Digimon y los personajes de digimon no me pertenecen… tampoco ese tranvía mugroso…
.
EL PADRE DE ÉL
Tenía la costumbre de apoyar el lapicero sobre sus labios. Nunca llegaba a morderlo, solo jugueteaba con él. Solía darse unos golpecitos y entonces sí abría los labios para atraparlo levemente, soltarlo y dirigirlo de nuevo a su escrito.
Poco ha cambiado ese ritual de concentración en ella, pero esa tarde de invierno fue la primera vez que fui consciente de cada uno de sus gestos.
Me sonrió y no me vi, pero estoy seguro de que enrojecí por sentirme descubierto.
—¿Qué te ha salido?
Entonces mi vista se perdió entre el cuaderno, recordando que era lo que se supone que estaba haciendo antes de quedarme embobado mirándola. Hacíamos los deberes de matemáticas, en realidad por eso se supone que estaba en mi casa, aunque a mí me gustaba creer que los deberes tan solo eran una excusa para pasar la tarde juntos, para adentrarla en mi mundo, aunque entonces aún no lo hiciese de manera consciente.
—Tres… creo…
No estaba nada convencido de mi respuesta, no porque las ecuaciones se me diesen mal, sino más bien porque la había realizado en un tiempo record de medio segundo y de cabeza.
Escuché su gimoteo, y sentí el calor que desprendía su cuerpo, y el aroma almendrado de su pelo cuando se inclinaba hacia mí y mi trabajo.
—Ya lo he hecho mal.
Me dio tanta ternura su carita lastimosa que inmediatamente quise reconfortarla.
—Igual lo tengo mal yo… ¿ves?, se me olvidó pasar este cuatro.
Sentí ese bolígrafo que había envidiado durante toda la tarde por estar en sus labios sobre mi cabeza.
—¿Dónde tienes la cabeza?
La miré y no respondí con palabras, solo con una sonrisa un tanto idiota, por lo menos viéndola de fuera me habría parecido un poco idiota, hasta el memo de Taichi me lo había dicho en alguna ocasión lo que por supuesto condicionaba mis sonrisas. Aunque a veces, en realidad cuando estaba a solas con ella, no podía remediarlas.
Me tensé y percibí que ella también cuando escuché a mi padre regresar a casa. No sé porque tuve esa reacción exactamente ya que no había nada prohibitivo en estar haciendo los deberes con una amiga en la cocina, años después esta circunstancia sí que sería más prohibitiva cuando empezásemos a hacer los deberes en mi habitación, pero entonces, aún no estábamos en ese punto.
En cualquier caso, me producía inquietud ese encuentro.
Entró rezongando e irremediablemente yo sentí un poco de vergüenza.
—Hola hijo… que raro verte tan pronto en casa…
Genial, ahora Sora pensaría que era un golfo callejero, pero para mi defensa tenía que decir que normalmente regresaba a una casa vacía. Era comprensible que prefiriese pasar las tardes ensayando con los chicos o pasando el rato en el centro. Era desde Navidad, o lo que es lo mismo, desde que invitaba a Sora, que prefería estar en el hogar.
—Oh… hola… no sabía que ibas a traer a tu novia.
Yo la miré asustado, ella había enrojecido levemente y con una amabilidad exquisita saludó a mi padre, no es que Sora no fuese amable, pero nunca la había oído emplear tono tan cortés, parecía que estaba ante el emperador. Reconocería ese tono más tarde, cuando trata con esas viejas carcas que le vuelven loca con el diseño de sus kimonos ceremoniales. De hecho siempre que la oigo tratar con ellas, recuerdo esa primera vez que la vi tratar con mi padre. En ese instante él fue lo más importante para ella.
Pero regresando al momento, lo único en lo que podía pensar era en la palabra que tan alegremente había empleado mi padre. Digamos que nuestra relación aún no estaba claramente definida. Yo era parco en palabras, ella un poco insegura respecto a sus sentimientos y los míos, por ello no nos habíamos atrevido a definirnos aún. Sin embargo ese despreocupado hombre nos definía sin ningún apuro. Quizá eso le habíamos trasmitido, quizá eso parecíamos, quizá eso éramos. En realidad, me gustó escucharlo.
No sé como pasó exactamente, pero para cuando regresé a la conversación mi padre ya estaba sentado a la mesa, invitando a cenar a Sora.
Supongo que a ella le pilló tan de improvisto como a mí, porque me miró, al principio pensé que era una mirada de socorro pero en seguida descubrí que lo que estaba haciendo era pedirme permiso, no un rescate. Me enterneció tanto que tardé un poco en responder, lo que debió inquietarla, porque apartó la mirada y bajó la cabeza.
—Es muy amable por su parte pero…
—¡Por mí bien!
Lo reconozco, mi euforia sonó falsa, pero es que tampoco me hacía ilusión que Sora cenase con mi padre o mejor dicho que mi padre cenase con nosotros, pero entendí al ver su media sonrisa que para ella había sido algo importante mi aprobación. Tal vez, este tipo de cosas entraba en la definición de novios.
—Bien… ¿yakisoba?
—¿Precocinado?
Por supuesto que no iba a permitir que mi padre fuese tan cutre de darle un plato precocinado a Sora la primera vez que cenaba con nosotros. Además, al contrario que nosotros, que nos alimentábamos con precocinados entre tres y cinco veces a la semana (un día por lo menos debíamos nutrirnos de comida casera, era la norma), ella sí que estaba acostumbrada a comer deliciosa comida casera siempre. Entonces nunca había probado los platos de su madre pero Piyomon siempre decía que en casa de Sora se comía muy rico y años después tuve que darle la razón. Que no se entere o me matará pero mi suegra cocina mejor que mi esposa.
—Casero…
Solo me lo creí y pude respirar con tranquilidad cuando lo vi sacar la olla y empezar a rebuscar por la nevera los diferentes ingredientes.
Volví mi concentración a Sora cuando la sentí levantarse, pasando por un segundo por mi cabeza la idea de que detestase el yakisoba y con él a mí y a mi padre. Pero su cara portaba esa sonrisa tan adorable.
—Llamaré a mi madre para pedirle permiso.
—¡Que chica más responsable!, podrías aprender un poco de ella Yamato.
Por su bien no le respondí, porque si quería abrir la caja de Pandora sobre plantones a la hora de cenar, por seguro él saldría perdiendo.
Tras recoger los apuntes de matemáticas que estaban desparramados sobre la mesa, ayudé a mi padre con la cena, antes de que Sora regresase y creyese que era un vago poco considerado.
...
Ella no hacía ruido al absorber los fideos, al contrario que mi padre que era exagerado e incluso yo, que solo al escuchar lo silencioso que comía ella, había sido consciente de mis ruidos. Desde ese momento, también hacía esfuerzos por no sorber los fideos, pero era incapaz de hacerlo de forma tan elegante como ella.
Era un de esas cosas que nunca me habría parado a pensar, ni por supuesto me habría planteado cambiar. Pero ella sin quererlo, siempre me descubría otras formas de hacer las cosas, de ver las cosas. Y aunque no me lo pidiese yo quería ser mejor por ella.
—Dime Sora-chan, ¿tienes hermanos?
Por lo visto a mi padre no le bastaba con ver lo bien que comía los fideos, también estaba dispuesto a amenizar la cena con charlas triviales. No obstante, esta pregunta me sorprendió bastante.
—Sabes que no, papá.
O igual no lo sabía y daba por hecho que mi padre debía conocer todos los datos personales de Sora porque sí. A fin de cuentas, hasta ese día, nunca habían intercambiado más allá de saludos y yo por supuesto no le había hablado de ella. Sin embargo, yo sentí esa pregunta absurda, como si ahora le preguntase si tiene hijos, ¡claro que sí papá, tus nietos! Entonces en mi mente sonó: ¡claro que no papá, tiene a Takeru!
—Perdona, no recuerdo la vida de todas tus amigas.
Y lo dijo así, tan tranquilamente y fue lo que me enfureció, más al notar que Sora bajaba la mirada incómoda. Genial, ahora creería que era un golfo que cada día llevaba a casa a una chica diferente.
—¿Qué amigas papá?
Aún fui capaz de mantener la calma, pero no estaba dispuesto a dejar pasar semejante calumnia.
Se puso a reír y yo me sentí profundamente avergonzado. Sentía que estaba haciendo el ridículo ante Sora. Realmente estaba a punto de perder los nervios, pero entonces él dejó de reír y depositó su mirada en Sora, que estaba perpleja, yo diría que incluso asustada.
—A decir verdad eres la primera chica que cena en esta casa, ¿no es cierto hijo?
Preparado para su siguiente sandez, esta afirmación no me la esperaba, pero al toparme con la mirada de Sora, apresuré a responder.
—Cierto.
Y no sé si lo interpreté bien pero me pareció que esbozó una sonrisa complaciente, incluso ilusionada. ¿Aceptaba el papel de ser la chica de semejante desastre de apartamento de hombres?, ¿incluso le gustaba?, es decir, ¿había descubierto lo desastrosamente que vivíamos mi padre y yo y aceptaba formar parte de ello?
Siempre imaginé, que cualquier chica huiría despavorida de aquí, pero ella no, me aceptaba con todo y eso me hacía volver a dibujar esa sonrisa idiota.
—Me gusta el toque femenino que tiene ahora el apartamento, ya le iba haciendo falta.
No entendí a mi padre hasta que vi que señalaba el arreglo floral con el que Sora me había obsequiado hacía unos días. Me dijo que una casa necesitaba flores para que tuviese armonía, yo le respondí que se encargase de que mi casa tuviese siempre flores y ella lo aceptó.
Tenía dudas sobre si era cierto, pero a decir verdad desde que Sora empezó a frecuentar mi casa y con ella sus flores, empecé a sentir que todo fluía en más armonía. Más tarde nacerían nuestros hijos y ni un campo de fútbol de flores podría volver a instaurar la armonía con la que arrasaron pero eso no viene al caso ahora.
Regresaron sus preguntas de cortesía, pero entonces mi padre ya parecía recordar los datos personales de Sora, porque le preguntó por su madre, la maestra de Ikebana, y por su padre el profesor de Etnología, ¿a qué venía entonces lo de si tenía hermanos? Tampoco quería darle más vueltas, lo achaqué a esa botellín de cerveza que abría. El tercero en lo que llevábamos de cena y el cual acompañó con un cigarrillo.
Yo era inmune a ese olor, llevaba conviviendo con él toda mi vida, incluso era el aroma que relacionaba con hogar, pero al observar los gestos de incomodidad de Sora entendí que cenar envueltos en humo podía resultar bastante desagradable.
Intenté llamar la atención de mi padre, incluso le pegué alguna que otra patada bajo la mesa, pero no se inmutó. Continúo con su charla como si nada, la cual ahora había derivado en Takeru y al amor fraternal que Sora sentía hacía él. Repito, ¿por qué preguntó lo de los hermanos?
Tomé una drástica decisión.
—Sora, ¿te importa acercarme el abrigo?, lo colgué en la entrada.
Me miró incrédula, ella y mi padre.
—¿Te vas a algún sitio?
Fue lo primero que se me ocurrió y por supuesto ni barajé el hecho de que mi padre cuestionase petición tan absurda.
—Tengo el cell en el bolsillo y creo que lo he oído.
Y eso descolocó más a mi padre.
—Ve tú a por él, ni se te ocurra levantarte muchacha, eres nuestra invitada, ¿qué modales son esos hijo?
Pero antes de que pudiese responder a mi padre, Sora ya se levantaba.
—¡Que te he dicho!
La pobre se quedó paralizada, mi padre podía sonar realmente brusco y autoritario, y lo peor resultaba que era yo quien por salvarla de una incómoda situación estaba provocando que se sintiese peor aún. No obstante, conseguí acaparar su atención y otorgarle una sonrisa de seguridad.
—Por favor.
Al contrario que mi padre ella entendió que necesitaba estar a solas con él un instante y tras disculparse nuevamente como si estuviese ante el Dalai Lama, abandonó la estancia.
Noté la mirada furiosa de mi padre, pero no le di opción a sus reprimendas.
—¡Le molesta!
No me entendió, hasta que hice el gesto de llevarme un cigarrillo imaginario a la boca. Lo miró extrañado.
—¿Cómo?
—El humo, ¿no has visto las caras de desagrado que intentaba ocultar?, a algunas personas no les gusta comer en una nube de nicotina.
Jamás le había reprochado a mi padre ninguno de sus hábitos, aunque no me agradasen del todo, sin embargo el imaginar que por un instante Sora pudiese sentirse incómoda me había dado el arrojo necesario para decírselo. Seguramente no se lo esperaba y también dudaba mucho que estuviese en el derecho de exigirle nada, pero no pude contenerme. Simplemente quería que Sora tuviese un buen recuerdo de mi apartamento, de mi padre, que le pareciésemos una grata compañía.
Ella regresaba con mi abrigo y mi padre aún miraba su cigarrillo estupefacto, pero sentí alivio cuando torpemente apresuró a apagarlo cuando ella entró. Si llega a saber que no iba a poder volver a fumar en presencia de Sora nunca más en su vida no creo que hubiese sido tan condescendiente. Esta harto de chupar frío en el jardín siempre que viene de visita, pero ¿Qué puedo hacer yo?, a fin de cuentas solo soy el hombre de la casa y aunque siempre tenga la última palabra, esa siempre es: "sí cariño". No quiero pasar frío en el jardín también.
Pero en cualquier caso, nunca olvidaré que mi padre tuviese gesto tan considerado con Sora y conmigo. Supongo que entendió, lo importante que era esa chica para mí.
—¿Tan importante era como para interrumpir la cena y hacer que tu novia se levante para buscarlo?
Otra vez esa palabra, otra vez ese incontrolable rubor y otra vez pude ver como ese hombre lo disfrutaba, como aguantaba esa risa que le provocaba hacerme pasar un mal rato. Por lo menos entonces lo entendí así, aunque ahora me planteo si su sonrisa no se debió a que por primera vez en siete años me veía sin tormentos, me veía feliz.
Por instinto busqué consuelo en Sora y lo encontré en esa mirada y esa sonrisa que decoraba sus cachetes sonrojados.
En realidad, debería agradecerle a mi padre sus comentarios porque gracias a ellos yo podía contemplarla tan adorable, claro que eso le pensé después. En ese instante solo deseaba ser huérfano.
—¿Y bien?
Nuevamente me había dispersado mirando a Sora, pero no estaba dispuesto a darle más motivos a mi padre para que se riese de mí. Busqué el móvil a sabiendas de que no existiría ninguna llamada. Hice un poco de teatro y lo guardé.
—Creí haberlo oído.
—Ya…
—A veces, a mí también me pasa.
Sentí una profunda felicidad al escuchar a Sora, que nuevamente me echaba un cable. Sería muy fácil acostumbrarse a algo así, a que una persona estuviese siempre ahí, apoyándote y cuidándote. Pensé que sería muy fácil acostumbrarse a tener novia, por lo menos una como Sora.
Mi padre no dijo nada, pero jamás olvidaré la manera en la que la miró y sonrió conforme. Creo que fue en ese momento cuando él la aprobó, cuando fue consciente de lo bien que estaría a su lado.
Una simple frase y ella se ganó su corazón para siempre.
Desde ese momento, no recuerdo muy bien en que derivó la cena, si hubo más momentos incómodos o más charlas triviales, pero no debió ser demasiado incómoda para ninguno de los tres porque fue la primera de muchas. Mi padre empezó a llegar antes a casa y por supuesto a invitar a Sora a cenar siempre que la encontraba ahí conmigo, resultando molesto en más de una ocasión. Pero no en esa ocasión. Aunque al principio no me hiciese gracia, reconozco que me gustó que las personas más importantes de mi vida en ese momento se quisieran conocer y entender. Me di cuenta de que Sora no solo quería estar conmigo, también quería formar parte de mi mundo, parte de mí.
...
—Ya se ha hecho tarde.
Ella se levantó y por supuesto yo me levanté con ella.
—Te acompaño.
—No es necesario.
Tenía la costumbre de rechazar cualquier acción que según ella pudiese provocar molestias innecesarias, pero ambos sabíamos que la acompañaría. Bueno, puede que ella en ese momento aún no estuviese segura, pero pronto entendió que eso formaba parte del noviazgo, o por lo menos entendió que para mí era importante, que en mi definición de novio entraba el hecho de dejarla en la puerta de su casa después de todas las citas.
—Si quieres la llevo yo.
Fue una de esas veces en las que mi padre resultó molesto.
—Vive a tres manzanas, no creo que sea necesario movilizar ningún vehículo.
Respondí antes que Sora para evitar que se encontrase en esa tesitura de rechazar su propuesta y por supuesto con una excusa lógica. Decirle que no me robase ese momento tan especial de acompañar a casa a la chica que te gusta en esas primeras citas habría resultado un poco vergonzoso.
No pusieron más objeciones ni él, ni por supuesto ella.
...
—Para vivir a tres manzanas has tardado como si viviese en otro distrito.
Por supuesto que dicha recriminación venía adjunta a ese tono de sorna que me hizo enrojecer. Miré el reloj dándome cuenta de lo que me había demorado, casi una hora cuando normalmente tardaba en llegar a casa de Sora escasos siete minutos y de hecho la vuelta la había hecho en ese tiempo. No había sido consciente de lo pausados que habíamos ido, fue la primera vez que me planteé eso que se solía decir tan cursi de que el tiempo se detenía cuando estabas con la persona que querías, porque jamás imaginé que hubiese pasado tanto rato.
De todas formas, tampoco tenía ganas de evidenciar los tópicos de mi recién empezada relación adolescente con mi padre.
—Me voy a la cama.
Pero él captó mi atención y yo lo miré, dándome cuenta de que ya asomaba un cigarrillo de sus labios. En verdad no percibía ya su olor, mis fosas nasales estaban demasiado acostumbradas, aunque pensé que también podrían acostumbrarse al olor a almendras del pelo de Sora y flores silvestres de su ropa.
Por primera vez valoré que el aroma de mi apartamento empezase a ser otro diferente al del humo, quizá el aroma de las flores estaría bien. Pero no le comenté nada en el momento.
—¿Sí?
Descubrí su media sonrisa mientras lo que tenía en sus manos acaparaba su vista. No necesitaba asomarme demasiado para deducir que se trataba de su billetera, de su foto. Siempre que desprendía esa aura nostálgica se debía a esa foto.
—Oh… nada… solo… que la cuides, a tu novia, cuídala.
Ahora no actuaría de esa forma, en verdad valoraría su consejo, pero por aquel entonces no consideraba que mi padre pudiese darme ese tipo de lecciones. Estaba en la fase de "soy un adolescente que jamás cometeré tus errores y por ello no puedes enseñarme nada".
—Es solo una amiga.
Creo que mi tono fue hasta despectivo, pero creí que si pensaba que no era importante para mí, él no osaría volver a darme ese tipo de consejos. Contradictorio porque durante toda la cena le había demostrado lo importante que era esa chica para mí, pero bueno, era un adolescente y la incoherencia en las acciones y pensamientos forma parte de esa etapa.
Mi padre rió, sin apartar la mirada de su foto.
—Lo que sea, amiga, novia, novia de tu mejor amigo… no permitas que se aleje de tu lado una persona que te hace sonreír de esa forma.
Y esas fueron las palabras que nunca olvidaré de aquel día.
No era consciente de si había sonreído de esa forma idiota durante la cena, pero por lo visto no solo lo había hecho sino que mi padre se había dado cuenta y había descubierto en esa sonrisa algo que en ese instante yo ni sabía y era lo feliz que me hacía Sora.
No contesté, me fui a mi habitación y no volvía hablar con mi padre sobre Sora en bastante tiempo, aunque ella siguió frecuentando mi casa y quedándose a cenar casi siempre que mi padre la invitaba.
Poco a poco dejó de sonar extraño que mi padre se dirigiese a ella como mi novia, empezó a ser habitual que sus conversaciones desprendiesen más familiaridad y confianza, dejé de preocuparme por si mi sonrisa parecía idiota, y para cuando me quise dar cuenta, el olor a flores había solapado el olor a humo.
Sora no solo formaba parte de mi mundo, lo había mejorado.
.
N/A: primer capi de este fic que como era de esperar constará de cuatro capis… el próximo, la madre de ella!
Quiero mostrar un poco esos primeros encuentros de Sora y Yama con sus padres como pareja, porque no hay que olvidar que al final todos serán familia y por ello me gusta abordar estas relaciones. Además que tenemos la suerte de que los padres del sorato son de los que más información hay en el anime, y también los que más influyen en el carácter de sus hijos o sus sentimientos. Eso creo que será por algo también, cofsorato predestinadocof. Como dice Sora, nada es casualidad.
Gracias por leer, sean felices, nos vemos pronto!
