Capítulo I

El pincel se movía frenéticamente sobre el lienzo; mi mano ya escocía por la fuerza que imprimía en los movimientos desde hace horas. El sudor que rodeaba mis ojos era una bendición, esta era la única manera de que ella me perteneciera.

Su cabello de suaves ondas doradas, ojos como la calma noche, su potente luz, esencia y la risa similar al canto de los ángeles en sus delgados labios se repetían constantemente en mi cabeza.

¡Oh, Caroline! ¿Qué me has hecho? Tu continuo rechazo dejó de ser tomado como un reto para convertirse en un hondo pesar en mi alma. Qué grácil al danzar, tan segura. Todavía recuerdo vívidamente nuestro primer baile juntos; ese día la suerte estuvo de mi lado durante la fiesta de mi madre.

Su mirada me escrutaba en el retrato. Tenía cientos de reproducciones de ella en distintos enfoques: cuerpo entero, su expresión al reír, el sol que volvía tenuemente rojizo su reflejo…

Precisamente hoy en la noche era la cena de aniversario de mi hermano con Katherine, y lo único que llenaba de dicha mi corazón era saber que aquella rubia también asistiría, aunque la contemplaría a prudente distancia para evitar su incomodidad.

Tal pensamiento me hizo guardar con presteza las pinturas e implementos. Manos, brazos y cara se encontraban manchados por completo a causa de mi emoción con el arte, y ni que decir de la ropa. Me fijé en el sol terminando de ocultarse a la lejanía, anunciándome que ya era tiempo de comenzar a alistarme.

Tras bañarme y afeitarme, busqué en mi guardarropa algo adecuado para la ocasión, luego me encaminé hasta la casa de los festejados.

La parte delantera estaba decorada con diminutas farolas, dándole un aspecto encantado. La sobria construcción de mármol y madera se erguía ante mí en toda su majestuosidad; toqué la puerta, escondiendo las manos en los bolsillos debido al frío.

Kath me recibió sonriendo junto a una copa de vino en su delgada mano.

-Bienvenido, Nick - saludó depositando besos en cada mejilla, costumbre que le quedó al pasar un tiempo en Italia. Sus ojos brillaban por el nerviosismo – Adelante.

-¡Hermano! – saludaron a coro Bekah y Elijah apenas crucé el umbral, los abracé al igual que a mi futura cuñada.

-Gracias por invitarme – dije – es muy importante para mí que tras tantas disputas aún me reciban - añadí con sentimiento.

Bekah bajó la cabeza y posteriormente hizo un ademan con la mano restándole relevancia al asunto. Mi hermano me palmeó el hombro y Katherine sólo negó, escondiendo cierta ternura por mi comentario.

El timbre sonó en ese preciso momento, tras abrir los anfitriones, entraron Elena llevada del brazo por Damon, Matt, quien era el novio de mi hermana, y por último, Stefan y Caroline con actitud confidente.

Fui por un trago, evitando saludar.

Nuevamente la hallaba con el menor Salvatore ¡Y pensar que al principio me simpatizaba! Mi vaso de whiskey no duró lo suficiente, así que tuve que regresar al salón.

Caroline lucía exquisita: usaba un vestido a media pierna, azul con diminutos detalles en plateado, además de llevar el cabello recogido, resaltando su elegante garganta, haciéndome imaginar cómo se sentiría repartir un húmedo camino de besos a lo largo de él. Se me secó la boca.

Para mi sorpresa, ella me miró fijamente y abrió levemente los labios; me observó de arriba a bajo, contemplando los primeros botones abiertos de mi camisa, sonriendo apreciativamente. Sentí el pecho caliente, sonrojándome.

El resto de los invitados me saludó amablemente, felicité a Elena por su retoño que crecía en su vientre, a lo cual ambos comenzaron a contarme con enorme alegría sus planes para la reorganización del hogar.

Cenamos pollo con vegetales salteados, especialidad de mi nuera. La noche se desenvolvió amenamente: risas, brindis por los prometidos y buenos deseos por parte de cada uno llenaban la estancia; sin embargo, no me pasó desapercibido que la hermosa Forbes me veía de reojo, para después beber vino, retándome al bajar la copa.

En medio del postre, un pie desnudo y fresco chocó con mi pierna, ella estaba justamente sentada frente a mí. Se disculpó en voz baja, mas atisbé una risita mientras delicadamente volteaba el rostro ¿Caroline Forbes me coqueteaba? El alcohol hacía efecto, sin duda: ya imaginaba cosas.

-Deberías ir pronto a Nueva Orleans con nosotros, Klaus – invitó Matt – El aire del lugar, conjuntamente con sus habitantes repletos de secretos te darán mucho material para tus obras.

Me atraganté, poniéndose húmedos mis ojos al faltarme el aire. Rebe me ayudó, igual que Caroline, dándome agua y golpecitos en la espalda.

-Tal vez – contesté evasivamente, tras beber el líquido y calmarme. Le había dicho más de una vez que no me gustaba que hablaran de mis pinturas frente a cierta mujer.

-Vamos, Nick. Te hará bien cambiar de ambiente – me animó su pareja.

-¿Qué clase de obra haces? – inquirió directamente el motivo de mis fantasías, con expresión curiosa.

-Nada – mascullé, apartando la vista.

-¡Qué tímido eres! Pinta preciosos cuadros – indicó Kath – en nuestra alcoba incluso está uno de sus trabajos: Elijah y yo mirándonos durante una hermosa tarde de verano – suspiró, risueña.

Evité responder. Me metían en terreno peligroso; ella no debía enterarse de hasta qué punto llegaba mi obsesión.

-Me parece algo brillante – contestó la rubia – No tienes porqué avergonzarte.

Kath me guiñó un ojo en expresión cómplice. Suprimí en bufido.

Asentí con la cabeza en su dirección, sin saber que decir. Esperé un tiempo prudente para escabullirme hacia el baño.

Una vez dentro, enjuagué mi cara con agua, mitigando el sofoco. Me miré en el espejo, comprobando mi respiración agitada. ¿Por qué tan repentino interés de Caroline hacia mi persona? No lo entendía: cada vez que le insinuaba mi profunda devoción, ella se alejaba y buscaba a su novio Tyler.

Sonreí un poco, al menos desde hace meses él se hallaba en Seattle, por lo que imaginaba que la relación era menos fuerte.

Alguien tocó la puerta.

-Ocupado – indiqué, cerrando los ojos.

-Ya lo sé.

Inmediatamente me volví. Era ella e irrumpió en el baño, para cerrar la puerta, dejándola a su espalda, bloqueando cualquier intento de escape.

-¿Qué… qué haces aquí? – balbuceé, atónito.

Con paso lento, pero medido se dirigió hacia mí, dándome un buen vistazo de sus torneadas piernas al andar.

-Quiero disfrutar de tu compañía – dijo pestañeando juguetonamente - ese traje que llevas pide a gritos ser desabotonado lentamente.

Agrandé los ojos. Sus pupilas eclipsaban casi en su totalidad el iris azul.

-Es gracioso que te pongas tan nervioso – comentó, divertida.

Carraspeé.

-Te equivocas – contesté en voz baja, escondiendo mi turbación. Se aproximó.

-Entonces, te encantará que juguemos un rato – susurró en mi oído, produciéndome escalofríos.

Levemente me aparté para mirar sus labios. Mis manos ansiaban poder tocarla finalmente, degustarse con la textura de sus cuerpo, sintiéndolo por primera vez sin que fuese un simple sueño.

-Si es una broma, para ya – bramé angustiado, sería muy cruel de su parte que todo fuese una provocación sin fundamento – Sino fuerza alguna en el cielo o la tierra me impedirá reclamarte para mí, en cuerpo y alma.

-Hazlo ya – dijo autoritariamente.

No aguanté más, así que ataqué su boca, dejando escapar mi frenesí por ella.