Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
Capitulo 1:
- ¡Kagome, ayuda!
Generalmente ante un grito de socorro, las personas suelen acudir en ayuda del necesitado, o al menos, sentirse lo suficientemente alarmados como para reaccionar de alguna manera. Son las reglas de la etiqueta social, en especial cuando se trata de un compañero.
Sin embargo, Higurashi Kagome no se vio afectada más que por una intensa molestia. Sin dignarse a darse la vuelta gritó sobre su hombro:
- ¡Inuyasha, deja en paz a Shippo!
La frase fue empleada en un intento por finalizar con aquella estúpida pelea entre ambos demonios, la cual parecía repetirse sin falta noche tras noche. Nunca estaba claro quien empezaba, pero siendo Shippo el más pequeño, Kagome se ponía de su lado la mayoría de las veces. Pero eso le ganaba el mal humor del otro demonio, más aún considerando que el aquel era su novio, y esperaba que la chica se pusiera de su parte sin importar las estupideces que se mandara.
Siempre la metían en el medio, y hay un punto en el que "mami Kagome" ya no puede seguir metiéndose en las disputas si no quiere morirse joven, así que cuando podía se desentendía del asunto.
Por desgracia, esta no fue una de esas situaciones. Enseguida fue respondida por una voz mitad gruñendo, mitad gritando:
- ¡¿Yo?, pero si es el renacuajo el que ha empezado todo!
- ¡No soy un renacuajo, soy un zorro!
- No me importa lo que seas mientras te salgas de mi camino…renacuajo.
Hubo un sonido de mordida, y al instante Inuyasha gritó de frustración. Shippo le había clavado los pequeños dientes en el tobillo (la única área que alcanzaba a ver y la cual no estaba cubierta por la hakama), y por más que Inuyasha lo hiciera revolear en el aire intentando que se suelte, el pequeño no se dejaba perder.
- ¡Kagome! – gritó Inuyasha - ¡¿ves lo que está haciendo?!
La chica en cuestión estaba en ese momento muy ocupada tomando un té relajante y no podía ver lo que sucedía a su espalda. Tampoco pensaba ser tan inepta como para darse la vuelta y seguir dando cuerda a esa estúpida pelea, así que sorbió un poco de su té y respondió con un muy simple:
- Aja.
- ¡Mentirosa, no estas viendo!
Kagome tomó un nuevo sorbo, e intentó bloquear todo sonido que no fuera la suave brisa en la noche mientras agitaba las copas de los arboles. O el agua fluyendo tranquilamente en el río. Sonidos relajantes y pacíficos. Pero por supuesto, es más fácil dicho que hecho.
A su espalda se escucharon de nuevo gruñidos de frustración que le estaban empezando a dar un dolor de cabeza, y por milésima vez se preguntó por qué diablos no había empacado un par de auriculares cuando se mandó a vivir permanentemente en aquella época. No es que le sirvieran de mucho allí, pero una chica podía soñar con distracciones de aquel tipo.
- ¿Sabes que? Como quieras – le dijo Inuyasha – no me grites cuando el renacuajo vuelva llorando.
Con esa amenaza se redoblaron los sonidos de pelea, y Kagome consideró meterse y tirarles de las orejas a los dos. ¡Ya estaba harta de tratar con niños inmaduros!
- Tienen demasiada energía para esta hora de la noche – comentó Sango a su lado, quien tenía apoyada la cabeza sobre las rodillas – así no va a poder dormir nadie.
- Bueno, no es que pensáramos irnos a dormir ahora mismo, ¿verdad cariño? – preguntó Miroku con un guiño.
Kagome vio el sonrojo que se extendió rápidamente por las mejillas de Sango, y sonrió para sí misma antes de apartar la mirada para concederles cierta privacidad.
Aún le parecía increíble que ellos dos se hubieran unido en matrimonio y tenido hijos juntos. Los quería muchísimo y adoraba la pareja, pero eran tan diferentes que hasta parecía que no tenían mas en común que la habilidad para derrotar demonios.
Miroku había sido un seductor desde el mismo día en que se había cruzado camino con el grupo de Inuyasha. Había cortejeado a toda mujer que se le puso por delante, y Sango no fue ninguna excepción. Pero por mas avances que intentara con ella, la chica siempre había sido demasiado inteligente como para caer en trucos baratos, además dejó desde el principio muy claro que no estaba en sus planes meterse con un monje pervertido, razón por la cual le rechazó cualquier avance.
Por mucho tiempo Kagome asumió que aquellos dos seguirían dando vueltas alrededor de si mismos, peleándose casi constantemente y sin nunca llegar confesarse lo que realmente sentían. Pero al final los sentimientos les ganaron y contra todo pronóstico, lograron construir un puente entre sus dos muy diferentes mundos para que pudieran convivir en paz. Ahora, años después de ganada la batalla contra Naraku, al fin eran felices.
Y pensar que incluso con tantos años juntos, ella aún se sonroja a su lado, pensó Kagome, y supuso que aquello era el mejor ejemplo de lo que puede lograr el amor. Incluso con hijos que cuidar todo el día, aún encontraban tiempo para estar solos, y para tener bromas privadas. Debe ser bonito…
Kagome se preguntó brevemente si su vida con Inuyasha sería similar después de algunos años, pero no supo decirlo con exactitud. Hacía solo unos meses que la chica había regresado de su época, y decidido permanecer el resto de sus días en la época feudal junto a a Inuyasha.
Aún extrañaba un poco su propio tiempo, y suponía que aquel sentimiento no se iría de forma fácil, pero cada día que pasaba, se hacía un tanto mas fácil de lidiar, hasta el punto en que ahora podía decir con seguridad, que era feliz. Allí tenía amigos, un trabajo como sacerdotisa, y a Inuyasha, a quien lo amaba a mas no poder. Parecía una ilusión, pero no lo era en absoluto, a simple vista Kagome lo tenía todo.
Y sin embargo…no estas satisfecha.
Kagome suspiró y se intentó masajear las sienes para ahuyentar el dolor en su cabeza. Nunca lo admitiría en voz alta, pero cada tanto aparecía una pequeñísima voz en el interior de su cabeza, que empezaba a hablar de inseguridades, y plantar una semilla de duda en su cerebro. La chica intentaba evitar aquella voz a toda costa, hacerle entender que lo tenía todo para ser feliz, pero no había caso, no podía acallarla. Y poco a poco, sin darse cuenta, empezó a escuchar con mas atención aquellas dudas y a sentir de que algo le faltaba.
No podía explicar exactamente que era ese algo, y por eso no se atrevía a decirlo. Ya pensarlo parecía grave, y comunicarle sus ansiedades a Inuyasha solo llevaría a un problema. Si solo ella supiera que era ese elemento que le faltaba para que su vida fuera perfecta, iría a buscarlo sin lugar a dudas, pero no tenía ni idea, y aquello era simplemente molesto.
A su lado, la joven pareja se puso de pie y se dispuso a retirarse. No dijeron una palabra, pero por la sonrisita en el rostro de Miroku y el sonrojo en las mejillas de Sango, Kagome podía adivinar que iban en busca de completa privacidad.
- ¡Si me llamas así una sola vez más…!
- ¿Qué vas a hacer renacuajo? ¿Golpearme con uno de tus juguetes?
Sumida en sus pensamientos, Kagome había olvidado la pelea que transcurría detrás de ella, pero ahora sola en el bosque con aquellos dos demonios, no podía ignorar el ruido lo suficiente como para dormir. Y tampoco podía retirarse por el mismo camino que la otra pareja porque claramente querían estar solos, así que no tenía otra que permanecer allí.
Malditos infantiles…
Kagome se levantó y dio la vuelta para dar por terminada aquella estúpida pelea, pero de repente una explosión la cegó y una gruesa capa de humo se levantó frente a ella. Empezó a toser casi enseguida y trató de apartar el humo para intentar ver algo, pero sin éxito.
- ¡Voy a buscarte, maldito niño! – gritó Inuyasha en algún punto dentro de la nube de humo.
- ¡Inuyasha! – gritó Kagome, intentando acercarse a su voz - ¿Dónde…?
Su pregunta fue cortada por un cuerpo duro que se estrelló con tal fuerza contra ella, que bien podría haberla arrollado un ferrocarril. El aliento se le fue de los pulmones, y cayó al suelo, llevándose consigo el cuerpo que había ocasionado la colisión. Se golpeó la cabeza y por un minuto se sintió desorientada.
- ¡Mierda, lo siento! – gritó Inuyasha incorporándose sobre los codos para no aplastarla con su cuerpo- ¿estás bien?
Sin poder responder por la falta de aire, Kagome asintió con la cabeza, esperando que Inuyasha pudiera verla entre las capas de humo que estaban comenzando a disiparse. En algún punto del bosque, la pequeña risilla de Shippo se escuchó reverberar, y luego desaparecer, propio de un niño travieso cuya broma mas reciente ha salido de lo lindo. La chica se hizo una nota mental de reprenderlo cuando lo viera.
Encima de ella, Inuyasha gruñó amenazadoramente y parecía estar deseando correr hacia la dirección en la que se había escapado el pequeño demonio, pero resistió las ganas de vengarse para no dejar tirada a Kagome en el suelo.
- ¿Tienes idea…de cuanto…pesas? – preguntó ella entre jadeos entrecortados.
- Lo siento, no sabía que estabas ahí - dijo con sinceridad.
Kagome lo fulminó con la mirada, haciéndole saber que aquella excusa le parecía extremadamente estúpida. No había realmente necesidad de palabras, el ceño fruncido y los ojos en llamas lo decían todo. La chica podía ser dulce la mayoría de las veces, pero tenía el carácter de un demonio feroz en ciertas situaciones, y nadie estaba a salvo de su ira.
Inuyasha se tiró un poco hacia atrás, temiendo que la chica dijera las únicas palabras que podrían doblegarlo, debido a aquel estúpido collar que llevaba alrededor del cuello. Había peleado contra incontables demonios en el pasado, algunos tan poderosos como Naraku o Seshomaru, los cuales le habían hecho casi perder el conocimiento del esfuerzo y el dolor. Y sin embargo, ninguno de ellos le había generado tanto miedo como el "Sientate" de Kagome. Inuyasha temblaba de solo imaginarlo.
- Cuando…recupere…el aire… - comenzó a decir ella.
Queriendo retrasar lo mas posible las palabras de Kagome que lo dejarían en el suelo humillado y reventado, Inuyasha buscó rápidamente algo para distraerla.
- ¿Puedo ayudarte a recuperar el aliento? – preguntó él con una sonrisa traviesa.
Kagome apenas tuvo tiempo suficiente de analizar lo que acababa de decirle el demonio, antes de que él se inclinara hacia adelante, y sin previo aviso la besara de lleno en los labios. Un instante ella había estado furiosa, maquinando maneras en las que podría vengarse del demonio, y al siguiente segundo su cabeza parecía haberse desprendido de todo pensamiento coherente.
Maldito Inuyasha, pensó ella, pero las palabras no tuvieron demasiado valor ya que Kagome adoraba la sensación de sus labios sobre los suyos. Sabía que debería estar enojada por intentar distraerla con dulces besos, e incluso consideró apartárselo de encima, pero todo lo contrario, le rodeó el cuello con los brazos y sin darse cuenta dejó escapar un pequeño gemido.
Inuyasha sonrió ligeramente al escuchar aquel sonido. Le gustaba saber que podía debilitar a su chica hasta el punto de hacerla olvidar que estaba molesta, como un botón de apagado que solo él poseía. Desde su primer beso entre los dos, Inuyasha no había dejado de perfeccionar el arte de besar, entendiendo de una vez por todas porque Miroku se convertía en un perrito faldero detrás de una mujer.
¡Aquella sensación era fantástica! Tener el cuerpo de Kagome apretado contra el suyo, su boca moviéndose en sincronía y aquel hipnótico cabello negro bajo sus dedos, era demasiado bueno como para solo conformarse con aquello. Él quería más.
Lentamente Inuyasha llevó su mano para explorar el cuerpo debajo de él. Acarició su cuello, su clavícula, y comenzó a bajar la tela de la yukata hasta sentir la suave piel debajo. Se disponía a adentrar aún mas su mano, cuando de repente sintió que el cuerpo de Kagome se tensaba como una cuerda, y sus labios dejaban de moverse.
Con una maldición silenciosa en su cabeza, Inuyasha se apartó del cuerpo de la chica y se sentó de espaldas, para que ella no viera la reacción que había surgido en la parte inferior de su cuerpo.
Kagome respiró hondo y también se incorporó, notando como ahora le faltaba el aliento por razones muy diferentes. Su cuerpo se había encendido como una maldita antorcha, áreas de su piel a las que nunca antes había prestado demasiado atención ahora le quemaban, y tenía el corazón completamente desbocado. Se sentía un tanto incómoda con las reacciones de su cuerpo, pero nada era peor que la certeza de que había rechazado a Inuyasha. Otra vez.
- ¿Puedo preguntarte algo? – cuestionó él, y cuando Kagome lo vio a la cara, notó que sus ojos no revelaban ninguna emoción específica. Estaba serio, y quería aparentar darle poca importancia al asunto.
Con cierto temor a lo que fuera a preguntar su pareja, Kagome asintió y esperó a que el chico hablara.
- ¿Es por los nervios… - comenzó él y ella enseguida entendió que se estaba refiriendo a como acababa de rechazarlo – o soy yo que estoy haciendo algo mal?
Las mejillas de la chica enrojecieron enseguida y bajó la cabeza al suelo. En un susurro bajo y avergonzado respondió:
- No estás haciendo nada mal.
Kagome sintió una ola de vergüenza embargarla con fuerza, y quiso que la tierra se abriera al medio y la tragara. Si había algo que podía ponerla mas nerviosa que los avances de Inuyasha para desnudarla, era hablar abiertamente de ello. Sabía que era un poco infantil de su parte, al fin y al cabo ya era una adulta, pero decirlo en voz alta parecía hacerlo mas real, e infinitamente mas intenso, por lo que Kagome prefería evitar aquellas conversaciones. Pero no eran los nervios la razón principal por la que acababa de rechazarlo.
Desde la vuelta de Kagome, el dúo no había hecho más que acercarse y alejarse a partes iguales. Se besaban y charlaban, compartían momentos juntos de risas y peleas como cualquier pareja. ¿Él creía que estaba haciendo las cosas mal? Todo lo contrario, el simple roce de sus manos sobre su piel era suficiente para volverla loca. Pero a pesar de ello, nunca habían hecho el amor.
No es que no hubieran tenido ocasión, o no se hubiera dado el momento, Kagome sabía que si era por Inuyasha ya habría sucedido hacía rato. Como cualquier chico, tenía las hormonas a flor de piel, y daba una respuesta física bastante obvia en sus momentos a solas. La que se resistía era ella.
Seguro Kikyo no le haría tanto histeriqueos, dijo la voz en su cabeza, y Kagome reprimió las ganas de apretar los puños y golpear algo. Odiaba compararse con Kikyo, en verdad lo odiaba, pero no podía evitar hacerlo cuando la otra chica había amado a Inuyasha primero, había compartido con él incontables experiencias antes que ella, y eso es algo que no podía borrar aunque lo intentase con todas sus fuerzas. Incluso muerta, la otra mujer tenía ventaja.
Kagome sabía que Inuyasha la amaba, y no quería dudar de aquel sentimiento, no cuando había dejado toda su antigua vida atrás por él. Pero una parte de ella, una muy pequeña pero escandalosa parte, no dejaba de preguntarse si Inuyasha estaba inconscientemente buscando en Kagome…a una Kikyo que estuviera viva. Era un pensamiento muy deprimente, pero para nada sin sentido, al fin y al cabo la chica era la reencarnación de la vieja sacerdotisa, así que en esencia, hasta se podía decir que eran lo mismo.
Kagome no tenía idea hasta donde iban las similitudes entre las dos, pero temía que Inuyasha algún día dejara de buscar las diferencias, y al final se aburriera al darse cuenta que las experiencias no eran iguales con una mujer que con otra. La chica no tenía dudas de que Inuyasha se decepcionaría cuando hicieran el amor, porque no reviviría el mismo sentimiento que tuvo en su primera vez con Kikyo.
Por eso te congelas cada vez que te toca…
Ya había estado nerviosa por la presencia de Kikyo antes, pero nunca de esta forma, como si estuviera ansiosa de que Inuyasha la abandonara para ir a perseguir a alguien que ya no existía en este mundo. La aterraba de solo pensarlo.
- Entonces, ¿puedo preguntarte de qué se trata? – insistió Inuyasha, cortándole su linea de pensamiento de raíz – porque cada vez que me acerco a ti…
Oh, no, definitivamente ella no quería saber como terminaba aquella frase, no quería ni siquiera seguir discutiendo aquel tema. Pero sabía que Inuyasha no la dejaría evitarlo, y aquel conocimiento la dejó con una creciente sensación de pánico en el pecho, una que la llevó a actuar de manera impetuosa.
- ¡No puedo creer que me estes preguntando algo así! – gritó la chica de repente, y ambos se sorprendieron ante su tono agresivo – no es asunto tuyo.
Instantemente Kagome quiso retirar sus palabras porque no eran para nada justas, habían sido a causa de la vergüenza, y él no las merecía. Pero la humillación por la explicación que debería dar, le ganó a la honestidad en su interior, y la chica se quedó callada.
Inuyasha frunció el ceño en respuesta, y se dio la vuelta para enfrentarla. Si había algo que no soportara es que lo dejaran afuera, mas aún cuando la discusión tenía que ver directamente con él. Siempre había sido un guerrero que enfrenta los problemas de frente, y esta era solo otro tipo de batalla.
- ¿Qué no es asunto mío? Somos una pareja ¿no es cierto?, si tienes algún problema conmigo o mi forma de tratarte prefiero que me lo digas a la cara en vez de ocultarme cosas, Kagome.
- ¡No te estoy ocultando nada, solo no quiero hablar de esto!
La chica se incorporó y se dispuso a irse con las mejillas encendidas de un rojo tan vivo como las llamas de una fogata. Inuyasha al ver esto, se puso de pie, la tomó del brazo y con firmeza la hizo mirarle a la cara.
- Tu nunca quieres hablar de esto.
Es verdad, lo evitas siempre con tal de que él no se entere de tu inseguridad...
- No, es que tú insistes demasiado – contraatacó ella.
Es una mentira y lo sabes, la voz indicó en un leve susurro, y Kagome tuvo ganas de gritar. ¡Por supuesto que la sabía! Inuyasha podía ser intenso y perseverante, pero también era respetuoso de sus deseos, y siempre que ella le hacía saber que no deseaba algo, él no cuestionaba su decisión, apenas le había dicho nada en todos esos meses. La chica le estaba mintiendo en la cara y aquella culpabilidad le pesaba el alma, pero no tenía otra opción, no podía decirle que estaba celosa de una mujer muerta…una a la que probablemente cierta parte de sí mismo aún añoraba.
- ¿Que se supone que significa eso? – preguntó él de forma enojada - ¿me estás dando a entender que te estoy forzando?
Kikyo no daría tantas vueltas, ella ya habría estado con él hace rato…probablemente ya lo estuvo...
Kagome quiso taparse las orejas cual niña pequeña y acallar a la voz, pero bien sabía ella que venía del mismo interior de su ser, de donde salían todos sus miedos, y no habría forma de pararlo.
- ¿Es eso lo que me estas diciendo, Kagome? – insistió nuevamente Inuyasha.
En su cabeza, Kagome vio a Kikyo y a Inuyasha juntos en un romántico abrazo, en un beso apasionado, en una salvaje noche de amor, y un torbellino de rabia pareció levantarse dentro de su pecho. Una a una las imágenes se interpusieron, gritándole que aquellas habían sido las mejores experiencias de Inuyasha, y con Kagome no serían nunca iguales. Probablemente ni siquiera fueran buenas, porque no sabía nada sobre el sexo.
Con Kikyo no tendría tantos problemas...
Lo decepcionaría, y fue ese estúpido pensamiento el que le hizo abrir la boca y decir mas palabras venenosas que nunca fueron ni serían ciertas.
- ¡Me estas presionando! –gritó ella.
Inuyasha abrió mucho los ojos y la observó atentamente, como si la chica le hubiera golpeado la cara de un cachetazo. Parecía traicionado, a pesar de que él había demandado a gritos una respuesta por su parte. Bueno, allí la tenia, aunque no fuera cierta. Kagome casi podía escuchar la risita de superioridad de aquella voz en su cabeza, habiéndole plantado demasiadas dudas como para volver para atrás.
- Nunca te forcé a hacer nada que no quisieras – remarcó Inuyasha a la defensiva.
Kagome se sintió terrible al instante, porque lo que él estaba diciendo era verdad, nunca la había tocado sin su permiso. Quiso retractarse, pero no pudo parar la bola de nieve apenas la tiró por la montaña:
- No, pero siempre intentas que acepté acostarme contigo cuando todavía no quiero hacerlo, y luego me haces sentir mal por rechazarte.
Eso no es lo que quiero decir, pensó ella en su cabeza.
Inuyasha se tiró para atrás como si lo hubieran golpeado, y por la expresión en su rostro, casi parecía que fuera así.
- Nunca intenté…
- No es que justo que tenga que vermelas con tu perversión, ¿o es que acaso el sexo se volvió lo más importante de repente?– siguió diciendo ella.
¿Que estoy diciendo?
Inuyasha frunció el ceño y se dispuso a hablar, pero nerviosa de que la fuera a continuar cuestionando y descubrir la verdad, Kagome gritó:
- !¿Qué no entiendes?! ¡No quiero acostarme contigo!
Se mordió el labio para dejar de hablar, porque ya ni sabía lo que estaba diciendo. Entre su cerebro y su boca parecía no existir un filtro, y a medida que se iba poniendo mas nerviosa con la conversación, mas idioteces salían de su garganta, hasta culminar en aquel gran error. Por supuesto que quería acostarse con él, pero le aterraba demasiado que no fuera lo que él esperaba, y en vez de hablarle de sus inseguridades como una persona normal, se había contentado con acusarlo de pervertido.
Buena idea, Kagome, pensó para si misma con sarcasmo.
La verdad es que la chica estaba esperando una confrontación. En general no le gustaba pelear con Inuyasha o con nadie, pero la frustración en su interior parecía una entidad viva, corroyéndola y estresándola hasta el punto en que le costaba pensar con claridad. Necesitaba sacarse aquel tema de encima, expulsarlo de su interior y sentirse mejor, por lo cual esperó a que Inuyasha le respondiera de una manera igual de agresiva para continuar desahogándose.
Sin embargo, el demonio no dijo una sola palabra, y el silencio se extendió entre los dos hasta que se volvió insoportable.
- ¡¿No vas a decir nada?! – soltó ella de repente.
Di algo, lo que sea, pidió silenciosamente.
Inuyasha subió la cabeza entonces, y la mirada cargada de tristeza que le dirigió el hombre que mas amaba en el mundo, le rompió el alma. Como un balde de agua fría le cayó la realidad de la situación: lo había lastimado.
- ¿De que va a servirme? - preguntó él encogiéndose de hombros - no quiero seguir presionándote.
Y con aquellas palabras, Inuyasha desapareció en la noche, corriendo a tal velocidad entre los árboles, que le habría sido imposible para Kagome perseguirlo si lo hubiera intentado. Maldiciendo entre dientes por su gran bocota, la chica se dejó caer al suelo de rodillas y se tapó la cara con las manos. Se sentía patética hasta el punto en que casi se convertía en un dolor físico.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida? En sus esfuerzos por evitar una situación en la que Inuyasha extrañara a Kikyo, terminó diciéndole en la cara que no quería estar con él. Aquella era una gran mentira por donde se lo mirara, y el hecho de que él la hubiera creído era desgarrador, significaba que lo había llevado demasiado lejos sin darse cuenta.
Los ojos le picaron y Kagome se abrazó en un intento por mantener unidos los trozos de si misma que parecían estar cayéndose a pedazos.
