Disclaimer: Acá es donde yo digo que nada de lo que puedas reconocer es mío ;)
Advertencia. Este fic es una cosa rara.
(Quiere ser longfic de cinco capítulos pero lo consigue a duras penas).
Summary completo: El verano recién empieza y a Dominique no le gustan las compras. No le gusta el rosa, no le gustan los paseos. No le entusiasman los libros de la biblioteca ni se apasiona por las viejas historias de momias. ¿Qué puede hacer Bill contra eso ahora que tiene que pasar con ella todas las tardes en casa?
El título, por cierto, es de una canción de los Beatles.
We can work it out
1.
Ahora que Vic estaba en Hogwarts la casa le quedaba para ella sola.
Siendo tres hermanos, era genial tener algo de espacio, y poder recorrer todas las habitaciones y estar en la que se le antojara; poder abrir las ventanas cuanto quisiera y cantar a gritos en la ducha.
Louis se había ido a pasar una buena temporada en casa de la tía Gabrielle y mamá trabajaba mucho tiempo, pero papá estaba de vacaciones y eso era todo un tema.
Era tristísimo darse cuenta (los dos casi al mismo tiempo) que no sabían cómo tratarse, que la casa les quedaba grande a los dos, que cada vez que se veían intercambiaban alguna que otra frase pero que su relación no iba más allá de eso. Darse cuenta, de golpe y porrazo, que eran dos extraños que compartían y llenaban un montón de álbumes de fotos que nadie sabe cómo han ido a parar a los cajones de la cómoda.
–Hey, Nique, ¿cuántas veces tengo que decirte que no bebas la leche del cartón?
–Vale, papá, lo siento. –respondió ella condescendientemente. – ¿Cuándo vuelve mamá?
–No lo sé. ¿Puedo ayudarte en…no lo sé, algo?
–Olvídalo.
–De acuerdo.
Ella puso los ojos en blanco y aprovechó a que él estaba con la atención en la ventana viendo cómo estaba el día, para beberse la leche del cartón. Luego volvió a guardarla donde correspondía, revolviendo con poco entusiasmo el tazón de los cereales.
–Hace un bonito día, ¿hacemos algo juntos?
– ¿Es obligación?
Él la miró haciendo una mueca y luego negó con la cabeza y se encogió de hombros, todo al mismo tiempo, como si fuera una contradicción que hubiera pasado por alto.
–No, como quieras. Solo…me preguntaba si te había contado sobre la primera vez que tu tío Charlie y yo montamos un dragón.
–No, pero oí cuando se lo contaste a Louis.
–Ah. ¿Qué tal esa vez que descubrí una momia maldita en una de las pirámides de Egipto y acabamos encontrando un fantasma que jugaba al ajedrez con piezas de oro sólido?
–De eso hablabas con Vic, ¿recuerdas?
–Y de…
–Papá lo siento, ¿sí? Pero es posible que no tengamos nada en común, y estar aquí encerrados los dos nos hace poca gracia, pero es lo que hay, ¿de acuerdo? No vamos a llevarnos bien ahora si nunca antes pudimos hacerlo.
–Yo no creo que nos llevemos mal –le contradijo él, mirándola con esa amabilidad forzada de ¿por qué no hacemos las paces?
No estaban peleados así que no era posible hacer las paces, ni fingir que eran los mejores papá-hija del mundo cuando ninguno sabía cuál era el color preferido del otro.
–Se le dice no tener empatía, o no tener química, como te guste. Es como cuando…como cuando necesitas hacer una poción pero eres bueno en Transformaciones, simplemente no funciona –le explicó ella, cruzándose de brazos y mirándolo de manera elocuente.
Esa niña es increíble. A sus diez años es una de esas niñas expresivas y arrogantes, que andan siempre con malas pulgas y se ríen poco (excepto cuando está con James y Lorcan, entonces es otra historia). Gustaba de estar con Louis más que con Vic, pero tampoco es como si le tuviera mucha paciencia; Bill había oído decir que era una virtuosa del ajedrez, como su tío Ron y sabía –porque la había oído él mismo– que cantaba muy bien.
Más allá de eso, no tenía idea de quién era esa muchachita de cabello de oro y pecas por todos lados que lo miraba como él mismo miraba a la gente.
–Nique, ¿segura que no quieres hacer nada hoy?
–No serviría de nada.
–Podemos ir de compras, visitar la playa, preparar un almuerzo especial o lo que gustes.
– ¿Juegas Quidditch?
– ¿Bromeas? Yo era el Terror Weasley en mis tiempos –comentó él con esa sonrisa que sacaba a relucir su orgullo. Ella sonrió, muy burlona y luego se encogió de hombros.
–Vale, Terror Weasley, eso no estaría tan mal. –bromeó ella, haciendo gala de todo ese escepticismo del que es plenamente capaz. Bill no puede más que regalarle una sonrisita, que es mitad triunfo mitad alegría. –Voy por mi escoba –le avisó, apurando la leche en el tazón y dejando los cereales para comerlos más tarde.
Cuando ella abandonó la cocina y empezó a subir los escalones de dos en dos hasta el segundo piso, él siquiera la miró, pendiente de la edición matutina de El Profeta que antes había dejado sobre la mesa, al lado del vaso con zumo de manzana.
Lejos de lo que pudiera parecer, no estaba leyendo las noticias; siquiera era muy consciente de las imágenes que desfilaban frente a sus ojos saludando con la mano o corriendo de un lado al otro de la página. Estaba pensando en todo eso de querer preparar una poción y ser bueno en Transformaciones, y también en cómo sabía complacer a Vic con sus compras y a Louis con sus paseos por el mundo muggle, llevándolo a recorrer el Callejón Diagon, de viaje por Francia y Rumania, pero ¿y Dominique?
–Hey, Terror, ya estoy lista –dijo, dejando su escoba sobre la mesa. Llevaba una sonrisa burlona y unos pantalones muggles, y enseguida fue a por su desayuno.
–Bueno, nena.
–No me llames así.
– ¿Y cómo se supone que debo llamarte? –repuso él, revolviéndose el cabello y dejando sobre la mesa el periódico perfectamente doblado. Dominique lo observó atentamente y él también notó eso de la forma minuciosa de doblar el periódico, como si tal cosa. Arg, se estaba volviendo viejo; ya no podía ir a la misma carrera que antes, y empezaba a hacer cosas que su padre hacía cuando iban de visita a La Madriguera. E incluso –pero ojo, que esto ni siquiera se lo ha contado a Fleur– el otro día se encontró una cana que lo miraba muy burlona desde el espejo y le decía algo sobre lo inevitable del paso del tiempo. Menuda mierda.
–Dominque me dicen en mi casa –bromeó ella. Cuando sonreía así, Bill podía descubrirse a sí mismo allí metido, entre hoyuelo y hoyuelo; y si la miraba de cerca, podía encontrarle unas cuantas pecas en la nariz, que también era un indiscutible gen Weasley, porque Fleur era demasiado perfecta para esas desgracias con suerte en la piel. Fleur (así como su cuñada, Grabrielle y su princesa Vic, estaban a otro nivel. Incluso Louis tenía esa aureola exagerada de encanto). Dominique y él debían conformarse con ser mortales comunes y corrientes, con esos defectos de la gente común, para nada espectaculares (bueno, no. Dominique sí que era espectacular, seguía siendo hija de Fleur, después de todo).
A ella no parecía incordiarle en absoluto.
– ¿Ah, sí? No me digas.
Ella enarcó elegantemente las cejas y luego se encogió de hombros.
–Ajá, me parece que mi padre no tiene el carácter que hace falta para impedir que mi madre escogiera nombres franceses (y menudos nombres) para mí y para mis hermanos.
–Me parece que tu padre es un tipo genial –la contradijo él, tomándose su tiempo para terminarse el zumo de manzana y llevar todo a la pileta, donde la vajilla se lavaba sola.
En el cuarto pequeño de debajo de las escaleras había una escoba que la tía Ginny había dejado allí para no tener problemas con su hijo mayor, James, que era menudo idiota y gustaba de robarle las escobas profesionales a su madre para estrellarlas contra los árboles; esa fue la escoba que su padre agarró.
–Eso es porque no lo conoces. –repuso ella, apoyándose sobre la barra americana del desayuno.
–Quizás tengas razón –aceptó él, abriendo la puerta del jardín. Dominique agarró una vez más su escoba y lo siguió, con pocas ganas y mucha pereza.
–Y dime, ¿tienes pelotas o tendré que robarle a Louis las suyas?
Bill sonrió, estirándose con pereza ante el sol cálido de la mañana y apuntando con su varita hacia el interior de la casa. A penas tuvieron que esperar un momento a que llegaran las pelotas que Dominique reconoció de inmediato como propiedad de su hermano.
–Qué feo eso de robarle las cosas a la gente, ¿eh?
–Las estoy tomando prestadas –objetó él. –Si se las cuidamos, no habrá problemas. ¿Quaffle o Snitch?
–No sé cómo se te ocurre jugar con la Quaffle siendo dos personas. La Snitch estaría bien –respondió Dominique, tras considerarlo un momento. Su padre se agachó a soltar la pelota, y ni bien la dejó en el aire, ésta empezó a revolotear por todos lados hasta perderse. Dominique se montó en su escoba sin esperar a que su padre pudiera montarse en la suya, y echó a volar por donde creía que se había ido la pelotita dorada.
Lo oyó reprocharle la trampa, pero también lo vio de perfil sonriendo, meciéndose sobre el aire debajo de ella.
Se quedaron un buen rato dándole vueltas a la costa, mirándose sin decirse nada, con ganas de hablar pero sin saber sobre qué, hasta que Bill dio un giro brusco, dirigiéndose a la playa y Dominique –que ya se estaba por rendir– debió seguirlo, aunque estaba en desventaja (y no solo porque su escoba no fuera ni la mitad de lo que era la escoba profesional de la tía Ginny). Pero claro, ¿dónde se vio que Bill Weasley perdiera la oportunidad de complacer a una de sus hijas?
La snitch estaba ahí, Dominique casi podía sentirla rozándole la punta de los dedos, y sin embargo, se detuvo en seco y dejó que se escapara. Cerró ambas manos en el mango de la escoba y descendió lentamente hasta la arena.
Su padre la alcanzó cuando ya iba a cruzar el umbral de la puerta de entrada. Se le notaba el desconcierto por todos lados, como si aquello se desprendiera y se emancipara de él con libre albedrío.
– ¿Qué me perdí? –inquirió él.
–No soy Louis, puedo arreglármelas sola, no hace falta que finjas que te interesa jugar conmigo, y no soy Vic, no quiero que hagas cosas por mí, como dejarme ganar.
–Lo siento, pero también lo estoy intentando, ¿sí?
– ¿Qué estás intentando? –inquirió ella, cruzándose de brazos. Tenía los hombros llenos de pecas, que iban descendiendo a través de sus brazos, por todos lados. Hizo un mohín gracioso, pero Bill sabía que estaba realmente enfadada y no quería reírse por temor a ofenderla más. A veces podía ser tan condenadamente linda…
–Nique, prin--
–Ni se te ocurra decirme así –le amenazó, dedo acusador de por medio. –No como a Vic.
– ¿Sabes? –comentó él, recargándose ligeramente contra el umbral de la puerta. –Me recuerdas mucho a tu tío Ron, y a mí, y a todos mis hermanos.
– ¿Al tío Ron? ¿Por qué no mejor al tío Charlie, o al tío George? –inquirió ella, deteniéndose a escuchar. Luego arqueó una ceja, señal de inconformidad que Bill captó al vuelo, porque era algo que él hacía a menudo. –Dime que me parezco al tío Percy y no volveré a hablarte nunca –sonrió.
Su padre se rió abiertamente, dejando su escoba a un lado.
–No. Ni George, ni Charlie, ni mucho menos Percy. Tú eres más bien como tu tío Ron y tu tía Ginny. Ellos son mis hermanos más pequeños, como bien sabes, y para cuando Ron nació, ni Charlie ni yo estábamos muy entusiasmados. Ya habíamos visto desfilar un sinfín de hermanos, y creíamos no necesitar más. Percy guardaba esperanzas de encontrar en él un buen amigo, y tu tío George…bueno, en ese entonces vivía también tu tío Fred, y ellos (que nacieron riéndose y jugando bromas) esperaban un conejillo de indias.
–No le veo el punto, papá.
–Lo sé. El caso es que Ron era un niño chinchudo que se la pasaba berreando todo el rato y nos traía a todos locos; no fue nada de lo que esperábamos; no era bromista como los gemelos, no era un estudioso renegado como Perce, y estaba muy lejos de ser como Charlie o como yo; era muy Ron. Al tiempo creció, pero seguía siendo terco y malhumorado, y no sabíamos bien cómo tratarlo. Al menos, Charlie y yo nunca supimos. Creo que eso es lo que nos pasó con él, quizás porque fuera el menor y nosotros ya éramos grandes para ese entonces; quizás no lo intentamos mucho. Cuando fue más grande, todo fue más sencillo, porque nos veíamos menos e incluso podíamos hablar de muchas cosas; la nuestra siempre fue una relación de mucha simpatía y cordialidad.
– ¿Pretendes ofenderme o todo lo contrario?
–Por supuesto que todo lo contrario, nena. –ella frunció el ceño ligeramente, pero antes de que hiciera otro de sus comentarios de siempre, Bill prosiguió –A veces eres un poco…difícil. No digo que esté mal, es que tienes mucho carácter, y no siempre sé cómo tratarte. Si digo blanco, te enfadas, si digo negro, también te enfadas. Si hago, porque hago, si no hago, porque no hago.
–Vale, puede que tengas algo de razón –rezongó ella. – ¿Y la tía Ginny?
–Pues ella fue mi primera y única hermanita. Mamá siempre quiso una niña, y no fue hasta después un desfile de varones que la consiguió. Tu hermana es de esas niñas fáciles de complacer, abiertas y dulces, pero tú eres más como eso que ya dijimos de Ron, y también como Ginny, entre muchos hombres, más resuelta y un tanto arisca.
– ¿Seguro que no pretendes que me enoje?
–También eres más independiente, muy capaz y muy lista; pero acabaste siendo como los dos únicos hermanos con los que he tenido poco trato, y no sé qué hacer contigo.
–Pues…préstame atención de vez en cuando, ya sabes. Deja de comprarme la ropa que Vic vestiría, la detesto; no me dejes ganar en los juegos, no lo necesito. Si gano, genial, y si pierdo, bueno, pues está bien. No me trates como si fuera una niña, y por lo que más quieras, guárdate lo de nena o princesa para Victoire, porque te juro que no lo soporto.
–De acuerdo. Eres más otro Terror Weasley que una princesa Delacour, creo.
– ¡Oye!
–Yo también soy de eso –se defendió él. – ¿Me ayudas a buscar esa snitch?
–Claro, pero como me dejes ganar…
–Lo sé, lo sé. Y por cierto, el que eligió tu nombre fue tu padre, no tu madre.
– ¿Dominique? ¿Y por qué no algo más inglés?
– ¿Qué, no te gusta? Yo creo que es muy tú.
– ¿Lo crees?
–Por supuesto, está lleno de personalidad, como tú. –comentó, con toda naturalidad. Ella sonrió abiertamente, dándose por satisfecha.
…
Si llegaste hasta acá y no querés que Nique y Bill se saquen los ojos el uno al otro armados con un terrible cucharón de sopa, dejá un review.
