Bueno, este es mi segundo fic de Glee, y el primero que planteo como multichapter, ¡pero veremos como avanza esto! Acepto propuestas, por cierto. Si no encajan en la historia, no tendré problema en hacer un one-shot con ellas. Y ahora, os dejo con la historia de Nick. Por si andais perdidos, empieza el verano antes de que Nick empiece su Freshman year. ¡Disfrutad!

Disclaimer: ¿De verdad necesitáis que os diga que nada de esto es mío, salvo la vida de Nick que dado que no está especificada en Glee, pertenece toda a mí mente creativa? ¿Y que si yo fuera la dueña y señora de Glee, Klaine y Niff gobernarían la serie, y probablemente no sería emitida en Fox sino en la HBO? Bueno, pues lo he dicho.


Era domingo. Todo el mundo tenía un plan, ya fuera salir con sus amigos, ver una película con ellos, o simplemente dormir para recuperar las energías gastadas la noche anterior. Frente a la ventana del salón les veía pasar, todo el mundo tenía prisa… Un picnic, una tarde en la piscina, un partido de futbol, de soccer, de tenis… Todo el mundo tenía prisa, todo el mundo tenía un plan una tarde de domingo de un verano particularmente conciliador con respecto al clima. Todo el mundo, excepto yo.

No tenía amigos que quisieran hacer planes conmigo ese domingo… ¿A quién pretendo engañar? No tenía amigos. Nunca los he tenido. Siempre he sido el rarito de la clase, el chico que prefería sentarse a leer en una esquina del patio de recreo que ponerse a jugar al futbol como el resto de chicos y mancharse la ropa al caerse. El chico que prefería una película de historia que una de terror… Y al final, con el tiempo, llegué a ser el chico que se siente invisible entre cientos de personas, el chico al que todo el mundo ignora excepto para reírse de él, humillarle, cuchichear a su espalda, hacerle sufrir…

- Cielo, ¿no deberías salir a dar un paseo o algo? Llevas ya una hora ahí sentado… - ¿Una hora? ¿En serio? Supongo que debí haberme perdido de verdad en mi cabeza, porque no me había dado ni cuenta…

- Claro mamá, ya salgo. Sólo estaba pensando en los planes de esta tarde…

Sonreírle a mi madre se había convertido en algo automático en mí, aunque no tuviera la menor gana de sonreír. No sé por qué, pero siempre he pensado que bastantes disgustos ha tenido ella en la vida como para ser uno más yo mismo. Así que esa es la razón por la que no le contaba lo que pasa a diario en mi vida, la razón por la que me inventaba amigos, la razón por la que sonreía, y fingía ser normal. Pero seamos sinceros, a estas alturas tú ya sabes que yo nunca he sido normal.

Sin embargo, que mi madre me recomendara salir a la calle sólo activó una pequeña lucecita en mi cabeza, y aún hoy no sé qué la hizo saltar ese día. Con paso ligero me encaminé a mi cuarto, cogiendo una chaqueta de color oscuro que aguardaba tirada en el fondo de mi armario, y tras comprobar que lo que buscaba permanecía aún en uno de sus bolsillos, me puse la chaqueta y por primera vez en una buena temporada, me miré al espejo y sonreí. Porque era una tarde de domingo y ahora sí tenía un plan. Un plan perfecto, un plan genial, un plan mortal.

Sí, creo que mortal era la palabra clave: Iba a ir al bosque que había a las afueras de la urbanización, y me suicidaría. Aún no estaba seguro de cómo, aunque la navaja suiza que llevaba en el bolsillo de la chaqueta hacía tentadora la idea de dejar simplemente que la sangre escapara de mis venas de la misma forma que todos y cada uno de los chicos de mi instituto me habían hecho sangrar, física y emocionalmente, en los últimos 4 años de mi vida. No iba a soportar eso cuatro años más, no. Se acabó.

Nicholas Duval tenía un plan que no podía fallar.

(Pero tranquilos, falló. Si no, ¿Cómo estaría escribiendo esto?)


Dicen que todos los suicidas escriben una carta antes de hacerlo, antes de morir… Así que yo fui a tomar una libreta del escritorio antes de salir, pero cuando la tenía en la mano no pude evitar pensar ¿A quién le voy a escribir? ¿Quién va a echarme de menos? No tengo amigos, ni un solo. Mi padre me detesta, mi madre será más feliz si no tiene que ocuparse de mí. Todos serán más felices sin mí. Nadie necesita una carta de despedida, para más de uno sería la primera noticia que recibiría de mí, para otros, una manera de fastidiarles el verano. No, no voy a escribir ninguna carta.

Mmm… Ahora que lo pienso, fue una buena idea no escribirla. Quizá mis padres me hubieran mandado a un psiquiátrico de haberla encontrado. Sea como fuere, la cuestión es que tras decidir no escribir la carta, salí de casa como si nada pasara, despidiéndome de mi madre con un abrazo ligero como siempre hacía (Sí, hacía, hace tiempo que ella decidió no mostrarse tan… cariñosa conmigo, pero las razones vienen después…).

No llegué a terminar de caminar la calle a la que pertenece mi casa cuando un chaval se puso en mi camino. Randall Wellington, dos años más que yo, y unos buenos 20 kilos más, esos 20 que le encantaba demostrar sentándose sobre mí después darme una paliza, de partirme los labios a golpes, una vez incluso logró romperme una costilla, que yo maquillé en casa diciendo que me había caído de la bici. Ese animal debería haber estado en la cárcel ya cuando tenía 16 años… Pero en su lugar estaba allí, riéndose de mí con sus amigos empujándome hasta hacerme caer, quemándome la piel de las manos en el movimiento.

- Marica, apártate de mi camino, apártate de mi casa, apártate de este vecindario porque aquí no queremos ratas de biblioteca maricas como tú.

¿Qué por qué me llamaban marica? Aún no lo sé, debía de ser un caso grave de "closeted jock" como dicen, porque con 14 años, yo no encontraba atractivo a ningún chico ni a ninguna chica de mi instituto. Bueno, quizá influyera su forma de actuar respecto a mí, quien sabe. La cuestión es que me insultaban sin saber, sólo por el placer de herirme, de hacerme bajar la cabeza ante su voz, ante sus risas de hienas. Y puesto que aquel día iba a morir (y estaba fervientemente convencido de ello) decidí hacer algo que no había hecho en 4 años: no bajar la cabeza. Mientras me insultaba y se reía de mí, yo mantuve los ojos fijos en los suyos, sin dudar ni un segundo en mantenerlos así, incluso cuando él lanzo su puño contra mi mejilla, lleno de ira porque "una maricón como tú debería saber cuándo ponerse de rodillas y suplicar." (Sigo diciendo que es un caso grave de chaval en Narnia, pero ignoremos eso, ¿os parece?) . No bajé la mirada, y eso pareció asustarle, porque en cuanto su puño me golpeó, partiéndome el labio inferior, él dio un paso atrás, asustado. Tenía tantas ganas de gritarle tantas cosas, pero, ¿para qué? Lo único que había en mi cabeza era el pensamiento de que al día siguiente, cuando encontraran mi cuerpo, él, o alguien cercano a él, podría pensar que había sido su culpa que el pobre Nick Duval, un chico tan tranquilo y educado, se hubiera quitado la vida en el bosque, sólo y llorando de terror. No, espera, tacha eso. Ni aún muriéndome lloraría yo de terror. Soy un hombre, sólo lloro cuando la ocasión lo requiere. O por amor, por eso también.

Cuando Randall y sus amiguitos echaron a correr en dirección a casa del gigante, con la excusa de una partida de no sé qué juego en no sé qué videoconsola, y con la realidad de que les daba miedo que "alguien como yo" les plantara cara al fin, me levanté del suelo, con las palmas de las manos desgastados del golpe contra el suelo, el labio completamente destrozado y la camisa manchada de mi propia sangre, y sólo se me ocurrió sacudirme el polvo de los pantalones, y volver a encaminarme en dirección al bosque. ¿Era eso lo que iba a tener que soportar los cuatro años siguientes? ¿Eso, y qué más? ¿Qué más idearían esos matones para hacerme sufrir cada día de su vida mientras estudiaran en el mismo instituto, mientras vivieran en el mismo barrio? No, ni hablar, no iba a aguantar esa pesadilla tanto tiempo. Las pesadillas se soportan porque sabes que tarde o temprano te despiertas. Pero la mía no parecía tener final. Y si no lo tenía, yo mismo se lo pondría.

No sé cómo, pero de pronto me encontré corriendo, con toda la fuerza de mis piernas y la resistencia de mis pulmones, en dirección al bosque. Catorce años. Cuatro de ellos soportando esto, día tras día, tarde tras tarde, y luego, ya guarecido en mi cama, noche tras noche en mis pesadillas. Tenía que acabar con ello, y tenía que ser pronto, necesitaba que fuera pronto. El bosque siempre estaba en silencio, vacío, porque nadie lo encontraba mínimamente atractivo. "Sólo son un montón de arboles, hijo" me dijo mi padre la única vez que me atreví a pedirle que me llevara. Sólo son un montón de arboles… De la misma manera que yo sólo era un montón de huesos, músculos y demás vísceras. Yo no era nadie, no era nada. Ya se habían encargado otros de grabar ese mensaje en mi mente.

Llegué al bosque, y por primera vez me pareció menos silencio que de costumbre. Podría jurar que escuchaba voces y risas, y ninguna de ellas parecía reírse de mí, sino que… parecían invitarme a reír con ellas. Definitivamente debía de estar delirando, falta de oxígeno por la carrerita hasta allí, o lo que fuera. Fui directo al árbol en cuyas ramas me guarecía de mi vida, a donde acudía a leer, escuchar música, o cualquier otro pasatiempo, lejos de la plebe de Randall y lejos de nadie que quisiera gritarme, lastimarme o insultarme. Era un roble centenario, cuyas hojas empezaban a presentar tonos amarillentos, por lo que parecía ser un otoño temprano, y que por alguna razón siempre resistía todos los contratiempos, todas las tormentas, todas las sequías, todos los incendios. Yo quería ser como ese árbol, ¿sabes? Quería ser fuerte y resistente como ese árbol. ¿Pero qué árbol crece sin luz solar? Y por ende, ¿qué ser humano puede crecer sin ser feliz?

Subí, sin prácticamente ninguna dificultad, a mi rama favorita, aquella en la que podía sentarme cómodamente sin temor a que se rompiera bajo mi peso, o que yo resbalara y cayera, y sólo cuando estuve sentado, vislumbrando la puesta de sol desde mi posición, se me ocurrió pensar que quizá hubiera solución a lo que estaba pasando. Quedaría precioso si os dijera que en ese momento me di cuenta de lo hermosa que es la vida, me bajé del árbol y volví a casa, pero no. En aquel momento, el siguiente pensamiento que tuve fue simplemente sacar la navaja de mi bolsillo y juguetear con ella, con cuidado de no dañar el árbol, de la misma manera que él se había encargado que no me hirieran a mí cuando estaba entre sus ramas. Pasar la hoja por entre mis dedos, dejarla rozar la piel de mis muñecas, dejar mi cabeza vagabundear entre la idea de si morirse dolería tanto cómo dolía vivir… Cerré los ojos y decidido, ante la falta de respuesta del mundo ante mi pregunta, apoyé la espalda en el tronco del árbol y coloqué la hoja de la navaja horizontalmente sobre mi muñeca, decidido a hacer un corte recto y listo, desde la muñeca al codo, y así ahorrarme más cortes. (¿Os estáis preguntando si había investigado sobre esto? Sí, sí que investigué. Varios días, varias noches. Como dije, la bombillita en mi cabeza me dijo que ése era el día, pero el sentimiento llevaba meses en mi mente.)

Os puedo jurar que estaba decidido a hacerlo. Tenía completamente claro que esa sería la última noche que pasaría en el infierno.

Maldita sea, lo último que tenía en la cabeza es que alguien, justo en ese momento, me vería desde el suelo y decidiría trepar el árbol hasta llegar a la rama más cercana a la mía, quedándose mirándome en silencio, hasta ver que realmente iba en serio y que iba a suicidarme, o al menos intentarlo.

- ¿Tan negro lo ves todo?

La voz del chico me hizo dar un pequeño brinco, terminando con la punta de la navaja clavándose en mi piel, desvelando un pequeño hilo de sangre que correteó por mi muñeca hasta caer sobre el árbol al retirar el cuchillo. Giré la cabeza, sorprendido de que se hubiera tomado la molestia de subir hasta aquí para detenerme, y por otro lado enojado porque, ¡maldita sea, que estaba a punto de hacerlo!

- ¿Crees que lo haría si no fuese así?

Mi voz sonó casi como un gruñido, y la verdad es que no supe a ciencia cierta cuantas horas llevaba sin hablar, sólo sabía que ese chaval me había interrumpido. Pero tras la sorpresa inicial, no pude evitar percatarme de su… inusual corte de pelo. Y de su tono, rubio, pero con tonos más oscuros en según qué partes, al parecer. Ese chaval no era de mi barrio. Ni siquiera iba a mi instituto. ¿Qué sabría él de mi vida, si no me conocía?

- No vale la pena. Si te mueres, le estas quitando a mucha gente el derecho a disfrutar de tu amistad, de tu compañía, de tu amor incluso. Gente que aún no conoces y que serán fundamentales en tu vida. Gente para quienes tú serás fundamental en su vida. No lo hagas… Sea lo que sea que te trajo hasta esta rama, te puedo asegurar que todo cambia. ¡Mírame a mí! Hasta ayer vivía en California con mis padres y ahora ellos están separados y yo he acabado en medio de ninguna parte. Nadie dice que sea fácil aguantar todo esto pero… Pero mejorará. Igual que mejorará tu situación. Sólo… no te mates, quien quiera que seas. Quién sabe a quién salvarás la vida mañana.

Tras soltar su discurso, sin sentido ninguno para mí en aquel momento y en aquella rama, el chaval se descolgó del árbol, dando un pequeño salto al caer, y sonrío, agitando su mano en mi dirección, antes de irse corriendo en dirección a un auto aparcado en el margen del bosque.

- ¡Eh, tú!

No sabía que decirle, en realidad. ¿Gracias, lo siento, quien eres, por qué me ayudas? No tenía claro qué demonios debía decirle a aquel chico antes de irse, así que sólo le dije lo primero que se me ocurrió al abrir la boca (Que, por cierto, suele ser bastante mala idea. Pero aquel día no lo fue)

- Mejorará. Tu situación, digo. Que tus padres se separen no significa nada malo, ya verás.

El chico sonrío, y volvió a continuar su carrera hasta aquel coche. ¿Y yo? Yo seguí allí parado, como un estúpido, en plena noche, con un cuchillo posicionado sobre mi muñeca, y el ya no tan firme pensamiento de que debía morirme aquella noche.

Durante un buen rato (yo diría que un par de horas) me repetí una y mil veces a mí mismo que aquel chico debía ser de alguna iglesia, profesaba alguna religión, incluso pertenecía a alguna secta, cualquier cosa relacionada con lo que para mí son ideas sin sentido pero que te hacen creer en cosas aún más sin sentido. Pero en mi cabeza sólo oía su voz una y otra vez repitiéndome que morirme no valía la pena. Y al final, mi cabeza acabó por aceptar la derrota, como siempre. Esa noche no me iba a quitar la vida, sólo porque un desconocido cualquiera, de mi edad y probablemente con menos experiencia de la vida que yo, me había dicho que valía la pena seguir en ella…

Esa fue la primera vez que vi a un ángel. Y a pesar de mi firme creencia de no creer en nada sobrenatural o fantástico, no encontré forma de convencerme de que él no lo fuera.


Que no me suicidara no significa que saliera ileso del intento, os aviso. Con la oscuridad de la noche, resbalé en una de las ramas y al caer me rompí un par de costillas y la muñeca. Quedé hecho un muñeco de tela, todo descocido. Y aún, me las ingenié para llegar a casa, plantarme ante la mirada horrorizada de mis padres, y decirles con la voz todo lo fuerte que pude.

- No puedo seguir viviendo este infierno. Papá, mamá, sacadme de aquí.

Mi padre nos metió a mi madre y a mí inmediatamente en el coche, llevándome al hospital más cercano, del cual no salí en casi un mes, por miedo de mi doctora, y de las enfermas, a que "quien fuera que me rompió las costillas, volviera a hacerlo". Claro que yo no aclaré que me las había roto bajando del árbol en el que iba a suicidarme. No, eso me hubiera llevado al psiquiátrico, ¿recordáis? Me costó un par de semanas convencer a mis padres de que no había reconocido a quién me "había pegado esa paliza". Más de una vez, preso del dolor del costado, pensé seriamente en darles el nombre de Randall y sus compañeros, y hacerles pagar así por cuatro años de humillaciones constantes, pero siempre acababa por parecerme una mala idea, al fin y al cabo, ¿y si ellos estaban con sus padres cuando yo me caí del árbol? Ellos tendrían coartadas, y yo no tendría forma de demostrar que mentían. Y yo acabaría siendo el mentiroso, lo que les llevaría a pensar que me había autolesionado para llamar la atención o cualquier cosa así… No, no podía hacerlo. No por ellos, por mis padres. ¿Qué cara se les quedaría si descubrían todo? No. Durante esas semanas sólo me encogía (dolorosamente) de hombros, y le decía que me atacaron desde atrás, y que me pegaron mientras estaba en el suelo, haciendo imposible que les reconociera. Al final tuve suerte, y mis padres dejaron de insistir en denunciarles. Pero lo que no esperaba fue que mi padre decidiera, en el mismo momento en el que la doctora les explicó a él y a mi madre que tenía varias costillas rotas, y que parecía que no era la primera vez que se partían, que se había acabado para mí la educación pública. Iría, y se aseguró rápidamente de que así fuera, a la misma academia donde él estudió sus años de instituto, y que tan buenos recuerdos le traían. En cuanto saliera del hospital, me despediría de mis padres "y de mis amigos" y haría mis maletas rumbo a Westerville, Ohio. Rumbo a la Academia Dalton.

Os puedo asegurar que nadie me avisó de lo que viviría allí. Y si me hubieran avisado, probablemente les habría llamado locos. Pero hoy en día, creo que fue lo único que posibilitó que todo mejorara, tal y como predijo aquel ángel rubio en aquel árbol.

Mi nombre es Nicholas Duval, y esta es mi historia. Bueno, no sólo mía. Esta es la historia de cómo los Warblers revolucionamos Dalton. Pero eso vendrá después. Por ahora, dejémoslo en "Dalton, o cómo un ángel se acostumbró a salvarme la vida." Tenéis razón, ese nombre es aún peor. ¿Qué os parece…?

"El principio es lo de menos, lo que importa es el final."


Reviews = Klainebows + Chocolate (A Nick le gusta el chocolate, ¿algun problema?)

¡Nos vemos pronto!

Darkieta