» Naruto — Masashi Kishimoto © Reservados todos los derechos al autor.
•.: DESDE MI CIELO :.•
"Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando…" — Rabindranath Tagore
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Llovía, como cada mañana, como cada tarde, como todos los días.
Ciertamente a la permanente tempestad de la aldea ya se había impuesto, a la escasa visibilidad de sol, así como a los interminables charcos en su andar. Pero había algo a lo cual nunca terminaría de acostumbrarse, y eso era al mundo que le rodeaba y al dolor causado en vano por el hombre. Las guerras, el hambre.
Cuando había creído que nada de lo que hiciera pudiera salvarle, albergarla. Justo en el momento en que creyó todo perdido: su casa, su familia, su vida, la cual esta última parecía empeñarse en dejarle en claro que sus ideas eran certeras y que en la Tierra ya no habría más lugar para ella; sus sueños y su patética y triste existencia; justo entonces llegó a su vida Yahiko.
Amegakure no conocía la imagen plena ni los colores de lo que se suponía que era un arcoíris, y ni hablar de las noches tapizadas entre estrellas, todo ello era un sueño, una idea que algunos autores planteaban en libros e historietas.
Konan particularmente desconocía dicha esencia, sin embargo, luego de ver en forma plena y con la cabeza más ubicada, su vida fría y desamparada, concluyó que aquel chico de anaranjado cabello que le había extendido su mano cuando más lo necesitó; no era quizá precisamente un arcoíris multicolor, ni una estrella como imaginaba debían de ser, sino él parecía ser el moldeador de ambas ilusiones.
Y es que desde que le había conocido, su visión de la vida en sí había dado un cambio radical.
Escucharle hablar con aquella decisión y certeza, le había contagiado de la esperanza que Yahiko reflejaba en su mirada.
Su corta e inexperta existencia comenzaba a ver otras fronteras, a sentirse con fuerzas y ganas de querer llegar de alguna manera al mañana. Yahiko le había dejado esa enseñanza.
Y así lo hizo, solventando sus necesidades, aprendiendo de supervivencia y cómo engañar a los mayores para tener el pan para la cena; pues de la noche a la mañana ya no sólo eran dos, sino cuatro bocas que alimentar, cuatro espacios en el suelo para dormir; igual a una hermandad nacida entre el dolor de una guerra, de una incurable pérdida.
El pasar de los años, las experiencias, los entrenamientos, el sobrevivir de alguna manera y esconderse de posibles ataques, todo ello fortalecía su existencia, logrando que pese a su corta edad, entendiera y asimilara muchas cosas de la vida que quizás no le eran aún tiempo de conocer ni sobrellevar.
Sin embargo, pese a tener un poco más claro cuál sería su destino y la manera de vivir día con día, había noches en que no podía engañar a su cabeza; pues como heladas gotas caían sobre sí misma lejanas imágenes de su pasada vida, o al menos, lo que lograba recordar de ella. Veía como una dolorosa película, la trágica y triste muerte de sus progenitores, la destrucción de lo que había sido su hogar, el desmoronar de sus ilusiones.
Y dolía. Cada gota de lluvia cayendo sobre su tembloroso y desamparado cuerpo, más aún el escucharse a sí misma entre sueños cuestionándose si aquello alguna vez terminaría.
Al menos Yahiko tenía la ferviente idea de que así sería, y ella le creía.
Sabía que no debía de mostrar sus emociones, un buen ninja no se dejaba ver sensible y débil, por esa razón dicha noche acalló como pudo sus sollozos y rápidamente limpió sus lágrimas con la blanca sábana con la que se tapaba. Apretó sus puños con fuerza, manteniendo de esa manera la rabia que la consumía, dejando que la almohada y la sábana fueran los únicos testigos de su sufrir.
—Sueña, cierra tus ojos y descansa, Konan, que mañana nos espera un nuevo día.
Le susurró suavemente Yahiko, a escasos centímetros de distancia, dándole a entender que, pese a sus intentos por no hacer ningún tipo de ruido, al menos él se había percatado de su estado.
A la mañana siguiente, Konan fue la primera de los cuatro en despertarse, pese a las pocas horas de sueño, éstas habían sido las suficientes para mantenerla activa y de una muy buena actitud; sonriente y plena como siempre se le veía. Para cuando el resto despertó, ella ya tenía el desayuno servido a la mesa, algo simple debido a la escases de sus recursos, pero propio para comenzar el entrenamiento matutino.
Esa mañana en particular prefirió observar desde la distancia el enfrentamiento que, como parte del entrenamiento, mantenían Yahiko y Nagato. El sonar de sus kunais siendo golpeadas en el aire y el agua bajo sus pies siendo levantada, la hacían mantenerse activa y sonriente, disfrutando del desarrollo que sus amigos habían tenido en cada uno de los entrenamientos.
—Me enorgullece saber que los tres ya han ido desarrollando diferentes habilidades. Ahora podrán defenderse solos en todo momento. Mi objetivo está cumplido.
Expresó Jiraiya, posándose a un lado de Konan. De cierta manera sus palabras la llenaron de orgullo y satisfacción, pues el objetivo del entrenamiento parecía cobrar sentido, sin embargo, por el otro lado podía adelantarse a adivinar qué era lo que significaban en realidad dichas palabras.
Desvió por unos instantes la atención de sus compañeros para observar a su maestro, el cual, sonriente y orgulloso, veía cómo sus pupilos ponían en práctica lo enseñado. Un hueco de añoranza se instaló en su estómago al pensar en la posibilidad de que en algún momento toda aquella unión se desmoronaría con la partida de Jiraiya.
Durante la noche, cuando los tres huérfanos disfrutaron la especial cena que Jiraiya les había conseguido, Konan cayó en la cuenta de que su inicial temor parecía poco a poco tomar forma, y que aquella divertida convivencia no sería más que la última cena.
Y justo lo que temía sucedió.
A la mañana siguiente la lluvia no cesaba, parecía incluso que el cielo lloraba junto a su desgracia, pues con total tranquilidad y con cierta añoranza en el rostro, Jiraiya se despedía de los tres, deseándoles buena suerte y que al igual que lo hacía él, ellos también crearan su propio destino.
Por un momento volvió a sentirse un tanto sola, desprotegida, sabía que ya no era igual de frágil y sensible como lo había sido en un inicio, ahora ella misma podía defenderse sola, de eso no tenía ninguna duda, sin embargo, su sentir iba más allá de lo físico, pues durante esos años de convivencia, los cuatro habían formado lazos inquebrantables, y a Jiraiya lo veía incluso como a un padre.
Ese día, luego de haberle visto marchar y aceptado sin más su decisión de dejarlos, Konan apenas pudo dormir. Entristecida veía la oscuridad sin notar nada en especial, era la primera noche que pasaban nuevamente como en un inicio habían estado los tres: solos, a la espera de lo que pudiera suceder.
—Sueña, cierra tus ojos y descansa, Konan, que mañana nos espera un nuevo día.
Escuchó nuevamente en un susurro a su inquieto compañero, al tiempo que la tomaba del hombro en una manera de brindarle apoyo.
Por respuesta, ella sonrió para sí misma, convenciéndose de que verdaderamente no estaba sola.
Y así justamente fueron los años siguientes, en donde pese a las posibles desventajas en cuanto a número, los tres hacían lo posible por sobrevivir en un mundo lleno de injusticias y traiciones. A pesar de su juventud, los tres no perdían la esperanza en aquello por lo que habían estado soñando durante su infancia.
Ya atrás habían quedado sus voces y risas de niños, mas no sus sueños. Y de ello fue testigo cuando la tarde en que los tres habían salido a detener a un grupo de delincuentes al este de la aldea, Yahiko salió lastimado tanto de sus extremidades como de un costado de su abdomen, razón por la cual, Konan se encargaba de curar sus heridas.
Supo, luego de un instante en que por voluntad propia sus cuerpos reaccionaron solos y sus rostros fueron lentamente acercándose uno al otro, que ni él ni ella seguían siendo aquellos mismos chiquillos.
Al menos ella hacía tiempo que le había dejado de ver con una admiración infantil e inocente. Para Yahiko en cambio, Konan se había convertido en una mujer digna de voltear a ver.
No supieron en qué tramo de su vida dejaron de lado el verse como buenos amigos, casi hermanos, pero lo que fuera que hubiera causado aquello, a ambos los tenía atrapados, envolviéndolos en una brisa armónica y placentera en donde únicamente existían sus miradas y esas malditas ganas por romper la distancia que les separaba.
Sin embargo, para fortuna de ambos, Konan reaccionó a tiempo antes de que Yahiko perdiera el control sobre sus impulsos y se arrepintiera luego de ello. Ella siguió en lo suyo, acomodando el vendaje de su cuerpo, tratando de evitar a toda costa su penetrante mirada.
Un silencio incómodo los acompañó los siguientes minutos.
Una vez lejos de su presencia y sintiéndose más tranquila, Konan suspiró, posando ambas manos sobre su latiente pecho, pidiéndole en silencio que se tranquilizara y que por favor no se ilusionara en vano.
Los dos eran amigos, muy buenos compañeros, eso era todo.
Durante la noche nuevamente no pudo conciliar el sueño, su cabeza parecía empeñarse en jugarle una trastada y reproducirle una y otra vez la escena vivida por la tarde, queriéndole robar el sueño y la tranquilidad, logrando que su cuerpo se erizara al sólo recordar la milimétrica distancia que dividió sus rostros y las ganas que se reflejaban en sus miradas.
—Sueña, cierra tus ojos y descansa, Konan, que mañana nos espera un nuevo día.
Como ya parecía hacérsele una costumbre y, pese a la oscuridad que reinaba en el cuarto imposibilitándole el ver lo que su compañera hacía, Yahiko llevó su mano hasta el hombro de Konan, susurrándole dichas palabras y diciéndole a través del tacto que todo estaba bien. Como solía hacer desde que ambos eran unos niños.
Por respuesta, ella sonrió bajo la oscuridad, convenciéndose de las palabras de su compañero. Escucharlo, siempre la reconfortaba.
Pese a la oscuridad, pudo jurar que al igual que ella, él igualmente sonreía.
Muy entrada la mañana, la chica se alistó para salir a la ciudad por algo para la comida y algunos medicamentos que consideraba pudieran ser de utilidad para la pronta recuperación de Yahiko. Konan le solicitó a Nagato que durante su ausencia éste cuidara a su compañero mientras ella regresaba, sin embargo, cuando intentó girar su tablilla indicando que estaría fuera de casa, se sorprendió al notar la tablilla de Yahiko igualmente volteada.
Suspiró, era imposible mantenerlo quieto al menos un día.
—Se me antoja un cerdo ahumado.
Dijo de pronto Yahiko, escondido detrás de un árbol cercano al refugio. Parecía estarle esperando.
—Deberías de estar adentro, descansando —le reclamó Konan.
—Sí, hay muchas cosas que se supone que deberían de ser —respondió, caminando hacia ella, tomando la canastilla de mimbre que Konan cargaba—. Sólo quiero cerciorarme que compres algo rico para la comida.
Konan soltó el aire, a veces creía que Yahiko aún no maduraba del todo, seguía portándose como un niño.
Luego de realizar las compras, y ya cuando ambos se disponían a regresar, un grupo de hombres los atacó por sorpresa. Lo único que Konan alcanzó a mirar, fue una ráfaga de kunais viajando en dirección a ellos. Yahiko alcanzó a apartarla antes de que la hirieran; después de ello, ambos se colocaron en posición de ataque.
La ventaja la tenía el grupo, principalmente por número, razón por la cual, los dos jóvenes atacaron a distancia. Konan creó una barrera con múltiples papeles bomba, logrando así una enorme capa de humo, dándoles el tiempo necesario para escapar al ver cómo siete de los nueve hombres tenían rodeado a Yahiko y le atacaban al mismo tiempo, exigiendo así la muerte del líder de Akatsuki.
Con absoluta cautela lograron refugiarse temporalmente en una húmeda cueva al oeste de la aldea. Yahiko se cercioró de que dentro de la misma no fueran a tener algún otro incidente, mientras Konan se encargaba de cerrar el hueco de la cueva por el cual habían entrado, dándole con sus papeles la misma forma de las rocas que le rodeaban para evitar ser descubiertos.
Vio cómo Yahiko se dejaba caer al piso, sujetándose el costado derecho de su abdomen, supo de inmediato que nuevamente se había lastimado. Formó una especie de antorcha con origami y la encendió para dar algo de luz.
—Déjame revisarte —pidió ella, arrodillándose a su lado para estar a su altura, petición a la cual Yahiko se negó, alegando estar bien—. No seas terco y déjame verte.
Exigió, mirándole preocupada, motivo por el cual el chico no pudo negarse a acceder. Odiaba ver su rostro preocupante y triste.
Ella le descubrió el pecho, notando cómo parte del vendaje que ella misma le había colocado la tarde anterior, se encontraba manchado de sangre.
—Apenas alcanzaron a herirte.
—No importa, no es nada.
Dijo, queriendo evitar que nuevamente ella se preocupara e hiciera labor de curaciones en su cuerpo. Pero Konan estaba decidida, y cuando se lo proponía, era igual de terca que él mismo.
Prefirió dejarla hacer sin interrumpirla, posando ambos brazos a los lados de su cuerpo y recargando la espalda en la empedrada pared.
Observó a detalle cada movimiento que ella realizaba y cómo todo cuanto hacía era ejecutado con absoluta paciencia y delicadeza. Se entretuvo algunos minutos mirando su rostro, sus facciones le parecieron igualmente delicadas, exquisitas, como una rosa recién abierta. Sus ojos, los cuales viajaban desde su herida hasta el extremo de la venda, le volvieron a parecer especiales, pues en ellos no sólo se reflejaba una inquietud por terminar pronto lo que hacía, sino un sinfín de sentimientos entremezclados.
—¿Qué?
Preguntó ella, un tanto nerviosa y sonrojada, sin dejar de hacer sobre el vendaje de Yahiko.
Él negó, aún sonriente, volteando hacia otro lado, dejado que ella terminara su trabajo. Se inquietó cuando le vio alejarse y regresar con una pequeña botella que contenía su medicina, la cual le pidió que tomara.
—No tomaré esa cosa, sabe fea.
Declaró, haciendo un gesto de asco como si fuera un niño. Gesto que a Konan le resultó divertido, pero al mismo tiempo desesperante. Molesta, le miró sin decir nada, logrando que por respuesta éste no tuviera más remedio que tomar de lo que ella le ofrecía, no sin antes mirarla de mala manera para luego de beber poner cara de vómito.
Konan rió triunfante, sentándose a un lado de Yahiko para esperar su mejora y que el peligro afuera pasara. Aguardaron en silencio, escuchando la lluvia chocando con las rocas que les protegían; ella mientras jugueteaba formando pequeños objetos de origami, al tiempo que lentamente iba recargando la cabeza en el hombro de su compañero. Desde arriba, Yahiko veía la facilidad con la que Konan hacía y deshacía en sus manos diferentes formas hechas con papel.
Con un gesto de mano, le pidió que le diera la rosa que recién había formado con la cual se entretuvo.
—¿Crees que algún día esto termine? —preguntó ella.
Yahiko se reacomodó de posición, recostándose sobre el helado suelo y posando la cabeza sobre las piernas dobladas de Konan. Elevó la rosa que sujetaba, haciéndola girar entre sus dedos, llevándola así hasta la punta de la nariz de su compañera.
—No lo sé, pero para eso estamos nosotros, para hacer la diferencia —contestó, mirándola. Ella sonreía.
Konan desvió la mirada hacia abajo, viéndole al igual que él lo hacía. Yahiko continúo deslizando aquella rosa sobre su rostro, delineó sus mejillas, sus pómulos, el contorno de su cara, su barbilla, sus labios, éstos últimos con absoluta dedicación, consiguiendo que por resultado ella lentamente cerrara los ojos e inclinara la cabeza, dejándose llevar por el contacto, logrando que por voluntad propia sus manos viajaran hasta la cabellera de su amigo, en donde jugó con sus anaranjados cabellos.
—Konan…
—¿Mhm…?
—¿Por qué a veces por las noches no puedes dormir?
Ella abrió suavemente los ojos.
¿Cómo explicarle que había ocasiones en donde la inquietud por lo que les depararía en un mundo donde la maldad se respiraba en cada rincón, la acechaba, cuestionándola si algún día lograrían cumplir su objetivo? ¿Cómo decirle que, aunque ella igualmente lo soñaba, había ocasiones en donde dudaba que sus ideales fueran a tomar forma?
Sin embargo, más fuerte era la lucha interna que los había llevado hasta donde estaban, y ello se lo debía principalmente a él, a Yahiko, quien se encargaba de convencerla de que todo cuanto hicieran algún día valdría la pena.
—Eres muy predecible, al menos para mí lo eres. A veces te siento igual de frágil y delicada como lo parecen ser tus origamis, pero cuando los tienes en tus manos, cuando eres capaz de apreciarlos detalladamente, te das cuenta de que no son así, son resistentes, firmes y poderosos. Al igual que lo eres tú.
Konan escuchó atenta sus palabras, sonriendo ante su confesión.
Él le dejó sobre su oreja izquierda la rosa de origami, colocándosela como un adorno en sus azules cabellos, y, en el regreso de su mano, la hizo rodar por la suave y helada mejilla de la chica.
Ella le veía desde arriba, sus ojos se habían tornado pequeños, deslumbrantes y encantadores a vista del chico, pues de un segundo a otro, no pudo apartar la atención de ellos.
La tomó entonces de la barbilla e intentó elevar un poco el rostro, logrando que ella se inclinara más. Quería besarla. Sin embargo, todo quedó nuevamente ahí, en la intención de sus labios. Pues otra vez a su cabeza le llegó la dolorosa respuesta a su indecisión: ambos eran amigos.
Konan recargó la espalda en la pared y miró en otra dirección, avergonzada y un tanto entristecida.
—Hey, ¿qué sucede? —preguntó Yahiko, incorporándose del suelo, tomando del rostro a su amiga, pidiéndole que volteara a verlo. Pero ella no quiso hacerlo—. ¿Dije algo malo?
Ella negó, cosa que lo dejó más confundido aún.
—Revisaré a ver si ya está despejado por los alrededores.
Respondió, evadiendo el tema, haciendo que de su brazo izquierdo se desprendiera una pequeña hojilla y tomara forma de mariposa, la cual salió volando de la cueva.
Yahiko no apartó la mirada de con la chica.
—¿A qué le tienes miedo, Konan? —quiso saber—. Tal parece que quieres huir, que te niegas a querer amar y ser amada.
—Porque la última vez que lo hice los perdí: a mis padres, a Jiraiya-sensei. Y ustedes son lo único que tengo, Nagato y tú son como mis hermanos, y pensar en que tú y yo… ¡No, no quiero! —humilló la cabeza, concluyendo luego—: No debo…
—¿Por qué no? Sé que no ha sido nada fácil por lo que has pasado, y al igual que tú, a mí también a veces me consume la incertidumbre de pensar si conseguiremos algo con todo esto; pero luego trato de convencerme de que así será, e intento aprovechar cada instante como si fuera el último.
Posó su frente sobre la frente de ella, cerrando los ojos y escuchando su lento respirar. Los ojos de ella se nublaron, y pesadamente pasó saliva.
—Yahiko…
—No sabemos qué pasará mañana, o si sobreviviremos un día más, pero hay dos cosas que sí tengo claras en estos momentos, la primera: que pase lo que pase, daría lo que fuera por el bienestar de Nagato y el tuyo —contó—. Y la segunda: es que quiero besarte, Konan.
Concluyó, para luego acortar considerablemente la distancia de sus rostros, sintieron su aire caliente y después juntaron sus bocas.
Se degustaron, probaron por vez primera la verdadera esencia del otro, su verdadero sabor. Rompieron la barrera que los alejaba, quebraron cualquier esquema que les hiciera creer que eso que vivían sería un error o una mala decisión.
Sus labios jugueteaban una encantadora guerra de debilidades, en donde al perdedor le tocaba ser quien recibiera todo arrebato por parte del otro, y el ganador, no hacía más que dejarse llevar por sus instintos, por sus ganas guardadas, por su pasión. Pero en realidad, ni uno ni otro era el perdedor o vencedor, los dos aportaban al momento, al contacto de un beso, movían sus cabezas queriendo encontrar una mejor posición en donde sus ansias por querer devorar la boca del otro les permitiera tener un contacto más profundo, más intenso.
Separarse no era una opción, al menos no para él, pues con el pasar de los minutos y pese al ardor de su boca, tuvo la idea de delinear los labios de su compañera con la punta de la lengua. Hecho que estremeció a la chica, logrando que suspirara, sonriera y le diera acceso libre y total a la lengua de Yahiko dentro de su boca. En donde la suya no se hizo esperar, y prontamente le marcó un ritmo sensual al húmedo intruso.
Sin consciencia, elevó sus delgadas manos al cuello de su acompañante, pidiéndole de ese modo que no se separase, reaccionando a las caricias que lentamente él hacía en su rostro, pues con ambas manos la sujetaba y con el dedo índice y anular masajeaba sus orejas. Su intención no era otra sino enloquecerla, hacerla perder cordura, envolverla en su mismo deseo, y juntos adentrarse en una pasión sin retorno.
Aún con su boca ocupada en su totalidad, ella gimió, consiguiendo que el hombre ansiara pegarla más a su cuerpo. Él sudaba, su torso desnudo era cubierto por finas gotas al igual que su espalda. Cada segundo se volvía más asfixiante, más caliente ahí adentro.
Dejó por un momento su rostro mas no su boca, dejando caer ambas manos en los hombros de la chica; se le veía un tanto inquieto, ansioso por continuar, pues sus dedos apretaron ambos hombros haciéndola gemir más.
—Oh… Konan…
Habló apenas, como si el aire le faltara, como si el suspirar lo hubiera cambiado por el habla. Y ella le vio, sus ojos pequeños y extasiados apenas pudieron mantenerse firmes en su rostro, pues éste denotaba un estado de perdición total, su boca media abierta halaba todo el aire que le fuera posible tomar. Los ojos de su acompañante se notaban diferentes, con un brillo especial que ella jamás creyó llegar a verle, pues en ellos se reflejaba el deseo y la pronta necesidad por querer continuar y volver ese momento más íntimo.
Fue ella quien esta vez arremetió contra su rostro, besándolo salvaje y ansiosamente, pues su deseo burbujeó en todo su cuerpo cuando vio a Yahiko no con ojos de un compañero o amigo, sino como hombre, pues así era justamente como se dejaba ver en ese instante, como un hombre que anhelaba compartir con ella no sólo una tarde.
Sin dejar de besarla, se dio a la difícil tarea de llegar hasta los botones de su gabardina con la idea de retirarle esa pesada prenda; no podía esperar el momento en que su cuerpo se pegara al de ella sin impedimentos.
Una vez abierta la prenda, no pudo evitar mostrar su deseo, y por respuesta, mordió el labio inferior de su amiga, provocando que gimiera de un modo por demás erótico a oídos de Yahiko.
—Konan…. qué manera de gemir tan… provocativa —dijo, con el poco aliento que le quedaba y, sonriente, de medio lado susurró—: suena incluso hasta delicioso.
Cada palabra, cada mirada, cada acción iba a parar a donde mismo, sus sentidos lo percibían y gustosos lo recibían; pero su cuerpo, esa parte baja de sí misma, parecía tener voluntad sobre sus propias acciones.
Ya no recordaba lo platicado instantes atrás, sus temores, sus inquietudes, incluso el hecho de saber que continuaban escondidos y que en cualquier instante pudieran ser descubiertos, pues ahí en esos momentos sólo estaban ellos dos y una creciente adicción a sus besos.
Ya no había marcha atrás, había llegado el momento de concluir lo empezado, y justo eso hizo al notar cómo Yahiko veía con cierta indecisión o falta de valor, el cierre de la blusa de la chica, el cual iba desde su pecho hasta el inicio de su ombligo. Yahiko paró un instante, mirándole el rostro, queriendo que ella le diera la seguridad y la libertad de dar el siguiente paso, pero por respuesta, únicamente recibió una sonrisa y un cálido beso en los labios.
Ella misma le tomó su temblorosa mano llevándola hasta el inicio del cierre y ayudándole a bajarlo.
El sonido del cierre siendo abierto lentamente se almacenó en su memoria.
No hicieron falta preguntas, ni palabras; ambos deseaban seguir con el juego que habían comenzado.
Ella misma se encargó de dejar a un lado su blusa, quedando únicamente a un sujetador de la desnudez total de su pecho. Sonrojada y un tanto avergonzada, desvió la vista cuando Yahiko pareció haber quedado sorprendido con lo que veía, pues nervioso, viajaba con la pura mirada por los suaves pechos de su compañera.
Le gustó imaginar por breves segundos lo que se escondía debajo de aquellos negros encajes.
—Ohm… ¿Yahiko…? —habló ella, queriendo atraerlo nuevamente a la realidad.
Yahiko le miró, descubriendo en su rostro aquella voluntad que le hacía falta. Siempre creyó que ese momento sería igual de decisivo y aventurero como había leído a escondidas en las historietas que logró hurtar de su maestro, sin embargo, al estar ahí frente a ella, quien fuera su compañera de toda la vida, su amiga, le hacía dudar de la habilidad que se suponía que como hombre debía tener.
Se sintió patético por un instante, tenía valor para enfrentarse a multitudes, pero con ella parecía que todo su valor se le desvanecía. Ella lograba desarmarlo por completo, esa era la realidad.
Sabía que era la primera vez de su compañera, y para ser sincero con él mismo, también era la suya, así que de alguna manera sentía la presión de querer regalarle a ella un buen recuerdo de todo ello. Motivo por el cual, sus acciones de un momento a otro se habían vuelto torpes e inseguras, pero fue sino ella quien esta vez le dio el valor para seguir.
Konan recargó la cabeza en el desnudo pecho de Yahiko, escuchando el acelerado latir de su corazón. Le tomó una mano entrelazando la suya con la de él.
—Yo también estoy algo nerviosa —confesó. Él le acarició el cabello, embriagándose con el aroma a jazmín que desprendía con el andar de sus dedos—. Pero tú lo dijiste, jamás debo de arrepentirme de hacer algo que desee, y hoy lo que deseo es estar contigo, de esta y todas las maneras que sean posibles, aún por encima de la muerte quisiera llevarte conmigo, recordarte y que me recuerdes, y luego de ello esperarte y que me esperes. No puedo arrepentirme de algo que siempre soñé tener.
Él le levantó la cabeza para mirarle, encantándose nuevamente con aquel rostro que le gustaba ver, ese gesto alegre y pícaro al mismo tiempo; le fascinaba verla así, libre, decisiva y tan femenina como siempre. Sin lugar a dudas, daría lo que fuera por mantener vivaz esa chispa que poseía su amiga.
La besó, diciéndole de ese modo lo mucho que la deseaba y necesitaba, pues a partir del día en que la conoció, supo que su existencia sería, entre otras cosas, para protegerla a ella. Konan correspondió el beso, enredando ambas manos tras su cuello, haciendo que lentamente ambos cayeran sin romper el contacto.
Al sentir el frío suelo sobre su caliente espalda, Konan no pudo evitar encorvar hacia el frente su pecho, elevándolo para fortuna del chico, quien aún sin dejar de besarla, hizo rodar su mano derecha sobre su rostro, cuello, así hasta llegar a sus pechos, los cuales masajeó. Konan suspiró sobre sus labios, abriendo los ojos, notando la sonrisa estacionaria en su compañero.
Le gustaba escucharla así, comenzaba incluso a hacerse adicto de esos provocativos sonidos.
Antes de proseguir, tendió su negra gabardina para que el suelo no le calara tanto a su compañera, y aún no terminaba de acomodarla cuando ésta rodó su cuerpo encima del de él, tomándolo por sorpresa, sentándose de algún modo sobre éste.
Yahiko le vio desde abajo, asombrado pero gustoso de notarla feliz, sonriente, y sin duda, sumamente sensual, luciendo únicamente su negro brasier y su corto cabello cayendo al ras de sus hombros. Se perdió por escasos segundos siguiendo el cauce de la línea que se formaba desde en medio de sus pronunciados senos, siguiendo por su vientre plano, terminando hasta el inicio de su ombligo. Todo en ella le gustó, más aún cuando ella misma decidió deshacerse de su sujetador, dejando libres sus dos pechos, los cuales en primera instancia intentó ocultar con su mismo brazo.
Yahiko abrió la boca anonadado, y la tomó de la cintura, intercambiando nuevamente lugares; era momento de reaccionar.
Konan le miró asombrada, aún sin quitar el brazo de sus pechos, dejó que él hiciera en su cuerpo. Le besó la frente, las mejillas, la barbilla y sus rojos labios, dejando luego un camino de besos desde su cuello, siguiendo el contorno de su brazo izquierdo sobre su pecho, y, al llegar a sus dedos, uno a uno fue separando de su cuerpo con la idea de convencerla de que dejara de cubrirse.
Y así fue. Ella accedió a su silenciosa petición, sosteniéndole la mirada y conservando un sonrojo en sus mejillas.
Yahiko volvió a sus labios, demandándolos y perdiéndose en su boca, jugando lengua con lengua. Aventuró una mano hacia su rostro, acariciándolo mientras que la otra se posaba sobre uno de sus pechos, suspirando tras sentir el pequeño pezón enterrarse en la palma de su mano.
Trazó un camino desde sus labios, barbilla, cuello y pecho, con dulces besos, depositando un beso en cada uno de sus pechos, logrando que por respuesta ella tensionara el cuerpo, creyendo que continuaría, pero no fue así, las intenciones del hombre eran otras, y peligrosamente continuó su inicial trayecto siguiendo la línea de su abdomen, pasando por su ombligo y deteniéndose en el inicio de su cadera.
Ella mordió su labio, evidentemente nerviosa, su corazón latía salvajemente haciéndole perder la calma. Exhaló aire sólo para darle un sí en un movimiento de cabeza a su compañero cuando éste detuvo su andar, mirándole, como pidiéndole autorización para continuar.
Ansiaba verla completa, plenamente y dispuesta para él, pues quería conservar en su memoria aquella imagen de ella, espléndida en su desnudes y fotografiarla con la mirada. Quería terminar de conocer a su amiga, y ésa era la última manera que le faltaba por conocerla: Desnuda.
Motivo por el cual, se dio a la tarea de bajar sus mallas y sacarle las zapatillas. Sus largas piernas besó, regresando hasta el inicio de su cadera con la intención de retirarle la última prenda.
Pero ella se lo impidió, evitando que bajara su braga.
—No me parece justo esto, estoy en desventaja sobre ti.
Dijo, alzando una ceja en modo de reproche. Yahiko rió de medio lado, mostrando su risilla pícara y pervertida que hacía tiempo no usaba. Konan parecía querer provocarlo, o al menos, iniciar un nuevo juego, pues su rostro igualmente mostraba diversión.
Él ya se encontraba descubierto del pecho, salvo por el vendaje que llevaba, así que, ante la atenta mirada de Konan, Yahiko se puso en pie y se bajó el pantalón, quedándose únicamente en bóxer.
—¿Ya te parece más justo? —volvió a su lado. Ella rió divertida, asintiendo—. Bien, porque pondré las cosas a la par.
Comentó, mordiéndole los labios, logrando distraerla para prontamente posar sus manos sobre los delgados lazos de su braga, quitándosela por completo sin que ésta pudiera negarse a ello. Suspiró al sentir su cálido cuerpo desnudo bajo el suyo, el pecho le bombeaba fuertemente debido a la excitación de su ser, y su lengua exigía extasiarse del sabor de los labios de su compañera. Volvió a besarla con entrega, dedicación y ganas, mordiendo y sorbiendo de su boca lo necesario para aventurarse a ir más allá.
Incorporó el cuerpo, viéndole desde arriba tal cual quería hacer, prestando sumo interés en cada parte de ella. Siempre la creyó justo como la había descrito minutos atrás, muy similar a sus figuras de origami, las cuales parecían frágiles y delicadas, pero siendo poderosas y hermosas al mismo tiempo.
Justo así era ella, justo así la veía ahí, plena, espléndida, con su respiración agitada, con su cabello algo desalineado, con su rostro delicado, femenino y atractivo, sensual, ahora incluso reflejaba sensualidad con esos labios rojos e hinchados de tantos besos, formando una sonrisa que reflejaba sensualidad, y una mirada que dedicaba entrega. Su cuerpo parecía igual de delicado como lo eran sus figuras de papel; sus senos respingones le quitaban el aliento, logrando que la saliva se le estancara en la boca, haciéndole difícil la labor de pasarla; su vientre plano y moldeado, le hacían fácil el trayecto directo hacia su pelvis, el cual con descaro y anhelo observó, inhibiéndosele los sentidos al sólo pensar que sería el primero en explorar dichas praderas.
Cuando volvió a verle el rostro, supo que no había dudas, él era para ella, y ella sería de él.
Amasó sus pechos, uno tras otro, acostumbrándose a su forma y tamaño, gustándole cómo luego de tomar entre sus labios su pequeño y sensible pezón, éste regresaba en un rebote a su posición original. Konan gemía, meneaba la cabeza presa de sensaciones nunca antes experimentadas. Por sí sola abrió las piernas, dejando que él se acomodara en medio de ellas mientras continuaba torturándola con sus húmedas caricias por su pecho. Fue sino cuando sus inquietos dedos viajaron seguros hacia su zona sur, que ella gimió su nombre, haciendo que por respuesta él sonriera y les diera más destreza a sus caricias sobre sus partes íntimas.
Perdida, entre el delirio y la locura, ella misma guió su mano hasta llegar al borde de la ropa interior de Yahiko, intentando arrebatárselo. Aquello la tenía en desventaja, y eso no le agradaba.
Y, cuando le vio pleno, con ojos borrosos por la excitación, una placentera punzada en su intimidad le hizo retorcerse de placer.
—¿Qué sucede? ¿De verdad deseas que continúe?
Preguntó, preocupado por su estado; pero ella no respondió de ninguna manera, únicamente deslizó la punta de sus dedos por el torso descubierto de su compañero, pasando por su ingle, hasta rozar su expuesta y erguida virilidad.
Fue el turno de Yahiko para suspirar y susurrar su nombre. Su compañera lo había puesto en un estado de no retorno, y con sus acciones le daba a entender que estaba más que lista para él.
Yahiko se colocó sobre su cuerpo, le sintió tensarse y respirar agitadamente. Pese a que le sonreía, podía notar la lucha interna en la cual se veía inmersa, pues por un lado estaba nerviosa, y por el otro, contenta de lo que experimentaba.
Entrelazó su mano con la de ella, brindándole así seguridad y confianza, le besó la frente y los labios, sonriéndole, para luego susurrarle:
—Si te sientes incómoda, dime, por favor. Si necesitas que me detenga sólo dilo, no quiero lastimarte ni tampoco presionarte. Konan, yo…
Fue silenciado por ella en un cálido beso.
—Sólo hazlo.
Pidió, sosteniéndole la mirada.
Después de ello todo lo que Konan supo fue que sus oídos se taparon por completo, no escuchó nada más, ni el sonido de la lluvia chocando con las rocas, ni el latir acelerado de su corazón. Sus manos se tensionaron, al igual que sus dedos. Sus ojos se nublaron y las piernas le temblaron. Su pecho se pegó al de él en un impulso por solventar el dolor punzante que se estacionó en su interior. Pudo sentir con absoluta precisión cómo su intimidad era corrompida y lentamente se abría dando paso al intruso que arremetía contra ella.
Sólo veía borroso cómo Yahiko parecía hablarle, pero ella no le escuchaba, se le veía preocupado, mas no supo qué le sucedía.
Una lágrima se escapó de sus ojos, lo cual terminó por alarmar a Yahiko, quien intentó apartarse de su cuerpo para atenderla, pero ella se lo impidió. Como pudo, lo sostuvo dentro de su cuerpo, evitando que saliera de su interior.
—Continúa, sólo hazlo. Quiero sentirte por más tiempo.
Dijo, sonriéndole nuevamente. Ella misma movió la cadera, pidiéndole de esa manera que continuara con un ritmo más acelerado. Y así lo hizo.
Yahiko cerró los ojos, dejándose llevar por la cálida sensación de estrechez que rodeaba su sexo. Una y otra vez penetró la cavidad de su compañera; y ella gemía, tras cada penetrada ella sola abría más las piernas y elevaba la cadera. El placer lentamente fue ganándole terreno al dolor, y ello se vio reflejado en el rostro de la chica, el cual revelaba un gozo total.
Ella le pidió en un gesto que la besara, quería sentirse sensualmente atractiva y deseada, y, de pronto, para sorpresa de Yahiko, ella misma se colocó en cuatro, dándole la espalda y dejando su sexo al descubierto.
Él rápidamente entendió y colocó la punta de su hombría en la entrada. Gimieron al unísono, sus cuerpos se acoplaron a la perfección a los gustos y necesidades del otro. Ambos se brindaban un placer sin igual. Ya atrás había quedado ese lazo que los unía como amigos, ahora, ambos habían sobrepasado la línea de amistad. No estaba teniendo simple sexo con su mejor amiga, sino que le estaba haciendo el amor a la mujer que amaba.
Y así fue, los dos sucumbieron al deseo de sus cuerpos y a la entrega de sus almas, pues sin pensarlo, ambos amigos yacían enamorados uno del otro.
Yahiko lamió el rostro de su compañera en un intento por llegar a su lengua, mordió delicada y sensualmente sus mejillas, al tiempo que con una mano sostenía su cadera y con la otra le sujetaba el rostro para mantenerla cercana al suyo. Sus siluetas se materializaban en las paredes del lugar, formando una escena por demás sensual, pues con un ritmo acelerado, él anunciaba que pronto llegaría a su culminante final. Ella gimió su nombre en el instante en que él se clavó profundamente en su cuerpo llegando así a su clímax.
Con desgane y pesadez salió de su interior, ayudándole a recostarse sobre el suelo, pues sus piernas de pronto comenzaron a fallarle, volviéndosele débiles y temblorosas. Junto a ella se recostó, atrayéndola hacia su cuerpo para cobijarla bajo su brazo. Dejaron que sus respiraciones se normalizaran y sus sentidos volvieran. Logrando por algunos minutos un silencio absoluto mas no incómodo.
—¿Yahiko?
—¿Mhm…?
—¿Y ahora qué pasará? Es decir, volveremos a casa… ¿y luego?
—Pasará lo que tenga que pasar, no te presiones por ello —respondió calmado, con los ojos cerrados en dirección al techo.
Ella se acurrucó más sobre su pecho, tapando ambos cuerpos desnudos con su gabardina. Luego de un silencio tras su respuesta, ella mordió sus labios inquieta.
—Esto que acaba de pasar… ¿fue?
Yahiko la miró desde su posición, alzando una ceja en interrogante.
—Fue que hicimos el amor —notó cómo ella se avergonzó tras sus palabras, y sonrió nerviosa—. ¿Por qué preguntas?
—Sólo que no sabía cómo llamarlo, es decir, tú y yo…
—¿Qué sientes en estos momentos, Konan? ¿Sigues teniendo el mismo temor que comentabas hace unos minutos?
Ella negó, sosteniendo su mano.
—Me siento segura, tranquila de que pase lo que pase, sé que estaremos juntos.
Él guardó silencio, acarició su mejilla y depositó un beso en sus labios, pidiéndole de ese modo que descansara.
Yahiko permaneció algunos segundos mirando el empedrado techo de la cueva, sin pensar nada, simplemente perdiendo en la nada misma la mirada. Suspiró, para luego voltear a ver a Konan acurrucada sobre su pecho, durmiendo placenteramente. Sonrió a su amiga, ahora siendo su mujer, imitándole y descansando un poco también.
Fue sino su jutsu de papel que tiempo atrás había mandado a revisar, quien despertó a Konan luego de algunos minutos de sueño, adhiriéndose a su brazo derecho, dándole a conocer que el perímetro se encontraba despejado.
Sin muchas ganas volvieron al refugio, y lo que se suponía que sería una comida, terminó convirtiéndose en cena. Como en los viejos tiempos, los tres compartieron la mesa y los alimentos en una sana convivencia donde las risas y las experiencias bochornosas no se hicieron esperar.
A veces era necesario salir de la rutina y del estrés en el que se vivía con tanta batalla, concluyó Konan, viendo divertida la escena que le rememoraba años atrás cuando vivían en compañía de Jiraiya.
Esa noche batalló para dormir, su cabeza estaba repleta de ideas, de fantásticos y encantadores recuerdos de lo vivido horas atrás en compañía de su amigo, sintiendo la piel estremecérsele al pensar en el rodar de los cálidos besos de Yahiko sobre su cuerpo.
Sonrió sola, como una loca ilusionada, como una chiquilla enamorada.
—¿Konan? —escuchó a su compañero susurrarle.
—¿Sí?
—¿Nuevamente no puedes dormir? —preguntó, y ella negó apenas, ocultando bajo las sábanas parte de su rostro, sonrojado y sonriente—. Yo tampoco puedo.
—¿Quieres que te prepare un té?
—Creo que saldré un momento —anunció, incorporándose—. ¿Vienes?
Ella le siguió segundos después, saliendo con sumo cuidado para no despertar a Nagato.
Le vio parado afuera, a un costado del refugio, mirando silencioso hacia el horizonte, mojando sus cabellos con la fresca brisa que acompañaba la noche. Ella se detuvo un instante, no queriendo romper su ensoñación, sino hasta que él le vio y le pidió que fuera hacia su lado, haciéndole una seña con la mano. Los descalzos pies de la chica hicieron ruido en su andar por los charcos; a un lado de él se paró, viendo en dirección a donde él lo hacía.
—Hace algo de frío, creo que iré adentro por…
Intentó retroceder sus pasos para ir por alguna manta para cobijarse, sin embargo, antes de que diera un paso, él la atrajo a su cuerpo y la cobijó en un cálido y entregado abrazo.
La sostuvo así, con su espalda pegada a su pecho y sus brazos rodeando su cintura, aspirando el aroma que desprendía su piel, cerrando los ojos y dejando que fuera el viento chocando contra los árboles el único que hablara entre los dos.
Ella se dejó hacer, el contacto le agradaba, haciéndola sentir protegida, querida. Deseó alargar los segundos a su lado, que ese abrazo fuera eterno, y así le pareció, pese a que sólo habían sido escasos minutos, pero para ambos resultó toda una vida así unidos, estrechados, pues la entrega con la que lo hacían les devolvía toda una eternidad en su estrecha compañía.
Sorprendida, por vez primera pudo jurar que había visto una estrella asomándose en el cielo de Amegakure.
Ella besó sus brazos, apretándose más contra su cuerpo. Él deseo volver a sentir sus labios rozando con los suyos. Haciéndola girar para tenerla frente a frente, se perdió en sus ojos, en su brillo, en cada línea que enmarcaba su delicado rostro, y la besó, justo como anhelaba, justo como deseaba hacerlo, la besó sin impedimentos, sin inhibiciones, siendo la suave lluvia testigo del silencioso compromiso y promesa que ambos se hacían: no olvidarse.
Durante los días siguientes, las cosas volvieron a su estado original, la lucha que como grupo se habían impuesto continuaba firme y prometedora, siendo Yahiko el líder del mismo, comprometiéndose en su totalidad con la idea inicial del grupo, contagiando a sus seguidores de virtud y capacidad. Eso no cambiaba en absoluto, él seguía siendo el mismo, ellos seguían siendo aquellos que luchaban por cambiar el mundo.
Pero por las noches, cuando a solas se encontraban o de momentos veían alguna oportunidad para escapar de la costumbre, volvían a amarse, a entregarse entre besos y caricias todas las ganas que tenían por el otro.
Yahiko siempre estuvo para Konan, así como ella estaba dispuesta a estar para él.
Sin embargo, la mañana en que su vida dio un giro radical y creyó que todo por lo que había estado luchando y esforzándose parecía irse al demonio, ansió con todas sus fuerzas jamás haber despertado, deseó tener su sentido de la vista y el oído inhabilitados para no escuchar ni ser testigo de lo que frente a sus ojos se presentaba. Deseó tener un corazón de piedra para no sentir el dolor causado por la partida de su amigo, de su compañero, del hombre que amaba y que por ella había sido capaz de dar su vida.
Por mucho tiempo había dejado atrás las noches de insomnio, su sueño se había vuelto pleno y ameno, pero esa noche, luego de lo ocurrido, simplemente no pudo cerrar siquiera los ojos. Su pecho dolía, y ella odiaba sentirse así, odiaba llorar, pero no podía ocultarlo, cada recuerdo, cada palabra y momentos vividos, regresaban a su cabeza como una mala jugada evitándole conservar la calma.
Sólo ella sabía el dolor que sentía, y era conocedora de la dedicatoria que tenían sus lágrimas.
A solas en la habitación que les había servido como nuevo refugio, intentó acallar sus sollozos para ella misma no sentir pena por su causa.
Fue en ese instante cuando sintió cómo su hombro era tocado por una cálida mano, posándose sobre éste. Al contacto, pudo sentir un calor invadirle el cuerpo.
—Perdóname —dijo ella al aire, costándole trabajo sostener las palabras—, Yahiko…perdona por haberte puesto en esa situación...
—Sueña, cierra tus ojos y descansa, Konan, que mañana te espera un nuevo día.
Escuchar esas palabras terminó por desarmarla por completo. Ya no había un nosotros entre sus frases. Ya no habría más un mañana.
—Te necesito… me haces falta.
Susurró más como para ella, encorvando el cuerpo y cubriéndolo con sus mismos brazos.
Lloró con dolor cuando ya no sintió el tacto de su compañero sobre su hombro.
Yahiko se había ido.
El resto de la noche la pasó así, sola con sus emociones, atrayendo a su memoria todos los buenos momentos, sonriendo al recordar sus ocurrencias y disparates, y suspirando cuando veía en imágenes el rostro serio y decidido de su compañero. Sintió admiración de la valentía con la que solía hablar cada que defendía sus ideales, sintió estremecimiento en todo su cuerpo cuando recordó sus besos.
Poco a poco los buenos ratos fueron aminorando el dolor, más al recordar la promesa que juntos habían hecho, de recordarse y esperarse, sólo que a ella le tocaría la peor de las partes.
Limpió con el dorso de la mano sus frías lágrimas, decidida a tomar valor y hacerle caso a las palabras de su amigo. Después de todo, a ella y a Nagato les tocaría continuar con su legado y vivir, tal cual Yahiko les pidió.
Cuando salió del cuarto se encontró con Nagato, el cual veía con ojos perdidos la banda rasgada que le hacía miembro de la aldea de la lluvia. Desvió un instante la mirada hacia su compañera, ambos permanecieron en silencio, sus rostros delataban pérdida y desilusión al mismo tiempo.
La sonrisa carismática y los ojos destellantes de la chica fueron usurpados por un semblante serio y sin emoción en el instante en que Nagato le tendió la mano, pidiéndole que le siguiera y juntos continuaran de algún modo con la inicial idea que tenían, salvo que ahora lo harían de una diferente manera.
Prácticamente el alma de Konan había sido extraída de su cuerpo, era un cuerpo que carecía de voluntad y vida propia, sus gestos habían abandonado igualmente su cara, incluso su piel había perdido la calidez de antes; lo mismo que había sucedido con el cuerpo de Yahiko, ahora convertido en Pain, siendo como un títere dominado desde la distancia por Nagato.
Para Konan, el hecho de "resucitar" de entre los muertos a Yahiko, le resultó estremecedor, más aún cuando por primera vez lo tocó, queriendo engañar a su cabeza con la creencia de que él continuaba con vida, decepcionándose al sentir la helada piel de su rostro y la sequedad de su mirada.
Ése no era Yahiko.
Con el pasar del tiempo y los años, su manera de pensar había cambiado por completo, ansiaba la paz, sí, sin embargo, poco le importaba el modo en que llegaran a dicho final. Jamás creyó conocer otra persona con los mismos ideales y las fuerzas para querer cambiar el mundo como tenía Yahiko, jamás pensó que existiera un humano que creyera que con una limpia lucha pudiera conseguir paz y amistad entre las naciones, no lo creyó, sino hasta que notó en Naruto la seriedad de sus palabras y la fe que se reflejaba a través de su mirada.
La imagen de su compañero volvió a su mente, incluso a la mente de Nagato. ¿Sería acaso que después de tantos años pudiera resurgir algún valiente que tuviera esa misma esperanza y decisión que Yahiko?
Cuando Nagato creyó en las palabras del chico de rubios cabellos, supo que ella debía hacer lo mismo, pues ahí frente a ellos estaba la razón a sus luchas, el que se encargaría de perseverar esa idea que inicialmente los mantuvo ocupados. La ansiada paz.
Después de todo, sentían que su camino ya estaba realizado, bien o mal, habían logrado hacer mucho, quizás al final no de la mejor manera, pero sus sueños y el sueño de Yahiko era sujetado en las manos de aquel curioso chico.
Darle continuidad al sueño de los tres se había convertido en su tercer hecho importante que marcaría la razón de su existencia.
El paso de su existencia por la Tierra ya recién comenzaba a tener sentido para ella, sin embargo, ya había sido demasiado tarde para su suerte. El tiempo viajaba en su contra.
Y ese día llovía, como cada mañana, como cada tarde, como todos los días.
Y ella odiaba esa lluvia.
Amagakure siempre se mantenía igual de predecible, pero para cuando su espalda chocó contra el agua del mar luego del letal ataque recibido por quien había sido su oculto líder, sonrió al recordar todos los hechos de su vida de inicio a fin, igualmente al ver por primera vez un arcoíris adornar su trágico y triste fin.
Sonriente, esperó su momento, acobijándose entre recuerdos, pues después de todo al fin se reuniría con sus compañeros, incluso con su maestro. Volverían a juntarse, hablar quizás de simplicidades y reír plenamente, tranquilos de que su trabajo ya estaba hecho, cumplieron parte de sus objetivos y ahora dejaban en manos de un tercero sus sueños.
Soñó, cerrando sus ojos, pensando en un nuevo amanecer, lejos de ahí, pero al lado de quien sabía que le guardaba.
Exhaló lento, para luego abandonar su aldea, sus proyectos, su cuerpo.
Él la esperaba, lo sabía. No se trataba sólo de una promesa, sino de una historia que había quedado inconclusa y que él le invitaba a continuar justo en el instante en que sintió su mano posarse nuevamente sobre su hombro.
Posiblemente su voz había silenciado tras su muerte, pero con el corazón, desde que Yahiko murió, la seguía buscando.
Y lo sabía. Él la esperaba desde otra vida.
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[~ Fin ~]
Notas de la Autora: ¡Al fin! ¡Realmente no sé cuánto tiempo dejé pasar para darme la oportunidad de escribir algo de estos dos que simplemente me encantan! Konan es uno de mis personajes femeninos favoritos, y esos huecos de la serie donde se daba a conocer la historia de los tres, terminó por engancharme con ellos.
De todo corazón, espero que les haya agradado la historia.
