Nada fue normal. Por la mañana temprano hubo que buscar a la novia por toda la casa, no aparecía por ninguna parte. Al fin, a solo un par de horas de la ceremonia regresó como si tal cosa, como si solo hubiera salido a dar un paseo vespertino y su cama no estuviera intacta.
- ¿Dónde has estado, Bellatrix?- Druella estaba furiosa. Aún le duraba el espanto de varias horas temiendo que no se presentara y tuviera que ser ella quien diera la cara ante los Lestrange. A menudo sentía ganas de estrangular a su hija mayor. Ya había habido bastante escándalo cuando Bella se había comprometido de repente con Rodolphus después de haber salido con su hermano Rabastan durante el último año de ambos en Hogwarts. Rodolphus era mayor que ella, habían coincidido en el colegio, por supuesto, pero cuando él se graduó Bella aún era una cría de doce años. ¿Cómo era posible entonces que Rodolphus y ella entablaran una relación? ¿Cuándo? Bella había pasado los últimos siete años en la escuela de magia y durante los veranos estaba sometida al férreo control de sus padres, aunque Druella sospechaba a éstas alturas que su hija se había reído de ellos quien sabe desde cuando. Este pensamiento le hacía rechinar los dientes de rabia. De sus tres hijas solo había una a la que podía considerar conocer. Andrómeda era una extraña y Bellatrix, aunque su orgullo, era también su tormento.
Solo había un hecho que la reconfortaba, por díscola que fuera Bellatrix sería ahora responsabilidad de su marido y Druella sabía que Rodolphus no era una persona paciente ni débil. Administraba la fortuna de su familia, que cómo primogénito había heredado en su mayor parte, con mano de hierro en guante de seda. Rabastan era su mano derecha y si algún reproche se habían hecho los hermanos a causa de aquella boda, quedó en la intimidad de la casa Lestrange y jamás trascendió.
- Exijo que me digas donde has pasado la noche.- repitió la mujer con voz fría, exteriorizando una calma que no sentía, pues le hervía la sangre.
- Madre, ya solo quedan dos horas y te habrás librado de mi. ¿No puedes esperar?
Druella había tratado de ignorar el modo en que el respeto por su autoridad había ido desmoronándose en el último año. Ni Bellatrix ni Andrómeda le hacían el menor caso. La fiesta de mayoría de edad de Andrómeda el verano pasado, en la que Bella había anunciado su compromiso por sorpresa, había supuesto el punto de inflexión en su pérdida de influencia, y ahora un año después su hija mayor era ingobernable. No tenía ganas de discutir. Después de todo Bella tenía razón. Que se entiendan con ella los Lestrange. Pensó.
