N. de la A: Hola a todo el mundo! Hace mucho que no aparecía por aquí subiendo algo nuevo, pido disculpas por ello. Pero mis musos parecen haberse marchado por el momento, así que no actualizaré ninguna de mis historias incompletas -por ahora-. Bloqueo de escritor :(

Y como es de esperar en estas situaciones, cuando pierdo el hilo o el interés en mis historias, de pronto nace otra idea diferente. Ahora es el turno del hombre lobo (creo que nunca había escrito sobre él) ¿recuerdan que dije que tenía planeado hacer un Hans/Integra? Pues, aquí está..veamos cómo va a resultar (debo decir que es una de las dos historias centradas en ellos que pretendo compartirles).

Dedicada a Mayra Niimura porque fue la primera -y única- en apoyarme cuando recién mencioné la idea de hacer un HansxIntegra.

Y mis agradecimientos especiales a Abrilius por su apoyo y las ganas que me echó para que al fin me decidiera a escribirla. Fueron tus historias AxI donde mencionabas al s̶e̶x̶y̶ capitán y tu paciencia leyéndome en facebook lo que al fin dio sus frutos jajaja

Espero les guste la nueva historia (y no quieran matarme, siempre seré fan incondicional de AxI...pero quería variar XD)

*Ubicada al final del manga, con algunas -varias- modificaciones a la trama original.

*Título terrible, por favor, acepto sugerencias! xD (en serio)

Carpe Diem


Una nueva carta de triunfo...y un nuevo compañero

~.~.~

Integra dejó su mirada perderse entre las grietas que surcaban la pared de su celda aérea. Alucard se había ido.

La realidad la golpeó inevitablemente como un rayo de luz, quemando su interior con la culpa y la rabia. Su siervo vampiro había desaparecido ante sus propios ojos, aquel ser que ella creía inmortal, el que nunca la dejaría…ya no estaba. Ni siquiera tenía noticias de Seras, ¿estaba viva? ¿Habría caído en manos de los nazis, como ella? ¿Se habría consumido ya Londres bajo las llamas? y la Reina, ¿qué haría?

El mar de preguntas se desbordó por su organismo; inquietudes sin respuesta, nerviosas, anhelantes.

Pasos lentos sonaron por el pasillo a su izquierda. La joven no se inmutó.

Max Montana sonrió ufano mientras conducía su regordete cuerpo frente a las celdas vacías de su zeppelín. Tras él, el Doc imitó su sonrisa, con esa mirada de científico loco que anhela la sangre. Cerrando la escolta, iba el guardaespaldas silencioso.

La figura vestida de blanco del Comandante apareció al otro lado de la reja, su sonrisa odiosa corrió por su cara, dándole un aire de dichosa maldad. Allí, frente a él —y encerrada bajo su prisión—, tenía a la líder de Hellsing, el último bastión de lucha había caído entre sus manos. Inglaterra podía considerarse perdida.

"Buenos días, fräulein —saboreó las palabras con malicia—. ¿Cómo te sientes hoy?"

La muchacha clavó en él una mirada de odio, sus ojos azules eran la expresión máxima del desprecio mientras su boca se mantuvo cerrada. No iba a darle en el gusto de charlar con él.

Montana sonrió de medio lado, moviendo la cabeza. "Vaya modales, y yo que hice de todo para que te sintieras cómoda".

El Doc miró la mesa adosada a la pared; el plato de comida estaba intacto, ni siquiera había bebido.

"¿Qué quieres?" terminó por inquirir, deseando que su figura desapareciera lo más pronto posible de su campo de visión.

"Charlar, por supuesto —se acercó a la reja y le sonrió—. Hace mucho que no tenemos una buena conversación".

Integra apoyó la espalda a la pared cuando el Mayor comenzó a hablar. Cada letra, cada palabra que él pronunciaba tenía la intención de herirla, de hacerla consciente de su derrota y de su sufrimiento. Pero ella no lo iba a demostrar, nunca y menos ante un ser como él.

Esos tres hombres de allí en frente no la verían rogar ni suplicar por su vida, ni por su país. Si ella iba a sobrevivir, lo haría sin implorar ni mendigar piedad. Acabaría con ese comandante loco para siempre, asegurándose que jamás volviera a la vida de nuevo. Era una promesa. Por ella, por Inglaterra, por sus compañeros de trabajo; por Walter…y por su siervo desaparecido.

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Hans observó —estoico y silencioso como siempre—, al Mayor regocijarse en su alegría, dando paso a otro de sus largos discursos que pretendían ser emotivos. Habló acerca de sus estrategias utilizadas para llevar a cabo ¡oh, tan brillante plan! Explicó, otra vez, cómo se había deshecho de Alucard y cómo había capturado a la propia líder de Hellsing entre sus garras. La victoria era suya. La Reina tendría que ceder, Inglaterra caería a sus pies en cuestión de días, y Europa la secundaría. Por fin, el mundo entero sería víctima de su guerra y terminaría sujeto a su voluntad.

Mientras el Mayor se extasiaba a sí mismo y el extraño "médico" lo alababa por su grandiosa inteligencia —lame suelas—, el Capitán contempló a la prisionera por entre los barrotes de la celda.

—No te queda nada, fräulein. Tu carta de triunfo te ha abandonado, tus soldados han muerto, tu draculina desapareció —el Comandante sonrió ante la cara estoica de Integra, que no dio señales de estar escuchándolo si quiera—, tu mayordomo te traicionó… ¿qué es lo que te queda?

La sola mención de Walter hizo que la rubia cambiara su expresión, aunque de forma muy fugaz. Hans detectó un movimiento minúsculo en la comisura de la boca, que desapareció en el instante mismo, opacado bajo su férreo control emocional.

—Puede que hayas ganado una batalla, Mayor —las palabras fluyeron lentas entre la línea apretada de sus labios—. Pero la guerra aún no ha terminado.

La abultada barriga del comandante alemán se agitó producto de las risas de su dueño. ¿La guerra no ha terminado? Por supuesto que no, aún quedaba mucho por destruir.

—Te tengo a ti, y esta vez ya no está tu mascota para salvarte. No tienes a nadie. Estás sola.

Montana dio la vuelta, librando —por fin— a la chica de su indeseada presencia y deshizo el camino en retroceso; pisándole los talones iba el Doc, que ya maquinaba algunas frases para el próximo discurso frente a la realeza.

Integra miró su pie encadenado. La cuerda de metal se aferraba a su tobillo derecho y corría, serpenteante, a pegarse cual lapa a la pared, reteniéndola a ella.

Dejó salir un suspiro —entre rabia y frustración— mientras su cabeza se apoyaba contra la pared y su cabello atrapaba bolas de polvo en el piso. Y así, en esa posición, vio el rostro del hombre que aún no se había marchado con los otros.

El hombre alto de cabello platino la observó fijamente, con sus ojos sombreados por la visera.

Integra ladeó la cabeza, ¿qué era ese hombre? ¿Por qué la miraba así? y, ¿qué había pasado con Seras?

El Capitán parpadeó y dio un paso atrás, camuflándose de nuevo en la oscuridad que se tragó su silueta.

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Integra estrechó los ojos en la oscuridad, estaba segura de haber oído un ruido proveniente desde el pasillo. Aguzó el oído, atenta.

El silencio fue la única respuesta.

Luego, ahí estaba otra vez. Era inconfundible. El sonido que emite un cuerpo al chocar contra el suelo.

La joven se puso de pie y esperó, fuese lo que fuese que se acercaba.

La reja que protegía la entrada de su celda crujió, como si alguien lo suficientemente fuerte la doblara como se aprieta un montón de endebles alambres; y por ella entró —o supuso que entró, ya que la oscuridad no la dejaba ver con suficiencia— la figura de alguien.

Integra sintió su aliento atorársele en la garganta en un nudo intrincado de angustia y curiosidad. Dos segundos más tarde, pudo ver a su inesperado visitante. El Capitán nazi estaba frente a ella con la mirada fija y su misma expresión indescifrable de siempre.

La sorpresa tomó lo peor de ella, asustándola. Dio un paso atrás y sus labios se separaron inconscientemente para dar paso a un grito de asombro, que fue sofocado por la mano firme que el hombre puso sin miramientos sobre su boca.

Las cejas de la chica se dispararon hacia lo alto de la frente cuando él invadió su espacio personal, acercándose peligrosamente a su oído derecho y hundiendo la cara en el recoveco marcado entre su cabello y su cuello.

Lo sintió aspirar con fuerza. Ella cerró los ojos ¿iba a morderla? Pero, espera…el capitán no era un vampiro. A decir verdad, no sabía exactamente qué era. Lo había visto muy poco: cuando apareció para "atacar" a Walter; cuando se presentó en el campo de batalla para pelear contra Alucard, al igual que el paladín; lo había visto dispararle a la monja (¿o era un cura?) de Iscariote y la última vez había sido cuando dejó a Seras medir sus fuerzas contra él, luego de que el extraño personaje le enseñara —de muy buena gana— la oficina donde se encontraba el Mayor Montana.

Lo demás era algo que no quería recordar. Alucard había desaparecido ante sus propios ojos, víctima de la trampa inesperada del Comandante nazi; Walter —el traidor que le había roto el corazón— había muerto, no sin antes despedirse de ella; Seras no había regresado, lo que la hizo suponer lo peor. Y más tarde ella misma había sido víctima de otro de los engaños de ese Comandante loco, y ahora se encontraba allí, encerrada en sus prisiones sin posibilidades de escape, y sin nadie de su lado.

Pero el Capitán no la mordió; en vez de los dientes sobre su piel, lo que sintió fue la nariz olisqueando la piel sudorosa de su clavícula, olfateando el largo de su cuello, metiéndose entre las hebras de cabello.

El hombre aspiró fuerte contra su piel, llenándose con su esencia. Ella frunció el ceño ¿qué significaba esto? Cuando él por fin se alejó y la dejó libre, lo único que había cambiado en su expresión era el brillo de sus ojos, ahora parecían más… ¿vivos? Integra no alcanzó a interpretar el gesto cuando él se había agachado para romper con sus manos el grillete que la mantenía atada a la cadena.

Al menos, podía estar segura que no era un humano (¿alguien en aquella nave lo era?) o al menos, no uno "normal".

Integra contempló su pie ahora libre sin decir nada, y luego miró al hombre ante ella. Este no dijo nada —para variar— y se alejó, saliendo por el hueco de la reja destrozada.

Ella lo escuchó avanzar por el pasillo vacío ¿de qué se trataba todo esto? No escuchaba nada más que sus pasos solitarios que se alejaban con lentitud ¿la estaba dejando escapar? ¿Era otra de las trampas del Mayor? Salió del calabozo con cuidado, el largo y lúgubre pasillo se veía desierto, ningún guardia impuso su presencia allí. Avanzó unos pasos…más allá, semi escondidas entre la oscuridad de una esquina y la pared, se veían las botas de los centinelas caídos. Y al otro lado, recargado contra la pared, esperándola, estaba el capitán de Millenium.

Integra se obligó a dejar sus dudas para más tarde, y lo siguió.

...Continuará...