¡Hola!, después de haber estado un tiempo sin actualizar mis historias en español, he decidido comenzar con publicar esta (incompleta) que iré escribiendo poco a poco. Tras ver "El rey león" me di cuenta que ni los malos eran tan malos ni buenos tan buenos, por lo que me animé a escribir este fic. Sigue la idea de "Maléfica", por decirlo de alguna manera... También tengo pensado seguir los fics de Toy Story y Cómo entrenar a tu dragón que "dejé olvidados". Espero que les guste ^^


El verdadero modo de vengarse de un enemigo
es no parecérsele. (
Marco Aurelio)

CAPÍTULO 1:

"Yo no soy como tú"

Las llamas se expandían por toda la Roca del Rey, transformando en cenizas lo poco que la tierra de la manada tenía con vida. El cielo se tornó negro y el aire a duras penas se podía respirar; a cada segundo el humo se iba haciendo con el control del territorio. El fuego lo extinguía todo, siendo el único testigo de la fatídica escena que sobrino y tío estaban a punto de protagonizar en la punta más alta de la Roca. El león que, hasta entonces, había ejercido su tiranía bajo el poder de la corona vacía que su hermano dejó, corría entre las sofocantes llamas, tratando de evitar a toda costa que su pelaje marrón rojizo se quemara. En pocos minutos, comenzó a sentir el cansancio en sus músculos, que le lanzaban un punzante dolor cada vez que intentaba sacar fuerzas de donde no tenía, tratando de llenar sus pulmones con un oxígeno que ya casi no existía. Podía escuchar las pesadas zancadas de su sobrino detrás él.

En contraste, Simba no sentía ni un ápice de fatiga; no sabía si era por la juventud que él poseía y que a su tío hacía mucho que le faltaba, o solo la adrenalina corriendo por sus venas al enterarse del engaño que había creído desde niño, enterándose de que el tío paterno por el que algún día en su niñez llegó a sentir algo de pena no era más que un asesino, aparte de un manipulador y mentiroso compulsivo. Como Scar, el heredero de Mufasa sentía las llamas amenazando con quemar su dorado pelaje y el humo humedeciendo sus ojos, pero, de alguna forma u otra, pudo ser capaz de ignorarlo. Su mente estaba fija en la figura oscura que corría tan bien como podía delante de él.

De pronto, y como el joven león se esperaba, Scar no tuvo más remedio que detenerse en seco, encontrándose con el final de la punta más alta de la Roca. Varias piedritas cayeron, resonando entre el sonido del fuego que se cernía sobre los dos leones. Scar trató de retomar el aliento, tomando grandes bocanadas de un aire que parecía no llegar. Por puro instinto, viró su cabeza, oyendo casi al instante un rugido que retumbó por todo el reino. El único heredero del fallecido rey saltó por encima de las llamas, cayendo sobre la piedra sin mostrar ningún signo de agotamiento. Sus doradas escleróticas estaban carentes de ningún sentimiento más que de odio y sus irises rojos e iracundos brillaban tan intensos como el fuego que los rodeaba. Scar jamás pensó que llegaría a ver su sobrino así, pero él sabía bien que el odio y el resentimiento podían tornar a cualquier ángel en demonio en cuestión de segundos.

—Asesino… —susurró Simba mientras se acercaba a paso lento a su tío, quien se encontraba ahora achantado también por el tono de voz frío que su sobrino le dedicó.

—Simba… Simba, ten piedad, te lo ruego… —dijo el mayor de los dos con una sonrisa nerviosa, ni siquiera molestándose en ocultar el terror que el hijo de su hermano le hacía sentir.

—No mereces vivir —fue lo único que dijo Simba, ignorando su súplica.

—Pero, Simba, soy parte… de la familia… —trató de hacerle entrar en razón su tío—. Las hienas son el verdadero enemigo —dijo de pronto, pensando lo más rápido que podía en poder salir airoso de una situación de la que ambos felinos sabían que era responsable—, la culpa es de ellas; fue idea suya.

—¿Por qué he de creerte? —preguntó Simba, estando ya lo más cerca posible de su tío—. Todo cuanto has dicho ha sido mentira —añadió con resentimiento.

—¿Qué vas a hacer? ¿No matarás a tu propio tío? —preguntó Scar usando la voz más lastimera que conocía y era capaz de hacer.

—No, Scar, yo no soy como tú —declaró Simba, haciendo que el pesado peso de los hombros del león mayor se aminorara un poco.

—Oh, Simba, gracias, eres tan noble… Seré tu vasallo —dijo Scar comenzando a levantarse y regocijándose al ver que, de nuevo, estaba ganando otra batalla de mentes con su inocente sobrino—. Dime, ¿en qué puedo servirte? Pide lo que sea.

—Huye —fue la rápida respuesta de Simba. Solo una palabra que para ambos significa mucho. E, incluso, si los que no sabían la historia tras ella hubieran estado ahí de testigos, habrían notado fácilmente el veneno que la boca del príncipe desprendía—. Huye lejos, Scar, y no regreses.

La mente de Scar trabajaba rápido. Simba le daba una opción de escapar, de seguir con vida. En otra parte, lejos de las tierras del reino, por supuesto; pero podría conservar un corazón latiente en su caja torácica. Aun así, el viejo león no se sentía satisfecho, ni mucho menos agradecido por el acto que su sobrino – estaba seguro, a regañadientes – le estaba mostrando. En vez de eso, Scar sintió la sangre ardiendo dentro de sus venas. Las fuerzas que creyó perdidas en mitad de la persecución resurgieron de la nada, devolviéndole toda la rabia que lo había tenido preso desde el día en que supo la verdad. Scar no iba a rendirse. Si él iba a perder esta batalla, sería porque el hijo de su hermano le había quitado la vida, no porque se la diera en bandeja como un acto de compasión. Él se negaba a vivir de la compasión, sobre todo si provenía del león que tenía en frente.

—Sí… Claro… —dijo en voz baja, comenzando a alejarse del joven príncipe. Simba lo tenía vigilado, sabiendo que no era sabio darle la espalda a gente de esa calaña—. Como tú… desees… Majestad.

Y junto con el veneno que esa última palabra poseía, Scar lanzó los rescoldos que se hallaban en el suelo tras ellos. Simba no pudo reaccionar a tiempo antes de que las brasas cayeran justo en sus ojos, casi hiriéndolo gravemente. Con la pata izquierda, trató de quitárselas de encima y de hacer pasar el dolor, pero, antes de que pudiera completar tal acción, sintió el cuerpo de su tío sobre el suyo, empujándolo al suelo, cerca del precipicio. Pestañeando varias veces, Simba recuperó la concentración, sintiendo los afilados dientes del asesino de su padre mordiéndole el cuello con toda la rabia que cualquier ser vivo era capaz de sentir, y hasta más. Sin perder tiempo, el joven príncipe apartó a su tío de una zarpada, separándolo de él, y en menos de un segundo se puso a dos tapas, al igual que Scar. Un empujón de Simba fue suficiente para comenzar una guerra de zarpazos, en la cual ambos leones se olvidaron de la sangre que compartían y solo se centraban en hacer a ésta surgir del pelaje del otro.

Simba estaba sorprendido de la fuerza de su tío. Es cierto que el trauma que sufrió de cachorro le hizo olvidar parte de su niñez, especialmente los recuerdos que tenía junto a su padre, siendo él mucho más joven, años antes de que ocurriera la estampida que le arrebató la vida. Pero aún podía recordar las peleas de su padre y su tío. Esas que, por mucho que Mufasa quiso, no pudo ocultarle a su hijo. Simba sabía que Scar no era el favorito de nadie, con un solo comentario sarcástico suyo podía destruir autoestimas en tiempo récord, y ni siquiera mostraba culpa por el daño ocasionado; pero a su padre, puede que como a él, siempre le perdía el genio. Enseguida, el autocontrol que Mufasa podía llegar a tener con cualquiera del reino se esfumaba y, como buen león, quería resolver la disputa tal y como ahora él lo estaba haciendo entre las llamas. Pero Scar, a diferencia de ahora, jamás aceptó el reto. Su tío solo se encorvaba y pasaba a su padre de largo, murmurando que él pudo haber sacado la inteligencia propia de un león, pero a lo referente a fuerza bruta, había salido perdiendo. Sin embargo, Scar estaba demostrando que esa no era otra más de sus mentiras. Eso, o que Mufasa era mucho más fuerte que Simba… O puede incluso que todo el rencor y el odio que Scar guardaba dentro él lo dotara de una fuerza más allá de la normal y esperada por un león escuálido como él.

Con esto en la cabeza, Simba no pudo defenderse apropiadamente del zarpazo que su tío le proporcionó en el hocico. El joven león cayó de espaldas y, al mirar al frente, vio salir de entre las llamas a su tío. Jamás hubiera dañado a alguien de su familia, nunca creyó que sería capaz de eso, pero el león que tenía delante, muy a su pesar, ya no era familia suya. Ni siquiera había una migaja de sentimiento, de remordimiento, o de algo que pudiera hacerle ver que, en el fondo, el viejo león estaba arrepentido de haber asesinado a sangre fría a su hermano. De nuevo, la muerte de su padre lo dotó de la fuerza que necesitaba para poder asestarle el golpe final. Parecía estúpido e infantil, y Simba sabía que tendría que agradecer a Nala por ello. Sin pensar, usó el truco que la joven leona siempre usaba para ganar en las batallas de juego que solían hacer de niños. Cuando Scar estaba a punto de caer encima de él, Simba lo pateó con sus dos patas traseras, haciéndolo dar vueltas en el aire por encima de él y caer por la parte trasera de la Roca. Enseguida, se dio la vuelta y observó cómo su tío caía fuertemente contra el suelo. Por un momento, el joven príncipe pensó que lo había matado, pero el mayor de los dos comenzó a moverse de nuevo, sacudiendo su cabeza para, seguramente, alejar el mareo que el golpe le había ocasionado. Cuando Simba vio a su tío esbozar una pequeña sonrisa, miró al frente, encontrándose con las hienas que habían ayudado a Scar a llegar hasta aquí con su plan. Temiendo que todo pudiera volver a empezar, Simba pensó en correr a avisar a las leonas, pero se detuvo cuando escuchó la conversación que su tío estaba manteniendo con las carroñeras.

—Ah, amigas mías… —oyó decir a Scar con un claro tono de alivio.

—¿Amigas? —Esta vez, la voz de la hiena hembra que casi acaba con la vida de Nala cuando ambos eran unos cachorros habló. Fue la risa irónica que soltó al final la que le llamó tanto la atención, y lo mantuvo en su sitio, siendo testigo de la escena que estaba a punto de suceder—. Creía que habías dicho que éramos el enemigo…

—¡Sí! Eso mismo oí yo… —comentó la hiena macho que siempre la acompañaba. Fue entonces cuando, por primera vez desde que lo conocía, Simba sí vio un sentimiento reflejado en los ojos verdes de su tío: miedo.

—¿Ed? —dijeron ambas hienas a la vez.

Lo que Simba oyó después le heló la sangre, y, por el lenguaje corporal de Scar, pudo ver que también su tío estaba despavorido. Ed dejó a un lado su mirada atolondrada, que ahora se tornaba siniestra y hasta podía infundir respeto a cualquier que se atreviera a toser en su cara. Sus risas, que antaño pudieron haber resaltado más las pocas luces por las que eran conocidas las hienas, ahora eran vacías, sarcásticas y con un toque de locura que era de todo menos inocente. Al menos, ya no. A su risotada, se unieron, primero, Shenzi y Banzai, y después el resto de sus amigas. Sus risas hicieron eco por toda la Roca del Rey. Tanto tío como sobrino estaban totalmente seguros de que el resto de las leonas las estaban escuchando, y hasta podían imaginárselas en una dubitativa de si ir o quedarse donde estaban. Scar pensó que acabarían viniendo. Bien para proteger a su legítimo rey, bien para verlo morir entre las llamas junto con las que alguna vez fueron sus únicas amigas en sus momentos más duros.

Acabarían viniendo. Scar, a diferencia de su sobrino, lo tenía muy claro. Podía hasta jurar que oía las pisadas aceleradas de las leonas en la distancia, acompañadas del ritmo lento de las hienas, mostrando la gran impaciencia que tenían por saltarle encima y empezar con lo que sería su fin. Pero, ah, Scar las conocía bien. Si él y las hienas pudieron llegar a un acuerdo tan fácilmente no fue solo por la promesa de comida indefinida, sino porque en común compartían una manía desagradable, digna de cualquier villano que se valiera, algo que fueron aprendiendo mejor gracias a él: la venganza es un plato que se sirve bien frío. Aun así, Scar rehusaba la idea de que este fuera su último día en la Tierra. De igual manera que no iba a tolerar seguir teniendo un corazón palpitante dentro de su pecho gracias a la misericordia de su sobrino, el león de oscuro pelaje se negaba a que unas fieras carroñeras, situadas al final de la cadena alimenticia, provocaran que sus latidos cesasen para siempre.

—No… De-Dejen que se lo explique… ¡No lo entienden! No… No quería decir que…

Simba oyó a su tío hacer lo que mejor se le había dado siempre: mentir. O al menos, lo estaba intentando. Él mismo pudo sentir cómo su cara se tornaba con facciones que demostraban asco. Ni una pizca de compasión, de tristeza, rabia o incluso satisfacción surcaron su pecho al ver a su tío a punto de ser devorado por las hienas, el fuego y su propio odio. Sencillamente, no sentía nada. Solo estaba mirando, olvidándose por completo de que estaba él mismo rodeado de llamaradas. Era solo que no podía dejar de mirar. No fue hasta que las tres primeras hienas saltaron encima de su tío que Simba dio un salto en donde estaba y contuvo el aliento. Aún no sentía lástima, pero sí es cierto que algo no estaba bien. Por mucho que el joven príncipe pensara que lo mereciera y que quizá así aprendería, aunque fuera en otra vida, la verdad estaba clavada en su pecho y no podía quitársela de encima por mucho que maldijera por lo bajo: esto estaba mal.

Era cierto que no lo estaba matando él con sus zarpas, cosa que jamás pensó que podría o que se vería obligado a hacer, pero él estaba ahí, observando desde lo alto, sin arriesgar un solo pelo de su cuerpo, cómo un ser de la familia iba a ser asesinado. Tal y como su tío había hecho con su propio hermano y él mismo aquel día en el desfiladero.

Yo no soy como tú.

Lo decía en serio. Tan en serio como las consecuencias que debían tener las acciones de su tío, tanto como la pérdida de la que fue víctima de pequeño. Simba no era Scar. No era un asesino, menos uno que sería capaz de matar a alguien de su propia sangre o quedarse viendo cómo ese alguien era despedazado vivo en cuestión de segundos como un espectáculo. La lluvia fría empapó su pelaje, devolviéndose casi del todo a la realidad. Ahora, le daba miedo mirar abajo, pero se armó de valor y se alongó, solo para ver a su tío siendo capaz de alejar a algunas hienas él solo, siendo capaz así de escabullirse entre el lío que ellas solas, presas del hambre y sed de venganza, habían creado. Simba hubiese rodado los ojos, chirriado los dientes y chasqueado la lengua pensando que hierba mala nunca muere, pero, en lugar de eso, se encontró a sí mismo dando media vuelta y corriendo hacia donde se encontraba su tío. Se hizo paso entre las leonas – de las cuales ni se había percatado hasta ahora – y comenzó a descender la Roca del Rey, siendo golpeado por las gotas de lluvia que, vio de soslayo, iban apagando el fuego sin prisa, pero sin pausa. Creyó escuchar las voces de Nala y su madre detrás, pero no les dio mucha importancia cuando escuchó cómo ellas y las demás lo seguían.


Scar nunca fue conocido por ser un león de lucha. Entre las leonas siempre se decía – o más bien, se afirmaba – que el hermano del ya fallecido rey no sería capaz ni de cazar a un enjuto antílope. Pero, la verdad era todo lo contrario. Sí, Scar jamás se atrevió a luchar contra ningún otro león, aunque fuera para defender su orgullo o el de la manada, ni jamás se le vio cazando su propia comida… No, al menos, como un león. A diferencia de su hermano, él no contó con un león sabio y experto en la materia, ni con media docena de leonas que suspiraban al verlo pasar y siempre le prestaban su ayuda; Scar aprendió por su cuenta, en situaciones más duras y difíciles y, además, con hienas en vez de con los de su misma especie. Por ello, Scar aprendió a combatir y cazar como una hiena, a pensar como ellas (aunque esa parte tampoco fuera tan complicada) y era capaz de anteponerse a cualquiera de sus pensamientos y acciones. Así pues, no le resultó tan difícil poder escaparse de la aglomeración de carroñeras que lo habían rodeado y herido con tan solo heridas superficiales.

Sintió sus afilados dientes en su costado, sus cortantes zarpas en su melena y hocico, pero, sorprendentemente, pudo hacer frente a algunas con las mismas acciones sin sentir el más mínimo dolor. Utilizó su inteligencia y conocimiento. Shenzi, la matriarca del clan, le había enseñado todo lo que hoy él sabía, y podía ver, gracias a alguna que otra mirada que consiguió lanzarle, que se estaba arrepintiendo como nada de lo que hubiera hecho en su vida. Ella le enseñó que siempre atacaban unas pocas, yendo a sitios claves que pudieran debilitar a cualquier animal, por muy fuerte o grande que este fuese, y, sobre todo, yendo hacia las patas. Le explicó que ellas podían romper un hueso por la mitad con tan solo morderlo, y, viendo las ganas que ellas tenían de hincarle el diente, Scar sabía que no les costaría mucho trabajo poder dejarlo cojo en cuestión de segundos. Una presa que no puede moverse no puede huir, y justo cuando eso pasaba todas se tomaban la libertad de saltar contra ella y comenzar el festín. Así fue que Scar, una vez que hubo alejado a las primeras que se atrevieron a saltarle a la yugular, huyó por el primer hueco que vio libre, aprovechando que las que habían decidido quedarse como testigos fueron a auxiliar a las que él había herido. Y Scar no pudo hacer más que sonreír con soberbia: las hienas siempre anteponían a los demás antes que a ellas mismas y sus necesidades, no fue una sorpresa ver que lo estaban dejando escapar con tal de asegurarse de que sus compañeras se encontraban bien.

Esta vez, mientras corría, sí sintió el dolor de sus heridas recientes. Supuso que siempre estuvo ahí, pero que en mitad de la locura y rapidez con la que tuvo que pensar y actuar ni se había percatado. La herida de su costado, especialmente, fue la que lo obligó a parar del todo. Ahora sentía la cálida sensación de la sangre abandonando su cuerpo, haciéndole tambalearse y ver el mundo a su alrededor dar vueltas. Mantenerse en pie parecía una prueba difícil, y el saber que tenía que tener los cinco sentidos aguzados la hacía casi imposible de superar. Tomó una bocanada de aire lentamente, intentando aclarar su visión. Su cerebro funcionaba a mil por hora. Él se conocía la sabana como la palma de su pata, y sabía que no le resultaría complicado buscar un refugio en el que pudiera ocultarse él junto con su familia. En su mente pensó qué dirección sería la correcta y cuál sería el mejor lugar mientras notaba cómo poco a poco el dolor parecía calmarse un poco. Si lograba salir de los dominios del reino, ni Simba ni las demás leonas podían hacerle nada y las hienas serían más fáciles de despistar. Eso, si alguna sobrevivía al incendio. Iba a echar a correr otra vez, aún sin tener claro si ir en dirección donde sabía que Zira y las otras leonas se encontraban cazando, o si intentar alejarse del reino y luego intentar volver a por ellos, cuando sintió un fuerte y punzante dolor en la pata trasera derecha. Reprimió un rugido de dolor, logrando apartar a la hiena que le había herido de un zarpazo. No fue hasta que vio la sangre brotando de la herida cuando se sintió por completo mareado.

Y ya no pudo mantenerse en pie por más tiempo y cayó al suelo, sintiendo cómo las gotas de lluvia caían. Su respiración se volvió rápida y entrecortada; sus orejas se empinaron hacia arriba escuchando los pasos de las hienas acercándose a zancadas hacia donde él estaba. Se había acabado. Ya habían conseguido lo que querían: dejarlo inmovilizado. Ya no dudarían en si atacarlo o no, no le harían más heridas superficiales para que perdiera sangre. Estaba a merced de las carroñeras. Las vio acercarse a él en una borrosa visión, sin poder diferenciar quién era quién. A punto estuvo de dejarse caer, de cerrar los ojos y desear que fuera rápido – aunque sabía que esto último sería improbable – cuando escuchó un potente rugido.

Las hienas comenzaron a huir en mitad de su lucha por recuperar el autocontrol. Lo único que Scar tuvo claro en ese momento fue lo asustadas que sus examigas se encontraban por los gritos y gemidos que salían de sus gargantas. Lo pasaron de largo, ni lo miraron, y eso fue suficiente para hacerle querer aguantar un poco más y ver qué o quién había causado esa reacción. Miró hacia delante, viendo a las leonas luchando contra las pocas hienas que no fueron suficientemente rápidas para escapar a tiempo. Incluso en su borrosa visión, Scar pudo ver fácilmente la ira y rabia con la que las atacaban, culpándolas del deteriorable estado en el que los Dominios del Clan se encontraban. Irónicamente, no pudo ver claro a la figura que estaba cada vez más y más cerca de él. Supo ver su forma, la superficie, y fue entonces cuando la pérdida de sangre jugó con su cordura. En el estado en el que se encontraba, no le resultó difícil al delirio apoderarse de él, haciéndole confundir realidades, haciéndole pensar que era posible que aquel a quien creyó ido para siempre había regresado solo para atormentarlo, para reírse de él y de lo patético que ahora lucía. Los colores del pelaje y la melena eran iguales, su forma física parecía una muy buena copia de quien una vez estuvo vivo, de quien lo atormentó durante años en sus pesadillas y en la realidad.

—No, no, no… —repetía el viejo león sin parar. Porque cada vez que lo decía podía sentir un muy mínimo alivio—. No, no puede ser…

Intentó alejarse, intentó moverse, pero se encontraba petrificado. Scar deseaba que eso se debiera a sus heridas, pero él conocía la respuesta y no le gustaba para nada: era miedo. Estaba asustado, como un cachorro recién nacido que acababa de ver el mundo en toda su grandeza y se sentía chiquito e indefenso. Trató de convencerse de que no era real, de que no podía ser. Él estaba muerto, murió hacía mucho tiempo, no podía estar frente a él ahora.


Una vez que Simba llegó en donde las hienas estaban acorralando a Scar, rugió para poder ahuyentarlas. Notó las miradas sorprendidas de su madre y prometida, y también las desconfiadas de las demás leonas. No las culpaba. Sabía que tendría que darles mil y una explicaciones de por qué estaban haciendo esto, pero, por el momento, decidió concentrarse en ahuyentar a las carroñeras. Al ver que Sarabi y Nala lo ayudaban, las demás leonas que formaban la manada las imitaron, viendo la oportunidad también como una manera de vengarse de las hienas por cómo habían transformado su hogar en una tierra sin vida.

Simba fue el primero en ver a su tío solo unos pasos más allá. Las hienas huían a su alrededor y ninguna se atrevió a atacarlo, y eso le sirvió para acercarse poco a poco a Scar sin nada que temer. Vio los arañazos de su lomo, y su pata trasera derecha en una posición fuera de lo normal; observó al rojo líquido que mantenía a todos los seres con vida brotando de su costado y comprobó que esa pérdida de sangre ya le estaba pasando factura. No sentía lástima por él, pero, aun así, decidió seguir con lo planeado. Porque, en el fondo, sabía que su padre lo habría hecho así; porque sabía también que ese que estaba frente a él, aparte de su asesino, era su hermano; pero, sobre todo, era por el hecho de que Simba no quería volver a decepcionar a su padre.

—Scar —dijo una vez que estuvo a una distancia prudente, con una voz alta y clara para que pudiera ser oído entre los gritos de las hienas y los rugidos de las leonas.

—No, no, no… —Le escuchó decir repetidas veces.

Y Simba no pudo evitar abrir los ojos, sin entender nada. El león que estaba delante de él no se parecía en nada a su tío, quien solo había mostrado cinismo, ira y sarcasmo a todos aquellos que se habían acercado a él. Incluso antes, cuando todo se le estaba desmoronando, Scar solo supo mostrar una falsa sumisión. Sin embargo, ahora, murmurando "noes" sin parar y con el miedo claro en sus irises verdes, Scar parecía un león completamente desconocido. Simba ni siquiera quería prestarle atención a que todo el cuerpo de su tío estaba temblando. Sencillamente, quiso pensar, auto convencerse, de que era la pérdida de sangre. Nada más.

—Scar —volvió a llamar, esta vez sin elevar tanto la voz. Las hienas se habían ido, ya no se las escuchaba, las leonas habían parado de rugir, y ahora se acercaban al único y verdadero Rey a paso lento.

—No… Estás muerto…

Y, entonces, lo entendió. Cuando regresó a casa y se mostró en público por primera vez, tanto Scar como Sarabi lo confundieron con Mufasa. Simba sintió toda la rabia corriendo libre por sus venas una vez más, pero trató de controlarse. De nuevo, la pérdida de sangre parecía una buena excusa para aplazar su enfado y las formas en las que quería hablarle a su tío. Ya no le quedaban más dudas de que Scar estaba delirando.

—Scar, soy yo, Simba —dijo intentando aclarar la confusión.

Y dio un paso al frente. Un solo paso fue lo que provocó que su tío diera un salto y cayera de nuevo, comprobando que sus suposiciones de que su pata derecha estaba rota eran correctas.

—¡No, no, aléjate de mí! —le gritó su tío, aún intentando apartarse de él.

—Scar, puedo ayudarte —dijo Simba con un tono de voz más suave, intentando que entrara en razón, que se diera cuenta que, de momento, podía confiar.


La voz de su sobrino no era más que un eco, no distinguía las palabras; los colores a su alrededor siguieron ese ejemplo, fundiéndose todos entre sí, sin ayudarlo a distinguir quiénes estaban frente a él, qué era real, qué era imaginario. Podía sentir la sangre manando sin control de su cuerpo, la cabeza dándole vueltas, un pitido en los oídos, el cansancio en los músculos, la pesadez sobre los hombros, el aire atrapado en la garganta… Sabía era que era cuestión de segundos que por fin la inconsciencia se apoderara de él, lo único que le era desconocido era si volvería a despertar. Parpadeó un par de veces, intentando aclarar las imágenes, queriendo, al menos, poder recordar nítidamente lo que acontecía frente a él. Pero lo único que consiguió fue ver frente a él el cuerpo de su hermano, inmóvil.

Estaba de nuevo en el desfiladero. El polvo se elevó hasta sus ojos hasta hacerlos arder y Scar se vio obligado a cerrarlos. No era real, él no estaba en el desfiladero. Él no estaba en el desfiladero… Con eso en mente, volvió a abrir los ojos, creyendo que así la imagen de su hermano se iría. Y así ocurrió. Los colores de la imaginaria forma se desvanecieron en el aire, juntándose con el polvo, solo para oscurecerse y convertirse en una nueva forma, que esta vez terminó por hacer perder a Scar el poco control que todavía tenía sobre sí.

De pelaje tan oscuro como el de él y de delicadas facciones que, él mismo vio, en cuestión de segundos podían tornarse angelicales en los momentos de calma como demoníacas cuando sacaba su carácter protector; sus ojos esmeraldas, como los suyos, se hallaban ocultos en sus párpados, cerrados para siempre… Ante él se mostraba la única leona que hacía latir a su corazón de piedra. Su sola presencia le robó las fuerzas, la resistencia, el pensamiento de mostrarse fuerte ante los que estaban ante él de verdad. Scar dejó caer la cabeza y su visión se volvió completamente negra.