Disclaimer: nada me pertenece
—¿Podemos irnos ya? —el joven de pelo rizado y pelirrojo se tapaba la nariz con un pañuelo que su novia amablemente le había prestado, y que en este momento protestaba.
—Vamos, ¿no te gusta? Si es genial. Mira, llevo buscando desde hace tiempo este aroma.
Paseaban por el Borough Market, el mercadillo favorito de Audrey, famoso por sus productos ecológicos que ella tanto utilizaba y que a Percy le traían de cabeza y le hacían añorar la deliciosa comida de su madre que Audry consideraba demasiado hipercalórica.
La razón de que estuviesen allí era simple. Debido a que ambos pertenecían a mundos bien distintos, sus gustos también eran distintos, por lo que el día anterior decidieron hacer un trato. Cada uno llevaría al otro durante un día por su mundo, enseñándole lo más significativo, o lo que más suele gustarle.
Pero Percy Weasley estaba pidiendo gritos salir de aquel sitio. A regañadientes, Audrey aceptó. Minutos después cogieron el metro y se bajaron en Tottenham Court Road, para ir a Charing Cross Road, la calle de las librerías. El Mundo de Audrey, como Percy solía llamarlo.
Su casa, un pequeño apartamento en el centro de Londres, no podía permitirse albergar más libros, sobretodo si no querían alterar la estabilidad del edificio, aunque Percy se había asegurado de aplicar hechizos de refuerzo en la estructura, procurando no decírselo a su novia, o esta traería más y más libros.
Libros de amor, de terror, de aventuras, pero sobretodo de caballerías y del género artúrico. La historia comenzaba con King, proseguía con Tolkien entremezclándose con tintes de Pratchett. Shakespeare, Austen, D'Israeli, Eliot o Follett amenizaban la velada. Y por último, ya en la noche, Arturo, Lancelot y Ginevra hacían su aparición.
Y así era siempre.
Caminaron por la calle, parándose en tienda si, tienda también para mirar ejemplares o comprar alguno. Al menos allí Percy se sentía más a gusto, pero la literatura muggle no era precisamente santo de su devoción.
Por fin llegaron al final de la calle.
—Ahora es mi turno —dijo Percy, sonriendo.
La primera parada fue el Caldero Chorreante, que además estaba cerca. Tras tomarse él un whisky de fuego y ella una copa de hidromiel, después de que le dijesen que no tenían té helado, los dos accedieron al patio exterior, donde estaba el muro de piedra.
Percy sacó su varita, y Audrey la miró maravillada. Le encantaba la magia, y todo lo que tuviese que ver con ella, incluyendo ese palo de madera.
Percy golpeó varias veces en varios ladrillos, y el muro se fue abriendo, mostrando el Callejón Diagon.
—Bueno, espero que no te aburras... —dijo Percy, pero no pudo seguir, ya que Audrey ya se había lanzado a mirar tiendas, porque si había algo que le gustase a Audrey era mirar tiendas, ya fuesen muggle o mágicas.
—¡Oh! ¡Mira qué calderos! ¡Y que lechuzas tan monas! ¿¡Y has visto esas plumas! ¡Están tiradas de precio! ¡Y necesitas túnicas nuevas!
Percy se llevó una mano a la frente. Por lo visto Audrey se adaptaba mejor que él a cualquier cosa ¿Se adaptaría también a una comida de su madre?
