera, sin embargo siempre que poseía al joven era igual. Le embelesaba su olor aún de niño, los pequeños suspiros que intentaba contener pero que siempre terminaban saliendo de su garganta, la calidez de sus ojos que lo seducían y lo invitaban a penetrarlo más profundamente, su dulce aliento. En definitiva, lo cautivaba como nadie lo había hecho antes.

Abrazado al cuello del lobo, albergándolo en su interior y con el corazón latiendo al mismo ritmo de sus embestidas, Sano escuchaba en su oído los gemidos amortiguados de su amante y cerraba los ojos entregándose al placer, recargando la cabeza en su hombro. En medio del vaivén delicioso y el penetrante olor que saturaba el pequeño armario, sintió los labios ardientes de Saito succionar su cuello y sus dientes afilados recorrer la piel sin lastimarlo, únicamente erizando sus poros que pedían más y más. El hombre estaba a punto de correrse, se lo decía el aumento en la rapidez de sus movimientos, así como las contracciones en su interior. Soltándose él también, fue el primero en expulsar con una arcada su semilla, bañando el torso del lobo y el suyo con el líquido caliente y viscoso. Era exquisito, liberar su cuerpo y su corazón en el clímax. Al momento que él experimentaba las reminiscencias del orgasmo, Hajime lo abrazó aún con más fuerza y terminó entre espasmos deliciosos, murmurando cosas ininteligibles pero que sonaban bastante a frases de amor. Por eso le gustaba al chico llegar primero, para escuchar las tan anheladas palabras que sólo obtenía en el éxtasis, pero que ansiaba escuchar de sus labios también en otros momentos.

(Pero esos momentos nunca llegan, se recordó con una ligera sombra cruzando por sus brillantes ojos oscuros, al recargar su cabeza en el hombro de Hajime).

oOoOoOo

Tumbados en el camastro, aún desnudos y agitados por el encuentro, se abrazaban en la oscuridad de la noche. Saito fumaba tranquilamente un cigarro con el joven recargado en su pecho, totalmente pegado a su cuerpo y todavía con las mejillas sonrosadas. Sanosuke se sentía extraño, fingía dormir y tenía los ojos cerrados. Se reprochó por haber ido, pero aún más por buscar el encuentro. Toda esa situación le recordaba a esas niñas tontas que duermen con el chico sin siquiera saber si está enamorado de ellas, pero con la secreta esperanza de lograrlo con su entrega. Era inútil decir que eso era una mentira, si una persona se te ofrecía y la tomabas, no significaba que la amaras, aún si se lo decías sólo por la emoción del momento o para convencerla... él lo había hecho muchas veces. Debe ser el karma... todas esas lágrimas que provoqué, ahora se me están regresando (y donde más duele....

Al escuchar la respiración acompasada de su compañero, subió la vista para observarlo. Lo frustraba sobremanera terminar en esa situación, quedarse sólo con el cuerpo del policía a su lado, pero nada más. Saito ni siquiera le había preguntado por qué estaba allí, simplemente lo había aceptado porque sabía de sobra lo que vendría. Qué desesperante era aceptar que el lobo sólo lo quería para satisfacer sus instintos, mientras él necesitaba además de eso su corazón, sus sentimientos... aunque dudaba incluso que tuviera. Cerrando los ojos pero sin poder conciliar el sueño, se dijo a sí mismo, convenciéndose: es la última vez que pasa esto.

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Siempre sí subí este capítulo… qué le va una a hacer? Leyendo un precioso RoyHughes (Fullmetal Alchemist), pensé "voy a subir también ese fic! Y si nadie lo lee, pues ni modo". Y es que me gusta mucho, espero que si a alguien también le agradó aunque sea un poquito, me lo haga saber en su review. Siempre contesto todos. Ahora que nadie está obligado, si lo lees y no te nace comentar, pues por haberlo leído te lo agradezco.

'voir!