Había pasado el día entero escuchando ruidosos hombres discutir temas políticos sin importancia para ella, si hubiera sabido que iba a ser así jamás habría aceptado aquel acuerdo.

Cuando el sol comenzó a ponerse miró hacia el ventanal, la ventisca había terminado, y con ella su encierro. Gruñó al levantarse y descubrir su cuerpo agarrotado de tantas hora sentada.

-¿Vais a alguna parte? –preguntó uno de los embajadores.

-Si –contestó andando deprisa, saliendo de la sala.

Aquel era su comportamiento natural, fría, distante, calculadora. Nunca había dado cuentas a nadie y no iba a empezar así su reinado.

Su relación con Tryndamere había comenzado meses atrás, al igual que sus problemas. Tras tomar la decisión de unir sus clanes tomaron nupcias rápidamente, en un acto rápido y sin emoción alguna. Ninguno de los dos tenía intención de cambiar su indumentaria, pero varias personas cercanas les sugirieron que si iban a alzarse como reyes del norte debían vestir apropiadamente.

Mientras caminaba deprisa por los corredores hacia sus aposentos, Ashe recordó su incomodidad al primer momento de ponerse los elaborados ropajes de su boda. Una gran falda y un corpiño, todo azul y perfectamente confeccionado con motivos dorados. Había odiado aquellas ropas, la hacían torpe y vulnerable. Y lo peor es que debía llevarlas en cada reunión, en cada acto.

Se despojó rápidamente de ellas con movimientos certeros y precisos. Al momento se encontraba al lado de su hoguera, con toda su hermosa desnudez a la luz.

Se calentó las manos junto al fuego, sin ningún temor ni recato a que alguien pudiera verla.

Volvió a colocarse sus ropajes de cazadora, no abrigaban demasiado, pero eran ligeros y le permitían ser sigilosa y letal. Ocultó su cabello azul hielo tras una capucha negra y se escabulló entre muros de piedra tosca y gris.

Odiaba estar encerrada, habría querido ir ella en lugar de Tryndamere a reunir a sus clanes. Pateó la nieve con fuerza, deseando que fuera su cabeza.

Frunció los labios, para Ashe, la arquera helada no había contemplaciones, en su mundo no había lugar para la piedad o el perdón.

Preparó el gran fardo que había ocultado a su espalda hasta que estuvo en la total oscuridad del pequeño bosque cercano al castillo. Sacó su arco y su carcaj, lo ató a su espalda y comenzó a correr, adentrándose en la noche.

Varias perdices y un pequeño cervatillo fueron la captura de aquella noche. Entró de nuevo al castillo, al parecer todos los barbaros que habían marchado ya estaban de vuelta. Incluido su marido.

Bebían y comían incesantemente en el gran comedor cuando ella entró en silencio. Y el silencio la acompañó cuando la vieron.

Andando tranquilamente dejó las piezas junto a la chimenea. Alguien se ocuparía se cocinarlas. Pasó al lado de Tryndamere, que ocupaba la cabecera de la gran mesa. Se miraron durante un segundo en el que no sintió más que envidia hacia el por haber nacido varón.

Se sentó a su lado, en la silla vacía que siempre ocupaba, se sirvió carne y cerveza y en cuanto sus labios tocaron la jarra todos comenzaron a hablar y gritar de nuevo.

-No deberías salir sola –fue lo primero que salió de sus labios- alguien debería acompañarte para cargar con las presas.

Obviamente él sabía que Ashe era una luchadora muy experimentada y temible, pero a veces dentro de su enorme pecho latía un enorme corazón y un poquito de preocupación, pero aquello hizo que ella recordara las horas encerrada entre aquellos muros que la asfixiaban.

-No –dijo ella tratando de que nadie los oyera- no llevaré a nadie en mis cacerías, y no volveré a mantenerme aquí encerrada. Soy arquera, no la reina.

-De hecho ahora eres ambas cosas –río el, con su risa masculina y su barba llena de migas.

-Pues lo segundo no lo quiero. Quiero ir yo a reunir a mi gente y a la tuya –dijo sin mirarlo, aquellas eran sus conversaciones habituales. Al menos hablaban.

Durante un segundo Tryndamere si que la observó, nunca se había quejado de su acuerdo, y él no era estúpido, sabía lo volubles que podían ser las mujeres del norte.

-Termina de comer y hablaremos.

Ella solamente soltó un soplido por la nariz indicando su desprecio.

El tiempo pasó y la mujer se levantó, sin dirigirle la mirada a nadie y se marchó.

La sala de juntas donde solía reunirse con los jefes barbaros de otras tribus o mensajeros estaba fría, el fuego de la chimenea se había apagado, quedaban ascuas brillantes.

Lanzó varios troncos a las brasas, se agachó y sopló hasta que el fuego volvió a resurgir.

-¿Qué es lo que te pasa?

Ashe se levantó del suelo y con calma aparente se sentó con las piernas cruzadas en la mesa.

-No me trates como a tus putas Tryndamere, no vengas con tono condescendiente creyendo que me vas a convencer con palabras –comenzó ella sacándole filo a su lengua- conocías mi carácter cuando acordamos todo esto, y ahora quieres mantenerme encerrada entre estas cuatro paredes esperando que mi espíritu de sosiegue. ¿Crees acaso que soy una reina como las de los demás países? Mujeres sumisas, castradas y dispuestas a complacer.

Ella misma notaba como se iba alterando, aquella vida monótona y aburrida la estaba matando.

-Ya se que no eres como esas reinas –comenzó el cuidando mucho su lengua, ella no tendría reparo en matarlo mientras dormía si podía garantizar la seguridad de su pueblo- eres una mujer brava y encomiable en la batalla, pero lo tuyo son los discursos motivadores, no las negociaciones y lo sabes.

La muchacha se cruzó de brazos, había tenido algún tropiezo con una de las primeras tribus que trató de persuadir y no había salido bien parada.

-No te pido que te quedes aquí encerrada, pero ambos tenemos obligaciones.

-Obligaciones estúpidas –estalló ella bajándose de la mesa- es de locos escuchar como viejas glorias se quejan de su actual situación sin mover un músculo de sus sillas.

-No son como noso…

-Pues no pienso escucharlos más –lo cortó ella acercándosele peligrosamente con el ceño fruncido.

Tryndamere soltó un gruñido, todo aquello lo molestaba más de lo que esperaba, aquella mujer era intratable, y se estaba conteniendo mucho para no soltarle un bofetón.

-Caprichosa… -susurró entre dientes.

Ashe abrió un poco los ojos mientras se colocaba justo delante suyo, sin dejar espacio.

Obviamente debido a la diferencia de estaturas ella lo miraba desde abajo. Por muy alta que fuera él medía mas de dos metros.

-¿Que has dicho? –preguntó arrastrando las palabras, encarnizada.

-Lo que has oído mujer, estas insoportable –gritó Tryndamere sin contenerse- si supiera que golpeándote la cabeza contra el suelo podría hacerte entrar en razón en breve tendríamos tus sesos esparcidos por toda la sala.

-¡Inténtalo! –gritó ella a su vez- ¡Puede que seas más fuerte pero eres un perro lento y estúpido.

Ambos se hubieran matado en aquel momento si no se hubieran contenido, se quedaron mirándose desde muy cerca, lanzándose cuchillas mentales y tratando de calmar sus respiraciones.

-Eres insoportable… -murmuró él alejándose unos pasos para calmarse. Apretaba los puños con tanta gana que de pronto comenzó a sangrar en el brazo.

Aquello hizo que la mujer frunciera el ceño recelosa.

-¿Qué a pasado? –preguntó insegura.

Al verla observarle el brazo el rey se miró descubriendo su herida reabierta.

-Que me dañas mujer –respondió enfadado.

La sangre comenzó a gotear por el suelo con mucha rapidez, demasiada. Sin preguntar Ashe se acercó, se subió a la mesa de rodillas y le quitó de un tirón el trozo de armadura que le cubría el hombro descubriendo una tosca venda sucia que no podía empapar más sangre.

Sin mediar palabra y agradeciendo que no llevara más tela en el torso que dificultara la labor le quitó la venda.

La sangre con gran impulso le salpicó la cara a la chica antes de que pudiera taparla con los dedos.

-¿Por qué nadie te ha visto esta herida? –preguntó enfadada. Todo le tocaba a ella.

-Porque no era importante, solo un pinchazo.

-Un pinchazo que te a perforado la arteria –respondió ella sin saber muy bien que hacer, no era curandera. Durante un segundo y sin saber porque se asustó, sus manos chorreaban sangre y el hombre cada vez estaba más pálido. Hizo que se sentara en un sillón, hizo que se taponara la herida y hecho a correr.

Tryndamere sonrió, lo odiaba tanto que iba a dejarlo que se desangrara. Cuando trató de levantarse descubrió que le temblaban las piernas, pero con un esfuerzo ando hacia la puerta justo para encontrarse delate de una Ashe de mejillas sonrojadas que volvía con una cajita.

-¡Mierda, Trynda siéntate! –chilló tirando de el hacia la silla.

Sabia que la cauterización en una parte tan alta de una extremidad no era buena, y él necesitaba sus brazos para usar su espadón.

Sin pensarlo lo volvió a sentar en el sillón y se sentó sobre sus rodillas. De la pequeña caja sacó utensilios de costura, pero en cuanto descubrió que el hilo era demasiado gordo para coser una herida tan pequeña se vio superada.

Miró a los ojos a un Tryndamere sudoroso, de ojos vidriosos y faz blanquecina y se descubrió pensando que aún quería pelear más a su lado.

Sin pensar realmente si funcionaría se arrancó un larguísimo cabello brillante y lo enebro en la aguja más pequeña que tenía.

Toscamente y sin saber muy bien como hacer aquello comenzó a coser su carne. Limpiando de vez en cuando la sangre que le obstruía la visión. Hasta que al fin dejó de manar.

Al comprobar que resistiría resopló y levantó la mirada.

Tryndamere la observaba incrédulo. Había cosido su herida con un simple cabello. Posó una mano temblorosa sobre la cabecita de la mujer, pensando que quizás su pelo tuviera propiedades, aparte de su suavidad.

Ambos estaban exhaustos, ensangrentados y aliviados.

-Em… -comenzó el hombre- … gracias… no pensaba que fuera tan grave.

-Y soy yo la que tiene que llevarse a alguien a cazar –sonrió ella por primera vez aquel día.

Ambos se miraron sonriendo durante un segundo tratando de recordar porque se habían enfadado tanto con aquellos asuntos.

Cuando el bárbaro se puso de pie para ir a su dormitorio la observó guardar las cosas en la cajita.

-Si quieres podríamos ir juntos en la próxima marcha…

Ashe levantó la cabeza como si de pronto nada fuera tan grave, sonriendo ligeramente incomoda asintió.

-Mas te vale llevarme contigo, ¿Quién estaría dispuesta a coser tus heridas con su cabello?