Nadie dijo nunca que la vida fuera fácil, siempre hay obstáculos en el camino, siempre hay situaciones que te impiden avanzar, incluso, a veces, es uno mismo quien se detiene a si mismo, hay cosas que, queriéndolo, o no, te frenan.
Parece sencillo avanzar cuando la familia y los amigos te apoyan, pero cuando el reloj se para, las manecillas se detienen y las amistades se distancian, la vida se vuelve difícil, complicada, dura, y hay que esforzarse en buscar algo que eleve el alma, que estremezca el cuerpo y que haga latir tu corazón una vez más. Hay que encontrar ese algo que, finalmente, te despierta del amodorramiento al que te somete la vida, tan fugaz y eterna a la vez. Aunque, muchas veces, ese despertar es más complicado de lo que debería.
Hikari Yagami, 21 años, aun estudiante universitaria, había dejado atrás a sus amigos y familia dispuesta a cumplir un sueño difícil, pero no imposible, ser fotógrafa. Su cabello corto de color castaño se balanceaba con el viento otoñal mientras los coches pitaban en la carretera. La chica llevaba viviendo sola unos tres años, en ese tiempo, a duras penas había visto a sus sobreprotector hermano, o a sus viejos amigos, que, por desgracia, estaban ya prácticamente olvidados.
La carretera, abarrotada, impedía que pudiera llegar a su trabajo, la esperaban en la cafetería donde, para poder mantenerse sin depender totalmente de sus padres, llevaba trabajando dos años. El cielo encapotado anunciaba lluvia, y el viendo olía a sal. Finalmente, los coches aceleraron su marcha y la calle quedó desierta, dejando pasar a la chica corriendo por la tardanza.
Cuando finalmente entró por la puerta de la cafetería, el tintineo de la campanilla precedió su entrada, y una joven de pelo morado la saludó con amabilidad, la muchacha, alta, delgada y con anteojos redondos, era la propietaria de la tienda, solo superaba a Hikari por un año, y era una trabajadora innata.
- Buenas tardes Yolei- saludó la joven de pelo corto- perdona, los coches no me dejaban pasar.- sonrió disculpándose, entrando con rapidez a la trastienda para llegar a los vestuarios y cambiarse.
- Tranquila, aun es pronto, quedan 5 minutos para abrir, no pasa nada por un día que no llegues con una hora de antemano.- sonrió la chica de pelo largo dejando que la otra se adentrase en el interior del local para seguir preparando cosas.
Hikari, o Kari, como la llamaban aquellos que la conocían, se metió dentro de la falda roja y la camisa blanca de su uniforma, anudó el lazo negro y, tras meter sus pies en los altos calcetines blancos y los zapatos negros, salió de allí atándose el delantal y recogiendo un poco su pelo al tiempo que suspiraba.
- Pero si llego pronto, mejor, se que necesitas ayuda, no debe ser fácil hacer estas cosas sola.- Comentó socorriendo a su jefa y, ya amiga, a colocar una mesa en el centro.
Los enormes ventanales de la cafetería mostraban una calle poco transitada por coches, cercana a un parque con canastas donde todas las tardes solían ir a jugar varios chicos, si no se equivocaba, había reconocido a alguno que otro de su facultad, le gustaba mirarlos jugar, estaban siempre tan llenos de energía, brillaban, brillaban como hacía mucho que no brillaba ella.
- Kari, vamos, es hora de abrir.- comentó la dueña del local con amabilidad y entusiasmo.
- Voy a barrer la entrada entonces.- afirmó la chica, sabiendo que eso le posibilitaría seguir viendo a aquellos que, en la acera de enfrente, jugaban como si no hubiera mañana.
Salió escoba en mano y comenzó a barrer mientras la primera pareja entraba en el café. Se ensimismaba contemplandolos, y, como siempre, deseaba poder fotografiar ese momento, capturar esa vitalidad y sentirla, aunque fuera un instante, sobre su piel, notar la vibración de la energía, ser capaz de dar esos increíbles saltos y semejar que volaba.
Los gritos de los chicos se escuchaban con fuerza, ocultando el retumbar del bote del balón, y sacando una sonrisa de la chica que, sin poder apartar la mirada del partido, había dejado de barrer y observaba el balón, de pronto, una canasta, la joven castaña se emocionó hasta el punto de comenzar a saltar y, sin ser capaz de evitarlo, soltar un bien animando a los jugadores.
Al parecer, el grito desconcentro al que había recogido la pelota, que la perdió, dejándola rodar por el asfalto hasta llegar casi a la puerta del café donde se encontraba su animadora. Todos la miraban, no serían más que unos cuatro chicos, pero se sentía avergonzada. Sonrojada, la chica tomó el balón soltando la escoba y cruzó para devolvérselo a los jugadores. Un joven alto, rubio y de ojos azules se acercó a tomarla.
- Lo siento.- murmuró la chica con un leve sonrojo antes de salir corriendo hacia el interior de la cafetería.
Fuera del local, los jóvenes se miraron entre ellos, y, al escuchar un trueno, miraron al cielo. Pronto empezaría a llover. Decidieron, por ello, despedirse y reunirse de nuevo al día siguiente en el mismo sitio, a la misma hora.
Dispersos ya, el joven a quien se le había escapado la pelota, decidió empezar a comentar, andaba junto a un amigo, el rubio que había tomado la pelota de manos de la chica que, con ceño fruncido, miraba su mano. Le había parecido rozar los dedos de la joven, eran suaves, delicados, y parecían arder, casi tanto como sus mejillas.
- Era muy guapa.- comentó el joven de pelo oscuro, que no lograba identificar como rojo o marrón.- Ey, Tk, ¿me has oído?- Llamó la atención del rubio.- Digo que era muy guapa, ¿la veremos otro día?
- Davis.- rió el joven de ojos azules- no tienes remedio, el otro día fue a chica de la tienda de ropa, y hoy, la de la cafetería, ¿Tienes algún fetiche raro con los uniformes?- se burló Tk olvidándose de la joven.
- Nah, ya sabes que no, pero si una chica es guapa, es guapa.- comentó el otro con una enorme sonrisa llena de dientes.- ¿has visto que ojazos?- preguntó emocionado, dando un salto con su bolsa en el brazo- Eran inmensos, ¿y el color? Ese color caramelo...- se ensimismó por un segundo.- Además, tenía un cuerpazo, incluso dentro de ese uniforme. comentó imaginando a la chica nuevamente.
Tk, en realidad Takeru Takaichi, asintió en silencio, por supuesto que lo había visto, era una chica preciosa, sin duda, pero, él, al contrario que su amigo, no iba en busca de pretendiente alguna, no le interesaban esas cosas, el era feliz simplemente con su balón y su boli, debía mantener un nivel en el basquet, de lo contrario, la beca deportiva que le habían cedido para poder estudiar desaparecería, y aun le quedaba un año para terminar su carrera, y, cuando la acabase, finalmente podría dedicarse a escribir.
El joven de ojos azules contempló el cielo, nublado y del que comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia. A su vez, una joven de pelo corto, miraba a través de un enorme ventanal la pista de basquet ya vacía, que comenzaba a empaparse y donde un balón solitario giraba por el viento. Con un suspiro, volvió a sus tareas, al parecer, ya habían terminado el partido.
