Idioteque

Un día te acabarás hartando. Es lo que le habían dicho en más de una ocasión.

Siempre tragas, un día terminarás explotando. En realidad explotaba a menudo, pero lo hacía cuando no podían verle. No quería que supieran que su instinto de despiadado asesino que desarrolló en sus conquistas todavía vivía en él.

Con los años llegaba la madurez, el tenerse que callar las cosas y ser paciente, todavía más. El tener que soportar los gritos de su jefe, del de Alemania, del de Francia, tener que seguir tragando con que le dijeran qué debía hacer y qué no, y por no hacerles enfadar mantenía aquella sonrisa, aquella actitud de corderito inocente e ingenuo que comenzaba a odiar con todas sus fuerzas.

Deseaba dejar de ser bueno, poder dejar que todo se arruinara bajo sus pies, que hubiera una guerra y poder preocuparse por algo más que por asuntos económicos que no hacían más que asfixiarle, de políticos corruptos mirara donde mirara, de odio, ansiedad e incertidumbre, de desesperación...

Pero él tenía que seguir sonriendo. Seguir siendo bueno. Seguir soportando que Francis le metiera mano cuando quisiera por todo lo que le debía. Seguir soportando el no poder mandar a la mierda a Arthur porque era mucho más poderoso que él ahora. Seguir soportando que Ludwig se hubiera convertido en el jefe de Europa y que las modas de Alfred fueran las que tuvieran que imperar incluso en su propio país. Seguir soportando que, a pesar de lo mucho que siguiera queriéndole, el amor que sentía por Lovino no era correspondido y aún así debía seguir sonriendo. Debía seguir haciéndolo y ya ni sabía por qué.

Aquella tarde en la que se encontraba solo en casa destrozó varios muebles y antiquísimas vasijas que le regaló Yao hace tiempo, pero que ahora no le importaban lo más mínimo. Total, Yao tenía comercios suyos prácticamente en cada calle de España. No quería su amistad ni recordarle cuando estaba en su casa, el único lugar en el que nadie podría levantarle la voz. O eso creía él, porque igual si se presentaba alguien y se sentía con derecho a gritarle, no se contendrían: Antonio no era más que un pobre tonto que no se enteraba de nada y al que debían decirle qué hacer a cada momento porque parecía no entender. Qué importaba lo grande y poderoso que fuera en su momento, ese era otro Antonio para ellos. Uno que les daría miedo si entraran en su casa en ese mismo instante.

Quería un descanso. Quería dejar de sufrir por culpa de tanta gente y quería que alguien sufriera por él por una vez. Que alguien se preocupara, le diera un abrazo, le dijera que todo se arreglaría, que le apoyara... Pero eso jamás le había ocurrido, ¿por qué debería esperarlo ahora?

Quería dejar de contenerse y sentía que pronto ya no podría hacerlo más. De hecho, últimamente ya había dejado escapar alguna palabra mal sonante, algún comentario cargado de un ácido y despreciativo humor que había levantado alguna mirada de asombro.

Que continuaran, pronto verían de nuevo al antiguo conquistador. Y se moría de ganas porque lo vieran.

FIN


Sentimientos propios + situación de España actual + sentirse identificada con Antonio más de la cuenta + Radiohead, Idioteque (aunque la versión que me gusta es la de Taiji Sato) = este fic.

No voy a poder actualizar en un tiempo, lo siento... Saludos~.