Bueno ... Esto es nuevo para mí!
Es la primera vez que traduzco una fic mia para otro idioma y les digo que no es nada sencillo!
No se si quedó bueno, en Portugues quedo optima, pero al cambiar... Tuve que cambiar muchas cosas y aun no sé como quedó... Espero de corazón que les guste... Porque yo hice de corazón!
Rurouni Kenshin y sus personajes no son míos... Es la primera vez que trabajo con ellos en ese fandom y no recibo nada con eso!
"FELIZ CUMPLEAÑOS KENSHIN HIMURA" - En conmemoración a su cumple quise traerles esa fic hoy! :D
Muy Importante: Miles de gracias a ZuryHimura por su amistad y paciencia conmigo... Y por supuesto por editar todo el capitulo. *o*
También doy gracias a PajaritoAzul, Pola de Himura y Inej G por su ayuda, con algunos detalles y animo.
Le sconfieso que casi lloré ayer mientras hablaba con Zury, porque parecia que eso no iba salir... Y les aseguro, que sólo estoy aqui porque las quiero mucho! Entonces, desde ya... GRACIAS!
01. Encuentrosy Reencuentros
Kenshin caminaba por el césped de la secundaria, pues su universidad había promovido un día de visita en ella. Y, aunque había ido ni siquiera se había incomodado en conocer el nombre. Incluso ni tenía idea de la razón por la que estaba allí, con exactitud. Justamente en la mañana, al llegar a la universidad, se le había sido informado que su clase saldría a visitar dicha escuela. Según los docentes, era una forma de socialización y consejería para que la nueva generación supiera elegir su futuro.
Otro detalle importante era que su academia frecuentaba vincularse solo con personas de alto nivel social, dado a sus estándares y costosas colegiaturas. Contrastando a su totalidad a la que irían a visitar, por su admisión de personal de clase media o a excepción de los que egresaran apadrinados o con una beca. Él dudaba que alguno alumno de allí pudiera pagar siquiera la matricula del instituto al que él asistía, y mucho menos un semestre entero. Suspiró pesadamente, y se sentó en el césped, apoyando los codos sobre las rodillas. Estaba cansado, había dormido poco por culpa de un trabajo, y no se sentía con ninguna voluntad de fraternizar con ningún grupo de adolescentes.
Dejó su cuerpo cair sobre el césped. El cabello largo, rojo como fuego, atado en una cola alta, se propagó por toda la hierba. Tenía que admitir que el lugar era hermoso. Un verde y amplio césped bien cortado, que servía de base para árboles frutales a su entorno, proporcionando una agradable sombra para relajarse bajo estos. Lejos, pero no tanto, se podían avistar los salones de clases, donde era posible reconocer a las personas a través de las ventanas. Alcanzaba a escuchar el zumbido de interacción entre los alumnos de la universidad con los de la escuela secundaria. Aun así, la distancia proporcionaba una paz espiritual y calma, que extrañamente eran inexplicables.
—Pero, aún es una escuela...
Recordó el hecho, cuando notó que ya estaba casi dormido por la tranquilidad de aquel momento. Una discusión fuerte lo suficiente, interrumpió su descanso. Abrió los ojos al oír la irritación en la voz de una chica. Al final, sabía muy bien distinguir la fonación femenina de las otras dos voces masculinas. Se paró de mala voluntad y buscó con la mirada al trío ruidoso que había incomodado su momento de tranquilidad.
—Ya te dije que no voy a salir contigo... ¡Suéltame!
La chica era de baja estatura, más que él. Tenía el cabello largo, negro, lacio y brillante, atado en una cola alta; así como él. Sus ojos reflejaban el brillo del sol, pero por la distancia él no podía ver su color. Su tono de voz sonaba irritado y ella estaba casi gritando. Su cuerpo estaba en desarrollo. Pues por su aspecto, debía tener unos trece años de edad. Usaba el uniforme de la escuela secundaria: camisa blanca, con corbata, falda color marrón hasta la mitad del muslo y un chaleco del mismo color, sobre la camisa. Los dos chicos también vestían el uniforme de la escuela. Eran idénticos. Pero la única diferencia era que en lugar de falda ellos usaban pantalones.
—¿Y me lo dices así de simple? Dame una oportunidad. Podremos divertirnos mucho...
—No estoy interesada.
La chica era audaz y eso complació a Kenshin al mirar la escena. Sus ojos lilas con destellos dorados observaban la escena, interesados. El escrutinio de los chicos era malintencionado. Uno de ellos no dejaba de recorrer la figura femenina, mientras el otro la sujetaba por el brazo, para que no pudiera huir. El pelirrojo pensó en interferir, pero ella parecía tan segura de sí misma, que decidió que era mejor observar primero.
—Quiero solo un 'besito'... Eres tan hermosa.
—¡Suéltame!
Los dos chicos eran mucho más altos que ella, pero eso no la intimidó. La azabache aseguró el brazo del chico que la mantenía atrapada, y aprovechando el hecho de que intentó besarla, volteó y lo empujó, haciendo un efecto de palanca con el hombro. Lanzó el chico por encima de ella, haciéndolo caer en el césped, a consecuencia del golpe. El otro tipo abrió los ojos al ver la facilidad con la cual la chica, que era menor que ellos, volcó su amigo.
—¿Cómo...? - preguntó el que estaba de pie.
—El estilo Kamiya Kasshin-ryu incluye técnicas de judo en sus enseñanzas. Me gustaría recordarles que soy la hija del maestro Koshijiro Kamiya.
Y ella habló mirando al chico por encima del hombro, el mismo que a su vez se enfureció y corrió tras ella. Con toda la intención de golpearla. Sin embargo, para la sorpresa de la joven él fue interceptado rápidamente por un hombre de cabello rojo como el fuego, que torció el brazo del estudiante de una forma dolorosa. Él si retorció, tratando de encontrar una posición un poco menos incómoda. La azabache abrió un poco más los ojos azul añil, al ver a su salvador. Sus ojos estaban dorados, fríos, concentrado en joven agresor.
—Se feliz por no tengo mi espada aquí - el pelirojo informó. - Toma a tu amigo y desaparece.
Soltó el brazo del chico de mala manera y él cayó adelante, tropezando con sus propias piernas y tratando de equilibrarse para no irse de boca contra el piso. Miró atrás y al ver la mirada mortal en el rostro del que acababa de llegar, supo que era mejor no reclamar. Llegó hasta su amigo, y lo ayudó a erguirse del suelo. Ambos seguirán su camino de vuelta al edificio. El viento allí era fuerte, el mismo que hacia el cabello del pelirrojo y de la chica se movieran agresivamente. Su mirada dorada se volvió gradualmente, a un color violeta suave y su ojear se ablandó para algo más dulce.
Ella a su vez, esbozó una sonrisa, amable y brillante, sorprendiendo su salvador.
—Gracias por su ayuda.
—No tiene por qué. Por lo que veo, esos tipos están muy interesados en usted.
—Son unos idiotas.
Ella viró la cabeza para el otro lado con una actitud altanera, y cerró los ojos. El pelirrojo sonrió, manteniendo su postura.
—¿Cuál es tu nombre?
—Kaoru Kamiya... ¿Y el tuyo?
—Kenshin Himura. Es un gusto conocerla, señorita Kaoru.
La joven se inclinó al saludarlo.
—El gusto es mío, Kenshin.
La sonrisa de él se amplió de nuevo. El de cabellos rojizos no podía dejar de notar los rasgos delicados de la chica, y se preguntó cómo luciría cuando fuera mayor. La campana sonó a lo lejos, fuerte lo suficiente para que todos los del campus escucharan. Luego, ella empezó a correr en dirección del edificio. Pero en la mitad del camino, paró como si acabara de recordar algo importante y volvió a mirar Kenshin, quién no había dejado de verla. Después de elevar la mano en un adiós, gritó que un día ellos se volverían a encontrar. Sin esperar la respuesta retomó la carrera y dejándolo con una mirada atónita.
—¡Kenshin... Kenshin! - La voz continuaba llamándolo y haciéndose aún más audible. - ¡Kenshin!
Y por fin Sanosuke gritó en el oído de su hermano, haciendo que el pelirrojo casi cayera de la cama por el susto.
—¡Oro!
Habló Kenshin al despertar, golpeándose la cabeza en la cabecera de la cama. Al reparar que quién lo había despertado tan "suavemente" había sido su hermano, tomó la alarma y se la lanzó en la cabeza del castaño, que infelizmente para el mayor, consiguió desviar. Mismo hecho que causó un fin trágico para su alarma, la cual se rompió en miles de pedazos al estrellarse contra el muro. Sano empezó a reír, sin control.
—¡Qué manía de despertarme así!
Kenshin se sentó en la cama. Él apenas vestía un pantalón de franela, su delgado pecho desnudo, pero definido y fuerte a causa de los entrenamientos. Tenía el cabello suelto y revuelto, ahora un poco más largo que antes, tal vez llegando a la cintura. Su flequillo estaba cortado en diversos tamaños, enmarcando su rostro aún juvenil. Este era bonito, de rasgos suaves, y detonaba mayor madurez. Más varonil, con sus veintiocho años de edad. Pero el detalle más sobresaliente de su belleza exótica era una fina cicatriz en forma de x en la mejilla izquierda, que al contrario de dejarlo feo, provocaba una extraña atracción, completándolo.
—Tú decías algo... ¿Qué era? Kaoru... creo. - El más joven miró al pelirrojo. - ¿Quién es ella?
Sanosuke, el hermano menor del pelirrojo, estaba apenas con su ropa interior: una bóxer negro que dejaba el cuerpo trabajado, definido y bien dibujado al descubierto. El actual campeón del K1 WordMax era un chico de espíritu salvaje y juguetón. Con sus veintidós años era el más joven de los tres. Admiraba a Kenshin más que todos los demás. Para él, su hermano mayor era su héroe, un ejemplo a seguir. Cada uno tenía un talento especial y Sano era el que traía la diversión para la casa. Apresar de su poca edad, consiguió si destacar en el mundo de las luchas y conquistó el sueño de formar parte del pequeño elenco selectivo del evento en el que luchaba.
—Era alguien del pasado... Hace ocho años mi universidad fue hacer una visita en una escuela secundaria y yo ayudé a esa chica. No sé nada más de ella... Pero, hace algunos días tengo sueños con ese episodio. Sólo no sé la razón...
—¿Estás enamorado?
Sano elevó una ceja y preguntó con un tono de mofa en su voz. Kenshin giró sus ojos y decidió ignorar a su hermano. Se paró de la cama y entró al cuarto de baño para empezar a arreglarse para un día más de trabajo. Sano rió e imitó al pelirrojo, saliendo para cambiarse en su recamara.
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Seijuuro Hiko cerró el último botón - dejando los tres superiores abiertos - de su camisa social slim fit gris, quedaba tan justa que marcaba cada musculo del cuerpo de superhéroe del CEO, de la Hiko's Enterprises. Su pantalón social de microfibra también marcaba sus piernas largas e gruesas. Apresar de ser un ejecutivo, el magnate jamás dejo de cuidar su cuerpo y a sus cuarenta y tres años de edad, podría afirmar que continuaba siendo uno de los hombres más guapos de todo Japón. Su rostro sin arrugas denotaba una edad muy inferior a la que tenía. Su cabello negro, brillante, largo e liso llegaba hasta el medio de su larga espalda. Sus ojos negros como la noche, eran dominantes y en su boca la sonrisa irónica perduraba.
Colocó su reloj de pulsera de oro blanco de la Cartier combinando con su anillo Chevalier con un diamante negro, que quedaba siempre en el dedo del medio de la mano izquierda. Arreglo su pelo en una cola baja y colocó su zapatos italianos. También se puso su perfume favorito. Después de una última mirada en el espejo, se dio por satisfecho con su aspecto. Miró la corbata que había separado para completar su ropa y decidió que no se la podría ese día. Tomó su blazer al par de su pantalón, y bajó las escaleras, caminando directo para el comedor, donde estaba siendo servido el desayuno. Sus tres sobrinos lo saludaron luego de verlo.
—¿Qué fue el ruido de hace poco? Me pareció que algo has roto.
Preguntó mientras ocupaba la cabecera de la mesa de diez lugares, con cristal ahumado reflejado. Los asientos eran sillones negros extremadamente cómodos. La única diferencia era que las de las puntas tenían un formato diferente, una formación de sillones victorianos, algo más moderno. El salón era sobrio, pero muy elegante. Adornado con cuadros que hacían una unión armoniosa con el suelo de mármol blanco.
—Nada de qué preocuparse... Ken mató una alarma más, intentando darle en la cabeza a Sano... Pero de nuevo, la alarma murió en vano.
Aoshi Hiko Shinomori, el hermano del medio, le informó a su tío con su característico tono frío. El hombre de veintiséis años era el segundo en la secuencia de nacimiento. Un hombre tan alto como su tío, perdiendo por pocos centímetros. Dueño de un cuerpo de modelo, así como su rostro. Una belleza incomparable. Sus ojos azules, fríos como el hielo, su semblante siempre manteniendo la característica seriedad. El cabello negro, corto y lacio, cortado hasta la nuca, con el flequillo dividido a la mitad, a la altura de la manzana del rostro. Todo un estilo seductor. Él era un hombre que generalmente solo habla con los que tenía verdadera confianza, como su familia. Con los demás, era siempre muy sucinto, para no decir que casi mudo. Portaba una ropa social, pero sin blazer. La camisa negra slim fit con los primeros botones abiertos, el pantalón también negro, ningún adorno a no ser por el reloj de pulsera de plata en la muñeca izquierda. El pelo aún mojado por la ducha lo dejaba con una apariencia salvaje.
—Kenshin no aprecia el favor que hago en despertarlo.
Reclamó el más joven, Sanosuke Hiko Sagara, con la sonrisa de mofa en el rostro, intercalando en el mismo momento que mascaba. Él siempre era el más hambriento y relajado del grupo. Jamás perdía una oportunidad de pasar el tempo y divertirse, y si podía arrastrar sus hermanos y tío, para él era mucho mejor. Su cabello castaño oscuro de punta como siempre en un corto estilo, brillaba, con apenas unos mechones rebeldes en sus flequillos caídos en su cara. Sus ojos castaños oscuros llenos de vitalidad y buen humor. Portaba una ropa casual, compuesta por una polera blanca ajustada al cuerpo y los pantalones vaqueros desgastados. Zapatos de buena calidad y en el pulso izquierdo un brazalete de plata. El chico era de estatura alta, pero un poco más bajo que Aoshi.
—Es fácil… Deja de gritar en mi oído que dejaré de atacarte.
Informó Kenshin Hiko Himura, el mayor de los tres. Su largo cabello rojo como el fuego, ahora estaba en una cola baja, así como su tío, su flequillo siempre molestando un poco los ojos, pero enmarcando su rostro de líneas finas. Era el más bajo de todos. También el más flaco físicamente, pero su cuerpo era tan fornido como el de los demás, sólo que más delgado. Poseedor de la misma mirada dominante que caracterizaba los cuatro en la mesa.
Tenía un espíritu más tranquilo y acostumbrado a sonreír con frecuencia, se llevaba bien con todos, y era admirado por sus hermanos. También era extremadamente requerido por su tío, no sólo porque era su sucesor en la empresa, sino porque también era su pupilo número uno en la arte del kenjutsu, estilo Hiten Mitsurugi-ryu. Portaba un conjunto social como Seijuuro, sólo que su camisa era rosa magenta y llevaba una corbata negra. Su muñeca lucía un reloj dorado.
—Muy bien… Entendí. Vamos a pedirle a la secretaria que te compre otra alarma - Dijo Hiko - Y ¿cómo están en el día de hoy, ustedes?
—Tengo un nuevo caso para investigar en la comisaría de policía… Una persona fue brutalmente asesinada.
Aoshi fue el primero a contestar.
—¿Qué pasó?
Él pelirrojo se interesó.
—Aún ignoro los detalles… Pero, por lo que me dijeron por teléfono, lo dejaron desangrarse hasta morir… De cabeza abajo.
—Agradable, ¿no?
Sano se hizo presente con su comentario. Con una ceja alzada con una mezcla de sorpresa y disgusto. Aoshi sólo asintió con la cabeza, sabiendo que su hermano en realidad estaba diciendo lo contrario.
—Espero que encuentren pronto al culpable. - Informó Hiko. - ¿Y tú, cabeza de pollo?
Preguntó al más joven de sus sobrinos, que encogió los hombros.
—Tengo entrenamiento… Y conoceré el nuevo doctor encargado de mí. Anji dijo que necesitaba de alguien disponible para sanarme en todo momento.
—Mejor, así volverás menos roto a la casa.
El comentario hizo que Kenshin riera por debajo y Aoshi esbozar una sonrisa, que disgustó por completo a Sano.
—Dejen de provocarme, ¿vale?
—Bueno… ¿Y tú, Kenshin?
—Tengo una reunión con el CEO de la empresa de porcelana… ¿Aún quieres comprarla?
—Sí. La compraré… Voy desmembrarla.
—Como quieras.
—Por fin… Quiero a todos en el restaurante Aoiya que queda en el centro de la ciudad.
—¿Ese viejo restaurante que parece que salió de la era Meiji?
El luchador preguntó sorprendido, ya que en aquella familia ellos siempre frecuentaban lugares caros de alto estatus y más modernos.
—Ese mismo.
—¿Y qué haremos allá? Preguntó el de ojos azules, curioso.
—¿Que se hace en un restaurante…? Cenar.
Hiko sonrió de lado, riendo de su propia provocación y Kenshin resolvió tentar su suerte.
—No sabía que te gustaba ese lugar.
—Voy por dos razones, primero: la comida es óptima. Y para quién no sabe, es uno de los restaurantes más célebres de la ciudad, que sirve comida tradicional. Segundo: Quiero visitar un viejo amigo, que es el dueño del establecimiento.
—Ah... Ahora comprendemos.
Sano declaró de forma teatral, expresando los pensamientos de sus hermanos. El desayuno no tardó mucho más. Con Sano conduciendo la conversación, hablando sobre sus entrenamientos y con puntuaciones de sus hermanos y tío, sobre los ocurridos. Luego, al terminar, se levantaron y se fueron a sus destinos con prisa.
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Los sonidos de los golpes hicieron eco por el gimnasio. Anji, era un hombre alto y extremadamente fornido, quien le indicaba a su discípulo, que en el ring se olvidara de todo. Su mirada era de un verdadero luchador, frío y agresivo, pero los labios contrastaban dejando a muestra la sonrisa de mofa y orgullo que, en silencio, retaba su compañero de entrenamiento.
Estaba con el torso desnudo y sólo un pantalón corto ajustado al cuerpo, que iba hasta la mitad de los muslos destacando los glúteos y muslos bien trabajados del castaño. También, tenía una banda roja en la frente. Sanosuke disfrutaba desatando golpes firmes y bien dirigidos a su adversario. Las manos cerradas en puño, eran marcadas por las rayas blancas que las cubrían, previniendo que el luchador se torciera la muñeca con los puñetazos. Los pies descalzos también tenían vendas, con el fin de proteger los puntos de impacto de los y la espinilla.
Los trastazos eran limpios, rápidos y eficaces, intercalados con algunos que tenían la principal función ser bellos, como una patata en giro bien ejecutada, hechas por el cabeza de pollo, para presumir. Actitud que dejaba a su entrenador muy enojado. Esos eran los pocos momentos en los que Anji quería subir en el ring y personalmente darle una paliza a su alumno, para sacar esa arrogante superioridad que mostraba.
Pero, la verdad era que no obstante, el entrenador conocía con perfección al muchacho, y sabía que esa actitud sólo era una máscara. Por más seguro que el castaño fuera en el combate, estilo cuerpo a cuerpo, la soberbia no hacia parte de su verdadera personalidad. Él era bondadoso en demasía en su corazón y sólo tenía deseo de ayudar a los demás. Eso era lo que lo hacía admirar a uno de los mayores luchadores de Japón en los últimos tempos, y jamás dejarle de confiar todos sus conocimientos.
—Ya basta de bromas Sano… ¡O su próximo rival seré yo!
Reprendió al muchacho que sólo sonrió y equivocadamente desvió la mirada de su compañero de entrenamiento para ver su entrenador, de forma divertida y desafiante. Acto incorrecto que lo llevó a un knock out técnico, donde el calvo con quién peleaba, le pegó un rodillazo en el estómago que lo dobló de dolor hasta caer de rodillas. Con dificultad parar espirar y tratando de recuperarse de la agonía.
El adversario paró la lucha inmediatamente y se arrodilló frente al de pelo en punta, preguntando como estaba. Anji giró los ojos, tranquila y lentamente, subió a través de las cuerdas del ring, dirigiéndose hacia el castaño que tenía sus ojos oscuros bien abiertos. La mano derecha alrededor del abdomen, la boca abierta tirando el aire, mientras la mano izquierda lo sostenía en el suelo.
—Bien hecho… Espero que así aprendas a no distraerte. A veces me pregunto si eres el campeón por habilidades o suerte.
Ese comentario hizo Sano olvidarse del dolor momentáneamente y afrontar el entrenador con enojo, quien sonrió satisfecho al lograr su objetivo, provocar el muchacho.
—Tú siempre quejándote, Anji…
Pudiendo hablar y sosteniéndose de su compañero de entrenamiento, se puso de pie, aun sintiendo la incomodidad del golpe. Pero el dolor ya empezaba a desaparecer.
—¿Entonces ese será mi paciente a partir de hoy?
Los tres hombres se volvieron en la dirección de donde venía la voz femenina, que pronunció tal comentario. Sanosuke quedó asombrado con la visión que tuvo de la mujer. Ella era alta, tenía el cabello largo, que llegaba al lumbar, negro brillante y liso, con un flequillo que caía levemente sobre sus ojos café oscuros. Una mirada que poseía un brillo lleno de significado, analítico. Los labios bien diseñados, pintados de un rojo intenso y marcado por una sonrisa pícara. Su cuerpo era extremadamente deseable, bien torneado, con las caderas en perfecta armonía con los hombros, los senos grandes y hartos. Portaba un vaquero blanco, una camisa social del mismo color, ligeramente transparente y ajustada al cuerpo, mostrando la blusa de tirante fino por debajo. Las piernas largas y firmes. Ella lo observaba con una mano en la cintura y el rostro elevado. En la otra mano un maletín de cuero negro.
—Quién… - Sano empezó a hablar, pero luego se calló, cambiando el curso de su comentario y con una sonrisa maliciosa. Después de recorrerla con una mirada nada discreta, se acercó a la cuerda del ring y se inclinó sobre ella. - ¿Desea alguna cosa, linda? ¿Quieres un autógrafo o una foto conmigo?
—Hum…
Fue la respuesta de la mujer, lanzando un mechón de su largo pelo atrás, con presunción. Anji que veía la escena con atención sonrió al darse cuenta del incuestionable interés del luchador por la muchacha, pero decidió poner fin a la guerra de miradas.
—Es un gustó verla, Megumi.
Sano miró a su entrenador, después a su compañero de entrenamiento, quién se encogió de hombros mostrando no saber nada y por fin volvió a la mujer, que hizo una ligera inclinación en saludo al entrenador.
—Una vez más, le agradezco la oportunidad, señor Anji.
Sano se sorprendió.
—Vaya… ¿Tú sabes ser amable?
Provocó y Megumi estrechó la mirada en él. Algo dentro de ambos decía que tendrían una relación explosiva en su convivencia.
—Sano, saluda a tu nuevo médico: Doctora Megumi Takani. Megumi, este es Sanosuke Sagara, su paciente de aquí en adelante.
El castaño se sorprendió con la nueva noticia. Él esperaba un hombre como médico, del tipo viejo y divertido, o joven quién sería un rostro nuevo a la hora de salir entre amigos. Pero en todas las imágenes de posibles médicos, en ninguna venía a su mente una doctora sensual y hermosa que lo dejara con numerosas imágenes en su cabeza. Las cuales no tenían nada que ver con ser curado de heridas o cortes. Ella por su parte pasaba su mirada por todo el castaño, sin nada que decir. Después de algunos segundos, que más parecieron horas, ambos se saludaron en silencio con un movimiento de cabeza.
—Megumi, sígueme… Voy mostrarte tu oficina - Anji rompió la atmósfera que se había formado entre médico y paciente. - Y tú... - señaló a Sano. - Ve y fortalece ese abdomen. Takeo - se dirigió al calvo. - Quiero que lo golpees hasta que no sienta nada.
Sano y Takeo asintieron, y luego Anji bajó del ring. Después de una última mirada del castaño hacia la doctora, él y el amigo fueran al medio del ring, donde Sano se posicionó con las manos cruzadas por detrás del cuello y Takeo se colocó un par de guantes de boxeo. Para entonces comenzar a librar varios golpes en el abdomen del campeón, con la sola intención de fortalecer el local y no lastimar.
Megumi siguió a Anji por un pasillo. El gimnasio era un verdadero show de arquitectura, las colores claro, las puertas de vidrio transparente, con excepción de las de los despachos que tenían vidrio ahumado. Quién estaba adentro podía ver quién estaba fuera, pero no el revés. Los vestuarios y cuartos de baños eran los únicos lugares que había puertas talladas de madera.
Para entrar en el edificio ella tuvo que ir a través de un hermoso jardín, luego por una recepción con chicas educadas y uniformadas para recibirla. Entonces, después de pasar por un corredor donde pudo apreciar la colección de trofeos, posters, cinturones expuestos en los estantes de vidrio, ella encontró en el gimnasio con la sala de pesas. Después encontró la parte de sacos de boxeo, con tapete en el suelo y en el fondo del salón, el ring, donde eran hechos los entrenamientos de cuerpo a cuerpo. Y en los lados, muñecos de madera para entrenar ataques precisos.
A la izquierda de quién entraba, una puerta automática que se daba acceso al pasillo - con claraboya - que llevaba hasta los vestuarios con ducha, baños separados, las habitaciones del resto, sala de masajes y saunas. También se podía encontrar el despacho personal de Anji y la oficina de Seijuuro, que él solía usar cuando visitaba el local para entrenar o hacer la contabilidad, ya que él era el dueño del gimnasio. Las oficinas de los demás entrenadores y el despacho personal, que a partir de ese día iba pertenecer a Megumi Takani, también estaban ahí. Ella asistiría a cualquiera de los deportistas, pero su prioridad sería Sano. La mujer fue indicada por el famoso doctor Genzai, un viejo conocido de la familia Hiko.
La doctora quedó admirada con su nuevo despacho, estaba lleno de luz. Las paredes blancas, claras, y muy amplia. Había un gabinete de vidrio, con todo el tipo de material que ella pudiera necesitar. Una mesa grande con una computadora de la nueva generación, un sillón negro de cuero muy cómodo, con dos sillas que hacían juego, puestas del otro lado de la mesa. Había una amplia ventana, donde ella tenía la bella vista del jardín de la entrada, y como el vidrio era reflejado por fuera, nadie podía ver dentro del despacho. Además tenía aire acondicionado o calefacción según la estación. Una camilla para el paciente, toda la tecnología que podría pedir y una decoración espartana, que de poco en poco ella cambiaría a su antojo.
—Si algo no es de su agrado, tiene total libertad para cambiarlo y si falta algo, no deje de decirme, que lo conseguiré.
—No te preocupes, señor Anji… Creo que no me falta nada. Todo está perfecto.
Ella sonrió satisfecha, estaba feliz que por fin tendría su propio espacio y que fuera tan agradable. Era cierto que no era realmente suyo o diseñado por ella, pero lo ocuparía a partir de ese día y esperaba que fuera por mucho tempo. Ya que el sueldo mensual era muy atractivo e importante en su actual situación. Anji le entrego un aro con algunas llaves y un control.
—Allí tiene todo lo que necesita: el control de acceso al estacionamiento para empleados y socios de Hiten's. También llave de acceso al edificio por el estacionamiento, ya que la puerta principal sólo las recepcionistas pueden abrirla. Llave de su oficina y todo que tiene acá. Detrás esa puerta… - él señaló una puerta de madera blanca que ella no había visto. - Es su baño personal, puede usar el del gimnasio también si quieres, pero un propio creo que sería más útil. Bueno… Creo que usted estará acostumbrándose por hoy. Cualquier duda llámame. Tómate el día para conocer el lugar. Sólo veras a Sano hoy, si es que él se rompe la cabeza... Pero como esta es muy dura, no creo que lo vayas a ver. Mañana usted empezará su trabajo.
Ella sonrió en respuesta y le dio gracias por todo. Él luego se despidió y se fue, dejándola sola para conocer su nuevo espacio. La primera cosa que la doctora hizo al quedarse sola fue sentarse relajada en su silla.
—Creo que por fin las cosas empiezan a caminar para mí.
Y la esperanza comenzó a crecer en su corazón. Cogió el teléfono y llamó a Genzai, quería darles las gracias una vez más por recomendarla en ese trabajo.
-/-/-
El lugar era oscuro, frecuentado por personas de naturaleza y negocios dudosos. La noche ya se había apoderado del cielo, y aunque todavía no era muy tarde, ya que acababa de oscurecer, manteniendo el cielo en ese tono azul oscuro. El local, que se situaba en una parte oculta entre varios edificios, donde quedaba la puerta de fondo de un club nocturno, era más oscuro de lo que se podría esperar.
El olor a cigarrillo y basura tirado en el suelo no era una buena mezcla para presentación. La mujer estaba parada, apoyada a la pared del edificio, sola. Su ropa consistía en un pantalón ajustado, que destacó la cadera bien formada, con nalgas firmes y redondeadas, una blusa de manga larga, también ajustada, que marcaba la cintura estrecha y los senos hartos de un tamaño mediano. En los pies pequeños, una bota de media caña y tacón medio cuadrado. Toda de negro - bañada por la oscuridad - acentuando el escultural cuerpo femenino. El largo cabello azabache, tan negro como la noche, atrapado en una cola alta, que contrastaba la pálida piel de la joven y hermosa mujer, que lo único que dejaba a demostrar de su rostro era su atractiva mirada azul añil bajo su flequillo irregular. La boca tapada por una media máscara de cuero. Los brazos cruzados debajo de los senos. Las manos enguantadas en cuero negro. La derecha sostenía la empuñadura de una katana en su vaina.
Su mirada era calma, nada parecía perturbar su paz interior. En realidad ella se puso tan inmóvil que podría pasar por un maniquí con facilidad. La puerta a su izquierda se abrió, saliendo por ella un hombre de media estatura, del tipo bohemio y muy pervertido, todos los poros de su cuerpo emanaba suciedad, en todo el sentido de la palabra. Como la mujer estaba detrás de la puerta, él no la vio. Los ojos azules, que antes miraban sólo la pared en delante suyo, se movieron y observó al japonés que portaba un traje caro con una camisa abierta y una cadena de oro. A su costado, dos hombres muy grandes, del tipo que llamamos de montaña por su proporción física, lo flanqueaban uno a cada lado. Con la puerta abierta, se pudo escuchar el sonido fuerte del club y los gritos de diversión que venían de la pista de baile. Pero, el sonido se apagó cuando la puerta se cerró, dejando a los tres hombres a fuera.
—¿Trajiste la información que pedí?
El hombre preguntó a la "montaña" que estaba a su izquierda, quién por su parte, nada dijo. Sólo sacó de la chaqueta un pendrive y se lo dio. Los ojos del tipo brillaron satisfecho y esa sonrisa repugnante se formó en sus gruesos y feos labios, nauseabundo a la joven que veía la escena.
—¡Genial! Con eso puedo chantajear a ese idiota de Makoto.
Y ese fue el momento que ella esperaba. La mujer de baja estatura se incorporó y sacó su katana, dejando la resplandeciente hoja expuesta y la mantuvo a su lado verticalmente, apuntado hacia abajo. El movimiento silencioso, aunque lento y cadencioso, llamó la atención de los hombres que voltearan hacia ella. Las dos "montañas" la observaran detenidamente, en especial sus ojos. Ya él tipo que tenía su total atención la examinó deliberadamente, con una mirada descarada. Eso la enojo.
—Tanaka Yachi…
La dulce voz no hacía juego con la mortal mirada de la joven. Y su tono dejó al tipo de cuarenta y cinco años excitado.
—A sus órdenes, preciosa… ¿Me buscabas?
Sonrió burlonamente, sin tomarla en cuenta.
—Sí. ¡Usted ha sido descartado por el Juppongatana!
Y esa frase borró por completo aquella sonrisa altanera, haciéndola alegrase por debajo de la máscara.
—¡Mátenla!
La orden hizo con que los guarda espaldas se lanzaran sobre ella. La azabache saltó hacia atrás y con un movimiento rápido golpeó al primero en el lado derecho de su costilla, sacando suficiente sangre para pintar la hoja de su espada y hacerlo quejarse de dolor. Pero no profundamente para abrirlo en medio. Luego vino el otro a atacar su derecha y recibiendo un corte en diagonal, de arriba hacia abajo en el pecho, en la misma profundidad que recibió su compañero. Entonces aprovechando el hecho de que ellos estaban distraídos por la sorpresa mezclada con el dolor, ella golpeó con la empuñadura de la espada la nuca de ambos, llevándolos a un sueño profundo de inmediato. El hombre abrió sus ojos por la impresión. Pero lo que más lo preocupó fue el hecho de que ella fuera tan rápida, pues él no pudo ver lo que pasó.
La azabache caminó en su dirección como una leona, que a la visión de su presa, avanzaba lentamente con pasos contados a fin de no perder su blanco. La lucha interna del traficante empezó, en el momento no supo si dejaba que su mente maliciosa dejara de maquinar escenas pervertidas sobre la joven, mirando el balanceo de sus caderas al caminar de esa manera que él juzgó tan seductora, o si se concentraba en buscar una escapatoria. El deseo de supervivencia ganó
—Yo puedo pagarte… ¡Sólo dime cuánto quieres, que te lo daré!
—Mantenga su dinero sucio para usted. ¡No quiero nada!
Sin demora, ella se acercó, y con un fuerte golpe atravesó su hombro derecho con la espada, haciéndolo soltar un grito agonizante. Luego se dispuso a cortarlo de lado a lado en el estómago, pero no profundamente. Por fin, perforó ambas piernas del tipo. Ningún golpe fue mortal, sino que eran cortes limpios y bien planificados. Cuando él cayó de rodillas, llorando y pidiendo piedad, ella lo puso a dormir. Como había hecho con las dos "montañas", dejándolo tumbado boca abajo en el piso sucio. Con la cara sobre algo que pudo ser un charco de agua o algo más… fisiológico. ¿Qué era? No lo sabía, pero tampoco le importo.
La chica tomó el pendrive que recibió del guardaespaldas y se puso en marcha. Con pasos rápidos, se dirigió hacia la calle principal, dejando a los tres desangrando y solos. Cuando estaba a punto de salir del callejón, miró para los dos lados, y sin ver a nadie, se quitó la máscara para no llamar la atención. Tomó un paño que había dejado en la entrada del pasaje y envolvió su katana para disfrazarla. La joven de rasgos delicados y amables, no tardó en camuflarse en el enorme flujo de personas que pasaban por el lugar, inconsciente de estar siendo seguida de cerca por un par de ojos verdes femeninos, que la miraban con mucha atención.
Cuando sintió que estaba lo lejos suficiente del lugar, entró en una cabina de teléfono y marcó el número de la policía, informando de manera anónima, el paradero de tres hombres inconscientes y sangrando en un callejón. Necesitaban ayuda inmediata o podrían morir por falta de sangre. Después que la mujer anotó la dirección, colgó sin despedirse. Suspiró hondo, tragándose las lágrimas. Odiando en lo que su vida se había tornado.
—Vamos, Kaoru… Piensa que es por el bien de los demás…
Se susurró a sí misma, como si fuera lo suficiente para convencerse pero sabiendo que era pérdida de tiempo. Nada la haría sentirse mejor. Respiró hondo un par de veces más, miró el pendrive y lo guardó en el bolsillo. Salió de la cabina y se dirigió a la estación de metro, la más lejos que sus piernas pudieran llevarla. Se sacó los guantes y se liberó el cabello. Bajó un poco el cierre de la blusa, cambiando lo que podía de su apariencia y deseando volver tan pronto posible para la seguridad de su hogar, su dojo.
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El restaurante Aoiya estaba lleno y el aspecto tradicional reinaba el hermoso local. No sólo la clientela era atraída por la comida de excelente calidad y muy sabrosa, sino también por la decoración. Aquellas lámparas japonesas y ese perfecto paisaje pintado a mano en el fondo del lugar, el cual representaba un verdadero ejemplar de la era Meiji. Al subir las escaleras, la mezcla de pasado y modernidad era increíble.
Las mesas eran antiguas, pero apropiadas y adaptables a la nueva generación, que ya no estaban tan acostumbrados a quedarse de rodillas durante tanto tiempo. El suelo tenía una área debajo de las mesas, para que los clientes pudieran sentarse en el suelo, como si estuvieran alojados en sillas. Cada mesa era separada por biombos japoneses tradicionales, hechos por papel washi, madera fina, hojas de oro y todos pintados a mano, teniendo cada uno una pintura diferente del otro. Todas las mesas estaban iluminadas por faroles japoneses con dibujos que colgaban del techo, brindando una atmósfera cálida durante la cena, que era el momento que mejor destacaba la belleza del lugar. A diferencia del salón, la cocina era toda moderna, con los utensilios de mejor calidad y ultima tecnología, haciendo la vida más fácil de los cocineros. La mesa de recepción, también mostraban vestigios de tecnología, en contraste con su aspecto antiguo.
En una de las tablas del área VIP - área destinada para las grandes personalidades del mundo de los negocios y la gente de alto nivel, más reservadas y mejor ubicadas en el salón -, la risa era alta, la charla animada y contagiaba a todos en su entorno. En la cabecera de la mesa de ocho lugares, el magnate Seijuuro Hiko se reía a carcajadas de una broma dicha por su amigo Nenji Kashiwazaki, más conocido como Okina. Un señor de cabello hasta los hombros, bigote y barba blanca – con un pequeño lazo en la punta de la misma -, media estatura y ojos oscuros. La sonrisa maliciosa en el rostro del viejo era su mayor característica. Pero muy famoso por ser muy sabio y haber sido un admirable ex guerrero.
Okina era el dueño del establecimiento y abuelo materno de la única heredera del local. Él estaba sentado justo al lado derecho de su viejo amigo. A su lado, Kenshin observaba la charla con una sonrisa tonta en el rostro. Frente al pelirrojo, su hermano Aoshi – que estaba sorpreso por las bromas pervertidas del viejo – se mantenía ocupado con su té. Mientras a su derecha, su hermano Sano, que estaba de frente para Okina, participaba con gusto en la divertida platica.
—Entonces fue hasta ella. La chica era linda y le sonreí. Ella fingió y intentó huir… Pero cuando dije que era el dueño del Aoiya, ella se lanzó a mis pies!
El más viejo de la mesa alegremente relató un episodio de su vida, que de acuerdo con él realmente ocurrió. Pero el moreno de largo cabello tenía serias dudas de la veracidad de los hechos.
—¿Y qué hiciste con ella?
La pregunta de Kenshin calló a todos, quienes lo miraron con una mezcla de sorpresa e indignación por la cuestión. Fue entonces cuando entendió, después de largos segundos, haciéndolo abrir mucho los ojos y decir su famoso…
—¡¿Oro?!
Y las carcajadas empezaran de nuevo, y hasta Aoshi fue obligado a reír esta vez. Pero por supuesto que no con la misma intensidad que lo hacían los demás, muy lejos de eso, fue algo bien discreto, pero imposible de retener. Kenshin se rascó la nuca, sintiéndose tonto por la pregunta. Tenía una personalidad compleja con muchos aspectos, pero cada vez que estaba relajado y reunido con su familia, la inocencia parecía dominarlo.
—Wow… ¡El ambiente aquí es genial!
Los cinco hombres miraran el local de donde vino la voz femenina tan jovial. Pudieron ver una muchacha de veinte años, con una amplia sonrisa encantadora, sus ojos esmeralda brillaban de forma verdadera, su piel alba destacaba el cabello negro, su largo flequillo moldaba sus dulces rasgos, el pelo le llegaba hasta la lumbar, suelto hasta el medio, donde empezaba una trenza floja y simples, pero de una forma muy graciosa y planificada, que más parecía haber sido hecha por un profesional. Ella era muy delgada, pero no dejaba de exhibir curvas perfectas, sus piernas bellas y fuertes, gracias a los entrenamientos, expuestas debido al corto short negro. En los pies pequeños usaba un coturno femenino de tacón medio y grueso. La fina cintura bien marcada acentuaba los senos, que tenían el tamaño entre medio y pequeño. La blusa de tirantes finas, ajustada al cuerpo dejaban firmes y redondos los senos, visibles y atractivos. Ella no tenía ningún adorno, solo un par de aretes pequeños. Casi cero maquillaje.
Aoshi la recorrió entera unas diez veces seguidas, quedándose sin habla con la aparición de la recién llegada. Sus pupilas se dilataron al verla, incluso su cuerpo entero se mostró receptivo hacia la joven. Aun así, ni siquiera una ceja se movió en el rostro de piedra del hombre. Sano, Kenshin y Hiko también la juzgaron hermosa, pero ni cerca de la intensidad en la cual el moreno de pelo corto la consideró atractiva.
—Señores, permítanme presentarles a mi nieta, Misao Makimachi.
Okina rompió el silencio y todos la saludaron. Por su parte, ella hizo una ligera reverencia a los presentes mientras les daba la bienvenida.
—Es un gusto conocerlos… - sonrió con sinceridad.
—Misao… Este es mi amigo, Seijuuro Hiko, de quién te había comentado…
—¡¿El maestro?!
La chica interrumpió a su abuelo al oír el nombre del hombre señalado. Hiko amplió su sonrisa arrogante al notar la sorpresa en los ojos verdes.
—Sí… él mismo. - dijo Okina, fingiendo enojo.
—Es un placer conocerlo… Siempre escuché hablar de usted… Es un gran maestro del estilo Hiten Mitsurugi-ryu. Tan famoso… Pensé que usted sería más viejo, pero no… Es joven, fuerte, guapo y…
La carcajada de Hiko la interrumpió. Ella casi no respiraba para hablar, de tan entusiasmada que quedó al conocer a esa celebridad, que era como ella lo había juzgado. Aunque para el resto del mundo la fama de Hiko fuera solamente dentro de los negocios, para los amantes de las artes marciales como ella, sus hechos más importantes eran cuando él blandía su espada.
—Caramba… Creo que te gusta el kendo.
Bromeó con ella. Y la vergüenza que sintió por haber hablado sin parar, desapareció.
—Sí… Aunque mi verdadera pasión es el arte de los ninjas. - lo miró con orgullo. - El ninjutsu, es el arte que practico.
—¿En serio? Tal vez puedas mostrarme después… Mi sobrino Aoshi - señaló al citado -, también es conocedor del ninjutsu y el kempo. Y es un experto espadachín en el manejo de la técnica Kodachi Nito Ryu.
Misao miró el moreno a su lado y en su mente vino la imagen de él en tiempos antiguos, portando una ropa de ninja y observando sus blancos con esos penetrantes ojos azules, de forma fría y con una velocidad sobrehumana, mientras mataba a sus víctimas. Las pupilas verdes se dilataron y ella sintió su corazón saltar al imaginar aquél hermoso hombre - salido de una portada de revista - tan imponente, convertirse en el ejemplo perfecto de un super héroe en su mente.
—Bueno… - El de cabello blanco decidió continuar con las presentaciones, deshaciendo el hechizo que mantenía los ojos verdes en los azules. - Ese es Kenshin Himura - señaló al nombrado. - El sobrino mayor de Seijuuro.
Miró al pelirrojo y quedó fascinada con tanta belleza exótica.
—Aoshi Shinomori - señaló de nuevo el moreno de cabello corto - el segundo, y el menor de los tres sobrinos, Sanosuke Sagara.
Okina apuntó y Misao fue obligada a dejar de observar la belleza del pelirrojo para ver el último nombrado. Y fue en ese momento en que ella tuvo la certeza que la belleza era un requisito obligatorio en esa familia. Todos, desde el tío hasta el menor eran hermosos, podrían ser modelos y ciertamente eran hombres que harían a cualquier chica chocar contra una farola en la calle, por mirarlos a ellos y no al camino. Después de un largo e incómodo silencio, Okina volvió a hablar.
—¡Cierra la boca, Misao!
Y del susto ella obedeció, quedándose tan roja como el cabello de Kenshin, después de notar que los miraba con la boca abierta. Bajó la cabeza avergonzada y tanto Hiko como Sano rieron divertidos. Kenshin la miró con cariño, había simpatizado con ella luego que la vio. Aoshi dejaba salir chispas de la mirada, el hecho de que ella hubiera encontrado a su tío y hermanos bonitos, no le hizo ninguna gracia, pero como de costumbre, ocultó sus sentimientos.
—Perdóname... - murmuró y Hiko rió más fuerte.
—Por favor, acompáñanos, pequeña... - El maestro la invitó. - Será bueno tener un poco de compañía femenina en medio de tantos hombres…
Sus palabras la trajeron de vuelta a la realidad. Sonriente, ella se sentó al lado de Aoshi, quien pudo percibir su olor dulce, nublando sus sentidos.
—¿Dónde estabas, Misao?
Okina preguntó intrigado, viendo atentamente a la joven, que perdió la sonrisa y se tensó ligeramente. Después de vacilar por una fracción de segundo, volvió a sonreír e informó que había ido en busca de su mejor amiga, Kaoru, junto a Yahiko, para cenar en el restaurante. Okina aceptó la respuesta y terminó el tema. Pero no le creyó para nada. Los cuatro hombres que estaban en la escena notaron que algo estaba mal, pero prefirieron creer que era sólo sus imaginaciones.
Misao pudo sentir la atmósfera tensa, tanto que la podría cortar con un cuchillo. Tragó saliva, pensando que tendría que entrenar más con Saito, el arte de la mentira. Pero, en absoluto… ella no podía decir la verdad. Lo que sabía no debería ser dicho a nadie, jamás. Miró nuevamente a los cinco hombres que la observaban y sonrió tímidamente pero sincera. Deseaba que se olvidaran del tema por completo. Su corazón saltó de alivio al escuchar una voz conocida llamándola, giró la cabeza a tiempo para verlo llegar.
—Misao. ¿Por qué estás aquí escondida?
Un chico de quince años se aproximó a la mesa, donde todos estaban reunidos, quejándose. Él tenía el cuerpo delgado y un estilo casual. Portaba una polera blanca, un vaquero azul y un par de tenis negros. En el pulso derecho una muñequera y en el izquierdo un reloj simple y barato. Su cabello negro totalmente en puntas y sus ojos oscuros mostraban una audacia admirable. Era de estura baja, un poco más que Kenshin, pero no había mucha diferencia. Él paró con las manos cruzadas tras la nuca y al darse cuenta de que cuatro ojos nuevos lo miraban, bajó los brazos, sonrojándose un tanto avergonzado. Misao y Okina sonrieron. Mientras los demás se quedaron callados.
—Yahiko… Llegas tarde. ¿Dónde está Kaoru?
La de trenza preguntó y se levantó para mirar la puerta de la entrada. El muchacho se recuperó de la vergüenza al escuchar el nombre de su hermanastra y maestra.
—No lo sé… Ella todavía no llegaba cuando me fui…
—Ah… - la chica bajó la cabeza, triste. Pero, luego la sacudió y sonrió de forma acogedora. - Déjame presentarte. - anunció. - Señores este es Yahiko Myoujin. Él es alumno del dojo Kamiya Kasshin y hermanastro de la maestra Kaoru Kamiya.
Kenshin estaba tomando un sorbo de su bebida, al mismo tiempo que Misao presentaba el chico, y cuando escuchó el nombre de la maestra, casi escupió todo en la cara de su hermano, Aoshi. La forma con la cual el pelirrojo se ahogó llamó la atención de todos. El dueño de los ojos violetas ignoró las miradas de interrogación y preguntas sobre su bienestar y miró con sorpresa a Misao y luego a Yahiko, y entonces volvió hacia Misao. Ambos lo observaban.
—¿Dijiste… Kaoru Kamiya?
Ella y el chico asintieron y cuando Kenshin estaba por hablar, una voz femenina irrumpió el lugar.
—Misao… Siento la tardanza… Acabo de encontrar la nota que Yahiko dejó diciendo que debería venir para acá…
Todos los rostros giraron a ver la dueña de la voz. Y ella estaba allí, enfrente, justo como hace ocho años atrás, sólo que ahora, no había nada de infantil en ella. La chica era un poco más alta que Misao, prácticamente de la altura de Yahiko, perdiendo por unos dos centímetros. Su rostro era hermoso, delicado y pálido. Sus ojos como dos gemas azules añil. Sus labios bien diseñados y ligeramente rojizos, algo casi imperceptible, pero pecaminosamente atractivo para el pelirrojo que la miraba con detalle. Su largo pelo negro como la noche sin luna, y liso en media coleta, con su flequillo irregular que enmarcaba su rostro de princesa. Su cuerpo muy bien desarrollado y apetitoso, delineado por un vestido azul, cuya falda se detenía cuatro dedos encima de las rodillas. Lucía también unas sandalias negras con correas.
La joven recién llegada pasó los ojos por todos en la mesa y sonrió suavemente, hasta que azul encontró al violeta. El pelirrojo que la recorría con la mirada, paró su análisis y se centró en los ojos que se abrieron como platos por la impresión al verlo. No había duda... Ella lo reconoció, tan inmediatamente como él a ella. Y eso le agradó sin medidas. No era la adolescente de antes, era una mujer. Y la más bella de todas.
—¿Kenshin…?
Continuará...
¿Entonces? ¿Continuo?
Espero con mucha ansiedad por sus reviews... A ver que les pareció...
Alguién se atrevería a intentar alguna hipotesis? :)
Les informó que no soy muy rapida para actualizar, pero les aseguro que jamás olvido una obra. Si empiezo, termino. Tenedlo en mente!
¿Entonces?
Una vez más... Chicas: Zury, Dani, Pola y Jenn... Muchas gracias! Las quiero! :3
20/06/2015
