Disclaimer: 666 Satán le pertenece a Seishi Kishimoto.
Prompt: Tabla Universal. #03 La tercera vez. [30vicios]
Parejas: Ball/Mei. Leve Jio/Ruby.
Extensión: 1221 palabras.
Notas: Me lo debía, porque esta pareja fue la que más me llegó en todo el manga, mi OTP, y nunca pude hacerles nada tras leer. Voy notando, de paso, que la narrativa convencional y yo no vienen bien cuando de este manga se trata. Solo me sale vomitar cosas medio metafóricas y tal. Three-shot, de paso, más que nada por los requerimientos de la Tabla Universal, que exige 3000 palabras por escrito y como no soy buena vomitando cosas tan largas en este tipo de redacción decidí que me venían mejor tres escritos no tan largos juntos. Además esta idea me calzaba de esa forma.
Advertencias: Spoilers del capítulo "Truco mágico."
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Acerca de tres sonrisas.
—Primera—.
La primera vez Mei es una mueca torcida. Pareciera que se va a romper al menor murmullo, al más suave suspiro, como una torre de cristal a medio caer. Y tiene los ojos abiertos y no está viendo nada, ¿está eso acaso bien? —es que ve y no quiere ver porque no, simplemente no. La silueta frente a ella no puede ser él, que le sacaba sonrisas y la cargaba a su espalda y la protegía de la vida con esa amabilidad patológica que lo caracterizaba.
Era todo en su vida entonces—.
Pero es él y entonces Mei es una mueca torcida, un intento de alegría.
Entonces Ball es esa mano sobre su hombro, conciliadora porque «yo tengo una hermana pequeña» —parece gritar «estoy aquí»—. Mei prácticamente no le conoce de nada pero no necesita hacerlo para saber que no miente, no necesita conocer a su familia o a su hermana, no necesitar vislumbrar sus recuerdos. Porque ve (su amor de hermano florecer inconscientemente con esas palabras) y sabe que es cierto. Porque está ahí, en esa mano posada suavemente sobre su hombro: la empatía.
Jio es la luz de su vida, eso asegura, pero hay un vacío bajo sus capas de desinterés —siempre lo hubo— y Mei sabe que no es la pieza faltante. No le acoge por las noches frías ni elimina la tristeza de su ser y entonces Mei sabe, inevitablemente, que no es. Duele un poquito porque le hubiera encantado que fuera y va por la vida tratando de renegar al mundo la realidad a grito exclamado: «es». Pero sigue sin ser.
Cuando conoce a Ruby entiende por qué.
Duele un poquito. Estar ahí y saber que no tiene que estar (porque no es), mientras ve que hay algo en ellos, más allá de ella, que le sacan las sonrisas a Jio de las que ella nunca fue parte. Mei oculta que se siente fuera de lugar con su coraza agria como ha hecho siempre porque es la única forma que tiene de defenderse —había antes, hace algún tiempo, una silueta mayor que le cogía las orejas y la defendía sin necesidad de gritos—. Sale bien, hasta innecesario en algunos casos.
Excepto con él.
Puede aparentar estar bien y casi acoplarse con todos excepto con Ball, y debe sacar la coraza ante su actitud simplista y elocuente. Él dice y ella refuta. Él refunfuña y ella reclama. Y está todo mal.
Sin embargo lo ve junto a Jio y Ruby, compartiendo sonrisas, y por unos momentos siente curiosidad. Es que Ball sonríe, como una sombra, y se aleja cautelosamente para que nadie note sus pasos hacia atrás. Y Mei siente eso —empatía— al notar que hay vivencias que ella desconoce, que la alejan. Que hay un lazo invisible que Ball no toca y Ball lo sabe y se hace a un lado mudamente para que Jio y Ruby compartan ese momento que han de compartir —ese momento llamado eternidad— y Mei siente eso que le revuelve las entrañas parecido a empatía. Y Ball coge a ese perro raro al que adora y sonríe bajo palabras banales y Mei lo ve:
La máscara.
Con el pasar del tiempo decide que no es tan raro, solo que la cáscara de él es amable mientras que ella no sabe hacerlo de esa manera. Entonces él dice y ella refuta. Él refunfuña y ella reclama. Ella grita y él calla. Y es un poco raro.
Mei sigue tratando de ser la pieza faltante de Jio los días venideros aunque comprenda que no lo es, viendo las sutilezas que intercambia con Ruby que lo llenan, porque ella es todo lo que siempre necesitó su soledad y Mei es esta cosa rara del rincón. Como Ball, que al final del día se reclina solo contra la pared. Están los perros a un rincón, el espadachín y la anciana al otro, está Cross solitario que contempla la luz de Ruby y como ella quiere encajar donde no encaja; y está ella queriendo hacer lo mismo con Jio aunque es estúpido. Sin embargo, Mei se percata que el cariño de Cross es diferente, más filial —como si recordara tiempos pasados de amor puro— y la presencia de Jio como la pieza faltante no le supone un disgusto y todo está bien. Ella en cambio sigue igual de testaruda.
Ball sigue por ahí dándole a cada quien su tiempo como si siguiera una sinfonía a la perfección, comprendiendo cuando ha de estar y cuando no. Y es un poco dulce.
Entonces llegamos a esto, a esta Mei que se deshace en una mueca torcida y una silueta mayor que le sonríe —hermano—, una sonrisa igual de torcida y algo está increíblemente mal ahí, según Ball que posa su mano en su hombro conciliador y le dice eso: «Yo tengo una hermana pequeña», y Mei sabe que es cierto porque solo eso explicaría ese instinto protector que le late y le permite saber cuando es el momento y cuando no.
Su hermano también sabía hacer eso.
Así que está Ball que se para en frente y la defiende porque... pues porque la defiende, no parece necesitar motivo para ello (algo le palpita entonces con la idea). Mei siente entonces que todo estará bien, como si la acogieran por las noches frías y eliminaran la tristeza de su ser, de alguna forma. Y ya no es tanto esta mueca torcida.
Logra levantarse, lo hace entonces —porque Ball le ha inspirado fuerza y sabiendo que él está ahí es un poco más sencillo intentarlo— y juraría que ahora puede ver más claro que nunca y por unos momentos se saca la máscara porque ahí está su hermano —suyo, sangre de su sangre— y ha de recibirlo con los ojos bien abiertos y los brazos tendidos y las lágrimas en las mejillas porque no puede ser de otra forma (sabiendo internamente que de algún modo todo estará bien).
Así él cae —cuando abre los ojos y le mira y vuelve a ser la silueta de antaño es cuando se decide a caer, cuando más ha de dolerle—, entre ella y Ball y Mei es esa mueca torcida (de nuevo) de una sonrisa al sentir un par de manos en sus orejas y le gustaría, en verdad le gustaría, haber sido capaz de sonreír entonces. Pero no puede, no todavía al menos.
Ball sigue ahí y es un poco raro y un poco dulce oírlo decir palabras tontas, pero Mei se ha quitado la máscara y juraría ver a través de la de él para saber que todo eso es fingido, que prefiere que grite a que llore —está preocupado—, que busca animarla.
Se levanta de nuevo tratando de olvidar la arena que ha quedado atrás —esa que le sacaba sonrisas y la cargaba a su espalda y la protegía de la vida con esa amabilidad patológica que lo caracterizaba—. Y Ball sigue ahí.
Y cuando Mei envuelve sus brazos alrededor de su cuello, cuando Ball la carga (la protege) suavemente lejos de todo, Mei sonríe —y esta vez no es una mueca torcida, es fidedigna y ni siquiera ha necesita manos en las orejas— porque está feliz.
(como si la acogieran por las noches frías y eliminaran la tristeza de su ser).
Y le gusta él por eso.
«Gracias Ball».
Ah, la OTP.
Es todo. Considerando que no es un fandom muy leído me ahorro problemas y en un rato subo la segunda y tercera parte.
Nos leemos.
