Era ya por la tarde, y había vuelto de dar sus clases de arte. Ingrid estaba concentrada en sus partituras de piano y la pequeña Freya dibujaba con un montón de pinturas de colores esparcidas por la mesa del salón.

Joanna las contempló con ternura desde el marco de la puerta. No podía volver a pasar por aquello. No quería perderlas de nuevo. Cada vez dolía más y más y sabía que no podría soportarlo una vez más. Siempre las perdía, de una forma u otra, por culpa de la magia. Suspiró. "No esta vez" pensó para sus adentros. Buscó el grimorio de la familia y se dispuso a hacer una poción que las mantuviera a salvo, bloqueando sus poderes, para así permitirlas llevar una vida normal - y larga-. Luego hizo chocolate y mezcló la poción en él, llevándoselo a las niñas en una bandeja.

Entró en el salón con una sonrisa.

-Niñas, os he hecho chocolate para merendar- anunció para que pudieran oírla.

Rápidamente ambas acudieron a por su taza de chocolate y a abrazar a su madre en agradecimiento.

-Está muy rico mamá- dijo la pequeña Ingrid sonriendo. Joanna acarició su mejilla con cariño.

-Me alegro, cielo- sonrió.

Luego miró a Freya y no pudo evitar reírse, ya que tenía chocolate por toda la cara. Cogió una servilleta, e ignorando las protestas, consiguió limpiarla.

-¡Mamá!- dijo enfurruñada- No hagas eso. No me gusta- se cruzó de brazos con un mohín.

-Pues se más cuidadosa, Freya- dijo riéndose- si no te mancharas, no tendría que limpiarte- dijo firme pero comprensiva.

La pequeña corrió hacia la mesa de nuevo a su dibujo y Joanna aprovechó para decir las palabras del conjuro y sellarlo por completo. Al poco, Freya volvió a acercarse a ella, con el dibujo en la mano.

-He hecho esto para ti- dijo tendiéndoselo con una sonrisa.

El dibujo era de una casa grande con un sol y tres figuras, señaladas con flechas. La más grande era una mujer de pelo rizado y castaño, y ponía "Mamá". Luego a su lado había otra figura mediana de pelo rubio con trenzas que ponía "Ingid" (Freya, a sus cinco años aún se comí algunas letras al escribir) y otra más pequeña que ponía "Yo". Todas parecían sonrientes y se daban la mano. Joanna lo contempló emocionada y beso el pelo de su hija, cogiéndola en brazos.

-Es precioso, vamos a ponerlo en el frigorífico- dijo sintiendo que se había quitado un peso de encima. Ahora estarían protegidas y a salvo. Sus niñas. Volvió la cabeza para mirar a Ingrid, con Freya aún en brazos, y ella la sonrió desde el piano. De pronto echó de menos a su hermana Wendy y deseó que pudiera ver aquello. Vivirían en East End en paz. Por primera vez en siglos.