Disclaimer: Saint Seiya The Lost Canvas fue creado por Shiori Teshirogi, por tanto, los créditos principales son para ella. La historia en cambio, descrita a partir de ahora, es de mi total y completa autoría.
Y de nuevo yo…
Después de un largo tiempo de ausencia y de pensar que no volvería, heme aquí.
La cosa es que, no les haré perder el tiempo para hacerles escuchar la historia de cómo fue que surgió la propuesta o la idea de regresar. Resumamos todo en un hola, los extrañé. Porque, en serio, sí los extrañé.
Pero bueno, esperando que se encuentren de maravilla, vengo a robarles más de su atención con este nuevo fic. La historia del "nacimiento" del mismo, me temo, sí tendré que contárselas. Pues bien, resulta que hace dos años llegué a este sitio llamado Fanfiction, donde mi primer fanfic resultó ser uno que muchas de ustedes ya conocen. El título, Romeo & Juliet, la trama, un extraño angst de romance donde Minos de Grifo y una Albafika de Piscis (le apliqué mi malvado gender bend), son los protagonistas. Ahora, dos años después de haberse publicado el primer capítulo de una historia que significa para mí mucho más que un "simple fic", torturo a estos dos nuevamente con una secuela no oficial de dicha historia.
¿No oficial? Se preguntarán… La razón de ello se debe a que el final oficial de ese fic es el narrado en el último capítulo. El epílogo, un final alternativo en realidad, fue escrito para quienes no soportaron la trágica forma en la que terminó todo. Yo, en lo personal, fui partidaria desde siempre de ese dramático final. Sin embargo, la alusión que muchas personas hicieron con el tiempo, favoreciendo más a la vida que a la muerte, especulando de una posible "familia feliz" para el grifo y la rosa, no me dejó en paz buena parte de este año. Así es como llegamos hasta este punto, con la reflexión de ¿cuán posible o veraz puede ser que dos personas, nacidas para la guerra, puedan vivir una existencia como cualquier humano "normal"? Porque, sinceramente, yo no me tragaría el "vivieron felices para siempre" en dos seres taaaaan complejos como Minos y Alba.
Por ello este fic. Una historia más, que espero llegue a contestar todas esas preguntas que más de uno nos hemos hecho con estos caballeros y espectros de Kurumada y Teshirogi, ¿podrían vivir como cualquier mortal sin acudir al AU (Universo Alterno)?, ¿podría realmente ser posible? Con la esperanza de no resquebrajar esperanzas ni tampoco hacer enojar a nadie, advierto por último que para entender muchas de las cosas narradas a continuación ES NECESARIO HABER LEÍDO TANTO Romeo & Juliet ASÏ COMO ESE OTRO FIC QUE FUNGIÓ COMO PRECUELA, Alas Rotas. Si no lo has hecho, pero aun así decides continuar, quedas advertido de que probablemente te sientas confundido con lo que leerás.
Ya no intervengo más.
Nuevamente, es un placer regresar. Espero me otorguen nuevamente la oportunidad de estar con ustedes, a mí y a esta loca mente que sueña y sueña con escribir.
(Ya, ya, ya, mucha palabrería… xD) Enjoy!
~oOo~
Bajo el sol de este cielo nublado
"Comenzar bien no es poco, pero tampoco es mucho".
Sócrates (470 AC-399 AC) Filósofo griego.
Capítulo 1: La hazaña de recomenzar
En un lejano país nevado…
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Sacudió la cabeza después de resoplar. Sus ojos miraron con una mezcla de tristeza y autodesprecio a la bandeja sobre la mesa, al postre ennegrecido. Otro intento fallido, una derrota más.
Vencida por una tarta…
¡Vaya fraude! Y pensar que ella era…
Esta vez suspiró. Tomó uno de los cucharones de la alacena y cambió la tarea de decorar con betún por la de sacar la masa cruda y requemada para echarla a los desechos de composta. Trató de no pensar en la realidad, en su falta de capacidad para ese tipo de labores, pero entre más cucharones se desperdigaban más se cernía sobre ella la idea de que no había nacido para ejercer esas tareas. Y nunca había sido tan fuerte esa verdad.
Terminó finalmente. Se calzó las botas de doble piel para salir a la parte trasera de la pequeña cabaña. Dirigió sus pasos al pozo oculto y bombeó con la llave para lavar el molde. Después de varios intentos de restregar hasta con las uñas, comprendió que era algo irremediable, tanto como ella misma. Caso perdido. Volvió a la casa, echando el trasto inútil a la basura antes de entrar.
Decidió que lo mejor sería dejar de quemar moldes y dedicarse al resto de deberes que le faltaban. Ordenó la cama, acomodó las cosas que estaban fuera de su lugar, restregó el piso de madera con un trapo húmedo y luego enceró. Cuando el recibidor y la habitación quedaron habitables, continuó con la cocina, cuarto que por cierto detestaba. Encendió el hogar para calentarse mientras reiniciaba su contrato con la comida. Siempre demoraba más en decidir qué cocinaría que en hacerlo. Reconoció que hacía mucho las ideas se le habían terminado, le faltaba creatividad.
Tamborileó los dedos, sentada a la mesa. La mano que sostenía su mejilla se presionó más contra ésta. Miró la ventana, la luz comenzaba a declinar, Minos llegaría pronto, cansado y con hambre. Tenía que apresurarse. Se desperezó rápidamente para después ir a la despensa, sacó carne y especias con la esperanza de que el noruego no estuviera tan harto como ella del lapskaus, el único platillo nórdico que sabía cocinar sin riesgo a equivocarse.
Su labor quedó a medio camino cuando llamaron a la puerta. Aguardó un instante, Minos no requería de invitación para entrar. Esperó que fuese un vendedor de pan, aunque no era la hora acostumbrada para recibirlo, pero volvieron a llamar con mayor insistencia. Angustiada de recibir visitas, caminó con firmeza a la puerta, aseverando más el gesto para hacerle saber a quién fuera que estuviese al otro lado que no quería interrupciones.
—God morgen, kjære nabo!
Se ceño fruncido se perdió ante la amplia sonrisa… y la falta de comprensión.
La mirada confundida de Albafika le hizo saber a la visitante que no había entendido nada. La otra asintió, tornando su expresión a una más compasiva. Albafika la descubrió tomando tiempo para pensar en el mejor método de comunicación. Después de un rato en el que se sintió aún más incómoda, la jovencita le habló con un burdo y descuidado koiné:
—Yo soy tu vecina… Creo que no recuerdas mi nombre… Nunca hemos platicado. Eeh… El nombre que tengo es Elina, puedes llamarme Elin, vivo con mi papá en la parte baja del pueblo…
Albafika asintió lentamente, ahora fue ella la del gesto compasivo, se avergonzaba de obligar a alguien a tener tantas complicaciones. Mas la larga y confusa charla de una vía empezó a agotar su paciencia.
Elin pareció notarlo.
—No quiero molestarte, perdóname… Vine a invitarte a una celebración de nuestro pueblo, hoy, en la noche… —le tendió un papel pintado a mano, las letras eran tan irreconocibles como el idioma del lugar—. Puedes pedirle a tu marido que te diga lo que dice… Yo… eh… los esperamos.
Encogió las piernas para hacer un corto saludo de despedida. Albafika la miró avanzar por el camino del jardín para luego adentrarse en las calles. Se dirigió a la cocina nuevamente luego de cerrar. Observó la hoja una vez más, pensando en la invitación. Reflexionó en el hecho de que a pesar del tiempo ahí, no había entablado una conversación de más de tres minutos con ninguno de sus vecinos. Se percató de que la incongruencia de idiomas no era la única razón, pues había desistido más de una vez en que Minos le enseñara. A esas alturas, aunque todo había cambiado para ellos, aún existía cierta fuerza que continuaba separándolos del resto, que les impedía unirse a su mundo de pueblerinos comunes que gustaban de la caza y el jolgorio de fiestas patronales.
¿Por qué…? Albafika no lo pudo comprender.
Pensó en el postre arruinado, en su falta de cordialidad con los vecinos, en la sensación que sus huesos resintieron cuando Elin se refirió a Minos como "su marido". Ser una familia… Ser algo para lo que nunca fueron criados. ¿Podía ser posible?
Dejó la invitación sobre el comedor. Volvió a vestirse con el mandil de lana y reinició su labor.
La mesa estaba puesta cuando escuchó que la puerta se abría. La típica emoción le recorrió el cuerpo cuando lo vio atravesar el umbral hacia la cocina. Miró a su cuerpo esbelto, antes portador de una gruesa sapuris, cubierto ahora por las sencillas ropas tradicionales del lugar, los cabellos blancos revueltos por el paso apresurado que seguramente había emprendido desde el trabajo.
Si quedaban dudas sobre su nueva vida, todas se extinguieron al recibir su sonrisa, su abrazo, su beso lento en los labios. Hizo a un lado las cortesías y bienvenidas que jamás aprendió a dar para así dejarse estrechar con mayor ímpetu. El corto recibimiento se tornó pronto en un atrevido encuentro sobre el lavaplatos. Los dedos helados viajaron por la columna femenina una última vez antes de volver a besarla.
—Malditas jornadas de ocho horas… —susurró sobre su boca—. Mira cuán ansioso me ponen.
Albafika lo atrajo esta vez, apretándolo entre sus brazos y sus piernas encima de la repisa. Nunca lo diría, pero por esas pequeñas muestras de deseo, ella sí que agradecía esas jornadas de ocho horas.
Se escondió en su cuello, húmedo por el frío y el sudor del trabajo. Olfateó curiosa, indiscreta…
—Apestas a pescado —jugó.
Minos echó una risa: —Yo también te extrañé, preciosa —se irguió para mirarla—. ¿Qué esperabas? Paso medio día pesando a tus amiguitos acuáticos. Lo que me recuerda… ¿Qué hay de comer?
La muchacha torció el gesto, agachó la cara con pesar.
—Lapskaus… Lo lamento, fue lo mejor que pude hacer.
El otro se alzó de hombros, conforme. —Está bien. Sabes que después de ti, lo que más me gusta es el cordero —atrapó su mirada—. Y creo haberte dicho que me bastaba con beber de ti lo que el resto de la comida no puede satisfacer.
Volvió a apretarla contra él. El descontrolado vaivén de nuevas caricias trajo recuerdos a la mente de Albafika. La última frase de Minos la transportó al pasado. A la solitaria cueva que presenció el primero de sus rituales de amor. Cuando la realidad del mundo era lejana a la propia. Cuando todo estaba en contra de ellos y, aun así, no fue suficiente impedimento para entregarse a lo que sentían.
Cuando las dudas eran otras…
Se le escapó un jadeo al instante en que una mano se coló bajo su falda. Sus piernas se tensaron ante la helada sensación, contradiciendo el calor de su propia piel. Se pegó más al cuerpo de Minos.
—Sabes que te amo —lo escuchó entre su respiración agitada.
Oyó el desliz del cinturón de cuero, el pantalón cayendo al piso.
—Y yo… —se abrazó con todas sus fuerzas, aguardando.
A diferencia de él, Albafika jamás le había dicho que lo amaba. Por más que trató de hacerlo, todos sus intentos quedaron reducidos a una frase que actuara como un eco de la otra. "Yo también", "yo igual", "y yo"…
Pero era más que suficiente. Para ambos.
Sin cuevas. Sin escondites. Sin temores… A la luz de un día cualquiera en Noruega, en la cocina de su propio hogar. Tratando de ser tan comunes como los otros, sólo bastaban ellos dos.
Al menos por ahora.
~o~
Ascendieron por un trayecto empinado. Como ya habían perdido la cuenta del número de veces que lo habían hecho, y como se trataban de antiguos guerreros destinados a soportar pesadas horas de ejercicio, lo que para cualquiera hubiera sido un extenuante camino, para ellos fue regocijante.
Estaban en inicios del verano, por lo que el frío atormentó menos a la muchacha acostumbrada al sol del Mediterráneo. Esta vez, Albafika respiró el aire helado con mayor gusto, oyendo graznar a las aves sobre los pinos y abetos. Minos tomó su mano cuando tuvieron que atravesar el tronco endeble que hacía de puente sobre un arroyo. Albafika aceptó la ayuda con gusto, una cosa era el aire a su alrededor, otra el agua gélida a menos de dos grados.
El claro que se mostró de pronto marcó el final de sus pasos. Encontraron un lugar cómodo junto a unas rocas, se sirvieron de éstas como mesa para trastos y comida traídos de casa. De vez en cuando, a Minos le nacía el deseo de comer fuera de la cabaña. Albafika lo obligaba a desistir cuando el clima era más de lo que podía soportar, pero procuraba seguir su juego más que a su razón. A ella también le fascinaba la vista de la colina empinándose rumbo a un paisaje digno de un lienzo. Esa tarde, el río serpenteaba rumbo al cúmulo de casas que componían buena parte de Flam. El sol iluminaba los techos, blanqueándolos aún más, haciendo sombras en los costados donde los altos fiordos se elevaban.
La luz, más fulgurosa de lo común, dejó mirar más allá del perímetro compuesto por la aldea. Albafika pudo observar los cuadraditos blancos que se extendían al otro lado del gran lago en medio del pueblo. Reconoció casas, foráneas e incomunicadas del resto. Recordó que Minos le había dicho que no encontrarían ninguna cabaña que tuviera las condiciones de soledad y aislamiento que ella quería. Se preguntó qué razón tendría para mentirle.
—¿Qué es esto?
La joven regresó su atención a ellos. Observó a Minos, sentado sobre una pequeña piedra, sosteniendo su tazón de guiso con una mano y una hoja en la otra.
—En la mañana vino una chica —Minos la miró, incrédulo—. Sí, lo sé. Yo también pensé que era raro. Pero me dijo que quería invitarnos a un evento, creo que es una fiesta.
El muchacho leyó las coloridas letras. Su gesto se contrajo, pensativo. Luego de un rato levantó el rostro para preguntar:
—¿Quieres ir?
Albafika ocultó su sonrisa. Minos odiaba socializar tanto como ella, pese a que él sí tenía un gran don con la elocuencia. La duda en su mirada le resultó divertida, pensó en atosigarlo más.
Se encogió de hombros, sonriente. —¿Por qué no? Llevamos dos años aquí y no he hablado más que con el chico que trae el pan. Tenemos que demostrarles a estas personas que no somos unos locos que vinieron a complotar contra su ciudad.
La risa escapó de su garganta al mirarlo aún más sorprendido. Mas su disfrute se esfumó con el cambio de expresión del otro. Minos sonrió de lado, tal como siempre hacía cuando acababa de atraparla.
—Así que, ¿mi pequeña Alyssa desea aprender a socializar?
La muchacha comenzó a negar con la cabeza, cazada en su propia trampa.
—Aguarda… Es obvio que estaba…
La palma de Minos se elevó, cerca de su rostro, frenándola. Quedaba claro que no la dejaría objetar. Engulló lo último que le quedaba en su plato y lo pasó a la muchacha para recibir una porción doble. Leyó la invitación una vez más.
—Parece una fiesta conmemorativa… —parecía abstraído en el pasado—. Vaya, he estado tanto tiempo fuera que no recuerdo lo que se hacía. Lo mejor será llevar algo.
—¿Ósea que aparte de ir, tenemos que comportarnos como anfitriones? —se enfurruñó, pasándole el plato.
Minos soltó una risa. —No es más que cortesía, Alyssa. Un intento por parecer más… humanos.
—Ya somos humanos —enarcó las cejas.
—Bien, bien… Tratemos de no olvidarlo —un reclamo a sí mismo, quizá—. Un postre estará bien.
La mirada cobalto se contrajo preocupada. Apartó el rostro antes de ser descubierta.
—Con lo que me gusta cocinar postres…
Contrario a lo esperado, Minos no se permitió reír. Se dedicó a contemplarla, descifrando su expresión mientras engullía su comida. Luego de terminar, guardó todo de nuevo en la canasta de cuero, y la dejó en una mano para usar el otro brazo en auxilio de su bella perla.
—Nunca es tarde para aprender —rodeó su cintura para emprender la marcha.
~o~
Dos tazones de harina, cinco huevos, primero las yemas, las claras servirían más adelante. La parte endulzante la cubriría azúcar y esencia de naranja. Los ingredientes se condensaron dentro del tazón hasta ser una perfecta mezcla. El resto de cada huevo fue agregándose uno a uno mientras se revolvía suavemente, la masa se esponjó en unos cuantos minutos.
—Traje más naranjas.
Albafika entró por la puerta trasera. Minos trató de no distraerse con la tierna figura de pueblerina representada en medio de la cocina. Sonrió más atento cuando la muchacha se acercó a mirar su trabajo.
—Te dije que me esperaras, quería ver cómo lo hacías.
—Es sencillo. Harina, huevos, azúcar y naranja. Mezcla bien y nada más.
—No es tan fácil cuando yo lo hago —dejó la cesta de naranjas recién cortadas sobre la repisa.
—Claro que lo es —le quitó las manos puestas en jarra para darle un molde para hornear. Vertió la mezcla en su interior. En seguida se dirigió a mejorar el fuego bajo el horno.
—El truco es mantener el fuego a este nivel —marcó una línea con su navaja—. Se calentará lo suficiente para dejar la masa cocinada y dorada en la superficie.
Albafika asintió, atenta a cada instrucción. El noruego la llevó a la parte superior de la estufa, abrió una de las gavetas para permitir que un poco del mismo fuego surgiera.
—Tendremos que esperar una hora antes de que esté listo, así que mientras podré enseñarte a preparar el almíbar.
—¿Almíbar?
—Es pastel de naranja, Alyssa. Podríamos dejar que la esencia dentro de la masa baste, pero sólo sabrá a verdadero cítrico si colocamos una base del mismo en la superficie —agregó agua y azúcar a una olla que luego colocó en el fuego. Albafika se acercó, esperando instrucciones. Minos acarició su mejilla con el pulgar—. ¿Quieres quitar la cascara de cada naranja, por favor? Luego córtalas en tiras muy delgadas.
Así lo hizo. Sentada a la mesa, la joven peló la fruta hasta dejar bolas tiernas y dulces. Minos dejó por un instante su trabajo en la estufa para mostrarle cómo debía cortar. Albafika pudo hacer su trabajo después de varios intentos, se percató de que no era tan complicado y que incluso podía ser divertido. Con el agradable silencio de quienes están concentrados en su labor, ambos se deleitaron con el aroma a pan horneándose lentamente propagado a su alrededor. La esencia de naranja y azúcar también los inundó.
Albafika se levantó cuando terminó, justo al tiempo en el que agua y azúcar terminaban por conjugarse en una infusión viscosa. Minos le indicó que debía agregar la rajadura de las cascaras. Le pasó la cuchara para que continuara revolviendo al calor de fuego. Se inclinó frente al horno y abrió la tapa apenas un poco. Faltaba poco para que estuviera listo.
—¿Cuánto? —cuestionó la chica.
—Diez minutos, tal vez menos… —la miró torcer el gesto—. Descuida, —la pegó a su pecho—, se me ocurre una idea para aprovechar el tiempo.
La sintió retorciéndose entre sus brazos, el malicioso placer que aparecía siempre que la ponía nerviosa.
—Trato de preparar un pastel, Señor Minos —su rudeza sólo le causó risa. Mas la soltó sólo por esa verdad. No quería arruinar el presente que llevarían a su primera celebración como humanos "normales".
Salió a por agua y regresó con un balde lleno para enjugarse las manos y limpiar la mesa. Cuando sacó los trastos sucios al lavadero junto al pozo, volvió para encontrarse con un perfil pensativo, distraído tras el infinito después de la ventana. Minos caminó sigiloso, hasta ella. Cambió de gaveta el almíbar que ya estaba listo y revolvió los carbones en el brasero para amainar el fuego. Se quedó quieto, aguardando a las palabras que sabía estaban agolpándose en el precioso pecho.
—Quién iba a pensar que un día estaría aprendiendo a cocinar pasteles… —los ojos cobaltos continuaron perdidos en el pasado—. Si alguien me lo hubiera dicho en ese entonces, habría pensado que era una locura.
Minos respiró hondo, algo le decía que no era la primera vez que ese pensamiento recorría la mente de Albafika. Ni tampoco la suya.
—No eres la única. A veces, yo también lo siento como un sueño…
¿Y cómo no sentirlo así…?
Si los cambios en la vida se consideraran del mismo modo que la mudanza de una casa, él en especial, sería acreedor a muchas residencias diferentes. Dolor, ira, venganza, apariencia, poder, Lealtad, amor…
Los recuerdos aún le resultaban avasallantes, más fuertes que nunca por la tierra natal que sus pies tocaban.
—¿Crees que algún día podremos encajar? —Albafika lo sacó de sus cavilaciones. Miró los ojos azules, entre asustados y resignados—. Tú sabes. Parecer… ser como ellos.
El muchacho se sorprendió de haberse preguntado lo mismo justo esa mañana. Sentado en la bodega vieja y maloliente, contando kilos de pescado en el único trabajo que había conseguido, se cuestionó sobre su nueva realidad. Los hombres yendo y viniendo, concentrados en hacer su jornada lo mejor posible para irse a casa. Todos, todos, todos viviendo la misma vida desde su nacimiento. Y él…
¿Encajar en la sociedad? ¿Ser como todos ellos? Olvidar la guerra. Olvidar su vida.
"Con tal de permanecer a tu lado…", se llenó de la mirada azul tal como siempre lo hacía en los momentos más cruciales.
Le sonrió. —¿Por qué no lo descubrimos?
Abrió la puerta del horno y sacó el pastel. Con cuidado desmoldó y permitió que la bella muchacha se entretuviera en bañar con el almíbar la crujiente corteza. Los ojos de Albafika brillaron emocionados al ver el trabajo terminado.
—Nada mal.
—Nada mal… —repitió Minos, pasó un brazo sobre sus hombros.
—¿Dónde aprendiste a cocinar?
Nuevamente, su pregunta lo desarmó. Albafika no percibió el brazo tenso que la rodeaba porque continuó su interrogatorio con inocencia:
—¿O esperas que crea que aprendiste a hacer postres en el Inframundo?
Minos se consternó por buscar excusas, por sus intentos de eludir cualquier conversación que pudiera llevarlo a recordar su pasado. Su pueril y tierno pasado, su cruel detonante de las más terribles acciones que alguien pudiera imaginar. Su vida anterior, su yo maldiciente que era enemigo de Alyssa.
—Esa es… una larga historia —evadió su mirada.
Escucharon voces en las calles. El jolgorio los motivó a mirar por la ventana, hacia el puñado de gente que iba rumbo al centro del pueblo. Salvado por la distracción, Minos convenció a la muchacha de unirse al grupo. Notó el nerviosismo de su inexperiencia social y trató de no sentirse tan ofuscado como ella.
No había más salida. Si querían continuar con sus nuevas vidas tendrían que salir y vivirlas como era debido. Dejó el postre, ya frío, sobre las preciosas manos y caminó a su lado en dirección del resto. Ignoraron las miradas curiosas y atónitas que fueron desorbitándose al verlos pasar. Minos contestó en nombre de ambos los saludos que de pronto nacían a su alrededor. Miró por primera ocasión a sus vecinos, contempló las figurillas de jovencitas ataviadas con la ropa típica de su nación. Abrazó con más insistencia a su compañera.
—¿Te he dicho lo hermosa que te ves con ese bunad? —le susurró al oído.
Albafika rio bajo ante el cosquilleo de su aliento, esperó no haberse ruborizado—: Sí —aclaró—, siempre que lo traigo puesto me lo dices.
Terminaron por llegar al centro de la colonia. El pueblo de Flam se dividía en dos áreas principales. Para hacerlo, se debía tomar en cuenta el lago que separaba al lugar. Concentrados al sur de éste, más alejados del distrito de Aurlandsvangen, estaban los pueblerinos dedicados a la pescadería y otros suministros intercambiados por el comercio. Al otro lado quedaban aquellos que se dedicaban al cultivo y cuidado de ganado, y que, ante la necesidad de espacios más amplios para cubrir dichas labores, debían mantenerse a la distancia, reemplazando el cúmulo de hogares por inmensos sembradíos y rebaños de cabras. Ambas áreas poseían una plaza principal, ubicada como ombligo de la colonia, donde mercados se colocaban a la mañana y celebraciones importantes a la noche.
Sin saberlo, la pareja más reciente en Flam estaba siendo participe de cuadragésimo aniversario celebrado en honor al recibimiento del nombre del lugar.
El noruego no había errado en su idea de llevar un presente. Ambos se acercaron a dejar sobre la enorme mesa de comida el pastel de naranja recién hecho. Saludaron cortamente a quienes los veían y se enfocaron en los músicos sobre la tarima puesta frente a la fuente. El sonido de violines y flautas armonizaba hasta los nervios más alterados. Para Albafika, gustosa de ver a la gente divertirse aunque no fuera participe de ello, estar entre esa muchedumbre fue causa de un inexplicable ánimo. De repente fue consciente de que esa era la primera vez que, en lugar de aislarse, se atrevía a congeniar con ellos. Aunque aún tenía que mejorar su nivel de comprensión.
Giró su rostro, quería compartir su sonrisa con Minos. Sin embargo, su goce se redujo al percatar la rigidez en el rostro de su acompañante, mirando fija y duramente al estrado de madera.
—God natt, god natt!
Las voces interrumpieron. Uno a uno, los saludos aumentaron su efusividad y se adueñaron de la atención de ambos. Finalmente, la curiosidad había terminado por derrumbar la discreción de las personas. Parejas y familias enteras se acercaron a hablarles. Minos fue el único que pudo entender y contestar a algo de lo que decían. Cuando una anciana se dirigió a Albafika, escrutándola con ojos inquisidores, hablando cosas inentendibles, la reacción de la joven fue la de refugiarse al costado de Minos. El noruego no ignoró su perturbación y habló con firmeza cuando solicitó a los anfitriones que los disculparan. La muchacha se sintió culpable por la rudeza de ese primer encuentro, pero admitió sentirse profundamente aliviada cuando la multitud se alejó, aún pendientes de los dos.
Soltó un largo suspiro y luego miró a Minos. —¿Qué tanto dijeron?
El muchacho se rascó la barbilla.
—Entre todas esas voces pude entender poco —la envolvió con su abrigo—. Se alegran de que por fin decidiéramos salir de nuestro encierro. La mayoría preguntó sobre nuestra relación…
—¿Y qué les dijiste? —el pudor fue mejor arma para calentarla.
—La verdad. Que aún no estamos casados. Pero que planeamos hacerlo.
La boca se le desencajó. —¿Es en serio?
—¿Piensas que mi relación contigo será tan ilegal como mi pasado? —la burla pasó a ser una firme seriedad—. Puede que no lo parezca, Alyssa, pero contigo no planeo ser un maldito bribón.
La dejó sin capacidad de contestar. Albafika rememoró aquella confianza que había terminado por derrotar sus barreras. La tenacidad de Minos nunca dejaría de sorprenderla.
¿Él, un bribón?
—Jamás he pensado que lo seas —contrajo el gesto, enternecida.
Lo abrazó gentilmente. Se dejó llevar por la melodía suave que comenzó a resonar. Minos la condujo a un baile lento, torpe, tan inexperto como ella. Albafika rio bajo cuando lo pisó por enésima vez.
—Míranos, somos unos niños… —trató de acostumbrarse al compás.
—Es nuestro primer baile —se defendió. Su nariz rosó la de ella—. Como dije: nunca es tarde para aprender.
El silencio entre ambos pactó como un acuerdo ante esa última afirmación. Alentados por el vals, rodeados por un ambiente en el que jamás pensaron estar, y ser tan íntimos a pesar de ello, sabían que había llegado el momento de dar vuelta a la página de la vida pasada. Era hora de decir "hasta nunca" al antiguo yo e iniciar de cero.
Costara lo que costara. Albafika estaba decidida a aprender; por más difícil que resultara, lo haría. Tomaría lo que la guerra le había negado, ofrecería su cuerpo, su alma entera, a una pasión que ya no tuviera que ver con golpes y muerte. Se dejaría llevar por ese renovado caudal, igual que por la música, hasta donde sus fuerzas y las de Minos los condujeran.
Él haría lo mismo…
Abrió los ojos, recargada aún en el confortable hombro. Sus ojos encontraron el jolgorio de los pueblerinos, concentrados en la mesa de bocadillos. Siguió la escena de padres regañando la hiperactividad de los hijos. Miró a los niños corretearse por debajo de los manteles, rumbo a la fuente tras el escenario. Las familias riendo, riñendo a los más chicos, compartiendo cada momento, unidos todos por la sangre y el afecto.
Entonces lo supo…
"Nuestro deseo de encajar".
La razón de sentirse aún tan alejada de ese medio.
"Tú ansía y la mía de ser como ellos".
Todavía les faltaba algo.
Pero…
Se apretó a su pecho.
"¿Seremos capaces de obtenerlo?".
~oOo~
Las cosas pintan bien para estos dos, ¿eeh?
A ver cuánto les dura el gusto. Lamento que haya sido un poco corto. Ya vendrá mucha letra después.
Ahora, olvidé mencionarles lo significativo de Noruega en este fic. El país nórdico tendrá cierto protagonismo también, así que, vamos a la sección de aclaraciones…
~God morgen, kjære nabo! = "¡Buenos días, querida vecina!"
~God natt, god natt! = "Buenas noches!"
~El Lapskaus es un estofado hecho con carne y vegetales. Anteriormente fungía como el plato principal de las familias noruegas, hoy en día es un platillo tradicional, cocinado en los ambientes un tanto más rurales.
Los capítulos siguientes también tendrán mucho contenido de este bello lugar. Algo IMPORTANTE de mencionar es que Noruega, al igual que muchos países ubicados taaan al norte del globo terráqueo, "padecen" un fenómeno de luces y sombras muy peculiar. La primavera y el verano son permanentemente lúcidos, el sol permanece incluso en la noche, provocando ese conocidísimo efecto conocido como "sol de medianoche", mientras que en parte del otoño y tooodo el invierno el astro rey se mantiene oculto incluso en el día. Manténganlo en cuenta a partir de aquí.
Bien, dicho esto, paso a retirarme. Ojalá que haya sido un buen inicio y que genere polémica (amo la polémica, amo poner en jaque a los personajes y a la gente Dx). Se vale hacer especulaciones sobre la razón por la cual Alba se puso pensativa en la parte final del capítulo.
Se valen, ya saben, jitomatazos, cebollazos, y todo lo que quieran aventar. Yo aquí los esperaré con gusto. Gracias por leer, gracias por comentar! Les deseo una bonita semana!
